Los Estados Unidos sostienen que su política se basa en el principio de «no negociar con terroristas». Además, hacen alarde de su posición como «defensores» de los derechos humanos en todos aquellos países del mundo donde éstos se violan. Si fuéramos extraterrestres y llegáramos a este contaminado planeta, pensaríamos, en primera instancia, que existe un […]
Los Estados Unidos sostienen que su política se basa en el principio de «no negociar con terroristas». Además, hacen alarde de su posición como «defensores» de los derechos humanos en todos aquellos países del mundo donde éstos se violan. Si fuéramos extraterrestres y llegáramos a este contaminado planeta, pensaríamos, en primera instancia, que existe un Estado poderoso, que tiene el papel de guardián del planeta y que los habitantes del mismo tienen asegurada la paz gracias a la efectiva acción de ese guaríán.
Pronto nos encontraríamos con una realidad completamente distinta, descubriendo que ese fanático de los derechos humanos es más bien el causante de todas las calamidades que sufre la humanidad como consecuencia de la ambición desmedida y la falta de escrúpulos en la práctica política de este guardián; también descubriríamos que existen millares de lacayos del guardián que se dedican intensivamente, sin descanso, a cumplir los designios de éste.
La verdad es que la relación entre la violación de los derechos humanos y la capacidad de respuesta en la defensa de los mismos es bastante desigual. Mientras se emplean volúmenes inimaginables de recursos para la represión (en todas sus manifestaciones), la iniciativa ciudadana de defensa de los miembros de la sociedad cuenta apenas con la denuncia como su herramienta más efectiva. En este esquema, la vulnerabilidad ante la brutalidad es imposible de medir, pues el Estado imperial sólo conoce conceptos como «daño colateral» y «gente de la que se puede disponer».
Este proceder nos lleva, en la práctica, a entender que las manifestaciones pro derechos humanos llevadas a cabo desde el Estado burgués neoliberal son actos hipócritas que esconden de manera abierta (aunque esto suene bastante contradictorio) la naturaleza represiva del Estado burgués y su profundo desprecio hacia la existencia misma de la clase trabajadora (entendiendo ésta como aquél grupo de la sociedad sin acceso a medios de producción, de bienes o servicios; empleados o desempleados; y otros grupos, que creyendo ser microempresarios, venden su trabajo al capital), que es la generadora de la riqueza que sostiene el sistema.
Este mismo Estado burgués terrorista, que desprecia la ciencia, y privilegia la capacitación frente a la educación; que privatiza los servicios de salud que atienden la vida y los funerarios que se encargan de la muerte; el mismo Estado que es capaz de cuantificar el hambre, pero que es incapaz de solventar los problemas esenciales que evitan al pueblo tener una vida digna. Este Estado que nos dice que la pobreza es un estado «natural» que los hombres y mujeres adquirimos por una voluntad más allá de nuestra comprensión.
Comprender la naturaleza moral de este Estado terrorista es sumamente complejo y sólo puede ser superado en complejidad por la comprensión de los límites a los que puede llegar con tal de mantener intactos sus privilegios. En cualquier caso, deberíamos entender que esta es una actitud de clase, en la que los grupos que ostentan el poder (entendiendo al mismo más allá de la estructura formal del derecho burgués), que está determinada por los intereses, nacionales e internacionales, de un grupo dominante agresivo, feroz e inescrupuloso.
Nos encontramos en este punto con problemas graves generados por la falta de conciencia política de las víctimas potenciales; un grupo de la sociedad que crece constantemente, en proporción directa a la profundización de la desigualdas que por naturaleza produce el sistema capitalista. En la medida en que crecen las manifestaciones de descontento, las reivindicaciones gremiales, las disputas por la tierra y toda una selección de conflictos generados por la explotación de una clase por otra, crece la represión desmedida que se instrumentaliza a través del Estado burgués terrorista.
Desafortunadamente para muchos de nosotros, o más bien para todos, el trabajo de enajenación que lleva adelante la clase dominante tiene un impacto real innegable sobre amplios sectores de la sociedad. De esta manera, siguiendo conceptos positivos, muchos creen ser burgueses y se ponen decididamente al servicio de los grupos de dominación para llevar adelante la estructura que mantiene vigentes los esquemas de explotación que nos someten.
En un repaso rápido de las contradicciones que desunen a los grupos sociales, nos daremos cuenta de que la mayoría están fundamentadas más en la inconsciencia y la falta de formación que en un entendimiento concreto y correcto de la realidad. Las agresivas y permanentes campañas mediáticas ejercen un control desmedido sobre la conciencia de la sociedad sin tener prácticamente ninguna fuerza contrapuesta que busque el balance entre la alienación y la objetividad.
Aun en estados en procesos revolucionarios concretos, los medios de comunicación masiva, en su mayoría en poder de los grupos dominantes, constituyen verdaderas armas ideológicas en una guerra muy desigual. Esta desigualdad tiende a ampliarse en la medida en que somos incapaces de generar estrategias y tácticas viables, accesibles y realistas para llevar a cabo procesos de formación rápidos y efectivos.
En concreto la violación a los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad ejecutados por el Estado burgués terrorista, cuentan con la complicidad de la pasividad de nuestro accionar. Es increíble que después de cinco siglos de brutalidad, todavía hoy sigamos viendo a un vecino delatando al otro aunque ambos tienen que enfrentar la dureza de la misma realidad; y es más increíble aún que esto suceda cuando escuchamos tantas voces que dicen estar en favor de las causas populares (por favor no confundir «popular» con «suciedad, haraposo, rústico, hediondo» y muchas otras analogías que las clases dominantes utilizan para denigrar aquéllo que proviene del pueblo).
Somos pues, corresponsables, por omisión, de la barbarie que llevan adelante aquellos que creen ser los legítimos herederos de la voluntad de Dios. En este punto deberíamos asumir una posición de humildad y reconocer nuestras carencias, e incluso negligencia, para producir las condiciones materiales necesarias de defensa ante la agresión del Estado burgués terrorista. Quizá sea el momento de acercarnos unos a otros y encontrar el camino de la unidad a través de la defensa de nuestra propia existencia.
Esto no quiere decir de manera alguna que estemos en posición de compartir la responsabilidad intelectual y material del baño de sangre que se mantiene en toda América Latina desde hace varios siglos. Los asesinos siguen siendo los asesinos, los patrones siguen siendo los patrones y los culpables siguen siendo los culpables, para ellos ni olvido ni perdón.
Sin embargo estamos obligados a adoptar una posición constructiva y a asumir la responsabilidad histórica de generar conciencia permanentemente, en todos los foros, en todas las circunstancias, casa por casa, familia por familia, individuo por individuo. No olvidemos que el conocimiento que no se transmite, que no se comparte, no sirve para la lucha y sí es muy útil para nuestros adversarios.
Tampoco deberíamos seguir propagando versiones distintas de los mismos conceptos emulando las actitudes dogmáticas de sectas religiosas que sólo empobrecen la conciencia colectiva del pueblo. El mensaje debe ser claro, los objetivos deben ser claros, las actitudes deben ser claras y el espíritu unitario y revolucionario deben prevalecer. Si la razón nos asiste, si los argumentos que esgrimimos en contra de la injusticia, de la vejación, de la exclusión son correctos y genuinos, entonces vamos a todos los rincones de nuestro país a darl a todos nuestros hermanos y hermanas lo que Hollywood, las telenovelas, Chespirito, Chabelo y muchos más les niegan: la verdad.
No deseamos adoptar posiciones de profetas. Simplemente, la formación, la concienciación, la transmisión de la verdad son las armas más poderosas que poseemos para enfrentar al Estado burgués terrorista y su brutal agresión contra el pueblo.
Aquí vamos a retomar la postura del imperio, y replicamos con valor y dignidad: «nosotros tampoco negociamos con terroristas».
«Si lográramos unirnos, qué hermoso y cercano sería el futuro», Che.
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