La revolución haitiana (1790-1804) fue la más compleja de los tiempos modernos (Bosch), y en íntima conexión con la revolución francesa tuvo lugar en cinco dimensiones entrecruzadas y superpuestas: 1) Guerra de clases entre grandes propietarios blancos y mulatos dueños de un tercio de la riqueza y de la cuarta parte de los esclavos. Ambos […]
La revolución haitiana (1790-1804) fue la más compleja de los tiempos modernos (Bosch), y en íntima conexión con la revolución francesa tuvo lugar en cinco dimensiones entrecruzadas y superpuestas:
1) Guerra de clases entre grandes propietarios blancos y mulatos dueños de un tercio de la riqueza y de la cuarta parte de los esclavos. Ambos sectores impulsaban la autonomía y algunas medidas revolucionarias, reconociéndose aliados de Francia, y no su propiedad.
2) Guerra social de amos contra negros que trabajaban bajo el régimen de esclavitud, modo de producción que los economistas modernos llaman, eufemísticamente, economía de plantación.
3) Guerra racial de negros contra blancos y mulatos, luego que la revolución francesa no había dedicado una sola palabra a la esclavitud, dejando el conflicto en manos de las autoridades coloniales.
4) Guerra antintervencionista de blancos, mulatos y negros contra Inglaterra y España, potencias que invadieron la isla con el propósito de conjurar la difusión de las ideas revolucionarias en sus colonias del Caribe.
5) Lucha nacional, anticolonial y antimperialista de haitianos contra franceses hasta alcanzar la independencia total. En Francia, la influyente Sociedad Amigos de los Negros agrupaba en realidad a los amigos de los mulatos. Muchos mulatos se habían educado en la metrópoli, donde no eran víctimas de la discriminación que padecían en su propia tierra. Los mulatos tenían un nivel económico similar al de los blancos, pero con estatus social diferente. Y hasta el decreto revolucionario del 24 de septiembre de 1791, no podían ejercer las profesiones liberales ni presentar candidatos en la colonia.
Simultáneamente, los cielos de Haití se pintaban de negro. En las fiestas y banquetes de las autoridades, comerciantes, navieros, militares, aventureros, banqueros, diplomáticos, los esclavos con peluquín y disfrazados de meseros elegantes, oían con atención. A espaldas de los comensales (uno por silla), los negros oían que el pueblo francés debatía, que la Corte era incapaz, que los campesinos saqueaban las bodegas, que los pobres escupían al paso de los ricos, y que un tal Robespierre exigía el derecho de ciudadanía para los negros y mulatos.
Totalmente alborotados, los sirvientes retornaban a los barracones, donde las esclavas también aportaban información. Era común, en las haciendas, que las aburridas esposas de los colonos aliviasen el tedio confesando sus más íntimos secretos a las negras que, no menos aburridas, las abanicaban.
En la noche del 14 de agosto de 1791, un esclavo jamaiquino al que le decían Bouckman porque sabía leer (book man) celebró una ceremonia vudú en un bosque que era propiedad de su amo. Bouckman imploró la ayuda vengadora de los dioses negros contra los dioses blancos. Y aquí hay que destacar un dato subestimado por los historiadores a modo: muchos de los negros capturados en Africa occidental habían sido grandes guerreros. Por tanto, se consideraban prisioneros de guerra.
Bouckman murió asesinado por los franceses. Sin embargo, mulatos como André Rigaud, Vincent Ogy y su amigo Fleury (quienes poseían tierras y esclavos, pero defendían a los negros) se unieron a los hermanos Jacques y Jean Baptiste Chavannes, fogueados en la guerra de Independencia de Estados Unidos. Al finalizar la contienda, los hermanos Chavannes compraron armas en el país del norte y se marcharon a Haití. Todos murieron ahorcados. Pero varias mechas quedaron encendidas. En el norte de la isla se levantaron los mulatos Jean Francois y Biassou y, en el centro, el esclavo Hyacinthe ofrecía un puesto de lucha a los negros fugados de las plantaciones. Los blancos que vivían en las haciendas empezaron a trasladar a sus familias a la ciudad. Decían que en las montañas y bosques de Haití, los tambores sonaban con inusitada y creciente intensidad.
Cuando las bandas de Francois y Biassou cruzaron a la parte occidental de la isla, España entró de lleno en el conflicto. En Santo Domingo, los alzados obtuvieron la libertad y se les reconoció grados militares. Entre los secretarios de Biassou iba Toussaint, negro esclavo de 49 años que curaba a enfermos y heridos.
Toussaint había trabajado de cochero en la plantación de un colono llamado Señor de Bréda. Cosa curiosa: de los pagos de Montesquieu. El amo de Toussaint era masón, y en la hacienda poseía una biblioteca en la que menudeaban los clásicos griegos, latinos y los enciclopedistas franceses. En la plantación, Toussaint recibió instrucción primaria, se convirtió al catolicismo y durante años, autorizado por el amo, frecuentó su biblioteca. Así se formó Toussaint L’Ouverture (El Iniciador), padre de la nación haitiana.
Y ahora, vamos al cine. En 1969, el italiano Gillo Pontecorvo filmó Queimada, poderosa metáfora de las distintas etapas de la revolución haitiana. La película empieza cuando en los muelles de una isla antillana que se halla bajo el dominio de una potencia rival de Inglaterra, un negro se acerca a un agente inglés, y le dice: Señor… ¿desea que cargue con sus maletas?
Fuente: Haití: el costo de cargar maletas (I)