El 27 de enero de 2010 se consumó en Honduras el objetivo del golpe de Estado, de no permitir que el ala más democrática de la gama política de ese país, encabezada por el presidente Manuel Zelaya, se afianzara. Con la toma de posesión como presidente de la república del candidato del Partido Liberal, Porfirio […]
El 27 de enero de 2010 se consumó en Honduras el objetivo del golpe de Estado, de no permitir que el ala más democrática de la gama política de ese país, encabezada por el presidente Manuel Zelaya, se afianzara. Con la toma de posesión como presidente de la república del candidato del Partido Liberal, Porfirio Lobo, se cerró el ciclo iniciado el 28 de Junio de 2009 en el que el golpista Roberto Micheletti derrocó al presidente constitucional e instaló en el poder a una cúpula formada por militares, oligarcas, terratenientes, políticos, poderes fácticos como los medios de comunicación, apoyados por los sectores ultra derechistas de los Estados Unidos y América Latina.
Con el golpe de Estado, el cual se llevó de manera abierta, cínica y descarada, la derecha impidió el avance de los sectores más progresistas de aquel país, el cual amenazaba terminar con siglos de explotación, abusos, imposiciones y alianzas de los grupos monopólicos, cúpulas militares y gobernantes, sometimiento y represión de la población, en fin, el sostenimiento de un estatus de dominio, saqueo y opresión de la clase dominante hacia el resto de la población, la cual se encuentra entre las menos desarrolladas y más pobres de la región latinoamericana.
El plan de la derecha hondureña y sus aliados a nivel internacional se orquestó en el contexto de la estrategia que para América Latina ha diseñado el gobierno de Washington, lo cual no es nuevo.
Frente al reavivamiento de las luchas de los pueblos de Latinoamérica por libertad, democracia, desarrollo, educación, trabajo, vida digna, soberanía, lo cual implica cambios sustanciales y profundos en la organización productiva, social, política y económica de los países y por supuesto la pérdida de poder para las oligarquías locales, el gobierno de los EUA ha reactivado, reforzado y fortalecido su estrategia de control y dominio en la región.
Frente a los avances reales de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), grupo encabezado por Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, y ante las amenaza potencial de que esa organización y su espíritu libertario se expanda por más países, los grupos de poder se han lanzado en una nueva cruzada para detener y exterminar dicho avance.
Ese marco es en el que hay que leer el fenómeno social que representó el golpe de Estado en Honduras, la represión del movimiento social, la organización de elecciones fraudulentas e ilegítimas, por ser organizadas por un gobierno golpista y la toma de posesión de Porfirio Lobo, la cual se dio sin el reconocimiento del grueso de la comunidad internacional.
Del mismo modo podríamos dar lectura e interpretación a una serie de procesos que apuntan en la misma dirección, entre los que podemos mencionar el intento de golpe de Estado en Venezuela en 2002, el fraude electoral de 2006 en México, los intentos por desestabilizar y derrocar al presidente Evo Morales en Bolivia, la instauración de siete bases militares en Colombia y el desembarco de tropas de EUA en Haití, a causa del terremoto que golpeó duramente a la población, con el doble propósito de controlar e invadir el país con el propósito de rodear y cercar militar, política e ideológicamente a los países de la ALBA y sus potenciales aliados.
El gobierno de Washington y sus aliados no están dispuestos a permitir que los pueblos en su lucha por la libertad terminen e impidan el saqueo que han realizado a través del tiempo en América Latina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.