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Se cumplen 40 años del triunfo de la revolución islámica de Irán

El desafío de la yihad en el nuevo orden mundial

Fuentes: Rebelión

El 16 de enero de 1979 el Sha de Irán y su esposa la emperatriz Farah Diba -a pesar de la protección militar y económica que le brindaba la administración Carter- apresuradamente deben abandonar Irán. ¿Qué ha sucedido para que tengan que partir de una manera tan precipitada? Antes de subir al avión declaran a […]

El 16 de enero de 1979 el Sha de Irán y su esposa la emperatriz Farah Diba -a pesar de la protección militar y económica que le brindaba la administración Carter- apresuradamente deben abandonar Irán. ¿Qué ha sucedido para que tengan que partir de una manera tan precipitada? Antes de subir al avión declaran a la prensa que necesitan tomarse unas merecidas vacaciones en EEUU pues están agotados con su apretada agenda institucional. Pero en realidad escapaban de la insoportable espiral de violencia ejercida por el ejército y la policía para reprimir las manifestaciones antimonárquicas que dejaron cientos de muertos, heridos y detenidos. La anarquía se extiende por todo el país, las turbas incontroladas incendiaban o saqueaban las oficinas públicas, los bancos, las empresas extranjeras o derribaban las estatuas y monumentos pertenecientes a la dinastía Pahleví. Muchos manifestantes con las manos manchadas de sangre de los mártires iracundos exigían venganza. El comandante de la Guardia de Hierro, Fuzollah Nazimi, previno al Sha de un inminente asalto al Palacio de Miagaran. Así que no lo quedaba más remedio que huir para salvaguardar su vida, la de su familia y sus bienes patrimoniales. Antes de abordar el avión Boeing 707 Shahin (Halcón) cargado con más de una tonelada de maletas y cofres de seguridad, su majestad imperial le dio su bendición al primer ministro Shapur Bajtiar conminándole a dirigir con sabiduría y aplomo el reino hasta su pronto regreso. En las calles mientras tanto las muchedumbres vociferaban ¡Libertad, justicia, Dignidad! ¡El Sha se ha ido, muerte el Sha!

Por ese entonces el imperialismo norteamericano y las potencias occidentales sin mayores objeciones dominaban a su antojo Oriente Medio. La injerencia y el intervencionismo en la región data de los años treinta del siglo pasado cuando las compañías multinacionales, principalmente americanas, inglesas o francesas, comenzaron a explotar las inconmensurables reservas de hidrocarburos.

El 1 de febrero de 1979 aterriza en el aeropuerto de Mehrabad de Teherán un jumbo jet de la compañía Air France procedente de París. A bordo del mismo se encuentra una autoridad religiosa de gran carisma y respeto. El Ayatolá Jomeini regresa triunfante del largo exilio al que fue condenado por el régimen del Sha. Se abre la puerta de la aeronave y por la escalerilla van descendiendo un interminable séquito de clérigos y mulás que lo escoltan mientras que el ayatolá con precaución baja uno a uno los escalones ayudado por el mismísimo comandante de la aeronave. En la pista les espera el comité de bienvenida organizado por el Consejo Revolucionario Islámico (compuesto por un núcleo duro de clérigos y estudiantes -embrión de los guardianes de la revolución) que lo reciben con cánticos coránicos y gritos de ¡Allah akbar!

De inmediato Jomeini aborda un jeep Ford que se suma a una larguísima caravana de vehículos y motos que enfilan rumbo al centro de la ciudad. Por las calles y avenidas se desborda una marea humana de millones de personas presas de un delirio místico incontenible, un clímax sublime solo comparable con las fiestas de la Ashura: ¿es quizás Jomeini el mahdi o el imán oculto? A lo largo del camino se repiten las escenas de histeria colectiva, la gente se abalanza sobre el jeep del Ayatolá; en medio del caos muchos son atropellados, otros caen de bruces y se revuelcan en el piso mientras la multitud corre enloquecida lanzando alaridos de felicidad. Sin lugar a dudas que en Irán despunta un nuevo amanecer ¡que los mártires resuciten, Jomeini ha llegado!

La revolución islámica, la primera en ser transmitida en vivo y en directo por la televisión, se pone en marcha a una velocidad vertiginosa. Desde todas partes de la ciudad se escucha la llamada del muecín anunciando el advenimiento de una nueva era. Tal y como estaba previsto el Ayatolá y sus seguidores se dirigen al cementerio de Behestht-e Zahra a homenajear a los mártires, sus hijos predilectos a los que les debe pleitesía. Hombres, jóvenes, mujeres y niños de todas las condiciones sociales que a sangre y fuego cayeron asesinados a sangre por el régimen tiránico del Sha. Las inabarcables multitudes de devotos rítmicamente se dan golpes en el pecho recitando cánticos de alabanza chiitas; los más fanáticos se flagelan, otros se desmayan mientras el desgarrador llanto de las plañideras cubiertas con abayas negras pone una nota dramática en el ambiente. El ayatolá Jomeini pronuncia un emotivo discurso donde califica al Sha de «verdugo que merece quemarse en el fuego eterno del yahannam (infierno)». «Este hereje ha mancillado las enseñanzas del profeta al corromper al pueblo con la pecaminosa influencia de la cultura occidental».

En el referéndum popular llevado a cabo del 30-31 de marzo de 1979 se aprobó por inmensa mayoría la instauración de la República Islámica de Irán. Un hecho histórico que significa que desde ese instante el Corán y la Sharia regirán la vida cotidiana de los ciudadanos-devotos a modo de Constitución Teocrática. La democracia espiritual impuso un patriarcado de corte fundamentalista bajo la tutela de los ayatolás y mulás. El primer mandamiento: velar por el camino recto, la pudorosa moral y la segregación sexual o separación por sexos.

Cuando el Sha se encontraba tratándose del cáncer en un hospital de San Antonio (Texas) se produce la toma de rehenes en la Embajada de EEUU en Teherán. Los estudiantes islámicos exigían canjear a los representantes diplomáticos americanos por el Sha y su incalculable fortuna fruto del latrocinio llevado a cabo durante décadas a las arcas del reino.

La humillante derrota de los ejércitos árabes en la guerra de 1948 trae como consecuencia la proclamación del estado de Israel. Este fue un golpe demoledor del que jamás han podido recuperarse. Y es que el sionismo hundió sus garras en pleno corazón de Oriente Medio dispuesto a sembrar la muerte y destrucción con tal de asegurar su supervivencia. En el año 1967 estalla la Guerra de los Seis Días con el consabido desastre del Naksa donde los ejércitos árabes son nuevamente derrotados. Nasser, el héroe de república Árabe de Egipto, quien había recuperado el canal de Suez e impulsor del Panarabismo se desploma de su pedestal. Más adelante en la guerra del Yom Kippur en 1973 las fuerzas árabes lanzan un contrataque sorpresa con la intención de recuperar el terreno perdido, pero fracasan. Se consuma entonces la expulsión definitiva de millones de palestinos que tuvieron que buscar refugio en los países vecinos. Tan devastadora crisis humanitaria que está aún por resolverse es la piedra angular de las negociaciones de paz entre judíos y palestinos. Indudablemente que a los musulmanes les persigue una fatal maldición casi imposible de conjurar. La sentencia definitiva se pronunció el día 17 de septiembre de 1978 cuando tras semanas de conversaciones secretas, Egipto e Israel firmaron el tratado de paz en Camp David. Acuerdo que supuso una desgarradora fractura en el mundo árabe y musulmán muy difícil de recomponer. ¿Cómo levantar la moral? El advenimiento de la revolución islámica al menos les devolvió un hálito de esperanza.

En 1967 el Sha en una fastuosa ceremonia llevada a cabo en el palacio de Golestán se autoproclamó emperador al mejor estilo Napoleón Bonaparte. ¡Javig Sha! (¡larga vida al Sha!) el rey de reyes y luz de los arios se ciñó el mismo sobre sus sienes una pesada corona imperial de platino con 3.380 piedras preciosas incrustadas mientras hierático empuñaba un precioso cetro de oro de 18 quilates. Y una vez ungido él mismo coronó a su serenísima esposa Farah Diba como emperatriz.

En 1971 el Sha en un arrebato de megalomanía y narcisismo celebró los 2500 años del imperio persa (con un costo de 300 millones de dólares). Está apoteósica ceremonia llevada a cabo en la ciudad de Persépolis reunió a la flor y nata de la realeza, los presidentes y primeros ministros de más de 60 países que presenciaron una representación digna de las mil y una noches. El Sha Reza Pahlevi pretendía consolidar su imagen como «rey de reyes» y resucitar la vieja gloria del imperio persa. «Tengo una misión que viene de Dios. Una orden divina». Al tiempo que el Sha se empeñaba por modernizar y occidentalizar el país también decidió resucitar las antiguas tradiciones persas. Tan obscena exhibición de lujo y derroche que ignoraba las condiciones miserables de vida de su pueblo fue uno de los detonantes de la revolución islámica. Sin olvidar la afrenta más imperdonable cuando en 1950 el Sha reconoció al estado de Israel y abrió la embajada en Jerusalén. Un gran porcentaje de la riqueza extraída por la industria petrolífera y gasífera se dedicaba a patrocinar los más estrafalarios caprichos de la dinastía Pahleví.

En esa época a finales de los años setentas el mundo estaba inmerso en la guerra fría entre la Unión Soviética y los EEUU, es decir, el comunismo contra el capitalismo; el Pacto de Varsovia contra la OTAN. Una bipolaridad en la que se alineaban de uno u otro bando sus satélites según el reparto realizado en la conferencia de Potsdam. Nadie se podía imaginar que existiera una «tercera vía» y menos que esta fuera religiosa. Porque la revolución islámica confrontó a los dos bloques y vino a alterar el equilibrio geoestratégico de todo Oriente Medio. El islam, tras la caída del comunismo, se erige en el nuevo enemigo de occidente.

¿Quién le iba prestar atención a un anciano venerable vestido con la tradicional ghaba y tocado con un exótico turbante o amame que se dedicaba a orar e impartir discursos teológicos entre sus embelesados devotos? El Ruhollah (aliento divino) Jomeini se le consideraba también Sayyid o descendiente del profeta Mohamed, realizó estudios en ética, retorica, jurisprudencia, filosofía, astronomía, matemáticas, lógica o gnosticismo. Este intrigante predicador se convirtió en el máximo opositor al Sha de Persia junto con los militantes del partido comunista Tudeh y la Unión Socialista. El Ayatolá que se distinguía por un inmenso fervor místico usaba un lenguaje sencillo y comprensible para llegar al alma de su pueblo. Pero a pesar de esta imagen beatifica de poeta sufista no le temblaba la mano a la hora de ordenar ejecuciones y severos castigos tanto individuales como colectivos.

Occidente, (con su agentes secretos y agencias de inteligencia) no supo prevenir a tiempo el cataclismo que se estaba gestando en Irán. Es increíble que una revolución de carácter religioso tuviera tal repercusión a nivel planetario. La caída del Sha Reza Pahleví va a configurar un nuevo orden mundial.

Una antigua creencia persa asevera que cada siglo Allah envía un líder espiritual con la misión de transformar a la humanidad. El imán Jomeini hablaba de proclamar el reino de Allah en la tierra y limpiar la decadencia moral y la corrupción de una sociedad en la que proliferaban las perversiones más abyectas: el alcohol, las drogas, la música, pornografía, la prostitución, el homosexualismo, los casinos y los juegos de azar. La culpa la tienen esos gobernantes musulmanes pro occidentales, apóstatas y adoradores del becerro de oro.

El chiismo ha demostrado ser una rama inflexible del islam guerrero y espiritual. «La sangre es la única capaz de redimir a nuestro pueblo». El amor por Irán se traduce en una respuesta ultranacionalista en la que cada ciudadano-devoto debe asumir su juramento de sumisión a Jodá o Allah como creador y sustentador del universo.

Ya desde 1963 los servicios secretos del Sha habían fichado al Imán Jomeini a raíz de su oposición a la Revolución Blanca que pretendía imponer medidas secularizadoras como la emancipación de la mujer y la reforma agraria que expropiaba las tierras de los clérigos. Tras acusar a la dinastía Pahleví de «enemigos de la religión» y ante las amenazas de la policía secreta del Sha (Savak) en 1964 tuvo que exiliarse en Irak (Náyaf). No obstante sus fieles continuaron escuchando sus prédicas a través de los casetes que entraban clandestinamente a Irán y eran repartidos por todas las mezquitas del país. Lo cierto es que la mayor parte de los presos políticos pertenecían al Partido Comunista y que posteriormente se adhirieron a la causa de los ayatolás confiados en derrocar al Sha. Pero una vez triunfó la revolución fueron traicionados por los clérigos chiitas que los persiguieron por profesar una ideología contraria a los preceptos islámicos. El genocidio de las fuerzas de izquierda es uno de los capítulos más sombríos de la política de limpieza ideológica ordenado por el marja Jomeini. Según Amnistía Internacional tales prácticas represoras tienen su punto culminante en las ejecuciones de presos políticos iraníes en 1988 donde fueron masacrados tanto los militantes de los Muyahidines del Pueblo Iraní como de los Fedaian y el Tudeh.

El islam es considerado por occidente como una doctrina arcaica más propia del medioevo. La ciencia y la tecnología mataron a ese Dios abstracto y etéreo cuya existencia solo se demuestra por medio de dogmas de fe. En occidente política y religión están separadas y constitucionalmente se ha impuesto la laicidad. La antigua Persia fue la cuna de los dioses monoteístas (tanto del cristianismo, judaísmo como el islam) y tierra de una increíble diversidad de etnias, lenguas y culturas cuyo principal rasgo identitario es la religiosidad. Marx profetizó que las religiones desaparecerían en el siglo XX, pero se equivocaba. El «opio del pueblo» es imprescindible para consolar a esa humanidad desahuciada que clama al cielo por un milagro que la redima.

En sus sermones el ayatolá o Sayyid (descendiente del profeta Mohamed) sostenía que el islam es la única alternativa para construir una sociedad justa y libre. Tal y como lo pregonan los hadices (segunda fuente del islam) del profeta Mohamed las cosas materiales no son importantes y de ahí que el ser humano tenga que aferrarse a la espiritualidad como única vía para trascender y realizarse. Lo que no quiere decir que se ejecuten las acciones necesarias para garantizar los profundos cambios en los valores y principios políticos, culturales, económicos y sociales. El individualismo y el egoísmo es el veneno que emponzoña el corazón de los hijos de Allah. Del transgredir y desafiar al poder terrenal surgió la idea de la yihad universal donde los míticos guerreros del Islam empuñan el sayfu, la espada justiciera del islam. El Imán Jomeini reclamaba la unidad de todos los musulmanes pues según él las divisiones entre chiitas o sunitas se debían más a diferencias entre escuelas de pensamientos que entre pueblos hermanos. «Únanse bajó la gloriosa bandera del Islam en el combate a los «kufares occidentales» «Garanticen la sacrosanta expansión islámica global».

Una revolución islámica cuyo principio fundamento es el rechazo a cualquier dominación extranjera, en defensa de la soberanía y la verdadera independencia. El antimperialismo en estado puro.

Unos postulados muy similares a los que impulsados por la teología de la liberación en América Latina y que dieron como resultado la insurgencia guerrillera. El martirio alcanzado por el che Guevara en Bolivia es comparable al de Husain ibn Alí caído en la batalla de Kerbala.

A partir del triunfo de la revolución islámica los países musulmanes tomaron conciencia de lo que significaba el poder del Din, es decir, reconocer ese mensaje a los creyentes pronunciado por el profeta Mohamed «¡hermanos en la fe! Adquieran el conocimiento del Islam, ciertamente esta es la luz y la guía al andar, sin embargo la ausencia del mismo es oscuridad y perdición». La victoria sobre la opresión y la tiranía eleva la autoestima y recupera los principios y valores islámicos sin esperar nada a cambio de las potencias occidentales tan solo interesadas en el expolio de los recursos naturales y las materias primas. En este caso, el tesoro más codiciado: los hidrocarburos, elemento clave para garantizar el buen funcionamiento de la civilización industrial capitalista. El principal objetivo del colonialismo es el control de las fuentes energéticas y las rutas de distribución y abastecimiento. Las superpotencias han trazado en Oriente Medio unas fronteras artificiales que dividen a los pueblos y los enfrentan. «El Corán es la mejor arma para enfrentar a los cruzados occidentales que vienen a sembrar la discordia y a manipular las mentes de los musulmanes intentando desposeerlos del Din». La revolución islámica inspiró en el odio a occidente a grupos terroristas como Al Qaeda, la Yihad Islámica, Al Nusra, Shabab, Boko Haram o el EI.

La figura del Velayat al Fagih o líder supremo que antepone los asuntos religiosos sobre los políticos es el principio sobre el que se basa los amplios poderes del guía supremo. Este dogma constitucional cuenta con el respaldo de los Guardianes de la Revolución, las fuerzas armadas y el control ideológico de los miembros del Consejo de Guardianes (cuyos miembros deben ser expertos en la jurisprudencia islámica y en la Sharia).

El Imán Jomeini dejó escrito en su testamento que la principal misión del pueblo iraní es la de liberar a sus hermanos palestinos y aniquilar al ocupante sionista. Especialmente recuperar para el islam la ciudad santa de Al Quds- Jerusalén en cuya mezquita de al Aqsa el profeta Mohamed emprendió su ascensión a los cielos a lomos del Burak.

Por eso Yasser Arafat de la OLP fue el primer líder extranjero en visitar Irán después del triunfo de la revolución islámica a inicios de los años ochenta. La OLP fue un aliado muy cercano a Irán y se le involucra en la toma de rehenes en la embajada americana de Teherán. El programa atómico iraní se ha puesto en marcha como respuesta al impresionante poderío armamentístico sionista que le otorga el dominio hegemónico en Oriente Medio. Israel -según los observadores de la OIEA- posee en sus arsenales más de 400 ojivas nucleares.

El Imán Jomeini en una entrevista realizada poco antes de morir con el Ministro de Relaciones Exteriores Eduard Shevardnadze le advirtió sobre la inminente caída del sistema comunista por su falta de fe en Dios, el ateísmo y el materialismo. «El comunismo pasará a los museos, la revolución islámica prevalecerá». «Rusia debe aliarse con Irán en el combate a Occidente».

Irán, como potencia del Asía Central, ha entrado en una deriva expansionista sin precedentes. Sus fuerzas armadas intervienen activamente en Irak, Siria, Líbano o el Yemen. Lo que supone un de millones y millones de dólares destinados al gasto militar que devora por completo los presupuestos del estado en detrimento de la inversión social.

Las potencias occidentales encabezadas por EEUU acusan al régimen de los ayatolás de patrocinar el terrorismo internacional. Tan solo basta con revisar el sangriento prontuario que les precede: toma de rehenes de la embajada de EEUU en Teherán en 1979, voladuras por parte de la Yihad Islámica de los cuarteles marines y soldados franceses y la embajada de EEUU en Beirut en 1983, fundación de Hezbollah como brazo político y paramilitar chiita durante la guerra del Líbano en 1983, la crisis de los rehenes del Líbano en 1986, atentado contra la embajada de Israel en Argentina 1992, atentado contra las oficinas del AMIA en 1994, atentados de la Yihad Islámica en los territorios ocupados por Israel, múltiples atentados en Irak contra intereses occidentales, posible nexos con los autores de los atentados contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania en 1998 (reivindicado por al Qaeda) implicaciones -según la CIA- en el atentado del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, apoyo a los guerrilleros Talibanes que combaten la invasión imperialista en Afganistán, apoyo y financiación a Hamas en la franja de Gaza, complicidad con el derribo del vuelo 103 de Pan Am en Lockerbie 1987 en alianza con los servicios secretos libios, atentado contra el complejo residencial de Riad (Arabia Saudita) en el 2003.

Irán aplica al pie de la letra la ley bíblica del Talión: «ojo por ojo, diente por diente» O sea, solo la sangre vengará la memoria de los mártires. Porque nunca olvidarán la guerra impuesta por las potencias occidentales con la invasión del ejército iraquí al mando de Sadam Hussein que se proponía aniquilar la revolución islámica. Un conflicto bélico que se alargó del año 1980 hasta 1988 causando más de un millón de muertos, dos millones de heridos y cuatro millones de desplazados. A lo que hay que sumar la destrucción de innumerables pueblos y ciudades, el colapso de las infraestructuras y la ruina económica. Crímenes contra la humanidad que quedaron completamente impunes.

El desarrollo del programa atómico iraní está pensado como un arma disuasoria para infringir terror y respeto entre sus más encarnizados enemigos: Israel, Arabia Saudita y los EEUU.

Las sanciones aplicadas por el G5+1 a las exportaciones de crudo y las transacciones financieras a raíz del incumplimiento del programa nuclear iraní están provocando una nueva crisis económica en el país. Según el presidente de los EEUU Donald Trump se aplicará la máxima presión sobre Irán con el fin de provocar un estallido social que derrumbe el régimen de los ayatolás. George Bush ya había señalado a Irán como uno de los integrantes del «eje del mal» junto a Corea del Norte y Siria. (Libia de Gadafi, Irak de Sadam Hussein y Cuba de Fidel Castro). La declaración de guerra al terrorismo tiene como objetivo «prevenir que regímenes que apoyan el terror amenacen a los EEUU o a sus aliados». A Irán se le acusa de poseer armas de destrucción masivas y patrocinar el terrorismo. Según el Pentágono: «Hoy por hoy es el máximo peligro para la paz mundial».

Irán responde que cuenta con armamento de última generación y un ejército compuesto por millones de combatientes y paramilitares listos a inmolarse en defensa de la revolución islámica. Durante la guerra Irán- Irak miles de soldados sacrificaron sus vidas en honor al Imán Jomeini seguros de que su martirio los conduciría directamente al paraíso. Cualquier ataque contra su territorio desatará un diluvio de misiles contra Arabia Saudita, las petromonarquías del golfo e Israel. Al parecer la república Islámica de Irán no ha renunciado a construir la bomba atómica de Allah -si es que ya no la tiene-.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.