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El frágil estatus de la calma

Fuentes: Rebelión

Como en la naturaleza, en el ámbito de lo social la calma (cierta calma) podría estar precediendo a la tormenta. Incluso, anunciándola. No en vano alguien de tino nos advierte de que, si bien en los últimos tiempos el tardocapitalismo -imperialismo para los que nos resistimos a una semántica que pudiera entenderse como cambio de […]

Como en la naturaleza, en el ámbito de lo social la calma (cierta calma) podría estar precediendo a la tormenta. Incluso, anunciándola. No en vano alguien de tino nos advierte de que, si bien en los últimos tiempos el tardocapitalismo -imperialismo para los que nos resistimos a una semántica que pudiera entenderse como cambio de casaca- se ha mostrado la mar de flexible en su política exterior, pasando del smart power (poder inteligente) delineado por Hillary Clinton a un mucho más efectivo soft power (poder blando) despótico, contentivo, por ejemplo, de un sistema de sanciones comerciales que ha provocado a Rusia el desplome del rublo y una prevista crisis de dos años, nada impide que el actual baile al son de las circunstancias varíe al hard power (poder duro), tan conocido en los cuatro puntos cardinales del planeta. 

Bueno, no tanto como que nada lo impide. Si algo se muestra reacio al tradicional uso del garrote es lo que señala Paul Craig Roberts, subsecretario que fuera del Tesoro de EE.UU.: El aumento del PIB de esa nación en 4,6 por ciento en el segundo trimestre de 2014 y en cinco en el tercero resulta un ejemplo de «estadística mágica», que no tiene en cuenta una serie de problemas de la economía. No está determinado por el crecimiento de los ingresos reales de los consumidores, del crédito al consumo o de las ventas minoristas reales o desde el sector de la vivienda. Tampoco por un superávit comercial.

Citado por  Russia Today , el analista se muestra harto crítico de la conclusión a que, encuesta mediante, arribó la Oficina de Análisis Económico: «Era el gasto en Obamacare lo que había impulsado el crecimiento del PIB real de Estados Unidos al cinco por ciento en el tercer trimestre. En Estados Unidos, a diferencia de otros países, una gran parte de los gastos médicos van a parar a las arcas de beneficios de las empresas de seguros, no al sistema de atención sanitaria […] Interpretar estos gastos como un crecimiento económico es disparatado». Sucede que «debe mantenerse la ilusión de la recuperación». Y un crecimiento real de tal envergadura deviene «incoherente con la fuerte caída de los precios de productos básicos industriales: el petróleo en 47 por ciento, el mineral de hierro en 49, el gas natural en 30 y el cobre en 15».

Pero ¿quién osaría prever una lógica consecuente en la cabeza de un toro de lidia en pleno ruedo? Aunque hoy por hoy la propia debilidad intrínseca ha obligado a Washington a privilegiar las inversiones y la interrupción puntual de la pax americana, habrá que andar más que atentos a la respuesta de las élites a factores como la crisis inducida por la dramática caída del precio del crudo -casi la mitad en seis meses-, que amenaza con quebrar de manera drástica el equilibrio global, con los productores del hidrocarburo encrespados, conforme a publicaciones tales el diario británico The Independent . Para Atilio Boron, paso a paso podríamos estar encaminándonos a la Tercera Guerra Mundial. «La OTAN estrecha cada vez más el círculo trazado sobre Rusia, llevando a sus extremos un proceso que fue el objetivo político fundamental perseguido, en el teatro europeo, por los sucesivos gobiernos demócratas y republicanos que ocuparon la Casa Blanca desde los comienzos de la Guerra Fría. Y a lo anterior hay que sumar la declaración de guerra económica que […] ha decretado el Gobierno de Estados Unidos».

No en balde, conservando el carácter de defensiva y acentuando el hecho de que una intervención bélica del gigante euroasiático estaría condicionada por el agotamiento de todas las soluciones no violentas, la nueva versión de la doctrina militar de Moscú apunta a la Alianza Atlántica como un peligro fundamental para la seguridad del país. Y por ende, este se reserva el derecho de utilizar su arsenal nuclear en caso de agresión contra él o sus aliados, o «de amenaza para la existencia misma del Estado».

El pensador argentino no teme lucir agorero al alertar acerca de que «un mundo en paz sería un desastre para el keynesianismo militar norteamericano. Necesitan de la guerra, de muchas guerras. Y si no las hay las inventan, para lo cual disponen de numerosos recursos humanos altamente especializados en este tipo de operaciones. Para este entramado de intereses nada puede ser más maligno que la paz, y cualquier pretexto es bueno para combatirla. Por eso Estados Unidos ha venido librando guerras sin solución de continuidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Corea, Vietnam, Laos, Cambodia, Irak, Afganistán, y ahora, probablemente, Rusia y mañana China son los hitos más trascendentes de una lista interminable, y que cada vez con más fuerza empuja a la humanidad hacia el abismo».

Afortunadamente, coincidamos con el articulista, todavía es posible detener la enloquecida carrera. Solo que el tiempo no sobra. Y se requiere comprender que, de ocurrir la tercera, la cuarta conflagración se libraría con piedras y garrotes, con el silencio cósmico de fondo. Ah, y prevenirnos contra el rostro crispado, la expresión aleve del tardocapitalismo -perdón, del imperialismo-, a pesar de la máscara de «poder blando».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.