Vuelvo sobre un tema que me ha ocupado en otras ocasiones. Me refiero a la naturaleza del Movimiento del No al TLC. Fundamentalmente quiero resaltar un aspecto fundamental: este es un movimiento donde se hace visible cuánto ha cambiado esta sociedad nuestra y, por ello mismo, contiene la posibilidad de cambios sociales aún más amplios […]
Vuelvo sobre un tema que me ha ocupado en otras ocasiones. Me refiero a la naturaleza del Movimiento del No al TLC. Fundamentalmente quiero resaltar un aspecto fundamental: este es un movimiento donde se hace visible cuánto ha cambiado esta sociedad nuestra y, por ello mismo, contiene la posibilidad de cambios sociales aún más amplios y profundos.
No siempre se entiende en qué sentido este es un movimiento de una naturaleza realmente nueva. Lo usual, en cambio, es verlo con anteojos viejos que lo ubican en otros tiempos y contextos históricos. La derecha neoliberal, aferrada al TLC y sus contrarreformas, quiere convencerse a sí misma, y convencer al pueblo, que este movimiento es como cualquier otro del pasado. De ahí su manipuladora insistencia que intenta identificarlo con los sindicatos. Su premisa es malintencionada: si los sindicatos están «desprestigiados», invocarlos es una forma cómoda de, a su vez, deslegitimar el movimiento. Pero como difícilmente dicen nada más que eso, y ello vale incluso para sus más insignes ideólogos, terminan dominados por una visión simplista y distorsionada de la realidad.
Así piensan las cosas y difícilmente aportan nada más sutil. Con ello hipotecan gravemente su futuro como clases dirigentes. Simplificando un tanto, sus opciones se sintetizan en dos: seguir al comando de un país en descomposición social, política y cultural, donde ellos mandarán porque sí, sin la confianza de nadie. O bien, y como segunda opción, la de simplemente ser desplazados del poder. Lograr esto segundo, dependerá de quienes estamos de este lado de la acera.
El Movimiento del No está visibilizando una realidad costarricense que se ha vuelto mucho más compleja. Posiblemente dos características definen esa nueva Costa Rica que ha emergido en los últimos quince a veinte años. Primero, su diversidad, es decir, la heterogeneidad de intereses, expresiones culturales y reivindicaciones que han ido tomando forma. Segundo, la gradual consolidación de una conciencia ciudadana lúcida, comprometida y responsable.
Ello se va concretando, de forma progresiva, en la organización civil y, en especial, en el multicolor abanico en que esa organización se concreta. Hoy la gente no necesariamente se organiza en sindicatos, quizá en parte porque éstos se han debilitado como resultado de sus propios errores, pero, sobre todo, de muchos años de feroz persecución. Por su parte, otras organizaciones que también poseen trayectoria histórica, asumen nuevas formas, lenguajes y estilos. Es el caso de las estudiantiles, las cuales, a mi juicio, hoy se diferencian de sus predecesoras, principalmente en dos cosas: su alto grado de independencia y su rico pluralismo interno.
Pero igualmente han ido apareciendo, y paulatinamente consolidándose, una organización civil de nuevo cuño. Motivaciones sobran: el ambiente; el desarrollo de nuevas formas productivas; el género; la diversidad sexual; los problemas de la comunidad, el barrio o la región; el consumo. Poco a poco, estas organizaciones van asumiendo un perfil más independiente. Superan el antiguo sometimiento a la institucionalidad estatal o la burocracia partidaria. Van construyendo su propia visión de mundo, su propio programa, discurso y organización.
No hago referencia a la idea simplista y edulcorada que habla de una «sociedad civil» que actúa como tercer sector, a modo de instancia conciliadora, entre el Estado y el mercado. Hablo, en cambio, de una ciudadanía que se politiza a profundidad y va desarrollando posiciones críticas y autónomas, las cuales se concretan en una movilización que cuestiona los poderes establecidos, incluyendo estructuras partidarias corruptas, oligarquías económicas voraces y medios de comunicación vendidos. Una ciudadanía que, desde ese compromiso y esa politización, tiene también la capacidad de formular y construir alternativas. Esta organización civil materializa el compromiso de los sectores más lúcidos de la sociedad; aquellos que han decidido que la ciudadanía es un ejercicio de derechos y responsabilidades que tiene lugar todos los días de la vida, y no tan solo un domingo de febrero cada cuatro años.
El Movimiento del No se asienta y ha crecido desde esa variopinta organización civil. En su base, por lo tanto, bullen motivaciones muy diversas. A estos efectos, el TLC ha actuado como elemento aglutinante, seguramente porque se opone, simultáneamente, a todo cuanto esa ciudadanía reivindica, lo mismo en lo que de particular tienen tales reivindicaciones, como en lo general y compartido que las intercomunica.
Por ello el Movimiento del No se descentralizado. Lo constituyen muchísimas instancias ciudadanas que actúan con un alto grado de autonomía. Por ello, además, hay en el movimiento un cierto elemento de espontaneidad, en cuanto es descentralizadamente que cada instancia organizativa decide unirse al movimiento. Mas, sin embargo, en cada uno de esos espacios autónomos hay un gran esfuerzo organizativo que, desde luego, no es espontáneo. Y, además, es la interconexión deliberada de tales espacios autónomos lo que crea el movimiento. La autonomía se resuelve entonces en un nivel superior, como comunicación, intercambio, cooperación y comunicación con muchas otras organizaciones hermanas que, al integrarse en una enorme red, dan forma y realidad al Movimiento del No.
Es, pues, un movimiento muy complejo. Descentralizado y autónomo en sus unidades básicas. Interconectado en red en sus expresiones macrosociales. Conlleva elementos de espontaneidad y, a la vez, grandes esfuerzos organizativos. Genera liderazgos diversos y de nuevo tipo y los renueva en su práctica concreta.
Frente a una realidad tan compleja, las instancias coordinadoras y los liderazgos de nivel nacional tiene que plantearse las cosas de forma radicalmente nueva. Necesitamos liderazgos cuya visión y estilo sean por completo renovados; en mucho mayor grado generosos, humildes y respetuosos. Necesitamos, también, repensar a fondo el cómo nos coordinamos y cooperamos.
No hablemos de espontaneidades anárquicas. Eso no tiene sentido ni va para ningún lado Hablemos de realidades supremamente creativas que, por lo tanto, exigen liderazgos igualmente creativos.