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Los musulmanes de Birmania celebran el ramadán en un clima de tensión

Fuentes: Agencias

Los paraguas apenas protegen de las lluvias del monzón a las decenas de musulmanes de Rangún obligados a romper el ayuno del ramadán en la calle, debido a la creciente hostilidad de los budistas extremistas de Birmania. Hasta hace poco numerosas escuelas coránicas de la capital económica birmana podían acoger a los fieles, pero el […]

Los paraguas apenas protegen de las lluvias del monzón a las decenas de musulmanes de Rangún obligados a romper el ayuno del ramadán en la calle, debido a la creciente hostilidad de los budistas extremistas de Birmania.

Hasta hace poco numerosas escuelas coránicas de la capital económica birmana podían acoger a los fieles, pero el mes pasado fueron atacadas por los budistas extremistas, por lo cual las autoridades decidieron cerrarlas.

«Vivimos en este país pero no tenemos libertad para practicar nuestra religión«, se lamenta Hussein, mientras pela cebollas para la ‘iftar’, la cena de ruptura del ayuno.

A su alrededor, en una mezquita del este de Rangún, varios hombres llenan cuencos con arroz y lentejas que cocinan en inmensas ollas.

Instalados desde hace siglos en este país mayoritariamente budista, los musulmanes representan alrededor del 4% de la población.

Muchos de ellos, de la etnia de los rohinyás, viven en el noroeste del país, condenados al ostracismo.

Pero más allá de los rohinyás, por cuya situación el Gobierno de Aung San Suu Kyi recibe fuertes críticas de la comunidad internacional, una gran parte de la comunidad musulmana vive en Rangún, en barrios pobres, y se siente discriminada.

«Cuando era joven no había racismo. Éramos amigos con los budistas. Los invitábamos a comer y nos invitaban a comer», recuerda Hussein, que como muchos musulmanes birmanos, tiene nombre pero no apellido.

Aung Htoo Myint, uno de los responsables de la mezquita, explica que tienen muchas dificultades para acoger durante el ramadán a las centenas de personas debido al cierre de las escuelas coránicas.

Durante los primeros días, los fieles rezaron en las calles aledañas, pero eso también fue prohibido, aclara.

Tres personas serán juzgadas por haber organizado esas oraciones callejeras que «amenazan la estabilidad y el Estado de derecho».

VIOLENCIAS RECURRENTES

Birmania recibe críticas desde hace años por la forma en que trata a la minoría musulmana. Unas leyes votadas en 2015 restringieron los matrimonios interreligiosos.

La situación no ha evolucionado desde la llegada al poder del Gobierno civil de Aung San Suu Kyi, la premio Nobel de la Paz, señalada por su silencio ante el drama de los rohinyás.

A comienzos de mayo la policía tuvo que intervenir durante un altercado entre budistas extremistas y un grupo de musulmanes.

En 2012, violentos enfrentamientos, particularmente en el noroeste del país, en el Estado de Rakhine, cuna de los rohinyás, causaron cerca de 200 muertos en unas semanas, en su mayoría musulmanes.

Desde entonces, miles de ellos viven en campos de desplazados en el oeste del país.

«Me preocupa que se produzcan otros incidentes en el futuro», dice Haroon, 57 años, que pasó toda su vida en Rangún, donde vende chapatis, unos panecillos tradicionales sin levadura.

Haroon está cada vez más preocupado por los nacionalistas y apunta claramente, sin atreverse a pronunciar su nombre, al potente movimiento del monje Wirathu, Ma Ba Tha, conocido por su violento discurso antimusulmán.

Pero el movimiento es muy fuerte y está bien implantado en todo el país. En mayo fue prohibido, pero se reconstituyó rápidamente y apareció a la luz pública con un nuevo nombre.