Un período de acelerada expansión de la economía, que comenzó con la crisis del 2002 y se prolongó por diez años, llega a su fin, en Uruguay, revelando simultáneamente los límites del crecimiento y un horizonte de tensiones políticas. La crisis del año 2002 aumentó el desempleo y rebajó los salarios, dejando en la pobreza […]
Un período de acelerada expansión de la economía, que comenzó con la crisis del 2002 y se prolongó por diez años, llega a su fin, en Uruguay, revelando simultáneamente los límites del crecimiento y un horizonte de tensiones políticas.
La crisis del año 2002 aumentó el desempleo y rebajó los salarios, dejando en la pobreza a la tercera parte de la población, mientras que multiplicó, como por arte de magia, la valorización de las exportaciones y las inversiones extranjeras. Empobrecimiento de unos y enriquecimiento de otros crearon súbitamente las condiciones de ganancia para la recuperación. Esas condiciones se vieron ratificadas, a su vez, por la suba de precios de los productos agrícolas y la baja de las tasas de interés, en el mercado mundial. La producción reanudó el curso ascendente y ya, para el año 2004, registró 12 por ciento de aumento.
El encuentro del desempleo y los bajos salarios con la demanda mundial de alimentos y capitales en busca de inversión, creó las bases del crecimiento de la economía uruguaya. Si ese crecimiento, además, pudo mantenerse durante una década fue no sólo porque se sostuvo la demanda externa, sino porque reprodujo también las condiciones locales.
Sólo muy lentamente disminuyó el desempleo. Las empresas recurrieron a las horas extraordinarias, la polivalencia y el empleo temporal como métodos más flexibles a las variaciones comerciales. De ese modo, el aumento de la producción se fundó en la mayor explotación de los trabajadores ocupados antes que en la contratación de nuevo personal. Según del Ministerio de Economía, la mitad del crecimiento del período no obedeció a una mayor incorporación de trabajadores o capital, sino a este incremento continuo de la productividad del trabajo.
La persistencia del desempleo contuvo los salarios. Los trabajadores extendieron la conflictividad y la organización sindical, pero los salarios sólo aumentaron en una proporción inferior al crecimiento del producto, con lo que la mayor productividad favoreció a los márgenes de ganancia de las empresas.
Desempleo y bajos salarios fueron, no sólo el punto de partida, sino también la condición continuamente renovada del crecimiento de la economía uruguaya hasta que, al cabo de diez años, esa dinámica terminó por agotarse.
La desocupación disminuyó hasta 6 por ciento, mientras que la población incorporada al mercado de trabajo alcanzó el máximo histórico en el año 2011. La demanda de trabajo favoreció a la suba de los salarios. Un intenso ciclo de conflictos impuso aumentos equivalentes al crecimiento de la producción y amenazó con la reducción de los márgenes de ganancia.
Cambió también la subjetividad de los trabajadores. La demanda de trabajo facilita la rotación de los empleos y conspira contra las exigencias de identificación con las empresas. Crece también el ausentismo, la resistencia a las horas extraordinarias y el rechazo de la polivalencia. Las agencias laborales se quejan de dificultades para contratar y retener el personal; una rebeldía creciente contra los métodos de organización del trabajo les impide disponer de una mano de obra flexible y obediente.
Quedaron plenamente de manifiesto, entonces, los límites del crecimiento de la economía uruguaya. Aún en el momento de máxima extensión del empleo, 28 por ciento de los trabajadores carece de seguridad social y 7 por ciento está subocupado. Los salarios aumentaron en una proporción similar a la producción pero, en términos absolutos, son notablemente bajos: 57 por ciento de los trabajadores ganaba menos de 14.000 pesos mensuales, equivalentes a 500 dólares, en el año 2011.
Luego de una década de crecimiento inflacionario, la tercera parte de los trabajadores se desempeña en condiciones precarias y más de la mitad no gana lo suficiente para cubrir media canasta de necesidades básicas, cuando ya choca con los límites de la ganancia.
Si la evolución de las condiciones internas reveló lo máximo que el crecimiento económico podía ofrecer, una reducción de la demanda externa vino a conspirar incluso contra la conservación de los niveles alcanzados. Desde el 2012, caen los niveles de crecimiento de la región y las organizaciones empresariales plantean problemas de competitividad que reclaman la rebaja de los salarios.
Sin embargo, la pretensión de recuperar los márgenes de ganancia haciendo retroceder los salarios se encuentra con una situación distinta de los trabajadores. El capital no se enfrenta ya con personas aisladas por el desempleo y desesperadas por la pobreza. La extensión de la conflictividad, el crecimiento de la organización sindical y los cambios en la subjetividad del trabajador produjeron esa recomposición de clase que choca con los límites del capital.
Por cierto, los límites del capital son apenas el comienzo de la independencia de los trabajadores y ambos anuncian un panorama de tensiones políticas.
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