
No hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma; la de creer que la felicidad es un producto sanitariamente garantizado y la infelicidad una enfermedad o un crimen
No hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma; la de creer que la felicidad es un producto sanitariamente garantizado y la infelicidad una enfermedad o un crimen
La protesta indignada de millones de seres humanos contra los abusos de un sistema inhumano dio paso en pocas semanas al vaciamiento obligado de las calles ante el peligro de contagio masivo. El enérgico reclamo social fue tibiamente reemplazado por cacerolazos esporádicos, reivindicación digital, reuniones en línea. El activismo fue dedicado a la solidaridad con las personas más expuestas y con los sectores castigados por el recrudecimiento de la pobreza y el hambre.
Estamos viendo la calamidad y el descaro como lo hemos visto otras tantas veces. ¿Qué nos ha enseñado este tiempo de pandemia? Nada. De las tantas lecciones por aprender no hemos querido aprender ninguna. ¿Que cambiará el mundo después de esto? Puros cuentos.