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Vidas paralelas de Cuba y Uruguay

Democracia formal y partido único

Fuentes: Rebelión

La polémica está todavía abierta. La aplicación del modelo de acumulación capitalista, producto de los dictados del llamado Consenso de Washington y enancado en el neoliberalismo económico, ha abierto caminos de reflexión que, obviamente, tienden a cuestionar las formas de democracia formal que parecen ser el denominador común en el joven siglo que comenzaron a […]

La polémica está todavía abierta. La aplicación del modelo de acumulación capitalista, producto de los dictados del llamado Consenso de Washington y enancado en el neoliberalismo económico, ha abierto caminos de reflexión que, obviamente, tienden a cuestionar las formas de democracia formal que parecen ser el denominador común en el joven siglo que comenzaron a vivir los países de nuestro continente.

Democracia formal, en que una multiplicada cantidad de partidos, luchan por el gobierno al que arriban luego de actos electorales cada vez más alejados de las acciones de fraude que eran la característica que en pasado empañaba al método del sufragio. El ejemplo uruguayo es interesante de analizar, pues dejando de lado la cerrazón autoritaria de la década infame y más allá de otras trasgresiones constitucionales menores, algunas impulsadas por el recordado Jorge Pacheco Areco – para no adentrarnos más en el pasado – se puede concluir que el juego político fue más o menos ajustado a las normas legales.

Sin embargo, cuando salimos de esa «normalidad» en el juego político, y dejamos de lado los discursos huecos y encendidos, nos enfrentamos a una realidad muy difícil que no pudo modificarse dentro de los marcos de esos mecanismos llamados constitucionales. ¿Qué queremos decir?

Que se nos entienda bien, no estamos abdicando de esos valores que creemos esenciales. Lo que intentamos es analizar si ese mecanismo del que gozamos los uruguayos por si mismo sirve para modificar realidades. Porque quienes lograron el gobierno, desde la dictadura hasta hoy, en elecciones democráticas, no pudieron – al aplicar modelos económicos al parecer inadecuados – modificar una realidad que nos duele. Hoy, luego de las elecciones de octubre del 2004, ejemplo notable de juego libérrimo en la democracia representativa, observamos que el país sigue distorsionado: La mortalidad infantil es creciente, con guarismos alarmantes que son el producto de una caída atroz de la calidad de vida. Un país pequeño y democrático, «ejemplar» para algunos, pero que no logra abatir la enormidad de que una tercera parte de su población se encuentre muy mal viviendo por debajo de la dramática línea de la pobreza.

Un país distorsionado, en el que la medicina especializada se ha mercantilizado de una manera insoportable, la enseñanza ha caído – fundamentalmente por falta de presupuesto e incentivos para los docentes – a niveles desconocidos en un país que se vanagloriaba de sus bajos niveles de analfabetismo y que ahora está viviendo un proceso de desculturización creciente.

Una impoluta y formal democracia política que, por si sola, no ha servido para que esas lacras desaparecieran. Formalidad, de la que hablamos, que además no cubre a todos por igual. Todos sabemos que importantes sectores de nuestra población no tienen similares potestades de quienes todavía no hemos caído en la marginalidad. Sectores a los que se les han cercenado derechos fundamentales también consagrados en la Constitución. ¿Alguien recuerda que todos somos iguales ante la ley? ¿Qué todo ciudadano tiene derecho al trabajo, a la vivienda, a la educación y a la salud?

Quienes todavía son privilegiados en el marco de este distorsionado país, especialmente la gente más politizada, se ha enfrascado en una polémica sobre esos valores democráticos, señalando bondades y defectos, observando con lupa el funcionamiento de otro sistema, el que se vive en Cuba.

Se analiza esa realidad y muchos critican el sistema de partido único, mecanismo difícil de comprender para quienes siempre nos hemos enfrentado de manera abierta involucrándonos en distintas «tiendas» políticas.

Un partido único, el de Cuba, que establece un marco distinto para la acción política, país en el cual a la disidencia se la vincula con los intereses foráneos. Cuando un observador habla de esa realidad con los dirigentes del socialismo caribeño, estos invariablemente la entrelazan con la acción desestabilizadora de los EEUU.

Para intentar el análisis debemos partir de la comprensión de realidades distintas. Cuba, luego de su revolución, ha tenido un enfrentamiento altamente intenso con EE.UU., que le impuso un bloqueo brutal que, obviamente, multiplicó las dificultades para loa habitantes de la isla.

Durante una semana participamos en el Palacio de las Convenciones de la Habana de un encuentro «Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia», en el que estuvieron también presentes delegados de 69 países. Fue un foro en que se analizó la política «imperialista» de EEUU y su prolongación violenta a lo largo y ancho del continente.

De este tema específico ya hemos hablado y seguiremos haciéndolo. Pero en esta oportunidad queremos referirnos a nuestra experiencia «off» encuentro, de nuestras conversaciones con los cubanos, de lo que encontramos en algunas zonas de La Habana, que nos sirvió para reflexionar sobre nuestra propia visión de esa sociedad y, como contrapartida, de la uruguaya. Los uruguayos vivimos, con nuestras deficiencias, en una sociedad con resplandores de consumo, propios del sistema capitalista, que nos introduce de manera creciente en una forma de vida que los cubanos han logrado desterrar.

Mientras en el Uruguay democrático nos abruma la miseria en la que sobrevive una tercera parte de nuestra gente, Cuba ha logrado desterrar la pobreza extrema, para que el pueblo viva hoy en un evidente nivel de consolidada humildad, pueblo además que se enorgullece por lo logros de un país que sigue avanzando de manera firme con el objetivo de que el conjunto de la población mejore su calidad de vida.

Pocos días antes de nuestra llegada a La Habana, se habían otorgado mejoras salariales masivas, que les permitirán a las familias cubanas tener un mejor poder adquisitivo. Un mejor ingreso en un país que ha logrado que su población mayoritariamente no se haya introducido en el «consumismo», expresión extrema del capitalismo que también agobia a los uruguayos.

No vale la pena seguir contrastando realidades, porque Uruguay carece de contrapartidas para oponer en diversos planos. Pero digamos que hoy la población de Cuba, rápidamente, está llegando a una expectativa de vida cercana a los 80 años, la mortalidad infantil es menor a la de EE.UU. y a la de Canadá. Pero, además, allí la medicina es enteramente gratuita. No se paga un solo peso cubano por un tratamiento, por una cirugía, por una internación Los medicamentos también son entregados gratuitamente.

La medicina en Cuba multiplica sus logros científicos, pero también hay que considerar los solidarios: mientras Uruguay «contribuye» con batallones militares en Haití y el Congo, Cuba envía médicos y educadores. Hoy 25 mil galenos están llevando adelante tareas en el exterior de Cuba, combatiendo enfermedades, realizando prevención y revirtiendo situaciones endémicas. Ejemplo de ello son las operaciones de ojo que se están realizando a la población venezolana, contabilizadas en decenas de miles. ¿Cómo comparar esa realidad con la uruguaya?

Hoy en la isla hay 500 muchachos uruguayos estudiando medicina. Un número que se acrecienta año a año. Sumemos a ello los 5 mil haitianos que también se forman en esa difícil materia, con el fin de volver a su país para combatir la desgracia sanitaria que sobrellevan sus compatriotas.

Nos quedaría mucho para contar. Si convertimos a dólar el sueldo que ganan los cubanos, nos sorprenderíamos porque la cifra sería absurda para la realidad uruguaya. Pero a paso seguido deberíamos considerar el costo de los servicios públicos, también insólito para la realidad uruguaya.

Esta es parte de la realidad que vive un país, la que contrasta con el bloqueo que ya tiene más de 40 años de vigencia.

Si habrá para hablar.

(*) Periodista.