Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hace unos pocos meses, no muchos estadounidenses, de hecho también europeos, sabían que una secta yazidi realmente existía en el noroeste de Iraq. Incluso en el propio Medio Oriente, los yazidis y su modo de vida han sido un enigma, envuelto en misterio y sobre todo percibido mediante estereotipos y evidencia ficticia. Sin embargo de repente, la suerte de los yazidis se convirtió en un grito de guerra para otra campaña militar dirigida por EE.UU. en Iraq.
No fue una sorpresa que la pequeña minoría iraquí se haya convertido en un objetivo para fanáticos militantes del Estado Islámico (EI/ISIS), que según las informaciones realizaron abominables crímenes contra yazidis, obligándolos a huir hacia Dohuk, Irbil y otras regiones del norte de Iraq. Según la ONU y otros grupos, 40.000 yazidis habían sido abandonados a su suerte en el Monte Sinjar, esperando un inminente «genocidio» si EE.UU. y otras potencias no actuaban para salvarlos.
El resto de la historia fue urdido desde ese punto, ya que los yazidis -cuya mera existencia había sido pocas veces reconocida en la mayoría de los medios internacionales- se convirtieron en un grito de guerra para la intervención estadounidense-occidental en Iraq. La lógica de la intervención que precedió la última campaña de bombardeo estadounidense de objetivos del EI, que comenzó a mediados de junio, es similar a la que tuvo lugar en Libia hace más de tres años. A principios de 2011, el inminente «genocidio» que esperaba a la ciudad oriental de Libia, Bengasi, a manos de Muamar Gadafi fue el grito de guerra que movilizó a las potencias occidentales a una intervención que causó injustificables asesinatos y destrucción en Libia. Desde la intervención de la OTAN en Libia, que mató e hirió a decenas de miles, el país fue presa de una interminable e implacable lucha involucrando a numerosas milicias, armadas, y financiera y políticamente respaldadas por varias potencias regionales e internacionales. Libia es ahora gobernada por dos gobiernos, dos parlamentos, y mil milicias.
Cuando fuerzas especiales de EE.UU. llegaron a la cima del Monte Sinjar, se dieron cuenta de que los yazidis habían sido rescatados por milicias kurdas, o ya estaban viviendo allí. Encontraron a menos de 5.000 yazidis, la mitad de ellos refugiados. La montaña es reverenciada en la leyenda local, como el último lugar de descanso del arca de Noé. También fue el último lugar de descanso de la historia del genocidio yazidi. Este hecho apenas recibió mucha cobertura en los medios, que utilizaron la afirmación original para crear fervor en anticipación de una intervención occidental en Iraq.
Todos conocemos los resultados de la primera intervención. No es que las tácticas brutales del EI en Iraq del este, del norte y central deban ser toleradas. Pero un verdadero acto de genocidio ya había tenido lugar en Iraq durante casi dos décadas, comenzando con la guerra de EE.UU. en 1990-91, un embargo de una década de duración y una guerra y ocupación extremadamente destructivas desde 2003. Ni una sola vez un editorial en un importante periódico en EE.UU. confirió el término «genocidio» al asesinato y mutilación de millones de iraquíes. De hecho, la campaña del EI forma en realidad parte de una gran rebelión suní en Iraq, como reacción a la guerra estadounidense y a los años de opresión por el gobierno dirigido por chiíes. El contexto es apenas relevante en la información selectiva sobre la actual violencia en Iraq.
Sobra decir que los responsables políticos estadounidenses no se interesan mucho por los yazidis, porque no sirven de ninguna manera los intereses de EE.UU. Sin embargo, la experiencia ha enseñado que semejantes grupos solo son relevantes en una narrativa especialmente hecha a la medida, en un momento específico, para ser explotada con fines políticos y estratégicos. Dejarán de existir en cuanto se logra el objetivo. Considérese, por ejemplo, que el EI ha estado cometiendo horrendos crímenes de guerra en Siria occidental y septentrional durante años, como lo hicieron fuerzas leales al presidente Bashar al-Asad y militantes pertenecientes a los diversos grupos de oposición en el país. Cientos de miles de sirios han sido muertos o heridos. Varios grupos minoritarios en el país enfrentaron y siguen enfrontando un genocidio. Sin embargo, el horripilante derramamiento de sangre en el país no fue solo tolerado, sino realmente alentado.
Durante más de tres años, se hicieron pocos esfuerzos por encontrar o imponer una solución política justa a la guerra civil en Siria. Los sirios se estaban matando mutuamente y se permitió que participaran miles de extranjeros, gracias a fronteras turcas intencionalmente porosas, en una «Guernica» perpetua que, con el pasar del tiempo, creció hasta convertirse en otro status quo en Medio Oriente. De hecho, todos somos culpables por permitir que el genocidio sirio se perpetuara hasta ahora con toda su barbarie y espanto. Es como si hubiésemos aprendido a coexistir con algunos actos de genocidio, pero no otros. Muchos se parapetaron detrás de una montaña de evidencia hecha a la medida de que un lado estaba cometiendo todos los crímenes, y los otros y sus partidarios eran, de hecho, inocentes o estaban en un estado de autodefensa.
¿No fueron genocidio las masacres de Alepo? ¿El sitio de Yarmuk? ¿La aniquilación de aldeas enteras, la decapitación y desmembramiento de personas por pertenecer a la secta o religión equivocada?
Incluso si lo fueron, definitivamente no fue el tipo de genocidio que llevara a la acción, especialmente una acción dirigida por Occidente. En los últimos días, mientras quedaba en claro que EE.UU. volvía a sus viejos juegos intervencionistas, los países estaban siendo alineados para combatir contra el EI. Una vez más, el Secretario de Estado John Kerry iba va y viene por el globo, de EE.UU. a Europa, a Turquía, a Iraq a Arabia Saudí, y sigue viajando. «Creemos que podemos enfrentar al ISIL (antiguo nombre del EI) con la actual coalición que tenemos», dijo. ¿Pero por qué ahora?
Los franceses también se interesan por combatir contra el EI. Después de todo, Francia fue una de las dos partes principales en el Acuerdo de Asia Menor (Sykes-Picot), en 1916, que dividió las provincias árabes del Imperio Otomano entre Francia y Gran Bretaña. Desde entonces, grandes guerras y levantamientos no alteraron las antiguas fronteras coloniales impuestas a los árabes, en la medida en que lo hace el EI, cuya cantidad está siendo estimada habilidosamente de 10 mil hasta 31 mil, según la CIA. François Hollande voló a Bagdad en lo que califican de muestra de apoyo para el nuevo gobierno de Iraq. En realidad, estuvo allí, antes de una conferencia en París sobre Iraq, para mostrar un frente occidental unido, y que el gobierno de Obama no estaba solo en esta guerra. Francia, por supuesto, tiene sus propios cálculos en Siria y Líbano, y encontrará el momento adecuado para cesar su apoyo a la guerra de EE.UU.
En su discurso en vísperas del 13º aniversario de los ataques del 11 de septiembre, Obama declaró la guerra al EI. La enmarañada agenda de política exterior de Obama se hizo aún más confusa en su discurso de 13 minutos de duración desde la Casa Blanca. Prometió «cazar» a los combatientes del EI «dondequiera se encuentren» hasta que EE.UU. termine por destruir el grupo, como supuestamente, lo ha hecho con al Qaida. El EI, por cierto, es una escisión del grupo de al Qaida, que comenzó como una idea, y gracias a la «guerra global contra el terror» de EE.UU., se ha transformado en un ejército de muchas filiales. EE.UU. nunca destruyó al Qaida; pero inopinadamente permitió la creación de EI.
«Eso significa que no vacilaré en actuar contra ISIL, en Siria, así como en Iraq. Es un principio central de mi presidencia: si amenazáis a EE.UU., no encontraréis refugio en ninguna parte», dijo Obama. Por cierto, tenía que decirlo, ya que sus rivales republicanos lo han acusado de falta de decisión y a su presidencia de ser débil. Su partido demócrata podría posiblemente perder el control en el Senado en las elecciones de noviembre. Su lucha contra el EI apunta a ayudar a mostrar al presidente como resuelto y decidido, y tal vez crear alguna distracción de los problemas económicos en su país. Obama está utilizando el mismo lenguaje que solía emplear su predecesor, George W. Bush, y está apelando al mismo miedo e inquietud ante la amenaza externa creada por los medios y proporcionada al público estadounidense durante muchos años.
Los mismos medios también han evaluado e identificado hábilmente conflictos, y actos de genocidio de maneras consistentes con agendas de política exterior de EE.UU. Mientras los yazidis eran supuestamente dejados desamparados en el monte Sinjar, Israel realizaba un genocidio contra palestinos en Gaza. Más de 2.150 fueron muertos, en su mayoría civiles, cientos de ellos niños, y más de 11.000 heridos, en su vasta mayoría civiles. No los aducidos 40.000 sino los confirmados 520.000 se dieron a la fuga, y junto con el resto de los 1,8 millones de Gaza, fueron atrapados en una prisión al aire libre sin escape. Pero tampoco fue un acto de genocidio, para los medios estadounidenses-occidentales. Peor todavía, fueron activamente defendidos, y especialmente EE.UU., Reino Unido, Francia e Italia, armaron y financiaron la agresión israelí. Precisamente cuando al ejército israelí se le estaba acabando la tan necesaria munición para realizar sus crímenes de guerra, EE.UU. se apresuró a enviar más armas a Israel. Gracias a la ayuda y apoyo de EE.UU., el genocidio en Gaza fue realizado a la perfección.
La experiencia nos ha enseñado que no todos los «actos de genocidio» son creados de la misma manera: Algunos son inventados, otros son exagerados. Algunos son útiles para iniciar guerras, y a otros, no importa cuán atroces, no vale la pena mencionarlos. Algunos actos de genocidio son presentados como guerras para liberar, independizar y democratizar. En ese caso, la cantidad de víctimas no importa. Otros actos de genocidio son alentados, defendidos y financiados.
Pero en lo que se refiere a la participación de EE.UU. en Medio Oriente, el único verdadero genocidio es el que sirve los intereses de Occidente, ofreciendo una oportunidad para la intervención militar, seguida por la interferencia política y estratégica para reordenar la región. El primer gobierno de Bush trató de hacerlo pero fracasó, el segundo gobierno de Bush flirteó con la idea del «Nuevo Medio Oriente» y también fracasó, y ahora Obama.
La experiencia de EE.UU. en Iraq también nos enseñó que su esfuerzo solo llevará a exacerbar una situación de por sí difícil, produciendo aún más grupos alienados, desesperación política y más violencia. Si la guerra de EE.UU. contra Iraq y Afganistán fracasó tan miserablemente en el intento de lograr algunos objetivos políticos a largo plazo, a pesar de los billones de dólares gastados en esos países y de los cientos de miles de vidas destruidas, las probabilidades de éxito de Obama son casi nulas.
Ramzy Baroud es Doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).