Cuando se firma el llamado tratado de Asunción en 1991, América Latina estaba marcada incondicionalmente por los designios norteamericanos. El tratado se firma en plena vigencia del «Consenso de Washington», en el marco de la llamada «Iniciativa para las Américas», llamada a la formación de un bloque de liberalización comercial, para abrirse en cuerpo y […]
Cuando se firma el llamado tratado de Asunción en 1991, América Latina estaba marcada incondicionalmente por los designios norteamericanos. El tratado se firma en plena vigencia del «Consenso de Washington», en el marco de la llamada «Iniciativa para las Américas», llamada a la formación de un bloque de liberalización comercial, para abrirse en cuerpo y alma a las fauces de EEUU. Dicho en términos simples, un área funcional a los intereses imperiales norteamericanos que favoreciera las inversiones norteamericanas con las consabidas implicaciones en términos de intercambio muy desigual. El intento de reedición del proyecto, aparece más tarde con el nombre de ALCA.
Los presidentes que suscribieron ese tratado eran Carlos S. Menen, que fiel a los principios de privatización a mansalva del Consenso de Washington remató la Argentina llevando al colapso del 2001, en una crisis sin precedentes en la historia argentina; Fernando Collor, quien fuera sometido a Juicio Político por corrupción y tráfico de influencias, envuelto en turbios manejos administrativos causando serios daños a la economía brasileña; por Paraguay, el general Andrés Rodríguez, conocido por estar involucrado en el tráfico de drogas. Y finalmente, Lacalle, un opaco miembro del más conservador partido uruguayo.
En aquel entonces dadas las características del tratado, el Mercosur era fuertemente cuestionado por grupos progresistas y alabado por las derechas que gobernaban en América Latina.
Pero la historia se mueve. Hoy en un contexto liberado de las fauces del nefasto Consenso de Washington, con un imperio capitalista norteamericano en franco declive, y en ese marco, la emergencia de gobiernos autonomistas que avanzan en proyectos de integración para un desarrollo liberado de la tutela norteamericana, se reformula el Mercosur, a tono con el nuevo tiempo de América Latina. Los Presidentes de los estados miembros ya no tienen el perfil turbio de aquellos del año 91.
El tratado del Mercosur debe responder a los nuevos proyectos autonomistas, y dentro de los mismos, a proyectos hegemónicos regionales, principalmente el Brasil, en actual disputa con EEUU.
Era imperiosa y cada vez más necesaria la incorporación de Venezuela, por ser el estado de mayor reserva petrolífera del mundo en la actualidad, la tercera de bauxita, la cuarta de oro, la sexta de gas natural y la décima reserva de hierro. En el estado brasileño de Roraima, fronterizo con Venezuela, están las mayores reservas de oro, niobio y estaño del mundo, además de importantes yacimientos de torio, cobalto, molibdeno, diamantes y titanio, según el Inventario Mineral del Escudo Geológico de Roraima, realizado por el Ministerio de Minas y Energía en 2003. Además en la zona fronteriza con Brasil, está la mayor reserva de uranio del mundo.
Los tratados internacionales tienen siempre un componente fundamental, cual es la conveniencia económica de las partes. Y si el proyecto Mercosur se enmarca en los parámetros vigentes expuestos más arriba, con la voluntad de la mayoría de sus miembros y la imperiosa y urgente necesidad sobre todo de Brasil, de la entrada de Venezuela, era y sigue siendo un absurdo, que el Paraguay siendo el más insignificante del bloque, estuviera poniendo trabas, por responder a una vieja política de abyección al viejo patrón del norte. Esa política anticomunista de sujeción indigna al imperio norteamericano, un imperio con el cual nunca hemos tenido intercambio comercial, al cual no le hemos vendido nunca un kilo de carne, pero que indignamente fue utilizado como su marioneta política, es el rol que obsesivamente se sigue manteniendo.
Desde Paraguay se organizó en los años 70 del siglo pasado, la macabra triple A argentina; desde Paraguay se organizó el luctuoso «plan condor»; desde Paraguay se perpetró el asesinato del ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier.
Para este Congreso Nacional que el 22 de junio pasado destituyó a Lugo, la historia no corrió. Seguimos tocando la misma nota de los grises años de la guerra fría y las dictaduras militares de sometimiento incondicional a EEUU.
Pretendía que el superman del norte a quien sigue sin condiciones, avalara el obstáculo que ponía al ingreso de Venezuela. El estado más insignificante del bloque (Paraguay es el país con menor PIB del bloque, menos que Uruguay), se arrogó el derecho al veto desde la nada. El resto de los países del bloque estaban forzosamente postergando una necesidad cada vez más imperiosa y hoy, desde el golpe más precario y vergonzoso de la historia de América Latina,- una región con una historia signada por golpes-, allanó por fin el camino para la concreción del propósito.
América Latina tiene probablemente las más grandes reservas energéticas del mundo y desde ese lugar, el Mercosur se aboca a millonarios emprendimientos con China, próxima primera potencia, y nuestros lúcidos parlamentarios siguen gastando letanías, poniendo trabas a la autonomía de la región y manteniendo relaciones con Taiwan.
Pero si la historia camina, también los superhéroes cambian. Nuestros parlamentarios haciendo culto a la «soberanía», seguirán esperando al superman del norte, que con su capa nos salvará del comunismo apátrida. Pero se debe saber que ese superman va perdiendo vuelo, y América Latina inicia una nueva era.
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