El pasado 19 de mayo, Estados Unidos y Rusia iniciaron en Moscú las negociaciones sobre reducción de armamento nuclear estratégico. Al frente de sus delegaciones se hallaban Rose Gottemoeller, secretaria de Estado adjunta norteamericana, y Anatoli Antonov, responsable de Seguridad y Desarme en el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso. El mismo día, Obama se reunía […]
El pasado 19 de mayo, Estados Unidos y Rusia iniciaron en Moscú las negociaciones sobre reducción de armamento nuclear estratégico. Al frente de sus delegaciones se hallaban Rose Gottemoeller, secretaria de Estado adjunta norteamericana, y Anatoli Antonov, responsable de Seguridad y Desarme en el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso. El mismo día, Obama se reunía en Washington con George Schultz, Henry Kissinger, ambos antiguos secretarios de Estado, y con el senador Sam Nunn y el exsecretario de Defensa William Perry, para asesorarse sobre cuestiones de desarme estratégico y proliferación nuclear. Todos los asistentes a la reunión de la Casa Blanca consideraron adecuada la visión de Obama. También el general Colin Powell (secretario de Estado de Bush, que defendió la invasión de Iraq) ha manifestado su apoyo a la política de seguridad de Obama. A juzgar por el nuevo lenguaje del gobierno norteamericano y por las palabras de su presidente, debería concluirse que Washington está dando un giro y apuesta decididamente por el desarme nuclear.
Tras su toma de posesión, el nuevo presidente norteamericano aseguró que la reducción de armas nucleares iba a ser el principal objetivo de su gobierno, y, en abril, durante su visita a Praga, anunció que trabajaría por un mundo sin armas nucleares y que se proponía el objetivo de reducir los arsenales a mil cabezas nucleares para cada superpotencia, al tiempo que se declaró dispuesto a trabajar para que el Congreso norteamericano apruebe el tratado de prohibición de pruebas nucleares (en inglés, Comprehensive Nuclear Test Ban Treaty, CTBT). El tratado, que fue firmado en 1996, y que ha sido suscrito por ciento ochenta países, no ha entrado todavía en vigor: además de Estados Unidos (el Senado norteamericano rechazó el tratado en 1999) e Israel, tampoco China e Irán lo han ratificado, a diferencia de Rusia, Francia y Gran Bretaña. Y la India y Pakistán ni siquiera han firmado el tratado. De manera que las palabras lanzadas al mundo por Obama parecían señalar el inicio de tiempos mejores para el desarme y la paz. Incluso el embajador de paz de la ONU, el actor Michael Douglas, proclamaba esta primavera su esperanza de que Estados Unidos ratifique el CTBT «en los próximos dos años».
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En la jungla de los diferentes tratados internacionales sobre desarme, ¿qué es lo que debe negociarse?: un nuevo tratado START, aunque se le otorgue una nueva denominación. El Tratado de reducción de armamento estratégico, bautizado como START-I (por las iniciales de su nombre en inglés, STrategic Arms Reduction Treaty), fue firmado en 1991 por Reagan y Gorbachov, y entró en vigor a partir de 1994, con una duración de quince años, que terminan este año 2009 a no ser que se prorrogue con otros contenidos. En 2005, a cuatro años vista del fin de la vigencia del tratado, Rusia propuso reiniciar las negociaciones, para contar con tiempo suficiente para alcanzar un nuevo acuerdo, pero se topó con la negativa de Bush, cuyos planes estratégicos estaban orientados a destruir todos los convenios de desarme nuclear que se habían acumulado en las dos décadas anteriores. Según el acuerdo de 1991, Rusia y Estados Unidos debían tener cada uno, como máximo, 1.600 misiles balísticos intercontinentales (tanto en silos terrestres, como en bombarderos y submarinos). En cuanto al número de cabezas nucleares, debía limitarse a un máximo de 6.000 por país: en diciembre de 2001 se cumplieron los objetivos: Rusia contaba en ese momento con 1.136 instrumentos portadores y 5.518 cabezas nucleares, mientras que Estados Unidos tenía 1.237 y 5.948, respectivamente.
En 1993, George Bush y Boris Yeltsin firmaron una actualización del tratado START-I, puesta al día que pasó a denominarse START-II, y que contemplaba la prohibición de los misiles intercontinentales dotados de múltiples cabezas nucleares. En 2001, George W. Bush y Vladimir Putin suscribieron el tratado SORT que limita a 2.200 ojivas nucleares el arsenal de cada superpotencia nuclear. El Departamento de Estado norteamericano hizo público que, en enero de 2009, Rusia contaba con 814 instrumentos portadores y 3.909 cabezas nucleares, mientras que Estados Unidos posee 1.198 y 5.576, respectivamente. Las misiones de verificación de las dos partes han sido constantes en los últimos años. El aparente desequilibrio se compensa por el mayor poder destructor de las cabezas nucleares rusas, aunque Moscú es muy consciente de que ni sus ICBM Tópol ni los Bulavá instalados en submarinos son comparables a la última generación de misiles balísticos norteamericanos: de hecho, se constata la ventaja norteamericana, que, además, domina en el terreno de las armas convencionales más modernas. Los compromisos asumidos contemplan que los dos países limiten el número de ojivas a una horquilla de entre 1.700 y 2.200 unidades a finales de 2012.
Es obvio que los cambios políticos y estratégicos que se han desarrollado en los últimos años, los problemas de verificación de los acuerdos (que dependen de los mecanismos suscritos en el START-I y están sujetos a problemas de interpretación), la agresiva dinámica impulsada por George W. Bush y sus belicosos neocons rompiendo el acuerdo ABM, han creado un nuevo escenario estratégico en el mundo. El tratado ABM, que fue firmado por la Unión Soviética y Estados Unidos en 1972 y prohíbe el desarrollo de sistemas antimisiles, era de hecho el principal elemento de la arquitectura de desarme que, trabajosamente, se había construido en las últimas décadas. Forzaba a que ningún país estuviese completamente seguro, y, de ese modo, no tuviese la tentación de asestar el primer golpe nuclear. En uno de los actos más graves e irresponsables de toda la historia de la política exterior norteamericana, Estados Unidos, de la mano de George W. Bush, se retiró unilateralmente del tratado en junio de 2002, lo que llevó a Moscú a retirarse del START-II. No era la primera vez que Estados Unidos hacía algo semejante, porque ya se había retirado de los acuerdos SALT-II en 1986, pero sí es la más grave.
Al abandonar el ABM, entre los objetivos de Bush se escondía el propósito de consolidar el predominio norteamericano en armamento nuclear, que ya había pasado a ser dominante tras la crisis y desaparición de la Unión Soviética, y, además, el de construir escudos antimisiles ante Rusia -con instalaciones en Polonia y Chequia (con el problema añadido de que el parlamento checo se ha pronunciado contra el plan)- y junto a China, asegurando también su predominio en el espacio, negándose a negociar ningún tratado que limitase la carrera de armamentos en él, con la perspectiva de desplegar armamento nuclear en el cosmos: un sueño turbio para el siglo americano que habían diseñado los neocons. Pese a todo, el complicado proceso de desarme y desnuclearización ha dado algunos resultados, como los territorios desnuclearizados del sur del Pacífico, de América Latina, África, Asia central y sureste asiático, pero, junto a las diferencias entre Moscú y Washington, persisten serios problemas: las armas nucleares israelíes, que le otorgan un monopolio atómico en Oriente Medio; la presencia de armamento nuclear norteamericano en la península de Corea (que explica la política norcoreana de dotarse de bombas atómicas), los planes de Irán, y el polvorín de la región del Indo con Delhi e Islamabad apuntándose mutuamente con sus bombas atómicas.
Hay que recordar que la firma por Gorbachov y Reagan del tratado INF, en 1987, por el que Moscú y Washington eliminaban los misiles balísticos de alcance medio (de entre 500 y 5.500 kilómetros), supuso un mayor esfuerzo y sacrificio por parte de Moscú, que destruyó 1.846 misiles, más del doble de los que desactivó Washington, que sólo llegaron a los 846. En abril de 2008, Putin, entonces presidente ruso, y Bush, alcanzaron un principio de acuerdo en Sochi, en la costa del Mar Negro, pero la inestabilidad en el Cáucaso, con la aventurera política de Saakasvili, y la insistencia de Washington en desplegar el escudo antimisiles en Europa, complicaron el desarrollo del principio de acuerdo. Así, a pocos meses vista del fin del tratado START-I, con la amenaza del calendario, Medvedev y Obama se reunieron en abril en Londres, acordando el inicio de negociaciones para firmar un nuevo tratado que reemplace al START-I, con el objetivo añadido de reducir aún más el total de cabezas nucleares en poder de ambas superpotencias. No hay que olvidar que son armas estratégicas ofensivas, y que ese tratado es hoy la pieza principal de la política de desarme mundial.
Sin embargo, la situación no es sencilla, pese al optimismo mostrado por Washington y Moscú. Primero, porque Obama permanece preso de muchas de las decisiones de George W. Bush, y, segundo, porque la redefinición de los planes y de la doctrina nuclear estratégica norteamericana es una cuestión que está siendo abordada por el nuevo gobierno de Obama, precisamente durante los meses en que debe negociarse el nuevo tratado. Por eso, las presiones son muchas. En abril, el diario ruso Kommersant se hacía eco de la propuesta lanzada por la Federation of American Scientists (FAS, que tiene entre sus miembros a casi setenta Premios Nobel, fue fundada por los físicos norteamericanos que desarrollaron en el proyecto Manhattan las primeras bombas atómicas, y asesora al Pentágono y a la Casa Blanca), propuesta que ha hecho llegar a Obama, para ayudarle a formular la nueva doctrina nuclear norteamericana. Entre las recomendaciones de la FAS, además de avalar la propuesta de Obama de impulsar la reducción del número de cabezas nucleares, figura la definición de nuevos objetivos militares en Rusia. Según las cifras que maneja, la FAS cree que las 5.200 bombas nucleares que posee Estados Unidos (de las que 2.700 están desplegadas) son demasiadas, y que el país deben apostar por una disuasión mínima, suficiente para evitar cualquier tentación de ataque por parte de sus enemigos. No hay que olvidar tampoco los serios problemas económicos y presupuestarios que tiene Estados Unidos. La propuesta de la FAS, que identifica como «enemigos potenciales» a China y Rusia (y, en segundo plano, a Irán, Corea del Norte y Siria), postula que los misiles balísticos norteamericanos dejen de apuntar a las principales ciudades rusas y sean dirigidos hacia objetivos civiles y centros industriales, en la seguridad de que su hipotética destrucción paralizaría por completo la industria rusa y su capacidad de respuesta. Aunque una parte de su arsenal ha pasado a señalar China, Rusia es el país que toman como ejemplo obvio, y hacia donde Estados Unidos apunta, como objetivo de sus misiles intercontinentales, a casi doscientas ciudades. La FAS identifica doce objetivos en Rusia: las refinerías de Omsk (que pertenece a la petrolera Gazpromneft), de Angarsk (que pertenece a Rosneft), y de Kirishi (propiedad de Surgutneftegaz); junto a las plantas metalúrgicas de Magnitogorsk (de MMK); de Cherepovéts (de Severstal); de Nizhny Taguil (propiedad de Evraz); de Norilsk (que pertenece a Nornickel); de Bratsk y de Novokuznetsk, ambas propiedad de Rusal; además de las centrales hidroeléctricas de Surgut (de Gazprom), y Sredneuralsk y Berezovo, que cuentan entre sus accionistas a compañías como la Enel italiana (que controla la Endesa española) y la E.ON alemana. Para la FAS, la ventaja de apuntar hacia esos objetivos es que se «reduciría la mortandad» (aunque reconocen que, pese a todo, morirían ¡un millón de rusos!) y paralizaría por completo la economía rusa, impidiéndole seguir luchando. Es una apuesta estratégica que cambiaría el plan de ataque norteamericano, pero que sigue especulando con la hipótesis de una guerra nuclear.
En las negociaciones, Moscú persigue dos principios: una seguridad equivalente para Rusia y Estados Unidos, y paridad estratégica entre los dos países. Es obvio que, para conseguirlo, no basta con alcanzar un acuerdo en la limitación de misiles balísticos (basados en tierra o alojados en submarinos y bombarderos), sino que también debe contemplarse la cuestión de los escudos antimisiles, del armamento desplegado en el espacio y, además, de las armas convencionales y del tamaño de los ejércitos respectivos. Todas las piezas deben encajar, porque un grave desequilibrio en una de esas cuestiones haría peligrar el conjunto, aunque es cierto que algunos sectores del poder norteamericano es precisamente eso lo que persiguen. Además, Rusia pretende que el nuevo tratado START contemple la cuestión del escudo antimisiles norteamericano a desarrollar en Polonia y Chequia (aunque no está claro para todos los estrategas militares rusos que a Moscú le interese vincular el escudo antimisiles con las negociaciones de reducción de armamento nuclear), y tiene muy en cuenta los enormes costes de mantenimiento de los arsenales nucleares, que suponen un lastre para su economía. Moscú teme, además, que lo que denomina «armas de quinta y sexta generación», desarrolladas por Washington y basadas en las posibilidades que ofrecen la miniaturización y aplicación de la informática, disminuyan el poder disuasorio de su armamento nuclear.
La desinformación también juega un papel importante en todo el proceso, sobre todo para justificar nuevos planes de rearme en otros aspectos del complejo laberinto militar. La prensa occidental, desde el Wall Street Journal , pasando por el Washington Post y Le Figaro francés y acabando por la prensa sensacionalista como el Washington Times , han agitado en los últimos meses los supuestos planes informáticos chinos (un sistema denominado Kylin) para hacer invulnerables sus defensas, circunstancia que, a su juicio, requiere una rápida y eficaz respuesta norteamericana. Por su parte, olisqueando un negocio de grandes dimensiones, la Aerospace Industries Association, AIA, declaró, en el momento de la toma de posesión de Obama, que Estados Unidos podía perder su primacía en el espacio, e incluso su seguridad, «que ya no está garantizada», debido a la existencia de «peligrosos rivales» que están aumentando su poder en el espacio. No citaba a ningún país, pero era obvio que apuntaba a China y Rusia. Marion Blakey, la presidenta de la AIA, actuaba de hecho como portavoz del lobby de las doscientas ochenta empresas aeroespaciales que componen la asociación para reclamar a Obama un nuevo organismo que centralice las cuestiones espaciales. Blakey no habló de la necesidad de nuevas partidas presupuestarias, pero estaba implícito en sus palabras. Y hace poco más de un año, después de que Rusia y China presentasen en Ginebra el texto para negociar un acuerdo que prohibiese la militarización del espacio, Wayne Allard, presidente del grupo que sigue las cuestiones espaciales en el Senado norteamericano, declaraba en la reunión de Colorado Springs del National Space Symposium que Estados Unidos debe situar satélites dotados de misiles interceptores en el espacio, y que era imperativo hacerlo por «la seguridad estratégica» del país. El Senado aceptó estudiar una propuesta para dotar de recursos a la Space Test Bed, una plataforma espacial experimental.
Todos esos movimientos son preocupantes. El general ruso Anatoli Kulikov alertaba recientemente sobre el concepto de «golpe global rápido» con el que juegan los estrategas del Pentágono. De hecho, el Pentágono tiene previsto crear una fuerza especial para la guerra cibernética, en Maryland, de la mano de la Agencia Nacional de Seguridad, NSA. El general Keith Alexander, uno de los principales expertos en guerra cibernética del Pentágono, aseguró recientemente ante el Senado norteamericano que Estados Unidos debe aumentar los recursos en ese terreno «para disuadir o derrotar a los enemigos». Obama ha anunciado también la revisión de los planes de seguridad cibernética de Estados Unidos, y ello es una cuestión sumamente preocupante para Moscú, y, también, para China. Por eso, el general Anatoli Nogovitsin, jefe adjunto de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, declaró en febrero de 2009 que, en un plazo de dos o tres años, tal vez Rusia se vería involucrada en una guerra informática a gran escala cuyo objetivo sería bloquear los principales centros administrativos, industriales y militares del país.
Hay varias cuestiones que pueden complicar las negociaciones: primera, el hecho de que Estados Unidos se retirase del ABM, porque la combinación de la reducción del arsenal nuclear ruso y el desarrollo de los sistemas antimisiles norteamericanos, destruyen buena parte de la capacidad disuasoria de Moscú. Segunda, porque debe reducirse el número de cabezas nucleares pero también el de misiles portadores, algo que Washington no ve con buenos ojos. Tercera, porque Estados Unidos se muestra reticente a negociar los depósitos de armas nucleares, y prefiere centrar las negociaciones en las armas desplegadas y listas para su lanzamiento. Cuarta, porque Moscú postula prohibir el establecimiento de misiles nucleares fuera del territorio de cada superpotencia nuclear, pero Washington se niega a aceptarlo. Quinta, el asunto crucial de la desmilitarización del espacio, que Moscú desea integrar en las negociaciones, mientras que Estados Unidos prefiere mantener sus manos libres en ese terreno: precisamente, a consecuencia de la constante negativa norteamericana para negociar las cuestiones relacionadas con el cosmos y su intención de desplegar satélites interceptores, en línea con su retirada del tratado ABM que prohibía ese tipo de material bélico, Moscú está impulsando un programa de armas antisatélite, según reconoció en marzo Vladimir Popovkin, viceministro ruso de Defensa. La verificación y el control de la destrucción de arsenales es otro asunto complicado, porque no hay acuerdo entre las partes. No es una cuestión menor. Fidel Castro recordaba recientemente que Estados Unidos tiene «534 misiles balísticos intercontinentales (ICBM) Minuteman III y Peacekeeper; 432 de lanzamiento submarino (SLBM) Trident C-4 y D-5 instalados en 17 submarinos del tipo Ohio, [que estaban dotados con 24 misiles Trident-1 y un total de 192 cabezas nucleares, sustituidos después por los Trident-2, con ojivas de mayor poder destructivo] y alrededor de 200 bombarderos nucleares de largo alcance que pueden ser abastecidos en el aire, entre ellos 16 invisibles B-2″. Cabe añadir que cada misil tiene varias cabezas nucleares. Castro estimaba que Estados Unidos tiene desplegadas entre cinco mil y diez mil cabezas nucleares. Por su parte, añadiendo un matiz importante a esas cifras, China estima que Washington cuenta con 5.400 cabezas nucleares desplegadas, y que las otras cinco mil, aproximadamente, han sido retiradas pero no destruidas: están almacenadas y podrían ser reactivadas. No por casualidad, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, insistió en mayo, durante su reunión con Obama y Clinton en la Casa Blanca, en la importancia vital de contabilizar todas las cabezas nucleares que siguen guardadas en depósitos.
Moscú y Washington parecen estar de acuerdo en caminar hacia un límite de 1.000 cabezas nucleares por país, objetivo que pone sobre la mesa la cuestión de los arsenales de China, Francia, Gran Bretaña, India, Pakistán e Israel, puesto que la tradicional distancia entre el poder atómico de Moscú y Washington y del resto de potencias nucleares se reduciría considerablemente, y, por otra parte, esa reducción complica la cuestión del control de la no proliferación nuclear, asunto que preocupa especialmente a ambas superpotencias: Washington, con su obsesión por Irán y Corea del Norte; Moscú, porque la existencia de un Estado precario como Pakistán, dotado de armamento nuclear y enfrentado con otro Estado nuclear, India, incrementa la inestabilidad estratégica de su frontera sur, por no citar su preocupación por el poder atómico de Israel, cuya agresiva política hacia sus vecinos puede incendiar todo Oriente Medio e incluso, en la hipótesis más peligrosa, iniciar una guerra nuclear. La prueba nuclear realizada por Corea del Norte en mayo y la incorporación de Corea del Sur a la PSI, violando los términos del armisticio de 1953, ha supuesto, además, que Pyongyang declare que ya no se siente vinculada por la suspensión de hostilidades. La PSI, Iniciativa de Seguridad contra la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva fue anunciada por Bush y el presidente polaco Kwasniewski el 31 de mayo de 2003, en Cracovia, y es mantenida por Obama, con la colaboración, entre otros países, de España. La iniciativa, que fue constituida con rapidez en Madrid, en junio de 2003, por Alemania, Australia, España, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Italia, Japón, Polonia, Portugal y Estados Unidos, se ha ampliado: Washington ha conseguido imponerla hoy a noventa países. La PSI se otorga el derecho a realizar inspecciones en barcos de cualquier bandera, en clara violación del derecho internacional y de la Convención del Mar, y es, de hecho, un intento norteamericano de controlar los océanos del planeta.
Rusia está seriamente interesada en la limitación del armamento estratégico, pero algunos círculos del poder en Washington especulan con la posibilidad de incrementar la parcial ventaja conseguida desde la desaparición de la Unión Soviética. Uno de los escollos importantes es que Estados Unidos pretende que las bombas nucleares que se hallan guardadas en depósitos no entren en la contabilización, y apuesta porque la reducción se haga exclusivamente sobre las armas desplegadas. Además, la pretensión norteamericana de reconvertir una parte de los misiles balísticos intercontinentales, ICBM, para dotarlos con explosivos convencionales (supuestamente para atacar a bases terroristas), crea serios problemas, puesto que esos misiles reconvertidos podrían ser dotados con rapidez de las cabezas nucleares guardadas en depósitos, desequilibrando así la estructura de seguridad mundial. Tampoco hay unanimidad en los círculos que elaboran el pensamiento estratégico ruso: frente a quienes consideran que Moscú debe aprovechar la oportunidad que ofrece Obama para reducir el armamento nuclear, convencidos de que, si no es así, la ventaja norteamericana aumentará, otros consideran que una reducción significativa de los arsenales rusos limitaría su poder disuasorio si Washington continúa con los planes del escudo antimisiles. En otras palabras: estos últimos creen que la única forma de hacer que el escudo norteamericano sea ineficaz es contar con un arsenal suficiente que le impidiese interceptar el lanzamiento masivo de los misiles rusos. Moscú ha propuesto en diferentes ocasiones negociar los términos de ese escudo: ofreciendo incluso a Washington la utilización de estaciones de seguimiento de misiles en el sur del país, o proponiendo que, si como afirman los norteamericanos su construcción es para impedir un ataque iraní, el escudo se instale en Turquía o incluso más al sur. Washington se ha negado hasta ahora, poniendo así de manifiesto que el propósito real de la construcción del escudo antimisiles en Polonia y Chequia no es defenderse de Irán, sino acosar a Rusia.
Según algunos analistas rusos, Moscú debe insistir en la limitación nuclear con máximos (para evitar una nueva carrera armamentista) y con mínimos (para que sea posible convertir en ineficaz el escudo antimisiles); también, persistir en el control de los depósitos nucleares, para evitar que vuelvan a ser operativas muchas cabezas nucleares que no se han destruido; arrancar limitaciones al desarrollo de los escudos antimisiles, aunque posibilitando la defensa contra los misiles de corto y medio alcance; y negociar los misiles con cargas convencionales de gran poder destructivo que, por su gran precisión, puedan convertirse en instrumentos de ataque contra objetivos nucleares. Serguei Lavrov, ministro ruso de Asuntos Exteriores, ha reclamado también que el nuevo tratado prohíba el despliegue de armamento nuclear fuera de las fronteras de los dos países, algo que, aunque sería un gran avance en el desarme mundial, es muy dudoso que Estados Unidos vaya a aceptar.
Obama anunció en Praga el sueño de un mundo libre de armas nucleares, pero, para hacerlo factible, Washington debe dar pasos concretos. Es probable que Obama tenga intención de impulsar el desarme, pero las dificultades y las reticencias entre los militares norteamericanos son muchas. Recuérdese que, hace poco más de un año, cinco antiguos altos mandos de la OTAN lanzaron un llamamiento (que fue entregado al Pentágono y a la OTAN) a favor de la estrategia de «lanzar el primer golpe nuclear». Eran el general John Shalikashvili, expresidente de la junta de jefes de Estado mayor norteamericano, el general Henk van den Breemen, exjefe del estado mayor holandés, el general Klaus Naumann, expresidente del comité militar de la OTAN; Peter Anthony Inge, exjefe de estado mayor británico, y el almirante Jacques Lanxade, exjefe del estado mayor francés.TAN
El nuevo gobierno de Obama mantiene el principio de la reducción de armamento atómico, pero debe completar el diseño de la nueva doctrina nuclear norteamericana mientras en el establishment norteamericano persisten las contradicciones: el secretario de Defensa, Robert Gates (que fue nombrado por Bush y confirmado por Obama), ha anunciado su intención de desarrollar nuevas armas nucleares para fortalecer la disuasión estratégica y su decisión de solicitar al Congreso nuevos fondos para ese fin, y los círculos dominantes del Pentágono, de la Fuerza Aérea y de la Marina, apuestan también por la renovación de los arsenales atómicos. Para ellos, aceptar la reducción hasta el nivel de las mil cabezas nucleares complica el escenario estratégico: Washington debería reestructurar sus fuerzas nucleares (los misiles basados en tierra, transportados en submarinos y en bombarderos), y, probablemente, eliminar uno de los tres componentes, algo que confunde su actual esquema militar.
Para ser creíble, Obama debería reintegrar a Estados Unidos en el ABM, renunciando al despliegue de escudos antimisiles. Recuérdese que una de las llaves de la seguridad nuclear mundial fue precisamente la prohibición que establecía el ABM de desarrollar sistemas antimisiles: si una superpotencia lo hacía, y, así, se sentía segura, invulnerable, podía estar tentada de asestar el primer golpe atómico; en cambio, sin sistemas antimisiles, una superpotencia podía atacar, pero la respuesta inmediata de la otra superpotencia dejaría sin efecto la ventaja inicial, de manera que el temor a la llamada destrucción mutua asegurada dejaba a todos sin salvoconducto para la guerra y mantenía la paz atómica. También podría Obama dar el paso que dieron en su momento Moscú y Pekín: renunciar a ser el primer país en utilizar el armamento nuclear. Pese a las palabras de Obama en Praga, comprometiéndose a que su país ratificará el CTBT, hasta hoy Estados Unidos no lo ha hecho y tampoco se ha comprometido a renunciar a ser el primer país en utilizar armas atómicas.
Estados Unidos, según ha declarado Leon Panetta (director de la CIA nombrado por Obama y que ya trabajó en el gobierno Clinton), es «una nación en guerra», y, aunque utilice el señuelo de Al Qaeda para justificarlo, lo cierto es que Washington tiene planes de guerra abierta en Iraq, Afganistán y Pakistán, operaciones encubiertas en otros muchos países y programas de acoso a Moscú y Pekín. Y, sin embargo, Obama no puede renunciar a proseguir el desarme, que también interesa a su país. Además, el tiempo apremia, y también corre contra Estados Unidos: no hay que olvidar que además de la lacerante crisis abierta que tiene el país, su retroceso en muchos ámbitos es evidente, hasta el punto de que el sociólogo noruego Johan Galtung, uno de los más relevantes mediadores de paz del planeta, ha pronosticado que «Estados Unidos desaparecerá como imperio hacia 2020». Es indudable que Washington no va a renunciar a su actual ventaja estratégica, aunque su visible decadencia puede forzarle a realizar ajustes en sus fuerzas armadas: no en vano sigue siendo el país más endeudado de la Tierra, pero creer en su buena disposición negociadora suscita, además, algunos problemas: en abril, en Praga, Obama proclamó estar dispuesto a trabajar para la desaparición del armamento nuclear, pero no mencionó la utilización del espacio con fines militares, y declaró también que hasta que no sean liquidados todos los arsenales atómicos del planeta Estados Unidos conservará el suyo, lo que plantea un serio problema al resto de los países del club atómico: ¿deben, por lo tanto, desarmarse antes que Washington, y fiarse de la palabra de los Estados Unidos, el país que inició la carrera atómica y el único de la historia que ha utilizado esas bombas contra la población civil?
Información adicional:
http://www.un.org/spanish/Depts/dda/
http://www.diplomaticnet.com/es/act/act32.html
http://www.state.gov/www/global/arms/treaties/abmpage.html
http://www.nationalspacesymposium.org/
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