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Capítulo XI del libro Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en el medio ambiente

Accidentes nucleares. ¿Fue Chernóbil: la última advertencia?

Fuentes: Rebelión/El Viejo Topo

Capítulo XI de E. Rodríguez Farré y S. López Arnal, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en el medio ambiente, Barcelona, El Viejo Topo, 2008, pp. 179-194.

Dado el estado de las cosas, los cuestionables logros obtenidos por nuestra generación en la era de las máquinas son tan peligrosas como una cuchilla de afeitar en manos de un niño de tres años. La posesión de unos medios de producción extraordinarios no ha aportado libertad, sino preocupaciones y hambrunas. Lo peor de todo es el desarrollo técnico que posibilita los medios para la destrucción de la vida humana, y los productos de laboratorio creados con tanto esfuerzo.

Albert Einstein

 

Quienes hablan, hoy, de seguir construyendo reactores nucleares no han comprendido nada de la tragedia de Chernóbil. Y Chernóbil era, quizá, la última advertencia de la que podíamos aprender, si es que ha de existir en el futuro una humanidad libre sobre una Tierra habitable.

Mi convicción personal es que la única energía nuclear limpia y segura, que hemos de reivindicar sin tregua, es la de las reacciones de fusión que tienen lugar en el interior del sol y nos llegan luego en forma de bendita luz solar que caldea la atmósfera, mueve los vientos y nutre la vida.

Jorge Riechmann (2007). Presidente de CiMA

 

Sobre el accidente en la central nuclear de Chernóbil, del que no hace mucho se cumplieron 20 años, hubo una fuerte polémica en torno a sus efectos reales que aún sigue coleando. Se ha dicho que la potencia radiactiva del accidente (o de la catástrofe, como se prefiera) fue entre 50 y 100 veces la potencia de la bomba arrojada en Hiroshima. Desde fuentes oficiales se habló de un número reducido aunque importante de fallecidos, mientras que desde otras fuentes independientes se afirmaba que esa información había sido una gran manipulación, una falsificación desmedida y que los fallecidos y perjudicados fueron muchísimos más. Se han dado cifras de más de dos millones de ucranianos afectados, unos 700.000 de los cuales eran niños. Viktor Bryukhanov, el director de la central nuclear en el momento del accidente, ha acusado a las autoridades políticas de proteger ante todo la industria militar con mentiras, acusación que no excluye algunos sectores de las comunidades científicas. Tampoco han quedado al margen de sus críticas países y gobiernos poderosos -EEUU, Japón, Francia y Reino Unido- que, según él, ocultan las causas reales de los accidentes nucleares. Podrías explicarnos algo de esta polémica y por qué, desde posiciones oficiales u oficiosas, no se reconoce lo que realmente pasó y los dañinos efectos que ocasionó.

Es un tema que nos llevaría muy lejos. Un mínimo desarrollo exigiría un tratamiento largo y tendido. Intentaremos explicar aquí lo más importante.

Se creó, efectivamente, una importante polémica y no es casualidad que apareciese recientemente. El origen de ello es un informe que salió a la luz en septiembre de 2005, informe que se publicitó mucho medio año después. Apareció como un documento de la OMS, de la Organización Mundial de la Salud, en el que se nos iba a decir la verdad sobre Chernóbil y en el que se daba «la versión definitiva» de los efectos.

Mucha técnica publicitaria como ves. Es muy espectacular como, por ejemplo, presentaron el resumen de prensa. Está escrito en inglés: «Chernobyl: the true scale of the accident; 20 Years Later a UN Report Provides Definitive Answers and Ways to Repair Lives». ¡La verdad definitiva sobre Chernóbil!

El informe, tal como fue comunicado, es un libro de más de 600 páginas, editado en tres volúmenes, del que se publicó por la AIEA una versión sinóptica de 55 páginas (Chernobyl’s Legacy: Health, Environmental and Socio-Economic Impacts) que es en realidad lo que se presentaba a los medios. En cambio, el breve texto que tanto ha impactado a la prensa es un resumen de 6 o 7 páginas, al que realmente, desde un punto de vista científico, no se le puede dar ningún valor. En él se afirma que según los datos del Informe unas 4.000 personas pueden llegar a fallecer a lo largo del tiempo -que en el informe completo se precisa en un período de 70 años- por la exposición a la radiación liberada hace 20 años en al accidente, que seguramente no va a haber más muertos y que la gente se puede reinstalar en los territorios afectados.

Prácticamente es una apología del retorno al uso de la energía nuclear. Esto es en resumen lo que viene a decir el informe que causó grave sorpresa y gran controversia. No era para menos.

Pero el informe fue publicado por la OMS. ¿No es así? Por lo tanto, en principio, es creíble, no es mera publicidad.

Efectivamente. Este informe se ha publicado y publicitado por la OMS pero ocurre con él lo que ya hemos comentado. En realidad, el estudio ha sido elaborado fundamentalmente por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) de Viena. Desde 1959 existe un convenio por el que la OMS, para cualquier asunto relacionado con cuestiones nucleares, remite y se pone de acuerdo con esa agencia atómica. El convenio estipula, entre otras restricciones, que los estudios de la OMS en materia nuclear, previamente a su publicación, deben ser revisados por la AIEA, no deben ser negativos con la Agencia ni tampoco deben impedir la promoción de la energía nuclear. La Agencia se fundó, en la época de los «átomos para la paz», por la Organización de las Naciones Unidas, para promocionar el uso de la energía nuclear, por un lado, y por otro, cuando se firmó el TNP, el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, para vigilar, de ahí su actual intervención en el caso de Irán, y de paso su flagrante inhibición en las actividades atómicas de otros países. Aún hoy en día en sus publicaciones aparece el eslogan «Atoms for Peace«. Si uno entra en la web de la agencia, verá que todo lo que allí se afirma es una defensa del uso de la energía nuclear. No olvidemos que es una agencia de la energía atómica. Ahora están con un foro, que ya existe desde hace años, para promocionarla como solución a Kyoto, como energía limpia, como energía moderna, en neta coincidencia con las posiciones de la administración del presidente en Jefe Bush II.

No deben ser pocas las presiones políticas.

Exactamente. Se dan aquí todas las presiones políticas que puedas imaginarte y algunas más. Cuando se mira con detalle el informe al que nos estábamos refiriendo, y aunque se ha publicitado como un informe de la OMS científico e independiente, se observa que los créditos otorgados para su realización provienen de un ente denominado «The Chernobyl Forum» compuesto por la AIEA, los gobiernos de la Federación Rusa, de Bielorrusia y de Ucrania, el Banco Mundial, el UNSCEAR (United Nations Scientific Committee on the Effects of Atomic Radiation), institución de vida más bien lánguida, y otros organismos de la ONU sin relación con la cuestión (UNSP, FAO). A la OMS la han incluido también pero más bien como adorno, para no levantar sospechas, para ganar credibilidad científica. De hecho, el tal Foro no deja de ser una entidad nominal.

Desde un punto de vista científico, metodológico, ¿cuál es tu opinión sobre este informe? ¿Te parece un buen informe?

El informe una vez se analiza, y téngase en cuenta que es muy prolijo y que es realmente muy técnico, presenta numerosos sesgos derivados de las limitaciones y objetivos originarios impuestos al estudio. Ha sido realizado sobre áreas muy pequeñas de Ucrania, de Rusia y de Rusia Blanca (Bielorrusia o Belarus), sobre áreas contaminadas claro está, pero que no representan exactamente ni de lejos todas las áreas afectadas. No representan en absoluto las áreas de esos países ni del resto de Europa que sufrieron alteraciones importantes por el accidente. Lo mismo puede decirse sobre la población considerada para estimar los efectos de la contaminación radiactiva. Las cifras proporcionadas por el Informe «los antes citados 4.000 casos de cánceres que podrían llegar a producirse, por ejemplo» se refieren tan solo a un grupo de alrededor 600.000 personas, mientras que la población que vive en las áreas contaminadas de Ucrania, Rusia Blanca y Federación Rusa alcanza, según los informes de estas mismas repúblicas, los cinco millones. Y esa cifra también puede considerarse una subestimación.

Creándose, por lo tanto, una importante confusión sobre estos temas.

Efectivamente. Un ejemplo de la confusión generada sobre la cuestión lo podemos encontrar en otro comunicado de prensa de la misma OMS efectuado el 26 abril de 2006 con motivo del vigésimo aniversario del accidente. En este caso la OMS es más prudente que en el comunicado anterior -quizá por las numerosas críticas recibidas- y se refiere a un nuevo Informe, publicado por ella (Ginebra 2006), sobre los efectos sanitarios. Aquí, aquellos 4.000 posibles cánceres mencionados en septiembre, se elevan a 9.000 y se constata que alrededor de 5.000 niños y adolescentes en el momento del accidente han sido diagnosticados de cáncer de tiroides, y que es muy probable que nuevos casos de este tipo de cáncer sigan produciéndose en el futuro. Acepta, además, que más de cinco millones de personas (¡cinco millones!) siguen viviendo en la actualidad en áreas contaminadas con material radiactivo. Aquí conviene ir a los datos originales del mismo Informe, donde se constata que considera sólo a los residentes -los cinco millones mencionados- en áreas con niveles de cesio radiactivo (Cs 137) superiores a 37.000 Bq/m2 en Bielorrusia, Ucrania y Federación Rusa. La población de territorios con actividades inferiores se ignora. Por otra parte es asombroso que, según dicho Informe, alrededor de 270.000 personas sigan viviendo en áreas que la extinta Unión Soviética clasificó como «zonas estrictamente controladas», territorios donde la radiactividad supera los 555.000 Bq/m2.MO

Antes he comentado que en la República Checa se han realizado recientemente trabajos de investigación, que han sido publicados en revistas científicas internacionales, sobre la muy alta tasa de cánceres de tiroides que aparecieron a lo largo de los cuatro o cinco años inmediatamente siguientes al accidente, y sobre otro tipo de fenómenos patológicos. Estos son los pocos datos que se tienen sobre estas áreas externas a la antigua Unión Soviética. Pero dentro de las tres repúblicas mencionadas de lo que fue la URSS -Rusia, Ucrania, Biolerrusia-, el estudio se restringe sólo a determinadas áreas, seleccionadas además con criterios un tanto oscuros.

En cuanto a la metodología seguida.

Es altamente discutible la metodología que se ha empleado. Leyendo el informe con atención ves que incluso hay una gran incertidumbre sobre el tipo de métodos que se han seguido.

Al mismo tiempo ha aparecido, también recientemente, un estudio de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa que han publicado en forma de libro y que es también altamente crítico con aquel informe. Se calcula en este estudio de la Academia de Ciencias que han sido más de 200.000 las personas afectadas a lo largo de estos 20 años.

En el estudio de la OMS, por ejemplo, no queda en absoluto claro como cuentan y estudian a los famosos liquidadores, aquellos millares de personas -unas 250.000 sólo en 1986 y 1987- que intervinieron inmediatamente para construir el famoso sarcófago de Chernóbil con el que se cubrió el reactor destrozado. El informe de la AIEA/OMS habla de 15 fallecidos entre estas personas. Los mismos datos rusos los aumentan a centenares. Seguramente, entre 800 y 1.000 de estas personas murieron por efecto de la radiación aguda.

Nos encontramos, pues, que el estudio de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa establece cifras diez veces superiores respecto al estudio de la OMS/AEIA. Insisto: ¡10 veces más!, no una mera diferencia de matiz o de redondeo de la última cifra.

Hay, además, otros informes científicos que también establecen datos muy distintos, que en absoluto coinciden con el informe de la OMS.

Para ti,¿ qué cifras son las más correctas?

Desde un punto de vista estrictamente científico, yo no puedo saber, Salvador, cuáles son las cifras exactas o qué cantidades reflejan mejor la realidad de los hechos. Los datos disponibles indican que hubieron, que hay afecciones, pero no existe ningún estudio global de todas las zonas contaminadas de Europa que indique cuántas afecciones se han producido realmente. Existen informes parciales, como éste que explicaba de Chequia; existe también el informe de la Academia de Ciencias de Ucrania, en todos ellos se dan cifras muchísimo más altas que las que cita este informe de la AIEA/OMS.

Existen, además, investigaciones y datos que no han sido publicados. Durante muchos años, en lo que fue la extinta Unión Soviética, todos estos informes fueron reservados.

¿Se han publicado datos sobre la contaminación producida por el accidente en otros países europeos?

Tampoco, tampoco. Francia, por ejemplo, nunca ha publicado datos de la contaminación producida por Chernóbil. Recuerdo lo que pasaba cuando cruzabas el Rin en aquella época. En Alemania y Suiza, al cabo de los años, seguían y siguen manteniendo reservas y controles sobre cierto tipo de setas, sobre ciertos productos silvestres, porque el estroncio 90 y el cesio 137 están allí, permanecen allí, y si se cruza el Rin en dirección a Francia, los bosques, claro está, siguen siendo los mismos, los territorios no han cambiado, pero, mágicamente, parece que existiera una frontera «nacional» que hubiera parado la radiación. En Francia, como es sabido, casi todas las cuestiones radiactivas son reservadas.

Tenemos actualmente informes sobre zonas contaminadas de Inglaterra, datos que muestran, lo que es muy paradójico, que no hay unos criterios uniformes de análisis. Al mismo tiempo, en el mismo momento, en Bielorrusia, por ejemplo, se aceptan unos límites para la leche; en cambio, en Rusia se aceptan otros, y en Ucrania otros distintos, y estos límites no están próximos en absoluto, varían desde los 20 hasta los 200 becquerelios por litro en estas tres repúblicas. No hay siquiera unos criterios de protección homogéneos y, no olvidemos, que sigue habiendo radiactividad en muchos productos de estas zonas. Lo que pasa es que se han considerado o se quieren considerar seguros ciertos valores y entonces se dice de cara a la tranquilidad de la opinión pública que aquí no pasa nada, que no hay ningún peligro.

En tu opinión, ¿qué debería haberse hecho? ¿Cómo debería haberse obrado si se hubiera querido obrar correctamente?

Lo que debería haberse hecho, como ya hemos comentado antes, es haber establecido un sistema paneuropeo de radiovigilancia y de estudio de los efectos. No existe tal sistema. Entonces, frente a un informe como el que comentamos, yo, que no acostumbro a ser tan tajante, considero en este caso que no tiene valor científico alguno, que no podemos considerar ni dar valor al estudio de la Agencia Internacional de Energía Atómica.

Hay otros informes de la OMS, en los que al parecer no ha intervenido tanto la Agencia, que son muy distintos, aunque son muy técnicos, y, sobre todo, cuando uno se remite a lo único que tiene valor, a lo único válido desde un punto de vista riguroso, aunque desde luego también sea bueno mantener ciertas reservas, es decir, a los análisis científicos publicados en revistas reconocidas con comités de revisión por pares. Estos datos nos indican precisamente que el informe de la Agencia Internacional no se sostiene en absoluto.

¿Cuáles son entonces los datos reales?

Como te decía, no lo podemos saber con precisión. Unos hablan de 200.000 personas, otros de 50.000, nadie puede decirlo con seguridad. Lo que sucede es que las cifras de valores tan bajos no pueden ser aceptadas cuando ya tenemos datos de aquella época en los que la misma gente que estuvo trabajando directamente en la central, y los datos sanitarios de la propia URSS, señalaban que hubo una mortalidad importante y existen, además, otras investigaciones publicadas que aseguran que en determinadas zonas ya tuvieron en aquellos momentos niveles altos de mortalidad. Tampoco podemos hacer mucho caso de lo que, a veces, son básicamente reportajes periodísticos. Con todos mis respetos hacia el buen periodismo, hay informes de este tipo que son poco rigurosos.

¿Puedes precisar un poco más? ¿A qué te refieres exactamente?

Pues, por ejemplo, cuando se dice: he hablado con una campesina y me ha dicho que los terneros le nacen con dos cabezas o que hay «montones» de niños, sin más precisión, con malformaciones. Este tipo de informaciones no tiene valor científico. Para obtener buenos resultados hay que aplicar una metodología estricta. Los instrumentos, para poder analizar lo que ha ocurrido, son conocidos, los tenemos, están a nuestro alcance. En los casos concretos en que se ha seguido una buena metodología, en el estudio del cáncer de tiroides por ejemplo, es innegable que ha habido un impacto muy importante. No podía ser de otro modo.

En definitiva, no es que no puedan realizarse buenos estudios, sino que no quieren hacerse investigaciones independientes que tengan el conocimiento verificable de los hechos como finalidad central. Los intereses políticos y económicos nuevamente están situados en el puesto de mando; el dinero hace girar el mundo, cantaba Liza Minnelli y aquel inolvidable presentador en Cabaret. Money, money, money...era el estribillo de aquella tonadilla. Pues eso.

Podemos intentar un resumen sobre este punto si te parece.

Me parece. Más de veinte años después de la catástrofe de Chernóbil no hay aún una evidencia clara sobre el impacto real de la radiación en la salud y persisten las divergencias según las diversas fuentes de información que se utilicen. Sería preciso aunar esfuerzos a nivel internacional para continuar analizando la situación en las áreas más contaminadas mediante estudios epidemiológicos analíticos a largo plazo, pero para ello es necesario que exista una voluntad política clara y recursos económicos para el financiamiento de la investigación. A pesar de la magnitud del desastre, la inversión destinada a todo tipo de investigaciones sobre Chernóbil en los últimos veinte años, incluyendo la militar, no ha llegado a 10 millones de dólares. El desastre de Chernóbil ofreció la oportunidad de investigar ampliamente los efectos de la exposición a radiaciones sobre la salud y el medio ambiente; sin embargo, la comunidad internacional ignoró muchos informes existentes en los territorios contaminados, algunos de ellos publicados pero tan solo en lengua rusa, y también otros al carecer de posibilidad de acceso por intereses políticos.

Por otra parte, antes de Chernobil ocurrió otro importante accidente nuclear en 1979, en la Isla de las Tres Millas, en Harrisburg. ¿Qué pasó allí?

No sólo ese, no sólo el accidente de Harrisburg fue un accidente muy importante. A partir de mediados de la década de los 50 comenzaron a producirse graves accidentes en plantas nucleares de los Estados Unidos, en lo que entonces era la URSS, en Canadá, en Gran Bretaña y en Japón, accidentes que afectaron seriamente a los seres humanos y al ambiente. Los principales accidentes acontecidos en centrales nucleares, cito de memoria, han sido los de Mayak en 1957, en los Montes Urales, en Rusia; en Windscale también en 1957 -rebautizado más tarde como Sellafield, Seascale village, en Gran Bretaña; el importante accidente del que hablabas en Three Mile Island, en 1979, en Harrisburg, Pensilvania, EEUU, con una magnitud de 5 según la escala INES, y con riesgo fuera del emplazamiento; el ya citado accidente de Chernóbil en 1986 con una magnitud 7 según la escala INES y considerado un accidente grave, y el de Tokaimura, en Japón, en 1999, con una magnitud 4 según la escala INES y sin riesgo significativo fuera del emplazamiento, aunque sí hubo personal irradiado en el interior.

También lo ocurrido recientemente, en verano de 2007 en Japón, merece destacarse. Podemos hablar más tarde de ello si te parece.

De acuerdo, hagámoslo. Pero, ¿qué escala es ésa que has citado?

La escala INES, la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, fue introducida por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y mide la gravedad de los accidentes nucleares. A mayor valor numérico, mayor peligrosidad del accidente.

En España, ¿cuántos accidentes se han producido?

En las instalaciones nucleares españolas ha habido desde la instalación de la primera central nuclear «José Cabrera» en 1968 un total de 27 sucesos catalogados todos ellos en el nivel 1, a excepción del ocurrido en la Central Nuclear de Trillo, en 1992, que fue de nivel 2.

También existió un accidente no catalogado en la Junta de Energía Nuclear, en los tiempos de la dictadura, que vertió cantidades indeterminadas de radiactividad al pequeño río Manzanares, cantidades que llegaron al Tajo y se detectaron en Lisboa. Algún historiador debería indagar los hechos, pues forman parte de los formas de proceder de la época.

Por cierto, muestra de las actividades de la JEN se han encontrado recientemente en zonas contaminadas radiactivamente en el campus de la Universidad Complutense, muy cercano a la ubicación de la Junta.

De los accidentes que antes citabas, ¿cuáles te parecen más destacables? ¿Qué sucedió en ellos?

En Mayak, cerca de Cheliabinsk, en los Montes Urales, el complejo nuclear más grande del mundo, ha sufrido grandes desastres, con episodios de contaminación ambiental que han tenido graves consecuencias para la salud. En septiembre de 1957 se produjo uno de los accidentes nucleares más importantes de la historia. Un tanque de almacenamiento, que contenía 300 m3 de residuos de alto nivel radioactivo, explotó liberando casi la mitad de radiación de Chernobyl, con la difusión de 74.000 TBq [1] de radioactividad en un área de unos 23.000 km2. Como consecuencia, más de 270.000 personas quedaron afectadas y alrededor de 10.200 tuvieron que ser evacuadas. Según el Instituto de Biofísica del Ministerio de Salud ruso, en 1992 habían fallecido 8.015 personas como resultado de la exposición a las elevadas dosis de radiación.

Luego se produjo el accidente de Windscale, que fue también en 1957.

En este caso fue el incendio de uno de los reactores de grafito de la central el que provocó la emisión de acerca de 600 TBq de iodo 131, 45 TBq de cesio 137 y 0,2 TBq de estroncio 90. Las cifras relativamente altas de iodo fueron especialmente preocupantes ya que el día después del accidente este elemento fue hallado en la leche, con una radiactividad de hasta 50.000 Bq/l en granjas ubicadas a 15 Km del reactor. En base a la valoración de las dosis recibidas, se estima que hubo decenas de muertes en el Reino Unido debidas a la radiación emitida tras el accidente, aunque este dato no pudo ser verificado a nivel epidemiológico. Da idea de la importancia de aquel accidente el que la nube radiactiva llegó a detectarse en Copenhague, si bien ignoramos todo de los efectos que pudo causar.

Años después, en 1979, se produjo el accidente de la Isla de las Tres Millas, en Harrisburg, Pensilvania, en Estados Unidos.

Efectivamente, en marzo de 1979, el reactor PWR de la central de Harrisburg sufrió una fusión parcial. Las bombas principales de agua de alimentación dejaron de funcionar a causa de una avería que impidió la retirada de calor del sistema de generación de vapor. La válvula de descarga de presión se abrió, emitiéndose una nube radiactiva de 0,5 terabecquerelios, compuesta fundamentalmente por radionúclidos de vida corta. La dosis recibida en el momento del accidente a pocos kilómetros de la central fue de 0,25 mSv de promedio. Ninguno de los estudios llevados a cabo mostraron una evidencia de asociación entre la incidencia de cáncer alrededor de la central y la emisión de radiación. Por el momento, el único impacto en la salud atribuible a Three Mile Island, en absoluto despreciable, ha sido el estrés mental en las personas que vivían en los alrededores de la central, particularmente en mujeres embarazadas y familias con niños.

Sin embargo, el seguimiento de la población no debería abandonarse. Aunque la dosis de radiación colectiva recibida por la población en un radio de 80 Kilómetros cuadrados fue pequeña, un accidente de este calibre produce enormes cantidades de residuos, pudiendo llegar a producir más de un millón de litros de agua contaminada.

Hablabas también del accidente de Tokaimura, en 1999 creo recordar.

Este accidente, que ocurrió a 120 kilómetros al noreste de Tokio, no lejos de Naka-machi, se considera el más grave después del de Chernóbil. Su causa fue la reacción en cadena que se produjo por la decantación de una cantidad anormalmente elevada, de 16 kg, de solución de nitrato de uranio enriquecido debido a un error humano en su manipulación. La cantidad superó muy ampliamente el valor de seguridad, algo más de 2 kilos, y los dos obreros de la central que participaron en el proceso fallecieron al recibir dosis letales.

Por cierto, sobre el accidente de la planta de Tokaimura, en el que se evacuó a 161 personas residentes en las cercanías de la instalación y se alertó a la población, unas 300.000 personas, dentro de un radio de 10 Km, para que permaneciese en sus casas, el Informe al respecto de los inspectores de la AIEA constata que se produjo por la manipulación de uranio enriquecido hasta un 19% en U-235, en cantidades tales que superaron la masa crítica, iniciándose una reacción de fisión. Asimismo se consigna que dicha planta llega a enriquecer uranio hasta un 50%.

Mi pregunta es, Salvador, ¿para qué enriquece Japón uranio hasta estos niveles? Tanto que se habla ahora del control de los países que pretender enriquecer uranio y tan poco que se mentó el caso nipón. Quizá se deba a que está en el eje del bien…

Probablemente, muy probablemente. La cercanía o pertenencia a los Imperios, y la subordinación a sus intereses, suele facilitar las cosas. En cuanto a accidentes militares nucleares.

Durante las últimas décadas ha habido múltiples accidentes militares con emisiones de radiaciones ionizantes elevadas y repercusiones importantes tanto en el medio ambiente como en la salud de las personas expuestas. En España tenemos el ejemplo de Palomares del que hablábamos anteriormente.

¿Puedes citar otro accidente militar importante?

El de Thule, al norte de Groenlandia, el 21 de enero de 1968. El accidente de Palomares contrasta, precisamente, con el segundo incidente nuclear del ejército de los EEUU -también del tipo «flecha rota»-, en este caso, en la base aérea de Thule. Aquí el criterio de radioprotección ambiental aplicado fue mucho más estricto. El accidente de un avión B52 que contenía cuatro bombas termonucleares provocó la contaminación de unas 20 hectáreas de la superficie helada de la Bahía de la Estrella Polar por unos 3,6 kilos de plutonio 239 dispersado. En este caso, durante cuatro meses se procedió a retirar todo el material contaminado que fue posible quitar del hielo, nieve, agua y restos del accidente, aproximadamente unos 6.700 m3, que fueron transportados a un cementerio atómico. No obstante, las autoridades danesas estimaron que el plutonio restante contaminó el medio acuático hasta unos 20 kilómetros del lugar del accidente.

Cabe también citar, aunque algunos sean «semimilitares», la contaminación por plutonio ocasionada por la caída, por accidente o fin de su vida útil, de satélites artificiales alimentados de energía por pilas de plutonio que les permiten una muy prolongada autonomía e intensas actividades de observación y emisión telemática.

Nos falta comentar el reciente accidente de Japón, el que se produjo a finales de julio de 2007. Un terremoto de intensidad 6,8 golpeó la provincia de Niigata, en la isla de Honsu, a 200 km de Tokio, y puso fuera de funcionamiento Kashiwazaki-Kariwa, una gigantesca planta nuclear, una de las más grandes del mundo. Nueve personas fallecieron, un millar fueron heridas, a causa del terremoto. Se destruyeron o dañaron unas 800 casas. Vías y puentes quedaron impracticables, se cortó el suministro de agua, gas y electricidad, se averiaron instalaciones industriales de la zona. Pero la secuela más grave tuvo que ver con la industria nuclear. El accidente, según el mismísimo The New York Times, generó preocupación sobre la seguridad de ‘lo nuclear’. La planta, propiedad de la TEPCO, Tokyo Electric Power Company, posiblemente esté situada encima de la línea de una falla sísmica. Los informes elaborados en aquellos momentos hablaban de fugas radiactivas, de conductos obsoletos, de tuberías quemadas, aparte de los incendios. Varios centenares de barriles de residuos radioactivos se vinieron abajo. Marina Forti, una informada periodista especializada en problemas ecológicos y mediombientales que colabora regularmente en el admirable diario comunista italiano Il Manifesto, escribió un magnífico artículo que tituló así: «Japón: el desastre en la central nuclear más grande del mundo acaba con uno de los últimos mitos de la industria nuclear».

Sí, lo recuerdo. Leí la traducción del artículo que se publicó en www.sinpermiso.info y más tarde en www.rebelion.org. Forti hablaba de más de 1.000 litros de agua radioactiva vertidos al mar, no del litro y medio del que se habló el primer día después de lo sucedido, y, como decías, de fugas de isótopos radiactivos en la zona. Los mismos dirigentes de la central, aunque les costó, lo admitieron finalmente: eEl terremoto provocó un desastre. La planta, a finales de agosto de 2007, con sus siete reactores nucleares, sigue cerrada. Lo sucedido no fue una «pequeña fuga» radiactiva, sin consecuencias para el medio ambiente. Tardaremos en saber todo lo sucedido y cuáles han sido sus consecuencias.

Una agencia informativa japonesa ha divulgado que un centenar de barriles de escoria de baja radiactividad resultaron afectados por el terremoto. Otros, sin precisar el número, se desprecintaron. Un portavoz de la empresa admitió, finalmente, que «sólo» la mitad de los 22.000 barriles almacenados cerca de la central (es decir, ¡11.000! barriles) estuvieron bajo control los días siguientes al accidente. Admitió también que se habían producido emisiones a la atmósfera de «pequeñas cantidades» de sustancias radioactivas como cobalto 60, yodo y cromo 51. Unas doce mil personas tuvieron que ser evacuadas de Kashiwazaki, ciudad que cuenta con 95.000 habitantes y está situada al lado de la central.

Pero las centrales se diseñan para que puedan resistir terremotos.

Sí, eso lo que dijo el portavoz de TEPCO: los reactores de la central fueron diseñados para resistir terremotos, pero sólo, insistió, hasta determinada intensidad, inferior a la magnitud del seísmo registrado aquel lunes de finales de julio de 2007. Con ello, lo señalaba Forti y yo estoy de acuerdo, se ha desplomado otro de los últimos mitos sobre la seguridad de la industria nuclear, el mito de que es posible construir plantas capaces de resistir todo tipo de terremotos.

El ahora ex primer ministro japonés, Shinzo Abe, un político muy conservador, declaró poco después que creía que las centrales nucleares sólo podían ser gestionadas con éxito contando con la confianza de la ciudadanía. Aceptémoslo. Espero entonces, deseo, quiero creer, debemos hacer lo posible, para que esa confianza ciudadana cada día sea menor. En Japón y en cualquier otro lugar. Aunque nunca sobran, nos sobran las razones para ello. En este caso, lo razonable es la desconfianza. La confianza sin argumentos es ciega, un irresponsable brindis al sol.

De hecho, en un viejo artículo tuyo publicado como nota editorial en el número 8 de mientras tanto -«El síndrome de Tsuruga (Energía nuclear y violencia institucional)»- hablabas de que el secreto y la tergiversación empresarial y gubernamental sobre los riesgos ambientales y sanitarios de determinadas actividades industriales» había sido puestos en evidencia de forma notoria durante un accidente nuclear en otra central japonesa, en la Tsuruga. En esta ocasión, entre el 10 de enero y el 8 de marzo de 1981, ocurrieron fugas de líquidos radiactivos, pasando unos 40.000 litros desde los depósitos de residuos de la central a las cloacas de la vecina ciudad de Tsuruga, donde entonces vivían unas 100.000 personas. El accidente, entonces el más grave desde el comienzo de la nuclearización nipona, no fue conocido por los habitantes de la ciudad, ni por la ciudadanía en general, hasta el 20 de abril; aproximadamente, unos 100 días de su inicio. De hecho, se ha sabido posteriormente, la empresa propietaria de la central, la Compañía Japonesa de Energía Atómica, conocía perfectamente los hechos desde el principio e hizo todo lo posible para ocultarlos.

Admitámoslo, Salvador. Mal que nos pase, y desde hace ya tiempo, los tiempos no están cambiando. En España, durante la transición, no hubo ruptura; en muchos otros temas esenciales, tampoco. La mentira no sólo es el usual lenguaje de algunos dirigentes políticos sino también la jerga básica de las grandes corporaciones.

Nota:

[1] TBq: terabecquerelio. 1 TBq = 1012 Bq, es decir un billón de becquerelios.