La Organización de las Naciones Unidas suele tener buena prensa. Viene siempre rodeada de una aureola de hacer el bien por la humanidad, percibiéndose su objetivo como el de promover la paz. Los Cascos Azules de las fuerzas armadas de las Naciones Unidas se perciben como las tropas que intentan imponer la cesación de conflictos […]
La Organización de las Naciones Unidas suele tener buena prensa. Viene siempre rodeada de una aureola de hacer el bien por la humanidad, percibiéndose su objetivo como el de promover la paz. Los Cascos Azules de las fuerzas armadas de las Naciones Unidas se perciben como las tropas que intentan imponer la cesación de conflictos armados o el mantenimiento del orden en situaciones de gran desorganización que altere la viabilidad del colectivo o país afectado.
Ésta es la imagen que la organización Naciones Unidas intenta proyectar. Pero hay una gran distancia entre la imagen y la realidad. El caso más claro es Haití, el país considerado como «el más pobre del mundo», definición que no es del todo cierta, pues Haití es uno de los países con más riquezas naturales en el Caribe. Durante muchos años fue uno de los mayores productores de azúcar y otros productos agrícolas que significaron grandes beneficios a otros países, y muy en particular a Francia, de la cual Haití era una colonia. En realidad fue la primera colonia en aquella parte del mundo que se independizó. Pero tener bandera e himno propio no le supuso que hubiera un cambio significativo, pues varió el color de los que gobernaban el país, pasando de blanco o negro, pero las relaciones de propiedad de aquellos medios que producían tanta riqueza no cambiaron. Una élite -esta vez de raza negra- controlaba tales medios, manteniendo a la mayoría de la población en una enorme miseria. Haití, como la gran mayoría de países mal llamados pobres, tenía y continúa teniendo los recursos para alimentar a su población y facilitar su desarrollo rompiendo con la pobreza, confirmando el diagnóstico de que, en realidad, no hay países pobres en el mundo, aunque haya países en que la mayoría de la población sea pobre e incluso rematadamente pobre, viviendo en condiciones miserables, como Haití.
He escrito artículos sobre Haití donde presento la historia de este país que es la historia de un pueblo que intenta cambiar las relaciones de propiedad de los medios donde se produce la riqueza a fin de que ésta esté mejor distribuida y que ve frustrado cada intento de cambio con un golpe militar acompañado de una enorme represión. Y ahí es donde esta vez intervinieron las fuerzas armadas de las Naciones Unidas. Tales fuerzas fueron enviadas por el gobierno de EEUU (en lugar de sus famosos Marines) en 2004, cuando el gobierno democráticamente elegido (que intentó hacer algunas reformas que afectaban los intereses de las élites gobernantes) fue derrocado por un golpe militar que, como era de esperar, contó con la ayuda de los gobiernos estadounidense y francés, las dos naciones que siempre han condicionado en gran manera los desarrollos políticos y económicos de aquel país. La evidencia de lo que digo es robusta y abrumadora.
Tales tropas son indeseadas por las clases populares de Haití, por muchas razones. Su comportamiento con la población civil ha sido la de un ejército que ha ocupado un país. Y uno de los mayores desastres de salud pública -la aparición y extensión del cólera- lo han generado tales tropas. 7.600 personas han muerto de cólera, y 600.000 han caído enfermos de tal enfermedad. Los estudios epidemiológicos, publicados en la revista médica de mayor prestigio de EEUU, The New England Journal of Medicine (The Origin of the Haitian Cholera Outbreak Strain, 2011) muestran que el origen de la epidemia es el desagüe de las heces infestadas procedentes de las tropas de las Naciones Unidas (procedentes de Nepal) que, irresponsablemente, abocaron al sistema de distribución de agua, lo que contaminó a toda la población. No hay dudas científicas sobre el origen del cólera en Haití. Su rápida expansión se debe al pésimo estado de las infraestructuras hidráulicas del país. Según la oficina panamericana de la salud (PAHO), la rama latinoamericana de la Organización Mundial de la Salud (OMS), costaría casi 1.000 millones de dólares reparar y expandir tales infraestructuras, cantidad, por cierto, que es cercana al coste de mantener las tropas de las Naciones Unidas (10.000 tropas) cada año en aquel país, tal como indica Marc Weisbrot en su artículo en The Guardian (12.11.12), del cual deriva gran parte de la información presentada en este artículo. Es un escándalo lo que está ocurriendo en Haití, y es también un escándalo que los medios españoles hayan dado tan poca visibilidad a este tema.
Vicenç Navarro. Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
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