La victoria de la coalición de izquierda Frente Amplio-Encuentro Progresista constituye, como ha sido señalado por corresponsales y comentaristas políticos nacionales e internacionales, un hecho histórico. Su importancia excede largamente la significación del país, sin petróleo ni minerales preciosos («tierras sin ningún valor» le llamaron los conquistadores españoles, por esa causa), 14 y 50 veces […]
La victoria de la coalición de izquierda Frente Amplio-Encuentro Progresista constituye, como ha sido señalado por corresponsales y comentaristas políticos nacionales e internacionales, un hecho histórico.
Su importancia excede largamente la significación del país, sin petróleo ni minerales preciosos («tierras sin ningún valor» le llamaron los conquistadores españoles, por esa causa), 14 y 50 veces más pequeño que Argentina y Brasil respectivamente, entre los que se encuentra situado y con una relación demográfica de 3:2 millones a 40 y 170 millones respectivamente.
Hay razones para deducir que no se trata de una derrota ocasional de los partidos tradicionales, el Colorado que detentó el gobierno durante 93 años ininterrumpidamente y el Nacional (Blanco) que co-gobernó o gobernó en solitario desde 1933 hasta ahora, sino de su probable extinción. El análisis de la significación de esos partidos, los más antiguos de la región suramericana, en la formación del Uruguay no encaja en los límites de este artículo que tiene la intención de mirar hacia lo que vendrá después del triunfo popular. Aunque vínculos entre su singular trayectoria y el vuelco histórico actual no faltan.
Nacidos casi simultáneamente con el inicio de la mediatizada independencia del país en 1830, los partidos políticos uruguayos se formaron en torno a carismáticos caudillos de las luchas independentistas. Carecían de los atributos que definen a un partido político, los que eran sustituidos por la adhesión incondicional al caudillo, encarnación de los valores de la ssociedad de entonces, y a los símbolos (divisas), banderas blancas y coloradas que los identificaban en las batallas y que se convirtieron luego en un irrestible foco de atracción. Las huestes de uno y otro eran las masas gauchas, analfabetas, bárbaras y siempre dispuestas a la pelea, el pueblo de aquel entonces. Las minorías cultas del país, alienadas en la «civilización europea,» no entendieron hasta mucho años más tarde la razón de ser de esas agrupaciones a las que despreciaban, culpaban de las guerras civiles que dificultaban el progreso y la civilización e intentaron, sin ningún éxito, decretar su eliminación. Pero como estaban nutridos de pueblo (chusma) para el sentir de los «dotores» e intelectuales, no pudieron. Terminaron por integrarse a ellos y con el paso del tiempo, desplazar a los caudillos bárbaros y asumir ellos su conducción.
Mucha sangre corrió hasta que los nuevos dirigentes «cultos» llegaran a la conclusión de que era mejor unirse en el reparto de «la torta» en lugar de seguir derramando sangre por ella. No faltaron «dotores» para urdir un entramado «legal» destinado a sellar esa alianza de tal manera que resultara imposible para cualquier otra fuerza política al margen de ellos, acceder al gobierno. La lista de iniquidades de la legislación electoral resulta incomprensible para alguien que no sea uruguayo. Terminaron siendo un partido único, esa figura tan denostada por las democracias europeas, más atentas a las formas que al contenido. El partido de la oligarquía. Que fue perdiendo pueblo, vacío de contenido, como han vaciado en estos años los bancos dejando un país en ruinas. Sólo con la esperanza renacida de su gente. Dueños o administradores de bancos, empresas, medios de comunicación y de los resortes de un Estado cada vez más debilucho, sólo se acordaban de la gente en época de elecciones. No se dieron cuenta que los ciudadanos estaban dejando de creer en promesas mil veces formuladas y otras tantas defraudadas y habían empezado a pensar en un proyecto propio, es decir para el pueblo, como está implícito en un proyecto democrático. Despertaron con una pesadilla el 31-10-del 2004. Una fecha también histórica.
Desde el punto de vista de las fuerzas populares, el triunfo electoral significa la recompensa a una larga trayectoria de maduración política, de resistencia tenaz, primero contra el autoritarismo civil antidemocrático, encarnado en los gobiernos que precedieron al terrorismo de Estado instaurado en el país desde 1973 hasta 1985 por los militares con la colaboración de algunos civiles y el visto bueno de Estados Unidos. Y tras el retiro de los militares, contra la total frustración de las esperanzas de un Uruguay distinto tras la dictadura, que significaron los gobiernos de Julio M Sanguinetti (Colorado) durante dos periodos, alternados con el de Luis A. Lacalle (Blanco) y finalmente el actual de Jorge Batlle, (Colorado), cuarto y último representante de una dinastía familiar que tuvo tres presidentes anteriores en la historia del país. Uno de ellos, José Batlle y Ordóñez, artífice, durante el primer cuarto del siglo XX de un estado de bienestar a escala tercermundista, que atrajo la curiosidad de investigadores de Europa y Estados Unidos. Todos dejaron valiosos testimonios bibliográficos de su experiencia «uruguaya», en los años 1950-60.
Fue en ese periodo cuando circunstancias externas -primera Guerra Mundial, rivalidades entre un imperio en caída, Gran Bretaña, y otro en ascenso, Estados Unidos, y factores internos-, hicieron posible esa singular experiencia que los uruguayos conocemos como el «Uruguay batllista» y en el exterior, con bastante exageración, como «Suiza de América». Fue el periodo más brillante en la historia del país, llevado a cabo con vientos favorables como hemos señalado por uno de los partidos tradicionales y sobre todo por la voluntad política de su líder. Este, así como los uruguayos de su tiempo, creyeron que aquellas conquistas sociales, el talante democrático, la transparencia y honradez en la gestión pública, eran conquistas adquiridas para siempre. Hasta los años 50 nadie en el país podía pensar que podría ser perseguido, encarcelado o asesinado en razón de sus ideas políticas. La guerra de Corea marcó el fin de la prosperidad que había sostenido el modelo, y la crisis, larvada desde dos décadas atrás, desembocó en la rebeldía y la respuesta del terrorismo de Estado. La ilusión de construir un Uruguay distinto tras el fin de la dictadura quedó frustrada por las causas reseñadas. Ahora el país ha recuperado la esperanza y las condiciones, precarias y difíciles, para empezar a dar forma a aquella ilusión.
El triunfo de la coalición de izquierdas ofrece algunas características que es necesario destacar. A parte de la elevada participación, casi un 90% de los habilitados, que se explica tanto por la obligatoriedad del voto como por el perfil demográfico del país, la juventud, los que recién votaron por primera vez y la generación anterior nacida en la época de la dictadura, votaron en su gran mayoría por el Frente Amplio. Y tuvieron una participación en la campaña preelectoral que contrasta con la apatía juvenil en Estados Unidos (algo disminuida esta vez) y en otros países europeos y latinoamericanos.
Otro hecho destacable es que el Movimiento de Participación Popular (MPP) constituido y liderado por los sobrevivientes del movimiento guerrillero Tupamaros, derrotado militarmente treinta años atrás, recibe tras varios años de integración a la vida política del país, un respaldo que lo convierte en la primera fuerza dentro de la coalición y en la segunda en todo el país por debajo del Partido Nacional. José Mujica, líder del MPP obtiene el triple de votos que el ex-presidente y lider de una de las fracciones del gobernante Partido Colorado, Julio M. Sanguinetti, que montó en las semanas previas a la votación una campaña de terror a propósito del pasado guerrillero de Mujica, que resultó un bumerán.
En su calidad de fuerza mayoritaria dentro de la coalición asi como por el peso de la persona de Mujica en las bases de la coalición, sobre el MPP recae una responsabilidad mayor. Hay un Plan de Emergencia, elaborado por el FA para atender la dramática situación de miseria en que han quedado ciento de miles de uruguayos tras estos años de aplicación a ultranza de políticas económicas neoliberales, y no menos de la extendida corrupción.
Paralelamente a la aplicación de las medidas de emergencia deberán instrumentarse, «sin dilaciones pero sin precipitaciones» medidas destinadas al cambio que el país espera. Con paciencia pero decidido a, por lo menos, iniciarlo. Esta vez los votantes no estarán inactivos respecto a lo que se resuelva «arriba». Es posible que haya que adoptar medidas que choquen con las exigencias leoninas de los organismos financieros internacionales. Como ya ha ocurrido con otros países de la región.
Consolidar la unidad dentro de la coalición e insertarse en «cuerpo y alma» -aunque preservando el control de esta-, en el nuevo proyecto latinoamericano que se afianza con los cambios ocurridos en Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, entre otros, es vital. En esa unidad se juega el destino de toda la región. Y nadie se beneficiará de su eventual frustración.
El triunfo del Frente Amplio supone también un mensaje hacia el exterior, especialmente para la Unión Europea. El de que la democracia, tal como se ha estado aplicando en la región, ha perimido igual que esos partidos tradicionales oligárquicos que empiezan a desaparecer. Este proceso es irreversible. Independientemente de la suerte que corran esos gobiernos. No cabe esperar que este mensaje tenga oidos receptivos en el otro gran protagonista, Estados Unidos. La aventura de Irak va en camino de terminar bastante peor de lo que imaginaron. Más grave todavía es la situación económico-financiera de la gran potencia, de la que la caída en picada del dólar es un síntoma sobre el que en estos días están alertando, con auténtica inquietud, algunas voces sensatas que tienen o han tenido responsabilidades en organismos financieros del país. Un tigre herido es más vulnerable pero también más peligroso. Máxime si tiene los colmillos bien afilados como es el caso, aunque también hay repetidas pruebas de que ello no basta.
América latina, y menos Uruguay, son objetivos prioritarios de la Unión Europea, embarcada en la incierta tarea de consolidar un proyecto que que carece del apoyo de los pueblos de los países miembos. Pero de todos modos sus lazos comerciales, culturales y políticos con la región son fuertes, especialmente, obvio decirlo, los de España. Hasta ahora la política de la UE ha estado subordinada a la de Estados Unidos. Errónea y sobre todo injustamente. Cuba, Venezuela de Chaves, ejemplos claros. Hay signos de cambio en ese sentido. En buena hora. En momentos en que Estados Unidos se verá cada vez más empujado a revitalizar la vieja Doctrina Monroe, está en el interés europeo respaldar los procesos auténticamente democráticos como el que inicia Uuruguay. Que no son el socialismo, ni la expropiación de ninguna empresa extranjera, ni las trabas a ninguna libertad salvo la seguir robando, sino evitar la desintegración, la expoliación de sus recursos y el mayor atropello a los derechos humanos que es la miseria, agravada a extremos insoportables en los últimos años. El pueblo uruguayo, que vive una merecida y largamente esperada primavera, es consciente de las dificultades pero está decidido, junto a sus nuevos gobernantes, y a los gobernantes de los países hermanos comprometidos en el mismo proceso, a procurar que la alegría de hoy perdure.