Cuatro semanas después del terremoto que arrasó Haití, sumando esta desgracia a la miseria que hacía muchos años se había instalado en el país, su capital, Puerto Príncipe, sigue siendo la ciudad de la devastación y de la carencia de todo, excepto de dolor, y el hambre multiplica las protestas de los haitianos, que ya […]
Cuatro semanas después del terremoto que arrasó Haití, sumando esta desgracia a la miseria que hacía muchos años se había instalado en el país, su capital, Puerto Príncipe, sigue siendo la ciudad de la devastación y de la carencia de todo, excepto de dolor, y el hambre multiplica las protestas de los haitianos, que ya reclaman la renuncia de Préval.
Martes, 12 de enero, cinco de la tarde. Un terremoto de 7,3 grados en la escala Richter se lleva por delante en Haití la vida de al menos 217.000 personas. Es la última cifra ofrecida por las autoridades del país, que, sin embargo, no incluye a los muertos que fueron enterrados por sus familiares ni a los que aún permanecen bajo los escombros, y que se acerca ya al trágico balance de los 230.000 fallecidos como consecuencia del tsunami que en diciembre de 2004 azotó Asia. El número de heridos supera los 300.000 y se estima que 1,2 millones de personas se han quedado sin nada.
Y es que en Haití, cuatro semanas después del devastador seísmo, no hay nada, ni infraestructuras -que poco a poco están siendo restablecidas- ni alimentos, ni agua, ni electricidad, ni gasolina… La distribución de la ayuda ha mejorado algo con respecto a las dos primeras semanas, pero sigue siendo insuficiente y evidencia muchas carencias, sobre todo en materia de logística.
Estados, empresas, organizaciones de todo tipo y particulares han hecho donaciones sin precedentes a la ONU y a las cientos de ONG que trabajan sobre el terreno, pero toda esa ayuda sigue sin llegar a muchos de los damnificados, que sobreviven, en muchos casos, sin un techo bajo el que cobijarse. El Programa Mundial de Alimentos (PAM) admitió ayer que muchos de los afectados por el seísmo no han recibido «absolutamente» nada de asistencia, sobre todo fuera de la capital.
La Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, por su parte, denunció que, un mes después, 700.000 personas siguen sin un refugio adecuado a pesar de la ingente ayuda internacional desplegada.
Un hecho que es extremadamente alarmante por dos razones. La primera, porque la mayoría de los afectados están hacinados en zonas sin ningún tipo de saneamiento, lo que contribuye enormemente a la posibilidad de que surjan enfermedades. La segunda, y más temible, porque a finales de marzo comienza la temporada de lluvias, a la que sigue, en junio, la de huracanes.
Falta de terreno
Uno de los principales impedimentos para otorgar un refugio apropiado a los miles de damnificados es la falta de terreno. «El problema principal es el espacio. La ciudad ya estaba saturada antes del terremoto y ahora hay grandes áreas absolutamente inhabitables. Si tuviéramos más terreno podríamos hacer mucho más, pero es prácticamente imposible tener el necesario para evitar el peligro durante la estación de lluvias», explicó Nelson Castaño, jefe de la operación humanitaria de la Federación.
Las primeras lluvias cayeron esta madrugada sobre Puerto Príncipe y causaron temor en la población que vive bajo carpas improvisadas. En algunas zonas de la ciudad la gente comenzó a huir en todas direcciones en busca de un lugar para guarecerse de la lluvia, en muchos casos bajo techos frágiles.
Las lluvias motivaron también una protesta espontánea cerca de Champ de Mars para reclamar carpas que ofrezcan protección a la población. «Es el Estado el que debe de ocuparse de nosotros», reclamaban, al tiempo que aseguraban no tener «nada, ni siquiera un plástico para poner en el suelo».
La ONU ha dicho esta misma semana que estudia construir refugios resistentes a los huracanes para el millón de damnificados que viven en campamentos improvisados vulnerables a las precipitaciones.
El Gobierno haitiano pidió hace dos semanas unas 200.000 tiendas de campaña familiares para dar refugio al millón de personas que viven casi al aire libre. Sin embargo, hasta ahora sólo unas 250.000 han recibido algún tipo de material, como lonas plásticas, y sólo hay unas 10.000 tiendas en todo el país.
Y mientras los llamamientos para dotar a los afectados de refugios que les protejan de las lluvias se suceden, el presidente haitiano, René Préval, asegura que con las carreteras y las comunicaciones telefónicas prácticamente restauradas, la coordinación en la distribución de la ayuda es mucho mejor, pero admite que se puede -y, de hecho, se debe- hacerlo mejor, especialmente en términos de cantidad, para satisfacer a los cientos de miles de personas sin hogar que no han abandonado Puerto Príncipe para volver a las zonas rurales que dejaron en su día para partir en busca de una vida mejor.
«Yo sé que nos apoyan y que muchos países envían alimentos y medicinas, pero, por desgracia, este apoyo no se ve», se lamenta a AFP Muratus Clotilde, de 40 años, mientras observa un punto de distribución de alimentos de la ONU al que no puede acceder.
Y estas dificultades en la distribución son el origen de un mercado negro en el que se revende parte de la ayuda o falsos cupones de racionamiento. Una cantidad importante de la ayuda alimentaria se ha canalizado hacia ese mercado, se ha vendido a precios elevados y ha dejado importantes beneficios a altos cargos responsables de su distribución.
Miles de personas se manifestaron el sábado en las calles de Petionville, barrio periférico de Puerto Príncipe, tradicional coto de la élite política del país donde las chabolas rodean las mansiones amuralladas, para denunciar a la alcaldesa, Lydie Parent, por acaparar comida para revenderla y no distribuirla a las personas hambrientas.
En este mismo contexto, el de hacer negocio a cuenta de la desgracia ajena, la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió suspender el suministro de medicamentos gratuitos a clínicas privadas y a organizaciones no gubernamentales en Haití, después de que se conociera que había pacientes que debían pagar para recibirlos.
«Hemos hecho un buen trabajo, hemos sido capaces de responder de forma masiva al desastre, incluso aunque quede un largo camino por recorrer», señaló Kristen Knutson, funcionaria de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
Promoción de imagen
Pero esa buena labor es cuestionada en el caso de muchas agencias de ayuda y ONG. La revista «The Lancet«, en un duro editorial, afirmaba que muchas están más preocupadas por promover su imagen y sus propios intereses que por los de quienes necesitan su ayuda. En su último número, asegura que muchos de esos organismos y organizaciones son altamente competitivas y no cooperan entre sí, lo que pone en riesgo la implementación de la ayuda inmediata.
Según el director de la revista, Richard Horton, muchos organismos están repitiendo los mismos errores que cometieron durante el tsunami en Asia. A su juicio, mientras sigan compitiendo por ver quién toma el liderazgo en Haití, se corre el riesgo de que la ayuda no se distribuya de manera eficiente.
Quien sí pretendió tomar el liderazgo desde el primer día fue EEUU, que envió 16.000 soldados a Haití, una decisión que sigue siendo cuestionada por Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Uruguay, que estos días han vuelto a insistir en que la verdadera intención del enorme despliegue militar de Washington es invadir a su pequeño vecino aprovechando el caos, establecer tropas de manera definitiva y convertir a Haití en «otra base norteamericana». El temor lo alimentó hace unos días el director de la Fuerza Conjunta de Operaciones de EEUU en la isla, Gregory Kane, quien anunció que «se quedarán el tiempo que sea necesario», ya que su presencia es «útil».
Algunos países, sin embargo, culpan a Washington del aumento del número de muertos al haber priorizado en los primeros días críticos el despliegue de tropas sobre la provisión de la necesaria ayuda.
La militarización de la ayuda y la obsesión por la seguridad siguen siendo evidentes un mes después, según constató AFP en sus informaciones de esta misma semana. Mientras tanto, se obstaculiza la ayuda venezolana y se minimiza la cubana, presente en la isla desde antes del 12 de enero.
La labor de los soldados estadounidenses ha sido criticada también por el Estado francés, antigua potencia colonial, cuya misión médica ha denunciado que la falta de logística en el aeropuerto de Puerto Príncipe ha provocado importantes retrasos en la distribución de la ayuda. El secretario francés de Estado para la Cooperación, Alain Joyandet, reiteró a principios de semana que la ONU debe precisar el papel de EEUU en Haití, porque, según expresó, «no se trata de ocupar el país, sino de ayudarle a recobrar la vida».
En un artículo publicado este domingo en «El País Semanal«, el escritor uruguayo Eduardo Galeano recuerda que, en 1915, EEUU «no tuvo más remedio que invadir Haití», porque, como dijo el entonces secretario de Estado, Robert Lansing, «la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma» y añade que «cuando las tropas se retiraron -19 años más tarde- dejaron un país bastante peor que el que habían encontrado». Por eso, confía en que «no se repita la historia, ahora que las tropas norteamericanas han regresado, traídas por el terremoto, y que sobre las ruinas ejercen el poder absoluto».
Un control que busca asegurarse el dominio de sus intereses en el proceso de reconstrucción y que para Haití sería una doble tragedia si lo que surge de las ruinas es otra versión de la misma sociedad desigual e injusta que se rompió en pedazos el 12 de enero.
Pero ese control militar sobre el país no ha frenado el hambre y la ira de los haitianos, que multiplican sus protestas mientras sobre los muros aún en pie empiezan a abundar las pintadas en las que se invita a Préval a renunciar al cargo de presidente.
«Nosotros amamos a Chávez y a Obama», dice a AFP Royemon Frank, un joven que ejerce de intérprete de un equipo de periodistas. «Depende del día: un día preferimos a Obama; el otro, a Chávez. Ellos son los que deberían ser nuestro presidente», añadió.
Préval, sin embargo, se defiende diciendo que «el Gobierno trabaja en condiciones difíciles», por lo que pide calma a la población. «Entendemos las dificultades a las que se enfrenta la población que duerme a la intemperie, sin hogar; entendemos la frustración por las dificultades para distribuir comida y agua, pero es con disciplina, con solidaridad, con paciencia como seremos capaces de resolver los problemas», señaló.
Pero el Gobierno ha demostrado carecer casi por completo de poder y se vuelve cada día más impopular para su población, que ya antes del terremoto vivía en su mayoría en la pobreza. Y no es de extrañar. En una entrevista en el diario colombiano «País«, el primer ministro, Jean-Max Bellevire, muestra la verdadera posición de clase del régimen haitiano: «Quienes más han perdido no son los pobres, sino lo que quedaba de clase media, porque los pobres no tenían casas antes y siguen sin tenerlas. La clase media, que permanecía en Haití, que había hecho un esfuerzo por construir una casa, un pequeño negocio, lo ha perdido todo».