En Puerto Rico se está debatiendo qué dirección tomará la política energética nacional. La decisión apresurada del gobierno de construir un gasoducto, para transportar gas natural desde las facilidades portuarias de Guayanilla a la zona metropolitana, ha sido meterle más leña al fuego. En el siguiente escrito persigo exponer varios aspectos de este asunto que […]
En Puerto Rico se está debatiendo qué dirección tomará la política energética nacional. La decisión apresurada del gobierno de construir un gasoducto, para transportar gas natural desde las facilidades portuarias de Guayanilla a la zona metropolitana, ha sido meterle más leña al fuego. En el siguiente escrito persigo exponer varios aspectos de este asunto que posiblemente ayuden a un mejor entendimiento de parte de nuestro pueblo sobre ángulos ambientales-energéticos que no han sido discutidos en los medios noticiosos.
La utilización de gas natural (de aquí en adelante gas) como principal fuente energética para generar energía eléctrica, no debe ser motivo de discusión. El gas natural es esencialmente metano, una molécula formada por un átomo de carbón unido a cuatro átomos de hidrógeno. Al quemarse para producir energía calórica que a su vez genera vapor en las calderas, mueve las turbinas que generan electricidad. Este es un gas que quema limpio, mucho mejor que la quema de petróleo residual o carbón, los combustibles mayormente usados en la actualidad. Los residuos de esta quema son vapor de agua y bióxido de carbono.
Económicamente, en este preciso momento, el gas natural es algo más barato que el petróleo residual. ¿Cuánto más barato? Esta cifra no ha sido revelada por los autores del proyecto, pero de seguro no alcanza ni remotamente un ahorro de $1,000 millones anuales como nos dice el Sr. Cordero, Director Ejecutivo de la A.E.E. En primer lugar, los precios de los combustibles fósiles, petróleo y gas, fluctúan enormemente a consecuencia de cambios en oferta, demanda, accidentes -como el reciente en el Golfo de México y guerras como la de Iraq-, ciclos económicos recesionales y otros factores. No pasemos por alto que las corporaciones dueñas del petróleo, Exxon, Shell, Texaco, etc. son en gran medida las dueñas del gas.
Este es un sector sumamente monopolizado. En una situación de tanta inseguridad financiera como la del capitalismo actual, los capitales se mueven de un sector a otro con pasmosa velocidad. Todo esto contribuye, tome nota, a tomar seriamente en cuenta que ese sesgo favorable en el precio del gas puede ser temporero. Veamos un poquito de historia. Hace apenas 20 ó 25 años, el gas era considerado un estorbo dentro de la extracción petrolera. Su valor era virtualmente nulo. Luego comenzó a utilizarse paulatinamente a precios irrisorios, 75 centavos por cada 1,000 pies cúbicos de gas. El alza descomunal en el precio del petróleo obviamente arrastró hacia arriba el precio del gas. Recuerde, un barril de petróleo (42 galones) equivalen en valor energético a 6,000 pies cúbicos de gas. Cinco años atrás, producir un millón de BTU (Unidad de calor que por sus siglas en inglés significa British Thermal Unit) costaba $4.03 usando petróleo residual, $5.90 usando gas natural y $2.20 usando carbón.
Las Cifras que nos ofrecen los periódicos al día de hoy favorecen al gas natural, pero confirman la tesis inicial de la volatilidad de los precios de estos combustibles. Las reservas mundiales de gas natural son cuantiosas, pero no inagotables. Se estiman en 180 trillones de metros cúbicos, cifras del 2008.
De estos, 7 trillones corresponden a E.U., 5 trillones a Venezuela y medio trillón a Trinidad y Tobago, el cual incluyo porque será el país que suministrará nuestro consumo.
El consumo de gas a nivel mundial alcanzó en el 2009 la cifra de 3.2 trillones de metros cúbicos. Quiere decir, que si tanto el consumo como las reservas comprobadas mantuvieran su nivel actual, lo cual es imposible, durarían 60 años.
Vamos a escudriñar estos datos. El consumo de gas natural ha ido en incremento vertiginoso en los últimos años debido a la demanda creciente por su competidor mis cercano, el petróleo. Además, por ser menos contaminante y porque es más barato construir plantas generadoras con gas que las operadas con petróleo o carbón. De paso, las plantas termonucleares son por mucha diferencia las más caras de todas. Aclaremos, además, que en el 2009 el consumo de gas descendió en 3% debido a la recesión económica global en que estamos atascados.
Con el aumento en la demanda por gas, la exploración en busca de nuevos yacimientos se ha disparado, no siempre con éxito como es el caso de Arabia Saudita (vea Simmons, Twighlight in the Desert). Las compañías petroleras se sostienen con la exploración , extracción y venta de petróleo y sus derivados. Como el petróleo se agota, obviamente la muerte lenta de estas corporaciones es inevitable, de ahí su necesidad de mudarse a otras áreas como el gas natural. La tecnología de exploración y sobre todo de extracción, ha experimentado grandes innovaciones técnicas, entre ellas, la fracturación de las rocas de baja porosidad y permeabilidad mediante presión hidráulica. Estos procesos aumentan la producción diaria, pero reducen considerablemente, como es obvio, la duración del yacimiento.
Los yacimientos más cuantiosos de gas natural son con frecuencia remotos. Esto hace que el transporte del gas a los lugares de consumo aumente los costos exponencialmente. Este es el caso de los enormes yacimientos de la gélida Siberia y sus enormes gasoductos hasta Europa. En otros lugares como Irán y Venezuela, el problema frente a nosotros sería político. Europa cada día consume más gas y, en este sentido, su posición geográfica es muy favorable, pues le llega de Rusia, del Mediano Este y el norte de África y, hasta hace poco, de los ya bastante agotados yacimientos del Mar del Norte entre Inglaterra y Noruega. Por último, un vistazo rápido a un mapa de los gasoductos en Europa, motivó a mi esposa a exclamar, «¡Parece una ilustración de la circulación arterial del cuerpo humano! ¡Los días del gas natural también están contados!».
El consumo y por consiguiente el precio del gas natural continuará incrementándose por razones adicionales. El gas natural calienta a los países desarrollados en invierno y los enfría en verano. Es la fuente por excelencia para la gigantesca industria petroquímica y, dato poco conocido, es la fuente de fertilizantes, o sea del nitrato de amonio, necesario para alimentar billones de seres humanos. Desde este punto de vista, quemarlo es uno de los más grandes crímenes contra la humanidad. El gas natural se usa cada día más para inyectarlo a los pozos de petróleo y extraerle el último escurre comercialmente extraíble y para motores de combustión, ya China, India y muchos otros países mueven un gran número de vehículos con gas.
Traigo estos puntos a colación para que quede claro que cualquier medida que se tome en Puerto Rico con relación a nuestra política energética, tiene que hacerse desde una perspectiva global, sin soslayar la inseguridad de los cambios que experimentará el mercado. Le pregunto, especialmente a los responsables de nuestro desarrollo económico ‘o falta de desarrollo’, si se han planteado los siguientes aspectos:
1. Aún dando por sentado que a corto plazo el gas es la solución al problema energético, lo cual es cuestionable, ¿por qué hay que llevarlo al pueblo de Guayanilla, para luego treparlo por el espinazo de la Cordillera Central, atravesar valles y lechos de ríos que tienen por vocación desbordarse, atravesar humedales, meterse en los recovecos de los caliches, cavernas y fuentes de agua pura de nuestro Karso, patrimonio de la Humanidad por su diversidad biológica y su particularidad de que por ser tropical, está inalterado por los glaciales? Aún no hemos llegado a Cambalache y al Caño Tiburones y mucho menos a todo el corredor del norte hasta San Juan, las áreas pobladas. Los gasoductos, sobre todo cuando envejecen, son peligrosos. ¿Recuerdan la explosión en la Tienda Humberto Vidal, con 23 muertos y sobre 69 heridos?
2. Los costos probables de un gasoducto de 91 millas de largo, según estimados gubernamentales, serían de 350 a 400 millones de dólares, incluyendo:
a. Las pertinentes modificaciones en las unidades generatrices actuales que han de ser modificadas al cambio de combustible (Un repaso a la literatura sobre gasoductos «gas pipelines» me torna sumamente escéptico sobre estas cifras, más aún, considerando la falta de credibilidad de nuestro gobierno en otros proyectos como el Súper Tubo y el Tren Urbano donde se triplicaron las cifras inicialmente estimadas).
b. Las barrancas que tiene que subir y bajar, así como las curvas, túneles y puentes sobre los ríos,
c. Las decenas de miles de soldaduras meticulosamente examinadas con Rayos X en tuberías de acero y níquel,
d. Las estaciones de bombeo para compensar pérdida de presión por fricción y
e. Los centros de monitoreo. A todo esto, hay que sumarle el acondicionamiento, accesos y mantenimiento de ese corredor de 91 millas por100 metros de ancho que ha de mantenerse a prueba de fuegos y sin árboles que con sus raíces dañen la tubería. Además, el gasoducto necesita mantenimiento, supervisión constante y otras menudencias que a falta de espacio se las dejamos a los ingenieros.
En síntesis, si la decisión de quemar el gas que queda en nuestro atribulado planeta, ya está tomada, ¿por qué no construir un terminal gasífero cerca de San Juan y Palo Seco; suplir a Costa Sur con las facilidades de la planta Eco Eléctrica y dejar a Cambalache inalterado? No me parece buena política económica amarrarnos por 30 años con una deuda de $2,000 millones de dólares y un combustible que pronto pudiera estar tres veces más caro que los destilados en vía de desarrollo, al son de $25,000 millones en la cuenca del Orinoco. No estaría completo este escrito si no mencionamos las fuentes alternas energéticas, como el sol, eólica, corrientes marinas e hidrotérmicas. La peor característica de este proyecto, tal vez, es que implica la muerte de todo intento de investigación y desarrollo de energía renovable.
Puerto Rico ha madurado mucho y aunque el gobierno se ha quedado rezagado, nosotros seguimos adelante en la defensa de lo que nos queda.
Pablo E. Segarra es agrónomo graduado de CAAM y médico graduado de la Universidad de Sevilla, España. Es profesor de Ciencias y Educación Pública y Asistente de Cátedra de Salud Comunal de la Escuela de Medicina de Cayey. Ambientalista durante 40 años, ha publicado varios artículos y monografías sobre suelo, agricultura, agua, salud energía y petróleo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.