Cuernavaca y Nicaragua tuvieron, en los años 70 y 80, una conexión basada en la solidaridad «libertaria y cristiana», que promovió, desde la Diócesis encabezada entonces por Sergio Méndez Arceo, no sólo colectas de apoyo a la Revolución Sandinista, sino incluso la participación de decenas de hombres y mujeres que apoyaron in situ el corte […]
Cuernavaca y Nicaragua tuvieron, en los años 70 y 80, una conexión basada en la solidaridad «libertaria y cristiana», que promovió, desde la Diócesis encabezada entonces por Sergio Méndez Arceo, no sólo colectas de apoyo a la Revolución Sandinista, sino incluso la participación de decenas de hombres y mujeres que apoyaron in situ el corte del café, la promoción de la salud, pero sobre todo el proceso de liberación de un pueblo hermano.
Tres décadas después, cuando se observan los acontecimientos que golpean a la población nicaragüense, algunos de esos hombres y mujeres, que solidariamente acudieron a apoyar aquella Revolución, se muestran contrariados, «encabronados», con las acciones de Daniel Ortega, el otrora comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FMLN), elegido para ser el líder, entonces; y que al final terminó entregando el poder ante la decisión de una población cansada de su corrupción y que hoy, se ha transformado en su principal verdugo.
«No supo estar a la altura de la ternura de los pueblos y hoy se pone el saco de (Anastacio) Somoza», dice seriamente Arturo Torres Romero, mejor conocido como El Churro, quien fue cuatro veces a Nicaragua durante la Revolución. Dos a las brigadas de corte de café, una como artista, pues desde entonces se dedica al teatro de carpa, y una más en una brigada de salud.
Actor, compositor y cantante desde hace más de tres décadas, El Churro pertenece al Grupo Zero, pero reparte su vida también en espacios en Radio Educación y una radio comunitaria en Oaxaca. Dice apesadumbrado: «El problema con los gobernantes, y en este caso de aquellos que emanaron de la Revolución, es que se desvincularon de la gente que luchó con ellos, que se comprometió con el proceso; pero también se desvincularon de los dirigentes más honestos; e incluso, te lo digo como artista, se desvincularon de los artistas. Porque la Revolución Sandinista no sólo fue un proceso político, fue una Revolución Poética».
Y el fracaso de este proceso, por supuesto que representa «un golpe al corazón de la solidaridad y las esperanzas de transformación hacia un mundo justo, de libertad, de fraternidad, como lo impulsó la Revolución Sandinista», dice José Martínez Cruz, quien viajó con la quinta brigada al corte del café en diciembre de 1988 y enero de 1989, y que a lo largo de su vida ha militado en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, y que lo llevó a fundar la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Morelos, una de las más aguerridas organizaciones civiles de la entidad.
En entrevista, dice: «lo que estamos presenciando con el gobierno de Daniel Ortega, es todo lo contrario a lo que luchó el pueblo nicaragüense. Ahora prácticamente es una dictadura en manos de Daniel Ortega y de su esposa Rosario Murillo, que en su momento participaron en el Frente Sandinista y que ahora ellos encabezan un gobierno que ha significado el desangramiento del pueblo nicaragüense».
Estamos ante «una represión sistemática en contra de las movilizaciones, en contra de diferentes sectores, y particularmente en contra de los jóvenes que precisamente fueron la sangre del Sandinismo, los que forjaron el Sandinismo y que ahora, son masacrados, ametrallados en la propia Universidad de Nicaragua, que fue bastión del Sandinismo. Y no se diga de Monimbó, el símbolo de la resistencia indígena, y Masaya, y todos esos pueblos que fueron bastiones de la insurrección sandinista en su momento».
José Martínez identifica este proceso como «la vuelta de tuerca histórica» producto de lo que llama «peligros profesionales del poder», es decir, «una vez que se prueban las mieles del poder, no se quiere abandonar, pero sí se abandonan los principios revolucionarios en aras de tener privilegios, de mandar y de imponer su voluntad por encima de programas, principios, plataformas ideológicas, incluso de romper con su propia historia».
Acongojado, asegura que lo que ocurre «duele verdadera y profundamente en el corazón y en la conciencia», pero no por ello existe la alternativa de la rendición: «La lucha continúa y continúa contra quienes utilicen el poder para imponerse sobre los demás, llámese Daniel Ortega o quién sea».
Frente a esto, «es necesario tener el pesimismo de la razón, pero al mismo el optimismo de la voluntad. De que se puede transformar, de que es necesario continuar organizándose y de no abandonar la perspectiva de transformación socialista o de emancipación que se requiere por parte de la humanidad ante el desastre que estamos viviendo, no solamente en Nicaragua, sino en todo el mundo».
Para Alicia Arines, mujer comprometida con el trabajo de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) en la comunidad de Tejalpa, en Jiutepec, la situación en Nicaragua es «triste, estoy angustiada porque hay un problema que pudiera resolverse a través del diálogo, pero los gobernantes dejaron de escuchar al pueblo, se aislaron y pusieron oídos sordos a una realidad que no era fácil. Es muy cruel la actitud que están tomando, en lugar de escuchar al pueblo, esté reprimiéndolo».
Muy joven y con sus hijos «chiquitos», se involucró en el trabajo social: «Vengo de las CEBs, las luchas de nuestros pueblos y la experiencia de solidaridad con otros países, eso nos llevó a voltear a ver lo que ocurría en las luchas de nuestros pueblos. La solidaridad con América Latina se da a través de grupos alentados por Don Sergio (Méndez Arceo), esta inspiración cristiana de ser samaritano, de ser samaritana, nos da la idea de ser hermanos sin importar las fronteras».
Alicia Arines cuenta que Méndez Arceo «fue el primero que nos apuntaló en esta búsqueda de hermanarnos con pueblos que sufrían. Yo fui en la brigada que fui, fue la tercera. Fue una experiencia de hermanarnos. La verdad al corte del café sólo fuimos a aprender, lo más rico fue compartir nuestras experiencias y angustias, cómo prepararnos si llegaban los contras. A parte de las vivencias felices, eran angustias por la posibilidad de ser atacados por la contra».
«Nicaragua era una gran esperanza para todos. En 1979 nos mostró cómo un pueblo podría derrocar a un dictador como Somoza. Los pueblos sin recursos se había rebelado. Luego, vimos como la gran riqueza de Nicaragua era el café. Aquí en Morelos hicimos campañas aquí para comprar machetes, para comprar botas para los campesinos que estaban cuidando las trincheras, los cultivos», informa.
Relata como en algún momento lanzaron, con el Comité de Solidaridad con América Latina (Cosal), la campaña «Una flor por Nicaragua». «Compramos flores y luego nos lanzamos a todos los espacios posibles para revenderlas a la gente, a quien además concientizábamos de la situación que vivían nuestros hermanos. Con ese dinero comprábamos cosas para llevarlas a nuestros hermanos y hermanas» sandinistas».
Como mujer enfrentó críticas y «angustias». «No podía creer que fuera a Nicaragua, yo era joven, era mujer, tenía hijos chiquitos. Lo consensamos con la comunidad, unos decían que era bueno que fuera, otros más me decían que no fuera, que era peligroso y que tenían hijos chiquitos. Pero yo tenía la firme idea de ir, de participar y vivir esa experiencia. Era muy importante porque era tú convicción, tú participación, pero también el riesgo de que allá podrías quedarte, por los ataques de la contra», dice orgullosa.
Porque al final, «entender el evangelio que nos llevaba a comprometernos incluso sabiendo que podíamos perderlo todo. Allá la vivencia, llegamos a la colonia Nicaragua, de verdad sentimos la hermandad. Ahí había CEBs lo que me hizo sentir como si estuviéramos en México. Luego llevamos a la colonia 14 de septiembre, fue muy rico porque estuvimos en comunidad esos primeros días. Luego fuimos a Matagalpa. La gente se veía con tanta alegría, con tanta esperanza, por nuestra presencia».
Finalmente, «yo creo que, como decía Don Sergio: ‘la solidaridad, que es la ternura de nuestros pueblos’, tiene que seguir y tenemos que mantener esta esperanza, pero denunciando, exigiendo el cese a toda estas represiones y un diálogo, porque sólo a través del diálogo es como se va a ir conformando y consolidando un gobierno con un pueblo que quiere la paz, que quiere la justicia. Todas y todos, desde nuestras trincheras, desde nuestros rincones, tenemos que manifestarnos. Aquí estamos y no es posible que estos gobiernos que eran la esperanza del país, estén haciendo esto», concluye.
Méndez Arceo y la Revolución Sandinista
Sergio Méndez Arceo, séptimo obispo de la Diócesis de Cuernavaca, impulsó con su pensamiento y su acción una transformación de la Iglesia Católica de la segunda mitad del siglo XX, según lo dice Tania Hernández Vicencio, en su texto Sergio Méndez Arceo y su visión internacionalista, publicado en el ejemplar número 38 de la revista Política y Cultura editada por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco.
Pero no su valioso aporte no se quedó sólo en el interior de la Iglesia, sino que fue más allá. «Fue un crítico de las desigualdades producidas por el modelo económico y del autoritarismo del régimen político mexicano», y fue más allá al insistir «en la unidad latinoamericana», lo que se expresó en la promoción de la solidaridad con los procesos de liberación del subcontinente durante los años 70 y 80.
Su solidaridad se expresó con Cuba, El Salvador, Guatemala, pero también con Nicaragua. «Don Sergio se solidarizaba con estos pueblos y movimientos a través de sus homilías y por medio de la promoción de acciones directas de ayuda a los oprimidos, como visitas a los presos políticos, organización de festivales de apoyo a países centroamericanos, colectas de dinero y productos de primera necesidad, etc. y también animó a personas que fueron en brigadas a Nicaragua para apoyar la reconstrucción del país con acciones concretas como el corte de la caña y el café», según advierte la investigadora Gloria González, en una ponencia en 2008 en el simposio bianual de la Comisión para el Estudio de La Historia de las Iglesias en América Latina y el Caribe (CEHILA).
Fue justo cuando la contrarrevolución se convirtió en «la contra», financiada por los Estados Unidos, cuando se fortalecieron las acciones solidarias con los sandinistas. «A finales de 1984, en el Estado de Morelos se organizó la primera Brigada de apoyo al corte del café a Nicaragua», dice González. Esa primera brigada denominada Emiliano Zapata, estuvo conformada por cinco personas, entre ellos Arturo Torres Romero, el Churro y Marco Meneces, quien después formara parte de la organización civil Equipo Pueblo.
Y no sólo iban a apoyar las labores agrícolas. Jorge Torres Viveros, quien fuera en algún momento presidente del Cosal, le comentó a Gloria González que «con los brigadistas extranjeros, latinos y europeos, en los campos de cultivo se formaban escudos humanos cerca de la frontera entre Nicaragua y Honduras donde se concentraba la contra». Torres Viveros encabezó en los 80 una de las 11 brigadas de morelenses en solidaridad con Nicaragua, en febrero pasado falleció prematuramente, aunque su labor de solidaridad con América Latina no cejó y hasta el último día la impulsó desde su organización llamada Cetlalic.
Según Gloria González, los brigadistas pasaban unos días en Managua y «después eran llevados al lugar donde trabajarían por cuatro semanas aproximadamente». Debían llevar todo lo que necesitaban, porque allá no se les proveía de nada, más que de la comida y una litera en un albergue. «Al terminar su estancia en Nicaragua los brigadistas donaban la mayoría de las cosas que habían llevado, así que regresaban a su país solamente con el corazón lleno de experiencias y con la satisfacción de haber apoyado un poquito al hermano pueblo de Nicaragua», concluye González.
La gran mayoría de los brigadistas fueron marcados por aquella experiencia, de tal suerte que la dedicaron a los procesos sociales y de liberación, a través de las organizaciones civiles, de la defensa de los derechos humanos, de la acción cultural y artística y de la práctica de la teología de la liberación. Así ocurre con Eduardo López, el Guajolote; Rosalva Velarde; Graciela Ménez; Laura Bustos; Manuel Gutiérrez Tola; Sergio Torres Romero; Aracely Castrejón Rojas; Juan Manuel Vélez; Moisés Hernández; Irma Villaseñor; Margarita Guerrero; Fernando Malacara; Mario González; entre otros.
Desafortunadamente, aquella solidaridad con el pueblo nicaragüense, con los sandinistas, con sus líderes, incluido Daniel Ortega, hoy se ha visto traicionada, pues «terminaron haciendo aquello que combatieron». Desde Cuernavaca, los brigadistas lamentan lo que ocurre y saludan la resistencia del pueblo nicaragüense, además de exigir que se detenga la represión fratricida que hoy reina en esa zona de Latinoamerica.
Casi 30 años después del triunfo de la Revolución Sandinista, es tan actual la interpelación del propio Méndez Arceo en una de sus homilías respecto de Nicaragua a principios de los 80: «¿Qué podemos nosotros hacer desde acá? Enterarnos al menos para poder ser solidarios. No podemos decir que son cosas que no nos interesan, o lo que se suele decir, que esto no se debe tratar en los templos, que ésas son cosas muy políticas, como si la masacre de un pueblo fuera nada más cosa política».
En febrero de 1992, en el funeral del Patriarca de la Solidaridad, bautizado así por Pedro Casaldáliga, mientras cientos de laicos exigían: «queremos obispos al lado de los pobres», irónicamente, entre los arreglos florales se encontraba uno de Fidel Castro y a un lado, otro de Daniel Ortega. «Sin duda hoy Don Sergio levantaría la voz contra la represión», concluye Arines.
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