Recomiendo:
0

Sin novedades en el frente criminal de la civilización-barbarie del Capital

Fuentes: Rebelión

Consciente de lo mucho que se ocultará, sabedor de las numerosas incógnitas que quedarán sin resolver, imaginando los numerosos personajes y responsables que quedarán en el anonimato, conocedor de las grandes, sofisticadas y exquisitas marcas que verterán lágrimas aparentes del monstruoso cocodrilo insaciable que llevan en sus entrañas, conjeturando nuestro olvido hasta que una nueva […]

Consciente de lo mucho que se ocultará, sabedor de las numerosas incógnitas que quedarán sin resolver, imaginando los numerosos personajes y responsables que quedarán en el anonimato, conocedor de las grandes, sofisticadas y exquisitas marcas que verterán lágrimas aparentes del monstruoso cocodrilo insaciable que llevan en sus entrañas, conjeturando nuestro olvido hasta que una nueva tragedia (anti-obrera) despierte nuestras usualmente adormecidas conciencias internacionalistas, es necesario aproximarse provisionalmente a un nuevo asesinato, a una nueva agresión criminal del Capital, y sus serviles secuaces y cómplices, contra trabajadores del mundo y, especial y destacadamente, contra trabajadores desposeídas y más que vulnerables. El Capital, no es una metáfora gastada, no tiene moral ni límites. Bangla Desh, Dhaka, somos todos.

El desastre: se derrumbó un edificio de ocho plantas, algunas de ellas construidas de manera ilegal, donde su ubicaban cinco fábricas de ropa, con más de 2.500 trabajadores. Ether Tex, New Bottoms Wave, New Wave Style, Phantom y Phantom Apparels-TAC son nombres de esas corporaciones. El día anterior al derrumbe corrió la voz de que el inmueble tenía grietas. La policía fue avisada. Las autoridades del país aseguraron que un ingeniero había hecho una inspección. Todo en orden, es decir, en el desorden permanente.

La activista Kreisler, de Ropa Limpia, recalca que los trabajadores textiles de Bangladesh -¡90% mujeres!- están entre los peor pagados del mundo, unos 32 euros mensuales o menos de promedio, con jornadas interminables. Las condiciones laborales eran, son, draconianas. Una costurera tenía que trabajar tres días sin paga por cada día de trabajo perdido. ¿Es exagerado hablar de esclavitud-laboral en estas condiciones? Un 1% de los y las trabajadoras está sindicado. ¡Sólo el 1%! El peso del sector textil en la economía de Bangla Desh es básico, esencial. El 70% de las exportaciones (a Europa y Estados Unidos) y el 17% del PIB (en 2012: 15 millones de euros generados en exportaciones). En los últimos 15 años, se contabilizan unos 600 muertos y más de tres mil heridos en «accidentes» ocurridos en fábricas textiles (incendios o derrumbes) en el país.

Las fábricas del edificio producían ropa para varias marcas como Mango, Primark, C & A, KIK, Wal-Mart, la Infancia Place, Cato Fashions, Benetton, Matalan y Bon Marché. En el quinto piso se encontraba un taller de Ether Tex, con 530 trabajadores, que fabricaba para C&A y Wal-Mart. New Wave y sus empresas ocupaban el segundo, el sexto y el séptimo piso. Entre la lista de clientes aparece Benetton.

 

«Hecho en Bangladesh. El terror del capitalismo». Así titulaba Vijay Prashad -profesor y director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford- su artículo en CounterPunch traducido para Rebelión por Germán Leyens [1].

Miércoles, 24 de abril de 2013, «un día después de que las autoridades bangladesíes pidieran a los propietarios que desocuparan su fábrica de prendas de vestir que empleaba a unos 3.000 mil trabajadores», el edificio Rana Plaza, ubicado en el suburbio Savar de Dhaka, colapsó. ¿Qué se producía en el edificio? «Prendas de vestir para la cadena que se extiende de los algodonales del Sur de Asia, pasando por las máquinas y trabajadores de Bangladesh, a los comercios en del mundo atlántico». Prendas de marcas famosas y exquisitas se cosían en esa fábrica. Son más de 300 los y las trabajadores fallecidos en el momento en que escribo. Este «accidente», recuerda VP (las oportunas comillas también son suyas) tiene lugar cinco meses después «del incendio de la fábrica de prendas de vestir Tazreen». Murieron entonces más de 112 doce trabajadores.

VP prosigue la lista de «accidentes». Abril de 2005: colapsó una fábrica de prendas de vestir en Savar, 75 trabajadores fallecidos. Febrero de 2006: otra fábrica se derrumbó en Dhaka, murieron 18 trabajadores. Junio de 2010, otro edificio cayó en Dhaka: murieron 25. Son las «fábricas» de la globalización del Siglo XXI, señala VP, «refugios miserablemente construidos para un proceso de producción orientado a largos días de trabajo, máquinas de pésima calidad y trabajadores cuyas vidas están sometidas a los imperativos de la producción puntual». Oportunamente, VP recuerda un fragmento del capítulo X de El Capital (Marx escribe sobre el régimen de la manufactura en Inglaterra en el siglo XIX, ¡hace casi dos siglos!): «[…] Pero en su ciega e incontrolable pasión, esa hambre de hombre lobo por mano de obra sobrante, el capital sobrepasa no solo la moral sino incluso los límites máximos simplemente físicos del día de trabajo. Usurpa el tiempo para el crecimiento, desarrollo y manutención saludable del cuerpo. Roba el tiempo requerido para el consumo de aire fresco y luz del sol… Todo lo que le interesa es simple y solamente el máximo de poder laboral que puede ser mantenido durante un día de trabajo. Logra este fin reduciendo la duración de la vida de un trabajador, como un agricultor codicioso aumenta la producción del suelo reduciendo su fertilidad» ^las cursivas son mías. ¡Cómo escribía el compañero de la gran Jenny Marx!) ¿Exageraba el que llamaron «perro muerto» hace muy pocos años? ¿El revolucionario de Tréveris se columpiaba en el desvarío enrojecido y alocado al hablar del robo del tiempo requerido para el consumo de aire fresco y la luz del sol?

VP prosigue señalando que estas fábricas bangladesíes «forman parte de un paisaje de globalización copiado en las fábricas a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México, en Haití, en Sri Lanka y en otros sitios que abrieron sus puertas al hábil uso de la industria de la prendas de vestir del nuevo orden manufacturero y comercial de los años 90». A los grandes productores de prendas de vestir ya no les interesaba invertir en fábricas: «se volvieron hacia subcontratistas ofreciéndoles márgenes muy limitados de beneficio, obligándolos así a manejar sus fábricas como prisiones laborales.» En esas estamos: fábricas como prisiones, prisiones como fábricas desalmadas.

La estrategia de la subcontratación permitió a esas grandes firmas-marcas negar toda responsabilidad por lo que hacían los propietarios de esas fábricas. De hecho, sus subordinados, sus apéndices ocultados. Siguen en eso: beneficios, grandes beneficios; sin mala conciencia por supuesto. ¡El género humano es la multinacional! Se limitan a vender hermosas ropajes en ciudades exquisitas o en outlets apartados. Los malos de atar son los otros; nada que ver con su limpio y sofisticado negocio. VP apunta a otra cara del poliedro no menos decisiva: «También permitió que los consumidores del mundo atlántico compraran grandes cantidades de mercaderías, a menudo mediante un consumo financiado con deudas, sin preocuparse de los métodos de producción». Estamos inmersos en esa infamia consumista.

Empero, de nuevo VP, los trabajadores bangladesíes no han sido sumisos. En absoluto. En junio de 2012, hace menos de un año, «miles de trabajadores de la Zona Industrial Ashulia, en las afueras de Dhaka, se manifestaron por salarios más elevados y mejores condiciones laborales. Durante muchos días, estos trabajadores cerraron 300 fábricas, bloqueando la carretera Dhaka-Tangali en Narasinghapur». Los trabajadores pedían un aumento de entre 1.500 taka y 2.000 taka mensuales (entre 19 y 25 dólares). La respuesta de siempre no se hizo esperar: «El gobierno envió 3.000 policías para restablecer la normalidad y la primera ministra hizo promesas anodinas de que consideraría el asunto». La insensibilidad de la Asociación de Fabricantes de Prendas de Vestir de Bangladesh es de manual, de buen manual introductorio de los horrores del capitalismo: «después de las protestas de junio el jefe de BHMEA, Shafiul Islam Mohiuddin, acusó a los trabajadores de estar involucrados en «alguna conspiración». Argumentó que «no existe lógica alguna para aumentar los salarios de los trabajadores». Esta vez, el nuevo presidente de la BGMEA, Atiqul Islam, sugirió que el problema no era la muerte de los trabajadores o las malas condiciones en las que trabajan sino «la interrupción de la producción debido a la agitación y las huelgas»». ¡Cómo hienas! ¿De dónde irrumpen? ¡No existe lógica alguna para aumentar los salarios de los trabajadores!

VP recuerda quien ejerce realmente el mando en Bangla Desh. Cualquier norma decente que pueda contener la ley laboral «es eclipsada por el débil control del Departamento de Inspecciones del Ministerio del Trabajo»: 18 inspectores y ayudantes de inspectores para controlar 100.000 fábricas (¡cien mil!) en Dhaka. Cuando los y las trabajadoras tratan de formar sindicatos, el gobierno reacciona según los cánones, sin apartarse una coma: palo sin zanahoria. El ejemplo: «en abril de 2012, agentes del capital secuestraron a Aminul Islam, uno de los principales organizadores del Centro Bangladesí por la Solidaridad de los Trabajadores. Apareció asesinado unos días después, con su cuerpo marcado por la tortura». ¡Es el «humanismo» del capitalismo realmente existente!

Como no podía ser de otra forma, el derrumbe del edificio en Bangladesh pone en cuestión a las firmas textiles occidentales: «muchos activistas reclaman que las multinacionales se impliquen para mejorar las condiciones de trabajo» [2].

Algunas empresas han admitido finalmente que cosían para ellos en el edificio Rana Plaza. Entre ellas, El Corte Inglés, la británica Primark, la canadiense Loblaw y la danesa Group PWT. ¿No sabían nada? En su búsqueda del «honrado penique», ¿no tenían ni idea de las condiciones laborales de los trabajadores de la fábrica siniestrada?

Según Eva Kreisler, representante española de la red internacional «Ropa Limpia», activistas del país miraron entre los escombros y encontraron etiquetas y documentación de otras compañías: Mango (según parece, según algunas fuentes, no tiene producción en esas fábricas sino que las etiquetas obedecen a que la compañía estaba en conversaciones con una de los talleres por «un pedido de prueba a futuro»), C&A, Kik y Wal-Mart.

El Corte Inglés se ha excusado del siguiente modo: ha confirmado que se han producido prendas en una de las cuatro fábricas del edificio pero que ha sido en número reducido. Ha añadido que la «fábrica había pasado una auditoria social en el marco de BSCI [una iniciativa internacional para mejorar las condiciones laborales en empresas suministradoras]». Finalmente ha apuntado que las inspecciones técnicas de los edificios son responsabilidad de las autoridades locales. Así, pues, el infierno son los otros. Sartre descafeinado y ya está, a otra cosa. El muerto obrero al hoyo y los inversores a continuar con su reluciente negocio. Ni un detalle en ninguna delegación del Corte en ningún lugar del mundo. La obsolescencia obrera en el nudo esencial del entramado despótico empresarial.

Además, un catalán-español, David Mayor, probablemente uno de esos grandes emprendedores a los que suelen referirse «nuestras autoridades» como referentes sociales, está entre los (presuntos por supuesto) responsables de la catástrofe de Bangladesh. Es el copropietario de un taller de ropa que se encontraba en el edificio que se derrumbó y es considerado, hasta el momento, uno de los principales sospechosos en la investigación de la catástrofe. Mayor es director general de Phantom-Tac, una empresa participada a partes iguales por Phantom Apparels (Bangladesh) y Textile Audit Companny (España). La empresa ocupaba más de 20.000 metros cuadrados en el edificio. Ocupaba la cuarta planta. En su web afirmaban -¡da risa y rabia!- que «controlaban y analizaban diariamente las condiciones en la fábrica». ¡Diariamente! Eran capaces -¿quiénes?- de fabricar hasta tres millones de prendas al año.

¿TINA, como dijo orgullosa y chulesca miss Thatcher? ¿No hay alternativa a esta infamia, a esta barbarie inconmensurable? ¿Nada puede hacerse? ¿Este es el mundo que deseamos? ¿Estamos condenados? ¿Es el más razonable, el más justo, el más eficaz? ¿El mundo de nuestros sueños o el de nuestra pesadillas? ¿No es todo esto parte esencial del paisaje, usualmente ocultado, con o sin desastres, del capitalismo realmente existente? O socialismo o barbarie. Rosa, la revolucionaria asesinada, apuntó la disyuntiva hace ya un siglo. Acertó. De nosotros depende su superación.

 

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=167367

[2] http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/26/actualidad/1366975651_363207.html

[3] http://www.publico.es/internacional/454466/un-espanol-entre-los-presuntos-responsables-de-la-catastrofe-de-bangladesh

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)