Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Es extraño. Cuando uno se acerca desde el sur a la Zona Desmilitarizada que divide Corea en dos partes pueden verse multitud de banderas y emotivos eslóganes sobre la «paz», pero nada que represente el punto de vista de los norcoreanos. Todas las banderas son de la República de Corea (RC), modo oficial de nombrar a Corea del Sur.
Mucha de la gente que vive cerca de la línea divisoria ha convertido toda esta área en una trampa para turistas: hay torres de observación para «echar un vistazo a Corea del Norte», tiendas que venden souvenires militares de la RC y de EE.UU., e incluso vieja ropa militar. Como si los norcoreanos fueran animales raros que viven en una jaula, fascinantes para estudiar y observar, pero a los que no conviene tocar por ser peligrosos.
Lo cierto es que todas las banderas que se exhiben aquí son de Corea del Sur. Incluso cuando se muestran dos banderas cruzadas, en lo que debería simbolizar una unión fraternal, ambas son idénticas, de Corea del Sur. Parece grotesco pero así es como es.
Da la impresión de que en este «esfuerzo por conseguir la paz» y por la reunificación de Corea falta algo importante y básico: ¡algún símbolo de Corea del Norte!
Conozco ambas partes, el Norte y el Sur, y lo que me preocupa es que parece como si el Sur pensara que puede promover todo este «asunto de la unificación» por su cuenta, sin considerar las necesidades y deseos del otro lado.
Y Occidente da por descontado que, al final, el Norte será absorbido por el Sur, acostumbrado a conseguir lo que quiere. Porque, en su fervor fundamentalista, ni siquiera es capaz de considerar las sensibilidades y los objetivos de otros sistemas políticos, filosóficos y sociales.
El plan de Occidente y Corea del Sur es bastante simple, aunque casi nunca se explica claramente por «razones estratégicas»: Cuando llegue el momento de la unificación potencial, la República Popular Democrática de Corea (RPDC) simplemente dejará de existir, al igual que Alemania Oriental dejó de existir hace tres décadas. Inmediatamente después, toda Corea empezará a regirse por los principios capitalistas, «bajo los auspicios y el dictado de Occidente».
Y tanto el pueblo como los dirigentes de Corea del Norte caerán de rodillas y se rendirán cuando las masas echen abajo las vallas fronterizas con sus propias manos. Las personas corrientes renunciarán encantadas a su sistema, así como a varias décadas de lucha y firme sacrificio. Todo será arrojado al altar de las poderosas corporaciones surcoreanas y del régimen pro-occidental.
¿Será así como ocurrirá? ¡Ni lo sueñen!
Arte propagandístico cerca de Seúl (Andre Vltchek)
Corea no es Alemania. Y la segunda década del siglo XXI es muy distinta de aquellos años confusos y extraños en los que Gorbachov demostró al mundo cuánto daño puede causar a su propio país y a todo el planeta un tonto útil e ingenuo.
Lo cierto es que Corea del Norte nunca se desintegrara del modo en que lo hizo Alemania Oriental por muchas razones, entre otras porque su historia es muy diferente. Alemania fue dividida entre las cuatro potencias victoriosas tras la Segunda Guerra Mundial. La parte occidental no deseaba necesariamente ser capitalista y proccidental (Estados Unidos y Reino Unido falsearon las elecciones de posguerra), y el este tampoco deseaba necesariamente estar en la órbita soviética. Seamos sinceros: poco antes, el país entero estaba enloquecido, gritando consignas grotescas y babeando bajo las esvásticas, lleno de admiración maniática por un asesino psicópata.
No, ¡Corea del Norte no era y no es Alemania Oriental! No fue «asignada» a ningún bloque. Luchó hasta el final por establecer su propio sistema; tuvo millones de bajas a causa de una guerra brutal, o digamos más bien un genocidio cometido por Occidente. Y al final, con la ayuda fraterna de China, consiguió ganar.
Desde el principio, la RPDC fue un país internacionalista, muy del estilo de Cuba. Sin haberse recuperado del todo de una terrible devastación, ayudó a liberar muchas partes de África.
Siempre supo lo que quería, luchó por ello y, al final, ¡alcanzó muchas de sus metas!
Nunca se desmoronó bajo las sanciones y la propaganda combinada de la República de Corea y sus aliados occidentales. Ni siquiera cambió de rumbo cuando el bloque soviético se vino abajo.
Es un país asombroso, a pesar de lo que mucha gente piense de su sistema político. Y los norcoreanos son personas asombrosas (tuve el privilegio de rodar allí, cuando realicé mi película «poética» de 25 minutos «Rostros de Corea del Norte»). No venderán sus ideales a cambio de coches más grandes y unos pantalones vaqueros de diseño. Al igual que para los cubanos, la patria norcoreana no está en venta.
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Además, imaginemos cómo se lo tomarían China y Rusia (cada vez más amenazadas por Occidente), si toda Corea cayera en manos de Estados Unidos. ¡Imaginen todas esas bases militares amenazando Harbin, Dalian, Pekín, Jabárovsk y Vladivostok!
Corea del Sur tiene la sospecha de que el Norte no se rendirá.
Lo han intentado todo. Han erigido enormes palacios para la propaganda, como el infame «Museo de la Guerra» de Seúl. Han retransmitido sermones panfletarios mediante emisoras de radio, llegando a instalar gigantescos altavoces junto a la línea divisoria. Han colaborado con las iniciativas occidentales destinadas a aislar, e incluso matar de hambre, a su hermana del norte. No sirvió de nada.
Museo de la Guerra en Seúl (Andre Vltchek)
La República de Corea solía censurar la prensa, hacía desaparecer y asesinaba a sus propios disidentes, torturaba y violaba a los prisioneros políticos. Y todo ello con la intención de acabar con cualquier simpatía que los ideales comunistas siguieran teniendo en el Sur. La campaña de terror surcoreana fue terrible, solo comparable a las que se realizaron en América del Sur durante las dictaduras derechistas y, claro está, a la que sufrió Indonesia a partir de 1965.
Seúl nunca llegó a pedir perdón a sus víctimas. A diferencia de Taiwán, no levantó museos o monumentos dedicados a las víctimas del terror de derechas.
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El intento de «suavizar» a la RPDC mediante las sanciones, la carrera armamentística y las amenazas no dio fruto alguno. Todo lo contrario: Corea del Norte se las apañó para endurecerse, consiguió movilizarse y aprender a producir prácticamente de todo: desde automóviles hasta misiles, desde ordenadores hasta equipamiento médico y medicamentos de vanguardia.
La única manera de que ambas coreas encuentren un lenguaje común es mostrando un tremendo respeto por la otra parte. La solución alemana no funcionaría aquí y no debería imponerse.
Ambas banderas deben ondear juntas. Ambos sistemas políticos deben ser respetados. Cuando se habla de unificación, ambos sistemas deben tenerse en cuenta.
Si Corea del Sur pretendiera «devorar» a Corea del Norte no acontecería nada bueno: solo mayor tensión, descontento y una posible confrontación. El Norte es una tierra orgullosa. Ha conseguido llegar lejos, por sí misma. Ha sobrevivido, contra todo pronóstico. Ha ayudado a muchos pueblos oprimidos del mundo, con sinceridad y generosidad. Tiene buenas razones para sentirse orgullosa. Por tanto, nunca se rendirá.
Aún así, Corea es una nación y anhela la unidad. La conseguirá, pero antes «las dos hermanas», ambas bellas, ambas brillantes, ambas muy distintas, tienen que sentarse juntas a hablar honesta y sinceramente. Lo han hecho anteriormente y volverán a hacerlo. Juntas forman una familia. Pero no pueden convivir en una misma habitación. Todavía no. Pueden compartir casa, si, pero en dos apartamentos diferentes.
Y cuando se sienten a hablar y a intentar reconstruir su casa, no deberían tener ninguna intromisión del exterior. No necesitan que nadie les diga lo que tienen que hacer. Ya lo saben, encontrarán una lenguaje común si se les deja en paz. Entra en el ámbito de lo posible y lo lograrán, esperemos que pronto. Pero no «al estilo alemán»; lo harán «al estilo coreano» o no lo conseguirán.
Andre Vltchek es un filósofo, novelista, cineasta y periodista de investigación nacido en Rusia y residente en Estados Unidos. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países y es autor de múltiples libros, entre ellos un diálogo con Noam Chomsky en el que analiza el poder y la propaganda occidental, Terrorismo occidental (Txalaparta, 2014).
Fuente: https://www.investigaction.net/en/korea-unification-does-not-have-to-be-german-style/
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