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Tabaré Vázquez, Presidente

El día de los abrazos

Fuentes: Rebelión

El Uruguay ha comenzado a echar las bases para renacer como nación. Luego de años de volteretas sinuosas, en que retazos de soberanía fueron quedando por el camino, postrando al país, un rayo de luz comienza a tener más intensidad. Ahora casi nos deslumbra. Cuando el flamante Presidente de la República, Tabaré Vázquez, afirma que […]

El Uruguay ha comenzado a echar las bases para renacer como nación. Luego de años de volteretas sinuosas, en que retazos de soberanía fueron quedando por el camino, postrando al país, un rayo de luz comienza a tener más intensidad. Ahora casi nos deslumbra.

Cuando el flamante Presidente de la República, Tabaré Vázquez, afirma que «las naciones no se construyen refugiándose en el pasado, ni resignándose en el presente, ni renunciando al futuro», está diciendo mucho. Está traspasando a la gente toda una concepción nacional que se habían abandonado en el país los gobiernos burocráticos, clasistas, de los partidos tradicionales, que fueron incapaces de mantener los parámetros que sostienen a una nación soberana.

El sol está ahora sorteando nubarrones, algunos de los cuales se tornasolan al influjo de los rayos tricolores que los traspasan en una fiesta infinita, los mismos que antes con su persistencia, convirtieron a los habitantes de esta tierra purpúrea, en mujeres y hombres desolados, escépticos que lentamente fueron perdiendo la esperanza.

Allí está como prueba dolorosa la gigantesca diáspora uruguaya, de cientos de miles de hombres y mujeres que debieron encontrar en el exterior, quebrando en la lejanía sus mejores afectos, lo que aquí se les negaba.

Un país de descreídos, de seres abrumados por una administración pública en que una burocracia gigantesca famosito, por años, los ingresos del Gobierno, con juegos clinetelisticos que abrumaron a una población que sentía, en cada acto, que una fauna corporativa convertía en onerosos y, en algunos casos inalcanzables, a los elementos de la vida cotidiana producidos por el propio Estado.

Un Estado desprestigiado por sucesivos gobiernos atados a mecanismos genuflexos de sumisión estricta a las líneas ideológicas provenientes del norte, que luego del llamado Consenso de Washington, aplicaron esas recetas foráneas para convertir a nuestro país en otro eslabón de la división internacional del trabajo que, en todos los casos, favorecía a las grandes corporaciones financieras del norte y, en lo interno, a una oligarquía retardataria y nefasta en su voracidad capitalista que ni siquiera estimo conveniente, para alargar su existencia, una distribución más equitativa de la riqueza que determinara que todos viviéramos en una comunidad menos convulsionada.

Sin embargo, en ese país agrisado por los nubarrones de la ineficiencia, del deterioro, del egoísmo, del clientelismo, siempre existió un rayo de luz, primero débil y heroico, que fue creciendo en intensidad en el tiempo. Fue la militancia desinteresada que multiplicó su fuerza pacífica, la del convencimiento. Hombres y mujeres que desde los Comité de Base, los sectores y partidos políticos progresistas, desde los sindicatos y las organizaciones sociales, no dejaron de organizar a la gente, de hacer comprender a los descreídos las causas del deterioro, las vergonzantes y vergonzosas acciones de los gobiernos que, incluso, determinaron que se comenzaran a perder los valores esenciales que debe tener el sentido profundo del concepto de nación.

Mostraban invariablemente un camino difícil, intrincado, pero posible de recorrer, comprendiendo que era posible arribar, en paz, a una meta que convertiría a las utopías en esperanzas y a estas en certezas. Por décadas la cerrazón encubrió el tema de los derechos humanos, el de las violaciones atroces cometidas en el período dictatorial en contra también de esa militancia por un país mejor, desoyéndose hasta hoy invariablemente los reclamos de los familiares que tienen el derecho de conocer la verdad y de que resplandezca la justicia, la necesaria para volver a creer en una sociedad democrática. Para que el Estado nacional responsable primigenio y final de todo lo ocurrido, implemente a través del gobierno las necesarias reparaciones, partiendo de la base de quienes cometieron directamente los asesinatos, fueron participes de los secuestros y llevaron a las cámaras de tortura a miles de compatriotas, estaban comprendidos en el presupuesto nacional. En la noche, asaltaban hogares en nombre de una Estado Nación, que ellos mismos estaban pisoteando.

Eran funcionarios de un Estado de corte perverso que actuaba, a través de la Doctrina de la Seguridad Nacional, a favor de intereses foráneos y de sectores nacionales, que poco tenían que ver con los intereses generales de los uruguayos.

Un país con fuerzas armadas cuya existencia, por lo ocurrido, perdió también sentido. Batallones, regimientos, cuarteles, escuelas e institutos sin un fin en si mismo, con una legislación alejada de las necesidades nacionales y una cerrazón ideológica – incomprensible – que les niega a los uniformados la posibilidad de realización de tareas en beneficio de la sociedad, readaptando así su acciones a los nuevos tiempos, sabiendo que su sentido de ser, las hipótesis de conflicto, han desaparecido, por lo menos, en nuestro continente.

Un largo deterioro de una institución que fue vulnerada en su esencia misma y luego quebrada en sus objetivos específicos por un Estado clasista, reaccionario, que hizo perder al país el sentido de Nación, siguiendo para ello los lineamientos del Departamento de Estado y de los grupos más reaccionarios del país. Impulsaron a los militares, quienes tienen como cometido fundamental la defensa de la institucionalidad, a protagonizar las peores tropelías contra un pueblo que todavía requiere que se conozca la verdad y que, de alguna manera, resplandezca la justicia.

Por todo esto y mucho más, es que importa la palabra del presidente Vázquez que, por supuesto, avanzó más en lo profundo de los conceptos, porque también habló de algunas inspiraciones que sustentan su gobierno: en primer lugar de los principios de libertad, solidaridad e igualdad, elementos fundamentales, presentes -por su trascendencia – en el ideario de José Artigas, hoy tan plenamente vigente.

«Libertad, porque la libertad es un impulso que no garantiza la felicidad humana, pero asegura la condición humana. Libertad para ser felices, para ser independientes y tener intereses privados; libertad para colaborar en la construcción del mundo donde a nadie se le estafe la oportunidad y la ocasión de ser feliz»

Conceptos que iluminan el futuro, brillando cada vez con mayor intensidad ese rayo de esperanza que anidó en quienes hemos creído siempre en una sociedad donde imperara la igualdad como derecho básico y como mandato ético.

Los que tuvimos a punto de flaquear en nuestras convicciones y ahora vivimos una etapa nueva, en que ha renacido la esperanza, impulsada por un hombre que nunca ha bajado los brazos. Un intelectual sereno, un profesional de la medicina con amor entrañable por sus enfermos, quienes se han convertido en una parte inseparable de su vida, que se nutre de ese sufrimiento y en el renace, por supuesto, su fe inquebrantable de poder construir un país mas justo y solidario, más moderno, en que se resuelvan los cuellos de botella que parecían endémicos, males que nos habían paralizado como sociedad, haciendo de nuestro Estado Nación en un territorio más de esta América Latina empobrecida y convulsionada.

Comenzó – utilizando palabras de Federico Fasano – el difícil camino de los mitos a la historia. Tabaré desde el martes lº de marzo logró un objetivo por el cual luchó sin pausa, sacando fuerzas de flaquezas, timoneando una coalición de izquierda que debió ser consolidada para que todas las fuerzas que la integran, sin contradicciones, pusieran su rumbo en lograr el objetivo democrático de un gobierno en paz, sin que nadie utilizara métodos que hubieran cuestionado el todo que se pretendía.

Por supuesto que no estuvo solo en el camino, pues este país – por suerte – está lleno de seres que buscaron y buscan incansablemente la felicidad colectiva sobre la base del sacrificio personal.

El nuevo presidente de los uruguayos, el doctor Tabaré Vázquez, tanto en su discurso frente a la Asamblea General Legislativa como en el pronunciado de la escalinata del Palacio Legislativo, junto a las medidas que adoptó en su primera acción de gobierno, afianzó una gigantesca onda de optimismo, especie de fuerza positiva que aventó bien lejos esa gris existencia, sin esperanzas.

Este fue un 1º de marzo histórico en que un hombre, un médico proveniente de una familia humilde, nacido en un barrio de trabajadores, el de La Teja, se convirtió en el primer presidente de izquierda de un país democrático y en paz. Fue un día en que reaparecieron con mayor intensidad las fuerzas positivas, las responsabilidades y se multiplicaron las esperanzas.

Fue una fiesta popular, la de la gente, que participó de un día en que los uruguayos nos abrazamos todos porque sabemos que sin unos o sin los otros, las cruzadas colectivas no son posibles.

Fueron abrazos individuales y colectivos, calidos y esperanzadores.

Fue el día de los abrazos.