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Hamas y la «promoción de la democracia»

Fuentes: La Nacion (Chile)

Hamas ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales de base y de servicio a los pobres, una plataforma y una práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar. La victoria electoral de Hamas es ominosa pero comprensible, a la luz de los acontecimientos. Es enteramente justo […]

Hamas ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales de base y de servicio a los pobres, una plataforma y una práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar.

La victoria electoral de Hamas es ominosa pero comprensible, a la luz de los acontecimientos.

Es enteramente justo describir a Hamas como fundamentalista, extremista y violentista, y como una seria amenaza a la paz y a un acuerdo políticamente justo. Sin embargo, es útil recordar que en aspectos importantes Hamas no es tan extremista como otros. Por ejemplo, declara que estará de acuerdo con una tregua con Israel sobre la base de la frontera reconocida a nivel internacional antes de la guerra árabe-israelí de junio de 1967.

Tal idea es totalmente ajena a Estados Unidos e Israel, que insisten en que cualquier salida política debe incluir la ocupación israelí de partes sustanciales de Cisjordania (y de las olvidadas colinas del Golán, en Siria).

Hamas ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales de base y de servicio a los pobres, una plataforma y una práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar. No obstante, para la administración de Bush, la victoria presenta otro obstáculo para su programa de desincentivar la democracia, denominado oficialmente «promoción de la democracia».

La posición de Washington hacia las elecciones en Palestina ha sido coherente. Las elecciones fueron postergadas hasta la muerte de Yasser Arafat, que fue recibida como una oportunidad para la realización de la «visión» de Bush sobre un eventual Estado palestino democrático, que es un pálido y vago reflejo del consenso internacional sobre un acuerdo de dos entidades estatales en la zona, que Estados Unidos viene bloqueando desde hace 30 años.

En un análisis en «The New York Times», publicado poco antes de la muerte de Arafat, Steven Erlanger escribió: «La era posterior a Arafat será la última prueba de un acto de fe norteamericano por antonomasia: que las elecciones proveen de legitimidad incluso a la más frágil de las instituciones».

En el párrafo final leemos: «Sin embargo, la paradoja para los palestinos es rica. En el pasado, la administración Bush se resistió a apoyar nuevas elecciones nacionales entre los palestinos. La idea en aquel momento era que las elecciones harían lucir mejor a Arafat y le darían un mandato fresco, y podrían ayudar a Hamas a ganar credibilidad y autoridad».

En otras palabras, las elecciones son buenas sólo en la medida que sus resultados sean los deseados.

El tema tiene un caso análogo reciente. En Irak, la resistencia masiva no violenta obligó a Washington y Londres a permitir las elecciones que habían tratado de bloquear. El esfuerzo posterior para subvertir las elecciones, a través de ventajas sustanciales al candidato favorito de los ocupantes, y la expulsión de los medios de comunicación independientes, también fracasó.

En Palestina, Washington recurrió también a modos estándar de subversión. El mes pasado, «The Washington Post» informó que la Agencia para el Desarrollo Internacional, dependiente del Gobierno de Estados Unidos, se transformó en un «conducto invisible» para «incrementar la popularidad de la Autoridad Palestina en vísperas de cruciales elecciones en las cuales el partido gobernante enfrenta un serio desafío por parte del grupo islámico fundamentalista Hamas».

Y «The New York Times»: «Estados Unidos gastó alrededor de 1,9 millones de sus 400 millones de dólares anuales en ayuda a los palestinos en decenas de proyectos urgentes antes de las elecciones de esta semana, para reforzar la imagen de la facción gobernante de Al Fatah y fortalecerla en la competencia con la facción militante Hamas».

Como es normal, el consulado de Estados Unidos en Jerusalén oriental aseguró a la prensa que los esfuerzos ocultos sólo intentaban «mejorar las instituciones democráticas y apoyar a los participantes democráticos, no solamente a Al Fatah».

En Estados Unidos, o en cualquier otro país occidental, incluso una insinuación sobre este tipo de interferencia destruiría a un candidato, pero la arraigada mentalidad imperial hace legítimas estas medidas subversivas en cualquier otra parte.

El intento falló rotundamente, sin embargo. Los gobiernos de Estados Unidos e Israel tienen ahora que acomodarse a negociar de algún modo con un partido islámico fundamentalista que los imita en su tradicional rechazo del consenso internacional, aunque más moderadamente, en caso de que Hamas acepte una tregua en base a las fronteras previas a la guerra de 1967.

El compromiso formal de Hamas de «destruir Israel» lo pone a la par con Estados Unidos e Israel, que prometieron por mucho tiempo que no habría ningún «Estado palestino adicional» (aparte de Jordania), hasta que ambas naciones aflojaron parcialmente su posición, para aceptar un mini Estado constituido por los fragmentos que queden después que Israel se apropie de todas las partes de Palestina que desea.

Simplemente como conjetura, imagine el lector una inversión de las circunstancias: que Hamas permitiese a los israelíes vivir en cantones desparramados e inviables, virtualmente separados unos de otros, y en alguna pequeña parte de Jerusalén, mientras los palestinos construyen enormes asentamientos y proyectos de infraestructura para apoderarse de las tierras y los recursos valiosos de Israel. Y que, además, Hamas acepte llamar a esos fragmentos «un Estado». Si se hicieran propuestas para esta empobrecida «categoría de Estado», nosotros nos sentiríamos, con razón, horrorizados. Pero con ese tipo de propuesta, la posición de Hamas sería esencialmente igual a la de Estados Unidos e Israel. LND

© The New York Times Syndicate