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Una nueva hegemonía

El avance evangelista en la política latinoamericana

Fuentes: Brecha

En guerra frontal contra los movimientos emancipadores, el evangelismo conservador se fortalece en la escena política regional. Con incidencia en la agenda legislativa y el debate público a lo largo de todo el continente va más allá de la «agenda de derechos» y desafía a una izquierda que no logra interpelar a su base social. […]

En guerra frontal contra los movimientos emancipadores, el evangelismo conservador se fortalece en la escena política regional. Con incidencia en la agenda legislativa y el debate público a lo largo de todo el continente va más allá de la «agenda de derechos» y desafía a una izquierda que no logra interpelar a su base social.
«Hay una nueva imbricación entre lo religioso y lo político que la izquierda en el mundo, y particularmente en América Latina, no está sabiendo captar. El fenómeno del éxito del neopentecostalismo conservador es un ejemplo clarísimo de esa nueva imbricación, que ha tomado una fuerza muy importante sobre todo entre los sectores populares.» Para el antropólogo uruguayo Nicolás Guigou, el auge de estos grupos religiosos que se han convertido en poco tiempo en actores centrales de la vida política de muchos países de esta región es «un fenómeno que debería cuestionar muy a fondo a grupos, organizaciones, movimientos sociales que pretenden llegar a los sectores populares, a los sectores vulnerados, para cambiar las cosas». También a la academia: «a los politólogos, por ejemplo». La política está perdiendo sentido para enormes franjas de la población, dijo Guigou a Brecha. «Hay un enorme déficit de lo político, que gente como los pastores y pastoras neopentecostales está llenando de a poco con su discurso.»

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La presencia de las iglesias evangélicas en América Latina no es precisamente nueva, pero sí lo es su crecimiento, fundamentalmente en su versión pentecostal conservadora, apunta entre muchos otros el sociólogo boliviano Julio Córdova Villazón, especialista en el estudio de esta rama del protestantismo. En un artículo publicado en noviembre de 2014 en la revista Nueva Sociedad, Córdova señala que, a diferencia de comienzos del siglo pasado, cuando su «agenda» era esencialmente liberal y estaba centrada en la lucha por la separación de la Iglesia Católica y del Estado -por la razón del artillero: poder emerger-, hoy, en fase de crecimiento y con un catolicismo en crisis y en retirada, los evangélicos apuntan a adquirir cada vez más peso en la escena política a través de partidos propios o de pactos con terceros, una vastísima red de medios de comunicación, la multiplicación de movimientos de defensa de los «valores morales cristianos». Todo aceitado por jugosos y muy a menudo non sanctos capitales.

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Córdova diferencia cuatro etapas en la expansión evangélica en América Latina: «La lucha por la libertad de conciencia a fines del siglo XIX y comienzos del XX; la polarización ideológica en las décadas de los sesenta y setenta; la emergencia de partidos evangélicos en la redemocratización de los años ochenta y noventa; y la aparición de movimientos profamilia y provida de principios del siglo XXI».

En la segunda de esas etapas, una parte muy minoritaria de los evangélicos se sumó a los católicos progresistas que impulsaron la teología de la liberación, y un puñado fueron parte de las guerrillas de izquierda. Pero la mayoría, dice el sociólogo, «asumió una postura que, desde la pasividad, resultó legitimadora de las dictaduras militares, aceptándolas como la mejor opción».

Esa orientación se acentuaría a partir de los ochenta, con el predominio del neopentecostalismo, que ya se había hecho fuerte en Estados Unidos. Allí, una «nueva derecha cristiana» articulada por «telepredicadores, universidades evangélicas, asociaciones civiles y otras instituciones» emergió «como reacción a la ola progresista que vivió el país» en las décadas anteriores, «caracterizada, entre otros aspectos, por la demanda de una mayor autonomía para las mujeres y la igualdad de derechos para personas de la diversidad sexual».

Desde Estados Unidos, esa nueva derecha cristiana pretendió irradiar hacia América Latina con una pléyade de pastores y un aparataje de medios. Pero fue recién en los noventa que ese discurso, que promovía una guerra frontal a los «predicadores del mal» basada en la defensa de la familia tradicional (papá-mamá-niños) y el rechazo a los movimientos emancipadores (de mujeres, de minorías sexuales, de negros), prendió al sur del Río Bravo, buscando «restaurar la estabilidad familiar». Hasta entonces, escribe Córdova, las elites evangélicas latinoamericanas «no tenían un discurso político explícito». «Los nuevos conversos evangélicos se sintieron amenazados por los cambios culturales y normativos relacionados con los derechos sexuales y reproductivos, y apelaron a una orientación política afín a la derecha cristiana estadounidense.» El crecimiento exponencial de estas religiones se dio en un contexto en el que «vastos sectores sociales» necesitaron «nuevos marcos interpretativos que dieran sentido a sus cambiantes condiciones de vida». Las iglesias evangélicas, coincide William Beltrán, especialista en religión de la Universidad Nacional de Colombia (Afp, 6-X-18), «han logrado responder mejor que la católica a las necesidades de las nuevas generaciones de latinoamericanos excluidas por los procesos de urbanización y globalización».

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«Dios nos multiplicó por todo el continente», dijo hace un tiempo Fabricio Alvarado. Predicador casado con una predicadora, cantante de música cristiana, ex diputado, Alvarado fue el segundo candidato más votado en las elecciones presidenciales de este año en Costa Rica, uno de los países de la región en los que más creció el neopentecostalismo en los últimos años. Según informes citados por el sociólogo colombiano Javier Calderón Castillo, del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), hay actualmente en el continente «más de 19 mil iglesias neopentecostales que organizan a más de 100 millones de creyentes, una quinta parte de sus habitantes». Un estudio sobre las religiones en las sociedades de la región realizado en 2017 por la consultora Latinobarómetro da cuenta a su vez de que en esta región el protestantismo le ha ido cortando el pasto bajo los pies al catolicismo desde hace más de dos décadas. En el que sigue siendo todavía el continente más católico del mundo, los fieles de esa religión se han reducido al 60 por ciento de la población, contra alrededor del 90 hacia mediados del siglo pasado. Los evangélicos, en tanto, treparon hasta un 20 por ciento desde porcentajes cercanos al 5 de pocas décadas antes. Con picos muy altos: 41 por ciento en Guatemala, 39 en Honduras, 32 en Nicaragua, 25 en Costa Rica, 24 en Panamá, 21 en Dominicana. Y 27 por ciento (contra 15 en el año 2000) en Brasil, la niña de los ojos de la Iglesia Católica a nivel mundial. «El crecimiento de los pentecostales en Brasil ha sido tan fuerte que este país tiene hoy la mayor población pentecostal del planeta. Hasta por encima de Estados Unidos», declaró a Afp Andrew Chesnut, director de Estudios Católicos de la Universidad Virginia Commonwealth de Estados Unidos.

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En todos estos años, los avances del evangelismo político en América Latina han sido evidentes. En Brasil más que en ningún otro lado. Además de que Jair Bolsonaro fue electo con el respaldo expreso de las iglesias pentecostales, el Partido Republicano (Prb) -surgido de la principal congregación evangélica latinoamericana, la Iglesia Universal del Reino de Dios- obtuvo 30 diputados federales, y cuenta con alrededor de 40 estatales, más de un centenar de alcaldes, entre ellos el de Rio de Janeiro, Mauricio Crivella, y más de 1.600 concejales municipales. Son muchos, además, los neopentecostales electos como legisladores federales por el partido de Bolsonaro, el Social Liberal. En total, la «bancada de la Biblia», que reúne a evangélicos con representantes -a cual más «reaccionario»- de otras confesiones, tendrá alrededor de 200 integrantes en el parlamento de Brasil.

En Guatemala, un neopentecostal, el pastor y actor cómico Jimmy Morales, es presidente desde 2016; en Costa Rica, el pastor Alvarado disputó la presidencia hace apenas unos meses, y si bien quedó lejos del ganador, simbolizó el crecimiento de una confesión que hasta hace relativamente pocos años era marginal. Hay pentecostales en los parlamentos de Chile y México, de Colombia, de Venezuela y de Nicaragua, de Paraguay, de Perú y de Ecuador, y por supuesto en el muy laico Uruguay. Pero el poder de los pentecostales ha ido mucho más allá de su peso político específico. «Están marcando la agenda legislativa en no pocos países de la región, haciendo contrapeso al avance de las organizaciones y movimientos de defensa de los derechos de las minorías sexuales. Sus temáticas están cada vez más presentes en el debate público», dice Gaspard Estrada, del Instituto de Estudios Políticos de París (Afp, 6-X-18). Se han levantado como un muro de contención a «la ideología de género y la agenda gay», escribe Julio Córdova. En Argentina, apunta a su vez una investigación del diario Página 12 (14-X-18), tanto el presidente Mauricio Macri como la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, «dejaron en manos de los evangélicos la tarea de contener el reclamo social y evitar estallidos» a cambio de «frenar la agenda del aborto y la educación sexual en las escuelas».

En México, después de la despenalización del aborto en el DF, en 2007, los pentecostales fueron fundamentales para que se bloquearan iniciativas similares en 17 estados del país; en Nicaragua tuvieron la fuerza suficiente como para que la legislación relativa al aborto sea de las más restrictivas y oscurantistas de toda América Latina y que se estableciera un Día del Niño por Nacer; en República Dominicana contribuyeron a que en la propia Constitución se incluyera un artículo que protege «la vida humana desde la concepción». En Brasil, antes de apoyar abiertamente a Bolsonaro, la Iglesia Universal del Reino de Dios, comandada por el multimillonario pastor Edir Macedo, respaldó a Lula, primero, y a Dilma Rousseff, después, con la condición de que se frenara cualquier intento de despenalizar el aborto o el consumo de marihuana, legalizar el matrimonio entre homosexuales o aprobar alguna ley en favor de la población trans. Lo consiguieron.

No sólo inciden sobre la agenda de derechos. En Colombia, los neopentecostales se embarcaron en la exitosa campaña por el «No» al acuerdo de paz con las Farc en el plebiscito de 2016. En Guatemala, Jimmy Morales decidió en mayo pasado trasladar la embajada en Israel a Jerusalén. Jair Bolsonaro hará lo propio en Brasil apenas asuma, en enero. «Israel es para los evangélicos una especie de reloj del tiempo histórico. Como son también milenaristas, creen que de lo que sucede con Israel depende cuán lejos o cuán cerca estamos del apocalipsis», explica Nicolás Guigou a Brecha. «Piensan que una alianza con Israel los bendice.»

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Los evangélicos conservadores comparten una matriz, vengan de donde vengan. Comunican de manera directa con la gente, intentan llegarle a través de la emoción, se manejan con una cultura esencialmente oral. «Hablan todo el tiempo de ‘liberación’, de dejar fluir cuerpo y espíritu. Son una religión muy corporal, sensorial. La glosolalia, ese ‘hablar en lenguas’ que tanto los caracteriza, es como una forma de dejar escapar el sufrimiento, de escenificar lo indecible, de liberarse del demonio, de las malas influencias». El mensaje es tan simple que mete miedo. «Te dicen que si te va bien, es porque Dios está con vos, y si Dios está con vos, es porque te conectaste con él a través de nosotros. Y si te va mal, es porque algo habrás hecho, o no pagaste tu diezmo o te dejaste tentar por Satán o tus oraciones estuvieron mal hechas. Deberás, entonces, esforzarte más. Lo particularmente seductor de su oferta es que al fiel le prometen todo: salud, dinero, prosperidad, y aquí y ahora, en esta vida terrenal.»

A diferencia de los protestantes de principios del siglo pasado, que en su demanda de libertad de conciencia potenciaban un Estado laico y defendían incluso una agenda «progresista», los neopentecostales del XXI encajan como en un molde con la prédica neoliberal, observa Julio Córdova. O con una «época de autonomía extrema como la actual», en los términos de Guigou. Su «teología de la prosperidad» apunta a la búsqueda del éxito individual, al hacé la tuya, exalta los valores de los ricos aunque esté dirigida a los pobres o los medio pelo. «Los pastores son como gestores de la movilidad social de esas capas pobres, se mueven con una teología de la economía en la que resaltan además la obediencia y la disciplina, el respeto del orden social, la no confrontación con las autoridades», abunda Guigou.

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Guigou piensa que el neopentecostalismo sudamericano es de claro cuño brasileño. Las iglesias evangélicas brasileñas fueron pioneras, dice, en eso de la participación en política, y han tenido mucho más presentes que las estadounidenses las características de los pueblos en los que se implantan. «Se manejan con un pragmatismo sorprendente que les permite, cuando cuadra, aliarse al PT y luego considerarlo satánico, respaldar la destitución de Dilma y apoyar a Bolsonaro, con el que conectan obviamente mucho mejor. Lo que les importa es el poder y para conseguirlo medran, chantajean, condicionan, buscan prebendas.» Su manera de confrontar con el catolicismo o las religiones afro, espiritistas o de raigambre indígena, con las que compiten por la influencia entre los sectores populares, ha sido bien propia. «Como tienen una visión integrista, son parasitarios del enemigo y están en guerra permanente con ‘satanes’ diversos, que en Brasil se encarnan hoy sobre todo en los petistas o los curas católicos.»

Han montado unas enormes redes de sociabilidad y construido su poder con base en un poderosísimo imperio mediático que comprende el segundo canal de televisión del país, Rede Record, un canal religioso, un portal de Internet, emisoras de cable locales, un entramado de radios que cubren casi todo el territorio, editoriales, compañías discográficas. En las redes sociales se mueven como pez en el agua y laburan el terreno como pocos. Sus lugares de culto son también agencias de servicios públicos, supliendo a un Estado ausente. «Han conquistado las cabezas de los vulnerados y ganado las batallas por el control espiritual de las favelas, de los espacios de las periferias urbanas, de las cárceles. Sobre este modelo brasileño se han ido armando las iglesias pentecostales del resto de América del Sur, y los pastores brasileños han extendido su prédica a África y a Asia, donde de a poco están entrando.»

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Años atrás, los sacerdotes progresistas latinoamericanos herederos de la teología de la liberación ironizaban con que ellos apostaban por los pobres y los pobres por los pentecostales. «Un buen resumen de la realidad», sentencia Guigou.

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La izquierda en general, el PT brasileño en particular, asegura el antropólogo uruguayo a Brecha, no supo, no sabe hablarles a las masas que se pasaron a filas evangélicas. «La izquierda se maneja con códigos propios de las capas medias. La agenda de derechos es ajena a los sectores más marginales, que en la familia tradicional, heterosexual y estable encuentran seguridad y sin ella lo poco que tienen se les desmorona.» La periodista Lamia Oualalou sitúa en otro plano esa desconexión entre la izquierda latina y los pobres de toda pobreza que se arrimaron al neopentecostalismo. Para esta franco-marroquí que vivió años en Brasil y es autora del libro Jesús te ama. La ola evangélica (Éditions du Cerf, 2018), «la izquierda interpretó la ‘teología de la prosperidad’ de forma muy básica. La vio únicamente como una adaptación del neoliberalismo. Es cierto que hay una parte de consumismo y dinero, pero también las iglesias funcionan con una lógica de la solidaridad», dijo en una entrevista publicada en el número de octubre de Nueva Sociedad. Hay además un contrasentido en la actitud de partidos como el PT: ellos mismos no escaparon a la «lógica del consumo capitalista» cuando llegaron al gobierno durante la llamada «ola progresista». Fue eso lo que les ofrecieron a los pobres: la integración al consumo. Oualalou recuerda una frase de Guido Mantega, ministro de Economía de Lula: «Ahora todos los brasileños pueden ser ciudadanos porque tienen acceso a una tarjeta de crédito».

Cuando estalló la crisis, patente quedó la debilidad de esa «integración». El Estado (y los progresistas) dejó a los pobres literalmente de la mano de Dios, y Dios les dijo a estos «vulnerados», pastores evangélicos mediante, que el Satán petista los había mandado a la ruina, sostiene la periodista. Y piensa: no es hablando de la Biblia, cediendo a los chantajes o posando junto a sus pastores, como ha optado por hacer el PT, que se podrá sacar a estos sectores de los tentáculos del neopentecostalismo. «Lo que habría que hacer es volver a hablar de lo que importa en la vida del brasileño: una educación mínima, un acceso a la salud, volver a tener farmacias populares que den remedios gratuitos, un salario mínimo». Y «deconstruir la imagen de los pastores, demostrando que la mayoría de ellos son bandidos y que son las principales fortunas del país». Confrontarlos, no mimetizarse con ellos. Disputarles la hegemonía, sugiere Oualalou.

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