Si hubiera un guionista detrás del devenir histórico de Uruguay y Argentina, se habría plagiado a sí mismo. Al contemplar solamente la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI, este período inicia con el peronismo argentino y al neobatllismo uruguayo entrando en crisis en momentos similares. Más adelante, en la década del […]
Si hubiera un guionista detrás del devenir histórico de Uruguay y Argentina, se habría plagiado a sí mismo. Al contemplar solamente la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI, este período inicia con el peronismo argentino y al neobatllismo uruguayo entrando en crisis en momentos similares. Más adelante, en la década del 70, ambos declives son «resueltos» por sendas dictaduras militares con igual función: la desarticulación de la densidad política de los sectores populares, su disciplinamiento y la consolidación de una fuerte caída del salario real.
La crisis de la tablita o crisis de la deuda de 1982 acelera en ambos países el fin de los regímenes militares. Los noventas del uno a uno argentino también los tuvimos acá con la sobrevaluación cambiaria a la uruguaya, ambas sostenidas con la llegada de capital financiero que no tardó en desmoronarse con la suba de la tasa de interés en Estados Unidos.
La crisis 2001-2002 se llevó puestos los gobiernos de turno. En Uruguay no saltaron las costuras institucionales pero el proceso fue el mismo: la crisis se resolvió con una caída del salario real mayor al 20 por ciento. Luego siguieron más de una década de gobiernos del Frente Amplio y del kirchnerismo. Más allá de las diferencias en las retóricas y las formas, en el trazo grueso ambos procesos expresaron un fenómeno similar al presentar líneas de continuidad muy fuertes con el batllismo y peronismo según el caso. La sincronía y el deja vu asustan. Los politólogos reclamarán por el sinfín de diferencias entre ambos procesos y tendrán razón, pero solo en un mayor grado de concreción; en la mirada panorámica, la realidad se ha comportado como un espejo apenas distorsionado.
Argentina. Quien hoy gobierna cruzando el charco se encuentra con el problema de cómo desactivar la bomba que implica un esquema distributivo entre las clases que ya no tiene fundamentos. El kirchnerismo, que había oficiado como el vehículo político por el cual se integraron un conjunto de demandas populares al reparto del producto social, ya había empezado a sentir esos límites y en los últimos años de su gobierno ya experimentaba un desgaste que fue capitalizado por la coalición Cambiemos.
El macrismo, artefacto de la regeneración política de la burguesía argentina, diseñó una estrategia de ajuste por etapas sobre la base de su reinserción en los mercados financieros internacionales. La apuesta de Mauricio Macri por el endeudamiento implicó el fin de las detracciones, la liberalización del tipo de cambio y la posibilidad de fugar divisas sin inconvenientes. La aparición en escena del Fmi fue la muestra de que los mercados financieros ya no estaban respondiendo según las necesidades.
Esta arquitectura desreguladora montada para tener al capital como aliado en la estrategia gradualista dejó al gobierno con menos instrumentos de control del metabolismo económico y abrió las puertas para que la crisis detonara bajo la forma de corrida cambiaria provocando una brusca devaluación, que ahora se busca estabilizar con un fuerte ajuste fiscal y salarial.
Con el descenso del flujo de renta a partir de 2014, y ya sin posibilidades de compensar esa carencia con los flujos de capital financiero, el capitalismo argentino se encamina hacia el abaratamiento generalizado del precio de su fuerza de trabajo. Ese es el corazón del ajuste en marcha en la vecina orilla.
Uruguay. Al momento, nuestro país se encuentra circunstancialmente «desacoplado» del declive y estancamiento regional. Sin embargo, si bien la tesis del «desacople» puede ser coherente con una mirada de corto plazo, es poco consistente en el mediano y el largo. El capitalismo uruguayo, algo más estable que sus vecinos, pero de similar estructura e inserción internacional, se acerca a la crisis regional de forma amortiguada y diferida.
Lo que se está jugando en la región es la reestructuración de las economías regionales hacia una fase donde el nivel de renta agraria que reciben es menor en relación a las necesidades para complementar un aparato productivo con una productividad media insuficiente para competir en el mercado mundial. Esa carencia se puede disimular circunstancialmente con flujos de deuda externa, pero la suba de las tasas de interés en Estados Unidos lleva a su límite el ciclo de endeudamiento. Cuando se acaba esa fuga hacia adelante que te permite la deuda, lo que queda es pasar al abaratamiento de la fuerza de trabajo y la caída del gasto estatal.
Hoy Argentina está profundizando ese avance en materia de expropiación de los ingresos de trabajadores y trabajadoras. Brasil ya ha avanzado en este sentido. Si los capitalismos vecinos consolidan ese proceso, Uruguay, una economía de similar estructura primario exportadora, no podrá mantener por mucho tiempo su desacople. La disputa por quién paga el ajuste es de carácter regional.
En los últimos días, varios analistas han reseñado los canales de impacto inmediatos de la devaluación argentina: caída del turismo, la inversión inmobiliaria y las exportaciones a Argentina y a destinos donde competimos con ese país. Sin embargo, el problema no es tanto cómo nos impactará la crisis del país vecino, sino cómo se expresará en Uruguay el derrotero histórico de nuestra región cuando ya no tiene un flujo de renta agraria suficiente para compensar un entramado de capitales con una productividad poco mayor que la quinta parte de la de Estados Unidos.
Los fundamentos de la crisis que hoy está detonando en Argentina también están presentes en la complexión del capitalismo uruguayo, por más que hoy los indicadores macroeconómicos auguren uno o dos años de relativa estabilidad. De no recuperarse el precio de las materias primas o volver a un ciclo de bajas tasas de interés (ni una ni otra son probables), Uruguay también se encamina hacia el abaratamiento del precio de su fuerza de trabajo. Falta calibrar la velocidad y la intensidad de tal proceso. El factor Argentina es un acelerador y contribuye con el desfondamiento del pacto distributivo propio del Uruguay progresista. De continuar así las cosas, el primer y segundo año del próximo gobierno serán decisivos en este sentido.
De la mano de este devenir histórico, en Uruguay crece política y programáticamente el bloque social del ajuste. Pero también lo hacen las expresiones de lucha y resistencia. La gente se organiza, crecen expresiones como el Mercado Popular de Subsistencia, la juventud se moviliza bajo diversas formas y reivindicaciones, el feminismo ha politizado toda una generación de mujeres y jóvenes, los sindicatos, aunque con cierto desgaste, siguen siendo herramientas de lucha fundamentales. Si hay posibilidades de articular un bloqueo social a las políticas de deterioro de las condiciones de vida de la población, está en relación con estos actores.
Con esta crisis la burguesía argentina probablemente está dinamitando el artefacto político que logró ensamblar para recuperar el control directo del Estado (Cambiemos); en Brasil, el capital aún no logra tener candidato, ni Lula da Silva ni Jair Bolsonaro son sus apuestas. No es tan claro que en América Latina será posible volver a consolidar un nuevo ciclo de acumulación capitalista basado en el abaratamiento generalizado de la fuerza de trabajo.
El tiempo político regional se acelera y cualquiera de las opciones, ir por el ajuste o ir por los ajustadores, es de alto riesgo. Aún está por verse quiénes son las vacas demasiado cerca de la carretera1.
Nota:
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Leo Maslíah (https://www.youtube.com/watch?v=sbvq02qswTo)
Rodrigo Alonso. Economista. Integrante del Consejo Editor de http://brecha.com.uy/vacas-demasiado-cerca-la-carretera/
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