Queridas conciencias cívicas frenteamplistas; compañeras: Hace ya más de cuatro décadas que el Frente Amplio se viene formando y multiplicando. Las conciencias cívicas frenteamplistas son muchas y muy diversas aunque -a pesar su heterogeneidad- fueron emparentándose en la utopía, en el sueño de un mundo emancipado de las tantas cadenas que nos aherrojan y de […]
Queridas conciencias cívicas frenteamplistas; compañeras:
Hace ya más de cuatro décadas que el Frente Amplio se viene formando y multiplicando. Las conciencias cívicas frenteamplistas son muchas y muy diversas aunque -a pesar su heterogeneidad- fueron emparentándose en la utopía, en el sueño de un mundo emancipado de las tantas cadenas que nos aherrojan y de viejos yugos que nos someten y aprisionan. Desde las agobiantes dependencias económicas a las conquistas de derechos diversos, desde los prejuicios a la igualdad paulatina en la amplia diversidad subjetiva, desde las indiferencias hasta nuestras propias ignorancias. Este camino no ha sido lineal, ni exento de obstáculos. Y apenas hemos dado los primeros pasos. Conocimos -y tal vez volvamos a experimentar- retrocesos varios o la necesaria remontada de algún escarpado repecho. Tuvimos algunas victorias -que vaya si festejamos- pero más sabemos de derrotas, aún en nuestro aparente apogeo, tanto en los conflictos laborales como en las urnas (y ni hablemos de votos rosados o blancos, entre otros dolores).
Para ser sinceros, deberíamos comenzar por reconocer que desde el 2004 a esta parte ya no crecemos tanto, o más precisamente aún, ya no crecemos: vamos zafando, conservándonos o manteniéndonos -no sin desgastes y esclerosamientos- situados en una meta de potenciales concreciones de aquellos viejos anhelos originarios, que, sin embargo, parecieran aletargar entusiasmos, energías y audacias. Y con ello -más gravemente aún- se nos estrecha el camino al horizonte, se nos asfalta con prolijos drenajes por los que las utopías escurren hacia inciertos resumideros. No precisamos de encuestas para reconocerlo y reconocernos. Basta observar la normal rutina callejera que nuestras ausencias garantizan y la silente desertificación de los comités de base. La unidad -y su riqueza- no puede verse comprometida por el reconocimientos de dificultades o fracasos. El ADN frenteamplista porta genes autocríticos más dominantes aún que los -genéricamente- críticos, conformando nuestros caracteres hereditarios. En ellos encontraremos la centralidad que nuestras conciencias cívicas le otorgan a la política, a diferencia de los defensores del statu quo disfrazados de objetivismo y neutralidad. Fueron cuatro décadas y serán muchas más en las que el desvelo por el carácter de la sociedad, de las relaciones económicas y de poder, por los derechos y libertades, constituye el motivo de tantos esfuerzos militantes y resignación de satisfacciones meramente personales. Al Frente Amplio no le debiera bastar el conformismo de ser una buena alternativa a la derecha, cuando podría ser también una alternativa cotidiana a sus propias limitaciones, un empujón permanente hacia la autosuperación.
Muchas conciencias frenteamplistas -aunque no es mi caso- encontraron refugio pretérito o reciente en encuadramientos y sectores. Las más nuevas producto probable de la imposibilidad de influencia y participación en instancias más basistas e independientes. Otras, sin importar los momentos, en virtud de coincidencias y contención subjetiva e intelectual en la acumulación parcial de fuerzas, siempre a costa de la libertad -y hasta irresponsabilidad o indisciplina- que otorga la independencia. Independencia relativa por cierto, ya que está ceñida a las diversas agregaciones internas, pero no alcanza al Partido-Movimiento que las contiene: nuestro Frente Amplio. La asunción de una pertenencia e identidad política, en este caso la frenteamplista, conlleva dos diferenciaciones -en un sentido limitativas- respecto al simple ciudadano. Por un lado el de la publicidad de la pertenencia asumida y por otro el respeto y acompañamiento -aún en la disidencia- de las decisiones y opciones de la propia estructura política. En cualquier caso, en tanto consciencias cívicas comprometidas, todas aspiran a la superación de tensiones contradictorias, de molestias, forzamientos y dilemas. Aspiran en suma a una suerte de homeostasis donde la ética pueda ejercerse en relación con las variables políticas en juego y se refleje coherentemente con la conducta cívica ejercida. Sea en una elección o en una intervención militante, en una pintada o en un debate.
Si bien la instancia electoral interna del próximo domingo 1° de junio resulta de una concesión retardataria en la constitución uruguaya vigente respecto a las posibilidades de reforma del régimen político, la simultaneidad para todos los partidos morigera al menos la posibilidad de una invasión promiscua de otras tiendas, como la reciente en Maldonado que afectó a una importante fracción frentista departamental como la Lista 738. En cualquier caso, con este instituto de rango constitucional, se igualan los derechos de los miembros activos de una agrupación a elegir sus candidatos y representantes, con la concesión ocasional de ese derecho a ciudadanos desinvolucrados partidariamente. En lugar de estimular la participación de los afiliados o miembros en la selección de candidatos, las internas abiertas a toda la sociedad licuan al partido en una masa plebiscitaria. Antes bien, desalientan el compromiso consecuente del militante y premian el fugaz acercamiento dominical del simpatizante transitorio (cuando no de otros partidos). Las internas abiertas no son sino un mito democrático que propende a la descomposición de la estructura y dinámica partidarias. No obstante, esta cuarta experiencia electoral interna está llamada e instituida y debe intervenirse en ella, cualquiera sea la opinión que merezca su naturaleza, dentro de las condiciones y garantías que ofrece. No sólo por la obligatoriedad para la continuidad jurídica frenteamplista sino porque más allá de la dilución de las potestades de los militantes, también a ellos les permite dirimir y tramitar algunas oposiciones en un contexto menos coercitivo que el de congresos o plenarios.
El voto secreto es sin duda el mejor instituto para la elección de candidatos o representantes, porque permite optar de manera libre e incondicionada, contando sólo la soberana voluntad del votante. No exclusivamente en internas partidarias o elecciones nacionales o departamentales sino en cualquier ámbito institucional, ya que permite la expresión de la voluntad de cada uno, sin las presiones, condicionamientos y posibles represalias que inversamente conlleva el carácter público. En el cuarto secreto nos despojamos de mucho más que las tensiones corporales que conlleva «la mirada del otro» si parafraseamos a Lacan. Es además una conquista a la que sucedieron otras como las superaciones del voto censitario, del exclusivamente masculino, hasta la universalización para todo adulto. Y Uruguay resultó pionero en América Latina al incorporar el carácter verdaderamente universal del voto (que a diferencia de otros países, era así llamado aunque no incluyera a las mujeres) en la constitución de 1918. En cierta medida, el voto secreto permite supeditar las exigencias y severidades disciplinarias de las diversas instancias partidarias a la convicción consciente del militante o a la conformidad ética que experimente. También permite violaciones éticas, oportunismos y bajezas como supone la participación en una interna sin después querer vincular el resultado de dicha elección como mandato para el propio voto en la elección nacional. Es decir, sin querer acompañar a quien haya vencido. El militante es un ciudadano con los mismos derechos que cualquier otro, aunque haya renunciado a la privacidad de sus preferencias políticas haciéndolas públicas e intentando persuadir al resto de la ventaja de sus opciones. Sin embargo, ejerce su derecho concreto al voto en la más plena intimidad.
Como personalmente carezco de derechos ciudadanos en Uruguay, no podré experimentar el cosquilleo íntimo de la participación electoral y de la siempre presente interrogación por la propia interacción entre principios, alternativas, disciplinamientos y coherencia. En tanto militante frenteamplista independiente, no sólo reitero enfáticamente la particular opinión de que la mejor alternativa presidencial para presentar en las próximas elecciones nacionales de octubre es holgadamente la de Constanza Moreira, sino también que contará con mi más firme apoyo la opción vencedora dentro del Frente, cualquiera sea ésta.
No se me escapa sin embargo que una enorme proporción de los militantes encuadrados tienen directivas precisas que contradicen esta opinión y no es mi intención someterla a debate en este artículo. Menos aún cuestionar disciplinas o criterios organizativos de ninguna índole. Sólo señalar que en el equilibro y solaz que toda conciencia cívica exige, intervienen los pesos relativos que cada quién le otorgue a la disciplina, a las personas, a los discursos, a las trayectorias y a la coherencia. El carácter militante de un ciudadano no debería incomodar su libertad, ni ponerlo en aprietos porque las tensiones éticas y cívicas comprometen los resultados de su accionar.
Deseo de que la salida del cuarto secreto permita a todo frenteamplista la más orgullosa y serena sensación de haber hecho el amor con la ética. Aunque sólo sea para dormirse plácidamente.
Un abrazo
Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.