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Pakistán

Malala y el silencio de los inocentes

Fuentes: Rebelión

La voz interna nunca calla-paradoja insalvable de nuestro ser: aun en el silencio, no hay silencio; el árbol adentro siempre habla, siempre acosa aquello que dista de tener una trivial explicación, un mecánico recuento. Así, cuando el silencio nace de una imposición, éste se convierte en la antesala a la muerte. Al retornar de su […]

La voz interna nunca calla-paradoja insalvable de nuestro ser: aun en el silencio, no hay silencio; el árbol adentro siempre habla, siempre acosa aquello que dista de tener una trivial explicación, un mecánico recuento. Así, cuando el silencio nace de una imposición, éste se convierte en la antesala a la muerte.

Al retornar de su escuela en Mingora, Pakistán, Malala notó que hombres se habían apostado en el camino. Tras detener abruptamente el transporte escolar, semblantes ocultos abordaron el colectivo preguntando por ella. Las miradas pronto delataron su rostro entre las demás adolescentes. Y fue entonces que los disparos abrieron brecha en su cuerpo; cortando así una profunda herida en su sien, en la razón colectiva; dejando tras de sí una estela doliente en el devastado Valle de Swat.

Al fin había cesado su zozobra ante las amenazas cernidas. El aciago turbante negro le había alcanzado al fin. Sin embargo, su fallida ejecución habría de convertirse en testamento del ímpetu con que su irrefutable exigencia de educación había profanado la visión medieval que los «guerreros santos» buscan escenificar en su pequeña comedia del mundo; esa trágica farsa donde la burka vela el legado de la Ilustración, donde Voltaire arde en cenizas, y donde un género entero es lapidado con el silencio de la ignorancia, la humillación y el ostracismo.

Así se mostraba la punta del iceberg de una cotidianidad donde se silencia a mujeres y niñas con el terror, se les prohíbe la instrucción escolar, el derecho al disenso ante una pavorosa opresión-exacerbada a niveles históricos por la guerra en Afganistán-donde el terror del ácido hirviente en el rostro, el casual azote en las calles y el inexorable salvajismo entonan el réquiem de lo ordinario. De esa forma, estos sicarios de alá pretenden inmolar la modernidad en un episodio equiparable a las páginas más oscuras escritas por la Inquisición.

La atroz imagen del afrentado rostro de Malala y su concomitante historia de desafío han fijado el reflector del orbe en esa histórica prisión de pueblos y etnias que es Pakistán. Pero bajo el oscurantismo musulmán subyace la beligerancia del protestantismo imperial de occidente y su contrapar católica. En los años ochenta fueron misiles antiaéreos de Reagan y Thatcher los que armaron decisivamente a los muyahidines en su guerra contra el régimen secular y progresista de Kabul y sus aliados soviéticos en Afganistán.

Hoy, el establishment estadounidense ya no espolea el jihad contra los infieles soviéticos, pero lo financia mediante tratos billonarios con compañías de seguridad afganas asociadas con warlords, mulahs y comandantes talibanes para asegurar el paso de suministros de guerra por Kandahar. La misma guerra que ha relegado a las guerrillas talibanes a los estados circundantes en el vecino Pakistán, dejando a sus moradores presos de los designios de bandas asesinas, paramilitares, milicias del ejército pakistaní y del ejército estadounidense.

En medio de este batir de guerra, hoy el Valle de Swat vuelve a callar, bajo un lóbrego velo que sepulta el carisma de las conversaciones entre amigas, del barniz de uñas, el labial y los pendientes, de la risa incauta y los adornos en el cabello. Los rezos matinales se confunden con el rugir de los helicópteros, con el martillar de la ametralladora. Todo por esa cruenta e insustancial promesa del paraíso tras una vida a la sombra de iblis. De día y de noche las niñas sueñan con monstruos que saltan fuera del armario, con un Grendel al que sólo el Beowulf del progreso humano podría dar muerte tras una lucha implacable contra toda forma de opresión social, de atraso religioso, de terror estatal y colonialismo salvaje.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.