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Uruguay y los paradigmas de la corrupción

Recordando a Luis XVI

Fuentes: Bitácora

Uno de los temas recurrentes, de abordaje inminente, es el de la corrupción que, sin duda, abrirá varios capítulos en el compendio histórico que se realizará algún día sobre los primeros tiempos de la acción de nuevo gobierno. La curiosidad existe en todos: ¿Cómo hará Tabaré Vázquez y su elenco de ministros para terminar con […]

Uno de los temas recurrentes, de abordaje inminente, es el de la corrupción que, sin duda, abrirá varios capítulos en el compendio histórico que se realizará algún día sobre los primeros tiempos de la acción de nuevo gobierno. La curiosidad existe en todos: ¿Cómo hará Tabaré Vázquez y su elenco de ministros para terminar con los abusos, los privilegios, las complicidades, la corrupción lisa y llana y el delito contra los intereses del Estado?
En Uruguay, desde hace muchas décadas se fue estableciendo un tejido de complicidades que tienen diversa entidad pero, ninguna de ellas, pueden ser toleradas. Hay cómplices políticos, que por razones de amistad, cobardía o conveniencia no atacaron de frente y con fuerza los focos de corrupción que han aparecido en muchas dependencias estatales y, más allá de eso, en todas las zonas en las que poder tuvo injerencia y cabida.
Muchos actos de corrupción que pese a ser denunciados por los organismos correspondientes (Tribunal de Cuentas, Auditoria Interna de la Nación, etc.), no dejaron de estar presentes en la realidad uruguaya en la que sobrellevamos, además, una sorprendente pasividad parlamentaria ante la enormidad impulsada por nada menos que el presidente de la Asamblea General Legislativa y Vicepresidente de la República, de archivar miles y miles de expedientes en los que el principal organismo de contralor (Tribunal de Cuentas), observó trámites, pero también denunció violaciones al TOCAF y también se explayó sobre la legalidad de acciones, como por ejemplo la famosa «Megaconseción» ¿Cómo es posible que en este país el gobierno acepte sin más que organismos oficiales como los bancos del Estado, no tengan sus balances al día?¿Qué no se conozca el número de empresas, pertenecientes a entes del Estado, ni tampoco sus balances, ni en torno a ellos se cumpla con la ley que exige la publicación de los mismos en el Diario Oficial?
Podríamos seguir infinitamente hablando de aspectos administrativos, cuestionados por el Tribunal de Cuentas, que siguen sin ser atendidos por la asamblea legislativa, hecho en que además existen muchas más responsabilidades. ¿El lector recuerda, acaso, planteos concretos de los legisladores al respecto?
¿Y los contratos de obra? ¿Y los sueldos de una insolencia pecaminosa que se auto pagan directores de bancos estatales que funcionan dentro del régimen privado, que en su momento fueron superiores a los del presidente de la nación más poderosa de la tierra? Decimos sueldos insolentes y pecaminosos en el Uruguay, si los comparamos con los que obtienen por su trabajo los docentes, tanto de primera, secundaria como Universidad de la República, que también dependen del Estado que, obviamente, mide con dos varas totalmente distintas. Y, por supuesto, la mayoría de los trabajadores estatales.
Pero sigamos recordando: ¿Qué ocurrió con la denuncia de que cientos de computadores desaparecieron de ANEP, durante el marco de esta misma administración? Por supuesto que el manto del olvido coronó todo un proceso que, de ahondarse, podría haber desembocado en la justicia penal.
Antes del año 30, cuando los gobernantes, legisladores y jueces aceptaban la función pública como una carga, Uruguay era un país modesto pero próspero. Claro, las condiciones internacionales eran otras y la globalización no era todo lo voraz y sangrienta que es ahora.
Aun así, existieron factores coyunturales basados en las condiciones agropecuarias que permitían vivir en un país con estabilidad y con un cierto principio, de tendencia a la igualdad, decimos «tendencia» porque igualdad no había, pero con un cierto principio de equidad o de búsqueda de la equidad ante la ley. El batllismo fue eso. Sus logros en materia de seguridad social, el desarrollo de las empresas de servicios públicos, a través de las nacionalizaciones, «aggiornaron» al país y lo convirtieron en lo que alguien lo llamó «la Suiza de América»
Por supuesto que hubo hechos de corrupción gigantescos en el país, Recordemos los «crac» bancarios, las ventas de carteras y otras lindezas que deberemos recordar siempre. No olvidemos la famosa «infidencia», el tema de las «cajas negras», etc. Pero, más allá de esos hechos, el principal engendro de la corrupción se comenzó a gestar en el período dictatorial. Empezó a desarrollarse un tejido de corrupción y de complicidades que se prolonga hasta hoy, paralelo al cual hubo omisiones legales de todo tipo, en un «dejar pasar» que inclusive envuelve a muchos estamentos de los cuatro gobiernos post dictadura.
No hubo decisión por parte de los sucesivos presidentes de la República y de los miembros de los partidos gobernantes, para deshacer ese tejido. Algo nada fácil, lo entendemos, ni que se puede hacer de un día para el otro porque donde se disipa una infección al día siguiente aparece otra. Especialmente luego de la aparición – en el período dictatorial – de la filosofía neoliberal y su modelo económico, que hicieron de la obtención de dinero el logro central del desarrollo de los individuos.
En más de una ocasión hemos incursionado en este tema. El modelo implícito en el neoliberalismo modificó los paradigmas de la sociedad, valiendo más la ostentación de la riqueza que otros elementos, como ser un «buen padre de familia», entrando en desuso valores como austeridad, decencia, honradez, recato, probidad, moralidad, etc.
Con ello no debemos generalizar elementos al barrer pero también entender que la honestidad, por ejemplo, puede estar atada a una red de compromisos y complicidades ya no de orden económico sino de orden político, que detonan una manera de encarar los problemas que podemos definir como de «excesiva cautela» que, en definitiva, determinan la que demora en la acción en contra de situaciones malsanas que se deberían romper cortándolas de raíz.
Muchos hombres «probos», intachables en lo personal, al ahondarse muchas veces el análisis, aparecen como «más amigos de sus amigos» que enemigos de la corrupción.
Si los últimos cuatro presidentes de la República hubieran querido desenmascarar a los corruptos lo podrían haber hecho., No es tan difícil llegar al fondo de la verdad.
Ahora, sin duda, en la cabeza del presidente electo y de su elenco de colaboradores está poner fin a lo que sigue ocurriendo en nuestro Estado. Colocar un dique a la pasmosa situación que, al profundizarse alguna denuncia periodista, alarma. Nadie ha desmentido la multiplicidad de situaciones que tienen como centro al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde – de acuerdo a lo afirmado – se modifican legajos, otros desaparecen, se realizan tareas de encubrimiento, todo ello para que la futura administración tenga dificultades para encontrarse con la verdad de los privilegios, por no llamarlos de otra manera, que, al parecer, son moneda corriente en el servicio exterior.
No solo existe la decisión proclamada del gobierno electo sino la voluntad popular de que se comience a recorrer un camino que, parece, ineludible. La limpieza total no es tan fácil especialmente cuando se debe realizar, sin vueltas, a través de las instituciones, respetando los derechos de todos. Sin embargo nadie aceptaría que en el diario de situación del nuevo gobierno alguien escribiera lo que Luis XVI estampó el día de la Revolución Francesa. El 14 de Junio de 1789 escribió «Aquí no pasa nada»
Es una famosa historia, ¿no? No nos parece que lo que sucederá ahora será también una negación de la realidad, porque – lo podemos probar – nunca la historia deja esas negaciones sin su merecido castigo.

(*) Periodista, secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del suplemento Bitácora. Montevideo. Uruguay.