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América Latina, señora de su destino

Fuentes: Alai-amlatina

¿Cuáles pueden considerarse ideas claves para promover una integración latinoamericana? Esta y otras preguntas similares tienen una enorme relevancia. Como respuestas, se podría plantear, a modo de ejemplo, que «solamente una América Latina integrada podrá preservar su identidad como región, fuente de una cultura diferenciada, actora con sentido político económico propio, señora de su destino», […]

¿Cuáles pueden considerarse ideas claves para promover una integración latinoamericana? Esta y otras preguntas similares tienen una enorme relevancia. Como respuestas, se podría plantear, a modo de ejemplo, que «solamente una América Latina integrada podrá preservar su identidad como región, fuente de una cultura diferenciada, actora con sentido político económico propio, señora de su destino», o que «el proceso de integración permitirá la coordinación activa de las fuerzas que impulsan el progreso de los sectores renovadores, de los que en cada país están pugnando por la mejor distribución del ingreso y por el beneficio de las grandes masas populares». Incluso se podría afirmar que «el camino de la integración económica y política, coordinando intereses y políticas nacionales, constituye la única alternativa para crear las condiciones para un desarrollo más acelerado y más equilibrado, reduciendo las diferencias de desarrollo relativo entre regiones y países de Latinoamérica y el Caribe».

Estas respuestas, donde se invoca la «identidad» de la región, una «coordinación activa» o la necesidad de «reducir las diferencias» entre distintas economías, resultan impactantes. Pero más de un lector podrá advertir que hoy por hoy no son comunes de encontrar. Sin embargo, esas ideas se publicaron hace más de cuarenta años atrás, y no estuvieron en manos de un grupo radical o de una corriente alternativa de aquel entonces, sino que son las propuestas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En efecto, estas ideas son presentadas y analizadas en «Factores para la Integración Latinoamericana», promovido por ese banco, y publicada en 1966 por el Fondo de Cultura Económica en México.

En ese reporte se analiza el sentido y alcance de una integración económica latinoamericana, los obstáculos que debería sortear, las medidas apropiadas para su promoción y la forma necesaria para que resultara exitosa. Sin entrar en una discusión sobre la validez de las propuestas que allí se especifican, llama la atención el nivel de rigurosidad y detalle con que se formulaba en aquel entonces un proyecto para una integración de América Latina y el Caribe. Los temas considerados en esa discusión aunque siendo válidos, en la actualidad no siempre son abordados con la misma originalidad y rigurosidad.

El reporte deja claro que la integración latinoamericana era vista como el requisito fundamental para asegurar y activar el desarrollo económico de la región. Su propuesta se construye entorno a cinco líneas principales: integración para el desarrollo, integración comercial, integración sectorial y fronteriza, integración financiera e integración cultural.

Como premisa de partida se plantea la integración como un proceso que requiere de un esfuerzo deliberado y programado para alcanzar condiciones de «desarrollo autosustentado de la región que aseguren a todos los pueblos latinoamericanos, hacia fines del siglo, los niveles económico-sociales que hace posibles la tecnología contemporánea». Es preciso remarcar aquí que no es menor la visión de Latinoamérica como autosuficiente, capaz de construir una integración para autosustentar su desarrollo, una meta que cuatro décadas después todavía no se ha cumplido. Asimismo, no es menor que no se plantee a la integración como un medio para permanecer como proveedora de materias primas.

Se definen además los objetivos esenciales de la integración, destacándose como principal objetivo el lograr un «desarrollo equilibrado y equitativo» para el conjunto de países. En cuanto a la institucionalidad de la integración, aquel BID, el de aquella época, propone como objetivo final la creación de una «Comunidad Económica de América Latina», con su propia Corte de Justicia, un Consejo de Gobierno y hasta un Parlamento Continental. No se plantean como ideas genéricas, sino que se ofrece un organigrama detallado, se describe cada componente y el vínculo entre las instituciones, y se diseña un calendario quinquenal para el cumplimiento de sucesivas etapas.

El documento redobla la apuesta y sostiene que no basta con alcanzar la cooperación entre las naciones si se pretende activar el desarrollo de la región, y que el fortalecimiento y arraigo de este desarrollo necesariamente requiere de la integración. Esto es casi lo contrario a lo propuesto por la CEPAL en su reporte 2009 sobre inserción internacional latinoamericana, donde postula volver a enfocarse en la cooperación debido al estancamiento de la integración.

Causa mayor sorpresa la importancia que se le dio al tratamiento de las asimetrías, ya que se entiende que la integración debería contemplar la situación de los países de menor desarrollo relativo y promover medidas especiales para evitar que éstos se conviertan en la «periferia» de las economías industriales regionales. El objetivo era evitar que se repitiera dentro de América Latina una nueva división entre «centros» y «periferias». El reporte insiste en que no tiene sentido ensayar la integración si no se reconocen las asimetrías entre los países, y por lo tanto se debería contar con mecanismos políticos eficientes para reducirlas. Cuatro décadas después, esa preocupación estuvo presente durante la breve vida de la Comunidad Suramericana de Naciones, pero en la UNASUR perdió relevancia.

El reporte del BID, admite que la integración comercial es un punto de partida, desde donde es necesario romper con la estructura de economías al servicio de la exportación hacia fuera del continente. Esa inserción, recomiendan, debía ser reemplazada por intercambios recíprocos y complementarios, junto a medidas de desgravación tomadas conjuntamente por todos los países. Y desde allí, apuntar a un mercado común.

Más allá de los detalles de este reporte del BID de mediados de la década de 1960, es impactante la amplitud de temas abordados, así como el grado de detalle y precisión que en algunos de ellos se alcanza. Eso deja en evidencia que las discusiones que hoy en día se plantean entorno a la integración latinoamericana, han perdido varios ingredientes de aquel sentido central de construir un desarrollo propio, autónomo, comprometido con elevar la calidad de vida.

Hoy, más de cuarenta años después, parecería que en varios aspectos se ha transitado en sentido inverso. Por ejemplo, la región persiste como proveedora de materias primas, se ha desindustrializado (la participación del sector manufacturero en el PBI cayó de 12,7 % en 1970-74 al 6,4% en 2002-06, según recuerda el economista mexicano Alejandro Nadal; La Jornada, octubre 2009), y está atada a los flujos globales de capital.

Mientras que aquel documento de los sesenta expresaba el espíritu de una integración latinoamericana, a escala continental, el camino seguido ha desembocado en una fragmentación en distintos bloques, y dentro de cada uno de ellos, padeciendo los más diversos problemas.

La construcción de la integración latinoamericana sigue pendiente, y las discusiones que tuvieron lugar décadas atrás tienen la potencialidad de ser un ingrediente que contribuya a recuperar una mirada innovadora y comprometida, para que la región, logre una identidad con sentido político y sea una «señora» dueña de su destino.

Mariela Buonomo es analista en temas de economía y desarrollo sostenible en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social – www.economiasur.com)

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