Mucho se habla de los BRIC, término que contiene las iníciales de los cuatro países que marchan a mayor velocidad dentro la economía global del siglo XXI: Brasil, Rusia, India y China. También es frecuente escuchar la contracción Chiindia para hacer referencia a la sinergia entre la fuerza en la manufactura y la fuerza en […]
Mucho se habla de los BRIC, término que contiene las iníciales de los cuatro países que marchan a mayor velocidad dentro la economía global del siglo XXI: Brasil, Rusia, India y China. También es frecuente escuchar la contracción Chiindia para hacer referencia a la sinergia entre la fuerza en la manufactura y la fuerza en los servicios de las más dinámicas de las economías anteriores: China e India. Sin embargo, el más curioso de estos nuevos conceptos fue el acuñado por el historiador británico Niall Ferguson en 2008: Chimérica (The Ascent of Money, London, 2008).
La noción «Chimérica» se sustenta en la imbricación profunda que existe entre las dos mayores economías del mundo: China y Estados Unidos. El analista norteamericano Zachary Karabell llega a comparar a esta asociación de facto con la Unión Europea, en virtud de la intensidad y diversidad que alcanza su complementariedad económica (Superfusion, New York, 2009). Sin embargo, añade que a diferencia de la experiencia europea, Chimérica es el fruto de las circunstancias y en ningún caso el resultado de una acción deliberada o aún deseada por sus dos partes.
Pero más allá de los mapas de ruta expresamente trazados, lo cierto es que Estados Unidos y China no pueden ya, para bien o para mal, vivir el uno sin el otro. La economía norteamericana está en capacidad de seguir funcionando, a pesar de sus gigantescos y reiterados déficits, porque los chinos están dispuestos a absorber una y otra vez las emisiones de deuda pública que este país emite. Déficit y excedente financieros se nos presentan como horma y pie dentro de un mismo proceso. Pero, a la vez, los excedentes chinos no podrían existir si los estadounidenses no estuviesen dispuestos a consumir vorazmente los productos chinos y a aceptar una balanza comercial perenne y dramáticamente negativa. Nuevamente horma y pie.
En los primeros meses de 2009 el gobierno norteamericano autorizó más de un millón de millones de dólares en gastos federales y en reducción de impuestos, para poner de nuevo en marcha a una economía moribunda. También en esos primeros meses del año el Departamento del Tesoro de ese país ofertó cientos de miles de millones de dólares en bonos para financiar varias leyes de estímulo financiero. Quien absorbió la mayoría de esa deuda fue quien mismo lo había hecho cuando el sistema crediticio norteamericano comenzó a hacer implosión en 2008 y cuando los primeros signos de la tormenta se avizoraban en el horizonte en el 2007: China.
Sin embargo, si bien China ha podido venir al rescate de la economía estadounidense una y otra vez, también es gran medida culpable de lo que ocurre en ese país. De no ser por la disposición china a alimentarse del déficit de Estados Unidos, sería imposible que este último estuviese tan dispuesto a vivir por encima de sus posibilidades o que el bajo costo del dinero hubiese estimulado el riesgo financiero de la manera en que lo hizo.
A no dudarlo, la de Chimérica es una compleja relación de pareja que engendra círculos viciosos que se traducen en equilibrios estructurales.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.