Despidiéndose de sus familiares en el aeropuerto de Gran Canaria, los soldados de guarnición en el archipiélago que estos días parten hacia Afganistán, para relevar a las unidades españolas allí desplegadas, mostraban su ilusión por participar en una misión que les permite romper con las rutinas cuarteleras. A la vez, eran conscientes de que iban […]
Despidiéndose de sus familiares en el aeropuerto de Gran Canaria, los soldados de guarnición en el archipiélago que estos días parten hacia Afganistán, para relevar a las unidades españolas allí desplegadas, mostraban su ilusión por participar en una misión que les permite romper con las rutinas cuarteleras. A la vez, eran conscientes de que iban a correr nuevos riesgos, aunque se consideraban bien preparados para afrontarlos: «Para eso hemos sido instruidos», manifestaba un joven cabo. Añadía que ayudar al pueblo afgano, tras todo lo que éste ha venido padeciendo, le parecía una misión noble y digna de su empeño.
Así suele suceder siempre; en los escalones operativos de las unidades militares lo que inicialmente predomina es la ejecución de la misión, el espíritu de equipo, el compañerismo y la ilusión colectiva, sentimientos propios de muchos jóvenes cuando afrontan nuevas e inéditas responsabilidades.
Ese estado de ánimo es muy distinto del que, según algunas encuestas, aqueja a las tropas de EEUU en Iraq, donde cada vez son más los soldados que solo piensan ya en sobrevivir y regresar vivos a casa. No creen apenas en la importancia de su misión, recelan de las grandilocuentes palabras de sus dirigentes políticos y solo confían en el buen hacer profesional de sus compañeros: en el soldado que tienen al lado cuando sufren una emboscada o en el que les cubre con sus armas cuando hacen una descubierta.
Es también de sobra conocido el hecho de que, en Iraq, llega a prevalecer la necesidad de protección propia de cada unidad militar sobre la ejecución de la misión: «Yo cuido de mis hombres, y que los iraquíes se las apañen como puedan», declaraba un mando intermedio estadounidense que no quiso revelar detalles sobre su nombre o su unidad. Es comprensible que así sea, cuando los principales responsables políticos y militares de la ocupación de Iraq dan ejemplo viviendo aislados en el interior de la fortificada «zona verde» bagdadí, cada vez más desconectados de lo que sucede al otro lado de sus muros.
Volviendo a Afganistán, se observa también una diferencia entre lo que se discute en los más altos niveles del mando político-militar otánico y la ilusión del joven soldado canario. En la reunión que la OTAN celebró en Holanda el pasado mes, para tratar cuestiones relativas al despliegue en Afganistán, afloraron sentimientos y pareceres muy poco aleccionadores. Si por un lado EEUU exigió a sus aliados europeos un incremento del esfuerzo militar en el país asiático, otros miembros europeos de la OTAN mostraron opiniones distintas.
Es sabido que España -como Alemania, Francia (hasta ahora) e Italia- no autoriza la libre participación de sus soldados en las operaciones contra los talibanes, sino que limita su intervención a las tareas de reconstrucción local. Sin embargo, la extensión de la actividad insurgente a nuevas zonas del país hace que también las misiones de reconstrucción impliquen a menudo amenazas que es preciso afrontar militarmente. El tono general de la reunión reveló un asunto peligroso; de lo que en ella se escuchó cabe sospechar que a los aliados no les preocupa tanto la suerte del pueblo afgano como un concepto mítico de difícil valoración: «la credibilidad» de la Alianza. Hubo pleno acuerdo al hacer hincapié en que la misión afgana no debe fracasar, porque no solo el futuro de Afganistán está en juego, sino también el prestigio de la OTAN.
Cuando se trata de valorar prestigios propios, el terreno que se pisa se hace resbaladizo y aumenta la posibilidad de tomar decisiones basadas en conceptos y valoraciones imprecisas, pero con alta carga emotiva. Es significativa la opinión de un analista de un instituto estratégico británico, que declaró: «Lo que estamos viendo aquí es que algunos miembros de la OTAN se consideran parte de esta misión y desean que tenga éxito, pero no quieren correr los riesgos que los otros afrontan». De ahí a la áspera pugna entre los aliados sobre modos y formas de participación, hay un paso muy corto y ya se ha dado.
Pero la realidad es que el tiempo corre, la misión se empantana, la reconstrucción se retrasa y los talibanes se recuperan en zonas donde el ejército afgano no puede frenarlos, ante el cansancio de un pueblo que empieza a estar harto de la ocupación. Los mandos militares de la OTAN piden más tropas y su Secretario General afirma que ya disponen del 90% de lo previsto.
No es la credibilidad de una OTAN creada para defender a la Europa Occidental de la amenaza soviética lo que más debiera preocupar, sino el modo de no agravar todavía más la caótica situación que en Oriente Medio han creado las iluminadas «visiones» estratégicas del fanático presidente de EEUU, quien para hacer frente al terrorismo del 11-S solo supo lanzar sus bombas sobre unos pueblos indefensos.