Que Daniel Ortega gane o no las elecciones en Nicaragua no afectará a lo esencial: su declive y final como figura de la izquierda. Lo que queda de él no es otra cosa que un caudillo oportunista, inmoral y corrupto, que se sirve del imaginario del pueblo sandinista y de su desinformación, para rentabilizar las […]
Que Daniel Ortega gane o no las elecciones en Nicaragua no afectará a lo esencial: su declive y final como figura de la izquierda. Lo que queda de él no es otra cosa que un caudillo oportunista, inmoral y corrupto, que se sirve del imaginario del pueblo sandinista y de su desinformación, para rentabilizar las siglas FSLN y su pasado glorioso en beneficio propio y de su familia. Sea cual sea el resultado, Daniel Ortega no es futuro, es sólo el pasado que todavía se vuelca en el presente pero ahora de un modo irreconocible, obsceno, absolutamente deformado. Su capacidad de reunir votos sólo demuestra que todavía cientos de miles de mujeres y hombres sandinistas son cautivos de la necesidad de conservar colectivamente una referencia, aunque ésta sea pantomima, falsedad, traición. Probablemente se explica asimismo por, al menos, dos razones: la desinformación de lo que realmente es y representa la cúpula del FSLN; el hábil maniqueísmo de quienes presentan los señalamientos críticos como maniobra de los enemigos del sandinismo.
¿Qué tiene de izquierda un tipo que promueve la suspensión legal del aborto terapéutico, condenando a miles de mujeres a la muerte, con tal de aliarse con la parte más ultraconservadora y medieval de la Iglesia Católica? ¿Qué tiene de demócrata un hombre capaz de pactar con Arnoldo Alemán para repartirse el poder del estado y blindarse mutuamente para protegerse de la corrupción? ¿Qué tiene de sandinista quien pacta con el partido somocista con el objetivo confesado de sacar un puñado más de votos? ¿Qué tiene de conciencia social quien facilita en el parlamento la aprobación de los TLC? ¿Por qué entonces es mejor para el país un Daniel Ortega, compendio de lo que se pudre, que Edmundo Jarquín, quien tiene para ti el único pecado de haber sido un antiguo alto funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo? Dejas a un lado el hecho de que Jarquín es sandinista de siempre, servidor de la revolución en los años ochenta, para destacar que puesto que ha sido funcionario del BID está manchado. Entonces, tú, que eres cura, ¿estás manchado por toda la porquería pasada y presente de la Iglesia Católica y Apostólica? Yo sé que no. Sé que tú eres libre para pensar y para actuar. ¿Qué es lo que te lleva, entonces, a señalar con el dedo a otro cuando a ti se te reconoce no ser un agente del Vaticano? Admirado Francoise Hourtart ¿sabes qué es lo que te ha nublado la vista?: ese espíritu conservador que con tanta frecuencia afecta también a la izquierda.
El espíritu conservador en la izquierda se manifiesta habitualmente en la incapacidad de cultivar un sentido de la crisis, una atención crítica continuada a lo que sucede en la vida real. Se prefiere obviar los hechos, enmarcarlos en todo caso en un cuadro explicativo funcional, con tal de salvar unas categorías ideológicas y políticas ya obsoletas. Este espíritu conservador no está preparado para depurar legados ideológicos y producir ideas e imágenes más ricas y adecuadas a nuevas situaciones. Convierte lo revolucionario en una pieza arqueológica en lugar de hacer de ello una palanca para, si hace falta, recomenzar de nuevo. Es verdad que la idea de crítica no tiene una historia muy extensa y la del pensamiento crítico menos todavía, pero las gentes de izquierda necesitamos recorrer un camino que nos libere de cárceles intelectuales que nosotros mismos hemos construido, mediatizados por nuestros propios temores. Tus propias palabras, al decir en tu artículo:»Sin embargo, no hay duda que el hecho de dividir la oposición no puede sino favorecer el proyecto imperial sobre la región» son descorazonadoras y lo que es peor, reflejo de un viejo lenguaje y de un pensamiento que ha hecho mucho daño a las izquierdas en su historia. Este espíritu inquisitorial, amenazante al decir «quien crítica lo que es nuestro sirve al enemigo» y más aún «quién actúa fuera de lo nuestro es ya parte del enemigo», debe ser dejado atrás, en ese oscuro pasado a veces fronterizo con el dogmatismo.
Admirado Francoise Hourtart, en Nicaragua como en cualquier parte del mundo, el pensamiento crítico necesita fundarse sobre una visión realista de la sociedad sobre la que se desea actuar. Una visión que incluye el diagnóstico de lo que somos y la crítica de nuestro errores, como condición para reconstruir. Pero, además, el pensamiento crítico es un pensamiento de combate. No se acomoda en la costumbre, en la inercia, para terminar diciendo «este líder es un hijueputa pero es nuestro hijueputa, y por él hay que seguir votando». Pensamiento de combate quiere decir rebelarse para hacer caminos nuevos, no importando que se pierdan privilegios, puestos políticos, ni electorados cautivos. Y, en tercer lugar, el pensamiento crítico debe ser una herramienta para construir identidades colectivas, mediante la movilización en la calle pero también de las ideas. Identidades construidas no alrededor de una cúpula, de un caudillo, sino desde la relación democrática de base, desde el valor de la multitud que actúa consciente y rechaza la sumisión. Finalmente, el pensamiento crítico tiene toda su fuerza en el rigor con que acomete no sólo la crítica del campo contrario sino que también del campo propio.
En tu artículo viertes opiniones anticuadas sobre la realidad de Nicaragua. Es una construcción ideológica la que escribe de tu mano, no partes de los datos, más bien los obvias porque sólo así la ideología puede prevalecer. Me da pena, pues el socialismo deseable necesita más que nunca construirse desde los datos. Pero esto es otro asunto. Lo central., ahora, es que tu texto ha sido escrito al servicio de una causa oscura: Daniel Ortega.
Autor de «Nicaragua en la memoria: los buenos años» ICARIA, Barcelona.