Una vez más, el 12 de abril se conmemoró el arribo del pueblo Garífuna a Honduras, tras haber sido expulsado de la isla San Vicente (Antillas menores), y librado dos guerras consecutivas contra los Británicos, los que finalmente se apoderaron del último bastión de los Caribes Arawak. En Honduras durante los últimos años, el Estado […]
Una vez más, el 12 de abril se conmemoró el arribo del pueblo Garífuna a Honduras, tras haber sido expulsado de la isla San Vicente (Antillas menores), y librado dos guerras consecutivas contra los Británicos, los que finalmente se apoderaron del último bastión de los Caribes Arawak.
En Honduras durante los últimos años, el Estado se apropia de la fecha para efectuar sus rituales de poder, al mismo tiempo que incrementaba su estrategia de despojo del pueblo Garífuna, la que inició en los albores del siglo XX; cuando entregó el destino de la costa norte a las compañías bananeras, pretendiendo en el siglo XXI expulsar a nuestro pueblo y comunidades a través de las «ciudades modelo» (ZEDE) y otros proyectos de industrias extractivistas.
La etnogénesis del pueblo Garífuna se remonta a mediados del siglo XVII, cuando náufragos africanos fueron acogidos por indígenas Arawak Caribe, de los cuales heredamos nuestro idioma, religión y costumbres. En la actualidad nuestro pueblo preserva el idioma Garifuna de origen arawak maipure norteño Kalinagu de las Antillas Menores.
La familia extensa Garífuna prevalece, no obstante los esfuerzos realizados por la cultura dominante, y el proceso migratorio que se intensificó a partir de mediados del siglo pasado, contribuyendo ésto en cierta medida a fortalecer la condición matrifocal de nuestro pueblo, la que tiene raíces entre las culturas de la yuca amarga provenientes del río Orinoco y pueblos indígenas de África.
La matrifocalidad del pueblo Garífuna ha sido ignorada y hasta soterrada por la cultura dominante de índole patriarcal, la que simplemente desconoce su existencia y alienta la sustitución de las redes de mujeres en nuestras comunidades, promoviendo la organización social de corte occidental, que nos convierte en simples estadísticas y podemos decir que hasta en mercancía.
La matrifocalidad del pueblo Garífuna fue señalada en las investigaciones realizadas por Nancy Gonzales, la que en su libro «Peregrinos del Caribe«, resaltó la importancia que juegan las mujeres en las ceremonias relacionados con el culto ancestral, el cual gira alrededor de las abuelas (nagoto) a las que se les rinde tributo en el Dügü, religión animista que hasta la fecha sobrevive entre nuestro pueblo a pesar de las influencias exógenas, especialmente de las sectas evangelistas que rechazan la posibilidad de cualquier tipo de sincretismo. Ademas de Nancy Gonzales, las antropólogas Virginia Kerns y Keri Brondo han hecho énfasis en la matrifocalidad Garífuna. Brondo además ha escrito sobre el rol que jugamos las mujeres en la defensa del territorio ancestral, el que se ve asediado por una oleada de apropiaciones y despojos que cuentan con el apoyo del estado.
Sí bien hasta la fecha logramos conservar la matrifocalidad, no obstante; las políticas de homogeneización cultural promovidas por el Estado y organismos financieros internacionales desconocen su existencia e incluso promueven la disolución de la propiedad comunitaria como un impedimento para el «desarrollo» de corte occidental, el que promueven con un enorme ahínco.
Desafortunadamente la herencia matrilineal (alagận) ha venido siendo sustituida por el concepto de herencia patriarcal predominante entre cultura mestiza. La aparición de procesos de «legalización» y titulación de tierras promovidos por el Estado, han servido para despojar al pueblo Garífuna, y desconocer la herencia matrilineal.
La herencia tradicional Garífuna contemplaba a las mujeres como las herederas, siendo sustituido nuestro alagận por la visión occidental donde se le confiere al hombre, especialmente a los mayores el derecho a la herencia. La mayoría de las ventas de tierras que han sido desmembradas de forma ilegal de los títulos comunitarios, recaen en los hombres, especialmente los que retornan tras haber emigrado a los Estados Unidos.
La influencia de los meriganas -término que se usa en Garífuna para los que habitan o han retornado de los Estados Unidos- es impactante, ya que además de poseer un presunto capital financiero, muchos han adquirido usos y costumbres ajenos a la cultura Garífuna, especialmente relacionados con el concepto de propiedad privada.
Las redes de mujeres Garífunas en las comunidades cuentan con organizaciones centenarias, como lo son los denominados clubes de danza, los cuales mantienen vivas las tradiciones orales entre nuestro pueblo, además de propulsar grupos de apoyo social de dimensiones insoslayables.
Sí bien pudimos conservar en cierta medida hasta la fecha nuestra matrifocalidad, la pérdida del alagận implica la paulatina desaparición de nuestro territorio el cual es apetecido por empresarios del turismo, palma africana y extractivos; apropiándose del territorio por pedazos, contando con el apoyo de municipalidades, Instituto de la propiedad y la complicidad del Ministerio Público que como de costumbre se niega a intervenir en los despojos.
La sobrevivencia del pueblo Garífuna es un desafío ante la desaparición del territorio y la pérdida del idioma y cultural a través de la influencia de los medios de comunicación manejados por la cultura dominante además del fracaso de la educación bilingue intercultural.
Los retos son enormes, pero con la protección y la guía de las deidades ancestrales, así como la resolución en la defensa de nuestra herencia cultural y territorial lograremos sobrevivir como cultura diferenciada, para garantizar los bienes comunes de la naturaleza a las futuras generaciones.
Organización Fraternal Negra Hondureña, OFRANEH
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.