La dinámica política del Estado Español de las últimas décadas ha sido para muchos un modelo ejemplar de gestión política de largo plazo y de éxito en la consolidación de la democracia liberal. La alternancia electoral entre un partido de derecha y uno de centroizquierda o socialdemócrata parecía ser un juego de títeres perfecto para […]
La dinámica política del Estado Español de las últimas décadas ha sido para muchos un modelo ejemplar de gestión política de largo plazo y de éxito en la consolidación de la democracia liberal. La alternancia electoral entre un partido de derecha y uno de centroizquierda o socialdemócrata parecía ser un juego de títeres perfecto para combinar un cambio en las formas con la continuidad del contenido. Un bien aceitado bipartidismo monoclasista.
Pero ese «pacto de caballeros» se encontró con dos obstáculos. Por un lado la crisis económica (hoy el desempleo está cerca del 24%) y la paulatina «periferización» de España. La S de «PIGS» refiere a «Spain» y se ha dicho de forma ocurrente que se trata de un país en «vías de subdesarrollo». La crisis es una base material necesaria, nunca se ha alterado un orden en el marco de la satisfacción general, pero no suficiente.
El otro elemento que confluyó fue la emergencia de una arriesgada apuesta político-electoral que supo leer el momento y en menos de un año de existencia pateó el tablero político español. Se trata de Podemos, la formación liderada por el politólogo y periodista televisivo de 36 años Pablo Iglesias, que en mayo de 2014, luego de 4 meses de creada, se presentó a las elecciones europeas donde obtuvo un poco más de 1.250.000 votos y cinco eurodiputados y hoy es colocada en varias encuestas de opinión como la primer fuerza en intención de voto de cara a las próximas elecciones generales a realizarse a finales de este año.1
¿Cómo hizo una fuerza política con menos de un año de creada para redefinir un escenario político que parecía sólido y posicionarse seriamente como opción de poder electoral? Aún sabiendo de las enormes diferencias entre el curso histórico español y el uruguayo, ¿qué enseñanzas se pueden extraer del fenómeno Podemos para nutrir la acción política de «nuestra izquierda»?2
Siguiendo los aportes de Iñigo Errejón en su breve e interesante artículo «Podemos para lectores latinoamericanos»3, se señalan al menos tres puntos que nos pueden ayudar a problematizar nuestra acción política por delante.
Uno. Propuestas electorales y liderazgos pueden dinamizar organicidad popular y abrir nuevos escenarios políticos.
Hay un viejo axioma en parte de nuestra izquierda que dice que la acumulación de fuerzas se da primero «abajo» (toma de conciencia, organización de base) y luego, eventualmente, puede seguir una expresión «por arriba», es decir, una apuesta electoral. La experiencia de Podemos sugiere que puede darse el proceso inverso. Cuando las condiciones son propicias, la construcción de una opción electoral, su posicionamiento público en términos de masas y determinados liderazgos, pueden catalizar grandes segmentos de descontento acumulado, unir fuerzas dispersas y dinamizar procesos organizativos por «abajo» promoviendo la construcción de poder popular (asambleas locales, círculos políticos a nivel de bases, incorporación de grandes contingentes a la militancia activa). Tal vez Venezuela sea otro ejemplo de esta dinámica invertida, donde un catalizador como Hugo Chávez acaba ganando la elección en 1998, partiendo en dos la historia venezolana y abriendo un nuevo escenario signado por un proceso de construcción de poder de base en gran medida empujado desde el propio Estado.
Dos. El asalto del sentido común.
El discurso de Podemos, aún siendo de izquierda y crítico de las políticas de austeridad que han impulsado los sucesivos gobiernos en España, ha innovado en las formas. En un elemento básico como es la delimitación del «nosotros» y el «ellos» esquivaron la clásica polarización izquierda vs derecha y la sustituyeron por «arriba» vs abajo» o «la casta» vs «la gente». En esa nueva demarcación de la frontera fue posible agregar una mayor cantidad de identidades.
Otro elemento clave es el uso en el discurso de «significantes vacíos» (democracia, país, bienestar, cambio, gente, justicia). Se trata de conceptos universales de uso corriente y legitimados en el sentido común, que al mismo tiempo son tan amplios que a priori no dicen nada y por tanto cabemos todos. Aquí la disputa no pasa por las palabras, sino por su contenido. Es posible hablar con palabras «normales» y que además son parte del herramental simbólico del orden, siempre y cuando las resignifiquemos y las politicemos en un sentido emancipador. Por ejemplo, si las identidades de clase no identifican y hoy en día el más arquetípico de los obreros con su mono de trabajo azul, probablemente se reconozca antes como habitante de algún barrio, hincha de Peñarol o miembro de la clase media que como clase obrera, entonces hay que tener flexibilidad táctica para apoyarse en otros elementos simbólicos que sí identifiquen («gente», «pueblo», «mayoría»), aunque esto no implique necesariamente dejar de hacer una política con contenido de clase. A la hora de la disputa de los imaginarios y de la construcción del discurso importa menos lo que objetivamente es un sujeto y más cómo éste se reconoce a sí mismo.
Cualquier fuerza que parta de una situación de minoría y por tanto precise crecer y abrirse a sí misma el espacio político para existir, no puede comenzar el camino entrando en colisión directa con el sentido común de su tiempo. Es preciso conectar con él, asentarse en él y desde ahí tensionarlo y resignificarlo. Si la estrategia por el contrario pasa por afirmarse en los rasgos identitarios más específicos y por tanto más diferenciadores, entonces el resultado más probable será la marginalidad política.
Tres. La importancia de lo mediático.
Finalmente, el fenómeno Podemos nos habla también de la importancia de la presencia mediática para la disputa por la hegemonía. Pintadas, pegatinas y volantes son fundamentales, pero hoy día, la mayor campaña de propaganda callejera quizá no alcance el impacto de unos pocos minutos en un medio de comunicación masivo. Los medios comunitarios por su parte pueden ser claves en etapas de defensiva y resistencia, pero probablemente sean insuficientes para la disputa de sentido en términos de masas.
Es claro que la presencia en los medios no es una mera opción, se trata de un espacio a priori vedado para quien se propone alterar un orden determinado y además tiene posibilidades reales de hacerlo (que no es el caso de nuestra izquierda en el corto plazo). De no existir una definición y una estrategia clara para ganar un lugar en el terreno mediático, los pocos segundos con posibilidades para emitir un mensaje a ser recibido por masas será cuándo algún programa matinal invite a un militante como quién invita a una persona que dice haber avistado un OVNI en Lavalleja, es decir, como una curiosidad o rareza pintoresca.
Querámoslo o no, actualmente gran parte de la política transcurre sobre la base de la existencia mediática, hacer de cuenta que ese terreno no existe o es inexorablemente hostil es dejárselo entero al adversario y por tanto renunciar a la disputa por el poder.
……..
No sabemos qué ocurrirá finalmente con Podemos, en principio ha abierto una interesante grieta en un sistema político que parecía sólido, pero nada garantiza que no acabe siendo más que una novedosa bomba de humo electoral o una nueva pieza de recambio para la sobrevivencia del poder de clase en una España con un bipartidismo en crisis. Más allá de la suerte que pueda correr, con su corta existencia y audacia nos ha aportado diversos elementos para pensarnos en nuestros procesos.
Nuestra izquierda, que desde el golpe de Estado hasta el momento probablemente nunca ha sido una opción real de poder, tiene por delante mucho para aprender y crecer. En particular en el plano de la comunicación de masas y la disputa por los imaginarios, terreno en el que la experiencia de Podemos puede ayudar. Somos una izquierda rápida para los adjetivos y las descalificaciones (que si son reformistas, que si se están corriendo al centro), más útil es la comprensión del fenómeno en su complejidad. Se necesitan menos fórmulas heredadas y más análisis sobre las actuales coordenadas históricas tanto materiales como simbólicas. Quizá de esta manera podamos ir dándole forma a un discurso propio, que siendo simple, potente, emotivo, politizador y agregador de identidades, se vaya abriendo paso en el imaginario común, condición necesaria aunque no suficiente, para la disputa por la hegemonía.
Notas:
1 Al menos tres de los principales dirigentes de Podemos, Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, han colaborado para los gobiernos de Ecuador, Bolivia o Venezuela y gran parte de sus tesis políticas fueron construidas sobre la base de lo aprendido en su pasaje por estos países latinoamericanos.
2 Supongamos que existe en nuestro país, transversalmente a los partidos y las organizaciones, una fuerza social que se propone aumentar la soberanía sobre los espacios económicos estratégicos y el excedente social al mismo tiempo que se incrementa la participación en la renta nacional de los sectores trabajadores, se abren espacios en el ejercicio del poder político en clave de democracia protagónica (asalto plebeyo a la institucionalidad) y se continua profundizando en la agenda de derechos para continuar desmantelando el Uruguay Conservador. A algo como esto podría llamar «nuestra izquierda».
3 Errejón, Iñigo. (2014). «Podemos» para lectores latinoamericanos. www.Rebelion.org (acceso: 3-2-2015)
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