La ausencia de una respuesta de alcance global al desafío sanitario y económico planteado por el COVID-19 ha expuesto la inexistencia de un sistema de cooperación internacional o “gobernanza global” que se encuentre en estado operativo. Si bien el orden multilateral venía experimentando signos de debilidad y un retroceso sin precedentes desde su creación, en un escenario de crisis como el actual contrastan aún más las pocas herramientas que se han dejado al alcance frente al grado de interdependencia alcanzado entre las naciones.
De esta manera, la propia lógica de deslocalización productiva promovida por las Cadenas Globales de Valor (CGVs) se ha vuelto un elemento dañino para las economías centrales. Esto resulta evidente tras el espasmo económico que tiene lugar cuando las fronteras se vuelven a elevar y se interrumpen las cadenas de suministro.
El consenso sobre los beneficios de la desregulación y la liberalización, que se ha materializado en un elevado grado de interconexión productiva, económica y financiera entre extensas áreas geográficas, parece caer por su propio peso cuando se percibe el retraimiento del Estado Social y la persistente desinversión en cuestiones de orden sanitario. En esta trama, el desembolso de fondos públicos vuelve a adquirir preeminencia y se apunta como una de las escasas opciones disponibles para aminorar los efectos de largo plazo que va a dejar la pandemia en el terreno económico y social. Lo más destacable en este contexto es que la gestión del impacto del COVID-19 se ha canalizado a través de vías exclusivamente nacionales. Ante la falta de iniciativas reales de políticas articuladas a nivel interestatal, la OMS, como autoridad sanitaria, ha cumplido la función de difundir recetas comunes de políticas públicas para frenar el avance de la pandemia. Sin embargo, incluso en este ámbito aparecieron casos de desviación, como los gobiernos de Jair Bolsonaro, Boris Johnson o Donald Trump; independientemente de que luego, la expansión y letalidad del virus puertas adentro los obligó a torcer sus posturas iniciales.
En el caso del fenómeno del proteccionismo económico, que venía arrastrando episodios de tensión durante la “Guerra comercial”, se puede sostener que aceleró su nivel de contagio. Al mismo tiempo, se observó un clima de mayor hostilidad y de refuerzo del carácter nacionalista de algunas políticas exteriores. El freno puesto a la llegada y/o exportación de insumos sanitarios ilustran este recrudecimiento del relacionamiento entre Estados adoptando medidas unilaterales. Por lo tanto, la crisis multifacética del COVID-19 ha expuesto síntomas que ya tenían presencia en el escenario global y cuyo impacto tendió a agudizarlos. Entre estos, la transición de poder global de Occidente al Asia Pacífico también parece acelerarse, donde el vaciamiento de las instancias multilaterales por parte de Estados Unidos empieza a ser compensado por la diplomacia humanitaria desplegada por China. Si bien, esta movilización de recursos a lo largo del globo es un medio para limpiar la imagen de Beijing, no deja de ser una demostración del lugar que busca ocupar en el tablero geopolítico. Mientras que la Unión Europea (UE) transita la costosa tarea de mantener la cohesión comunitaria en medio de las posturas enfrentadas entre los países más ricos y los más pobres. En este plano, los principios de solidaridad y cooperación del proyecto de integración europeo vuelven a ser puestos a prueba, luego de la crisis financiera y la ligada a la recepción masiva de refugiados, tras el fuerte embate del virus en Italia y España. Por su parte, la región de América Latina y el Caribe, con sus matices, ya se encontraba atravesando una situación delicada a nivel económico con anterioridad a la difusión de la pandemia, y sin contar con un esquema regional sólido que pudiera amortiguar el impacto del coronavirus.
El desafío de la pandemia a nivel regional
La condición de mayor vulnerabilidad derivada del escaso margen de maniobra fiscal con el que cuentan, en general, los Estados latinoamericanos, considerando el endeudamiento externo y un crecimiento económico estancado en los últimos años (CEPAL, 2020), hace que los efectos del COVID-19 tengan una mayor repercusión en el tejido social[1]. Esto se debe a la situación estructural presenten en gran parte de las economías latinoamericanas que no tienen un sistema de protección social robusto y cuyos sectores productivos que demandan más empleo fueron los mismos que debieron reducir o suspender su actividad. Por otro lado, aun siendo interrumpido temporalmente el pago de deuda externa, la menor disposición de liquidez supone un punto de partida adverso a la hora de lanzar un plan anticíclico, al estilo de la UE[2].
A grandes rasgos, estas son las condiciones en que la región latinoamericana recibe la pandemia y donde va a quedar en evidencia la fragilidad de la cooperación interestatal durante estos meses en que el COVID-19 ha acaparado la agenda política mundial. En este plano, la Organización de Estados Americanos (OEA) ha continuado su línea declarativa en lugar de proactiva, limitando su accionar a emitir comunicados con escasa profundidad y lejos de estar a la altura que la situación demanda. Por su parte, la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostuvo una postura más próxima a promover la actuación coordinada. Entre las medidas llevadas a cabo desde este organismo, se destaca la creación de un Observatorio para monitorear y realizar un seguimiento de las políticas públicas ejecutadas en cada país para aminorar el impacto de la pandemia. Esta iniciativa funcionaría como un acervo sobre las medidas tomadas a nivel nacional y sectorial, para la consulta y cooperación de los gobiernos de la región.[3]
En el caso del Mercosur, más allá de la postura disruptiva de Brasil, algunos sectores han conseguido destinar fondos comunes del bloque hacia la investigación en materia sanitaria. Este proyecto fue denominado “Investigación, Educación y Biotecnologías aplicadas a la Salud” y articula a los principales centros de estudios médicos de los Estados Parte, con la finalidad de desarrollar, en un primer momento, tecnologías más ágiles y certeras en el diagnóstico del virus. De esta forma, el Instituto de Biomedicina de Buenos Aires (IBIOBA-CONICET), la Fundación Oswaldo Cruz (FIOCRUZ) de Rio de Janeiro, el Laboratorio Central de Salud Pública (LCSP) y CEDIC, ambos de Asunción, y el Institut Pasteur de Montevideo han recibido financiamiento para buscar una respuesta científica contra el COVID-19. Este impulso resulta interesante, porque encuentra un espacio de cooperación paraestatal, más allá de las discrepancias sobre política comercial y relacionamiento externo existentes hoy en día dentro del Mercosur[4].
Sin embargo, el sesgo presidencialista sigue actuando con fuerza en el bloque del Sur, debido a que la “alta política” muestra reticencias para el desarrollo de una estrategia común frente al impacto de la pandemia. La actuación unilateral de Brasil, cuya gestión interna se encuentra al borde de provocar una crisis política, da cuenta de un nacionalismo reforzado y sin disposición a la cooperación. Este esquema resulta preocupante, teniendo en cuenta las perspectivas económicas para la región y el mundo, y la dependencia en materia productiva en algunas industrias, como la automotriz.
La caída en los precios de las commodities y la reducción de la demanda externa suponen un panorama complejo para los modelos agroexportadores vigentes en América Latina. Por lo que, resultaría más coherente mirar a la región como un ámbito desde el cual promover políticas de carácter conjunto en materia de salud, investigación e incentivos para el comercio intrarregional. Esta parece mostrarse como una vía más consistente para la reactivación económica antes que esperar la apertura de mercados externos, en un mundo que está cerrando fronteras y donde las medidas proteccionistas están a la orden del día. Sobre todo, porque la redistribución de poder global hacia el Asia Pacífico y el avance de China como potencia industrial y tecnológica no encierra fórmulas mágicas para la región. Se vuelve necesario vertebrar el desarrollo en un esquema de cooperación efectivo a nivel regional, más aún en una coyuntura crítica como la que están atravesando los países del Mercosur y América Latina en conjunto.
Conclusiones
Si hay algo que ha provocado la difusión de la pandemia es dejar al descubierto las características que ya estaban presentes, de forma más incipiente o más desarrollada, en el escenario mundial. Esto es: el declive del multilateralismo económico como instancia preferencial para la resolución de conflictos entre países y la adopción de medidas unilaterales no cooperativas; un mayor resquemor entre Estados que se traduce en políticas exteriores de corte más nacionalista; escenarios de fragmentación regional; y un progresivo reemplazo del liderazgo mundial. Por lo tanto, el COVID-19 es un punto de inflexión para repensar algunas estructuras dadas como sentadas desde una posición periférica. La condición de vulnerabilidad que persiste en los países de ALC es un móvil suficiente para buscar la reconstrucción de bienes públicos globales como lo ha sido el sistema multilateral. Mientras que, a nivel doméstico, la recuperación del rol de Estado es una variable ineludible para afrontar el desafío en varios frentes. Por último, siguiendo esta línea resulta evidente que la necesidad de montar una cooperación regional fluida y con profundidad no sólo es preferible en el mediano y largo plazo, sino como herramienta para transitar la coyuntura actual de forma menos costosa.
Notas:
[1] CEPAL (2020): Dimensionar los efectos del COVID-19 para pensar en la reactivación. Informe Especial COVID-19 Nº 2, Santiago, CEPAL, pag. 21.
[2] En internet disponible en https://www.consilium.europa.eu/es/policies/covid-19-coronavirus-outbreak-and-the-eu-s-response/
[3] En internet disponible en https://www.cepal.org/es/comunicados/la-unica-opcion-estrategica-mediano-plazo-mitigar-efectos-covid-19-la-region-es-avanzar
[4] En internet disponible en https://www.conicet.gov.ar/el-mercosur-aprobo-un-fondo-de-emergencia-de-us16-millones-que-serandestinados-al-combate-coordinado-contra-el-covid-19/
Nota del Editor: El presente artículo forma parte del boletín “Integración regional: Una mirada crítica”, número 8, publicado por el Grupo de Trabajo Integración y Unidad Latinoamericana del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).