El presidente Emile Lahoud parece haber ganado las primeras elecciones libres realizadas en Líbano en 30 años. Por supuesto Lahoud, pro sirio, no era candidato; pero al menos por otros tres años su puesto está seguro. Su decisión de permitir que el rebelde general antisirio Michel Aoun regresara al país tras 15 años de exilio, […]
El presidente Emile Lahoud parece haber ganado las primeras elecciones libres realizadas en Líbano en 30 años. Por supuesto Lahoud, pro sirio, no era candidato; pero al menos por otros tres años su puesto está seguro.
Su decisión de permitir que el rebelde general antisirio Michel Aoun regresara al país tras 15 años de exilio, para participar en la tercera ronda electoral, dividió a la oposición antisiria, lo cual era el resultado que el presidente había previsto, según sus allegados.
El general Aoun, quien se ha comparado con Napoleón, Charles de Gaulle y Alejandro Magno -sus partidarios maronitas siempre han gustado de las figuras mesiánicas-, obtuvo 21 de los 58 escaños legislativos que estuvieron en disputa el domingo, lo cual le dio un voto decisivo en la próxima legislatura.
La tragedia fue para quienes creían que la indignación causada por el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri produciría una oposición unida, salvaguardada por el hijo del político sacrificado, Saad, y por el líder druso Walid Jumblatt, quien durante la guerra fue enemigo del general Aoun.
Hariri hijo arrasó con los escaños en Beirut hace apenas dos semanas -como hicieron los aliados sirios del Hezbollah una semana después en el sur del país-, pero la jornada dominical llevó el desastre a quienes creían que una fuerte mayoría parlamentaria podría derrocar al presidente Lahoud por la vía legislativa y convertir a Líbano en una nación libre.
Haram, dicen en el mundo árabe: «lástima» por quienes ya avistaban el florecimiento de la «primavera» libanesa.
El general Aoun libró una inútil «guerra de independencia» durante 18 meses contra el ejército sirio en 1989 y 1990, y acabó siendo arrojado del palacio presidencial por un ataque aéreo sirio que contó con el respaldo estadunidense, pues en ese entonces Siria era amiga de Washington en la «coalición» contra la ocupación de Kuwait por Saddam Hussein. Aoun voló en pijama a la residencia del embajador francés y abandonó a sus soldados a un destino sangriento.
Sin embargo, volvió a Líbano por cortesía de su némesis, el presidente Lahoud, y una vez aquí aseguró que fue él, no el asesinato de Rafiq Hariri ni la condena de Walid Jumblatt a los sirios, quien obligó al ejército sirio a la retirada.
Sostuvo que el hijo de Hariri y Jumblatt eran peores que el ex comandante de la inteligencia siria en Líbano. Le dio resultado: sus partidarios votaron por él, gracias en parte a su extraordinaria decisión de compartir su planilla con políticos pro sirios. Hasta un popular candidato cristiano de oposición que podría haber remplazado al presidente Lahoud, Nasib Lahoud (sin parentesco con aquél), resultó derrotado.
Cierto, fue una elección democrática, pero la presencia del general Aoun tuvo el efecto de destruir cualquier esperanza opositora de obtener 85 de los 128 escaños en el parlamento, lo cual habría permitido reformar la Constitución y destituir al jefe del Ejecutivo. Ahora tiene 46 escaños, contra 21 de Aoun, y necesita 65 siquiera para formar mayoría en la asamblea. Las últimas elecciones, que se realizarán el próximo fin de semana en el norte libanés, decidirán su destino.
El pragmatismo de Michel Aoun -cinismo, dirían algunos- le ha permitido unirse con uno de los aliados más cercanos de Damasco en Líbano, el ex ministro del interior Sulieman Franjieh, para la próxima ronda.
Ahora ha quedado claro que el general tiene mucho mayor apoyo cristiano del que sus opositores maronitas habían previsto. A menudo su cómodo exilio de 15 años en París era descrito como un sufrimiento de corte cristiano, un martirio soportado en nombre de la futura libertad y la democracia en Líbano por sus adoradores, quienes no entienden las advertencias de sus detractores de que probablemente esté más interesado por el futuro de su propio poder que por el de su patria. Cuando gobernaba Beirut oriental, en 1989, proscribió los periódicos, encerró a sus opositores y se trenzó en combate con sus rivales cristianos.
Sin embargo, pocos en Líbano tienen las manos limpias de sangre -Jumblatt tiene mucha también- y este país está probablemente condenado a volver a vivir las traiciones de la guerra civil en su próximo parlamento. En la elección del próximo domingo están en juego 28 escaños: la oposición necesita 19 para controlar el parlamento. No contengan la respiración.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya