Uruguay mantiene un paradigma particular de solvencia y eficacia en muchos terrenos, acompañada en algunas ocasiones de cierto amateurismo generado por algunas parcelas de poder bajo el manto de la mediocridad. Por eso a veces r esulta harto difícil comprender e interpretar ciertas estadísticas sin caer en los clásicos estereotipos, y a la vez sería muy poco […]
Uruguay mantiene un paradigma particular de solvencia y eficacia en muchos terrenos, acompañada en algunas ocasiones de cierto amateurismo generado por algunas parcelas de poder bajo el manto de la mediocridad. Por eso a veces r esulta harto difícil comprender e interpretar ciertas estadísticas sin caer en los clásicos estereotipos, y a la vez sería muy poco pedagógico sistematizar un análisis estadístico general, sin tener en cuenta algunas particularidades.
Tal vez por el peso de la tradición occidental, algunos piensan que lo futuro es lo mejor de lo presente, puesto que sobrevive en la selección medida de la cultura humana, a la vez que se amplia, observando la realidad. Pero podríamos también pensar que el concepto de lo mejor está implicado en la vida misma, al igual que todas las funciones de la mente, mientras que la formación de ideales está sometida a un determinismo, complejo y no menos absoluto.
El pensar, es un camino que nunca pasa dos veces por los mismos lugares sin descubrir de nuevo el panorama del contorno existencial y las resonancias del mismo panorama en el propio espíritu. Ocurre con las virtudes y los vicios que, aunque son personales, dependen en muy buena medida de la situación social; y no solo porque lo que unas épocas se consideran virtudes, otras lo tienen por vicios, sino también porque determinadas condiciones sociales afectan a las personas y van generando una actitud generalizada y difícil de superar.
Si bien es cierto que los hombres hacen la historia, el contexto social que ellos contribuyen a recrear los hace a ellos. Estas reflexiones están motivadas esencialmente por la incertidumbre que nos generan ciertas políticas progresistas.
A lo largo de los años Uruguay se supo «vender» al mundo, promocionando sus logros eficazmente, estadísticas mediante, y hoy podemos decir que cuenta con una muy buena prensa a nivel internacional: la venta de marihuana, su inserción digital, leyes a favor de las minorías, su nivel de vida, un país serio, están anclados en el imaginario colectivo.
Paradójica actitud de un progresismo que le calzan muy bien las reglas del mercado, lo que antaño fue lenguaje de las burguesías asociadas al imperio hoy es objetivo a ser alcanzado. Uruguay se ha convertido en souvenir en la estantería de los moderados alumnos de estas latitudes. Ni muy conservadores para despertar rebeldía ni muy transgresores para ponerse a los poderes concentrados de enemigo.
No obstante, hilando más fino, las pautas establecidas por la leyes muchas veces entran en contradicción con su praxis. L as estadísticas son datos -en realidad son datos y más datos- pero qué se debe hacer cuando nos encontramos ante un gran conjunto de datos de los que se pretende extraer alguna información, a través de representaciones gráficas o resumiendo los datos en pocos valores que se pueden mirar e interpretar directamente
Las estadísticas estudian cómo recoger datos, cuantos, de qué forma, como analizarlos para obtener la información que nos permita responder a las preguntas que planteadas. Se trata de avanzar en el conocimiento a partir de la observación de la realidad, de forma objetiva.
Pero e l tema que nos convoca es el referente a los niveles de pobreza y marginalización, en muchos aspectos una estadística brillante, llamativa y elocuente del progresismo y sin embargo al ver las calles de Montevideo, no nos deja de interpelar.
A la hora de enfrentarse con la magnitud de la pobreza sevobserva que el método que aplican los estudiosos del tema es el de ir y contar, pero a nivel de contar se debe saber cuál es el referente, hogares o personas. Además, a nivel indicador de pobreza, definir cuál sería el dato, ¿ingresos o gasto?
En algunos estudios internacionales las cifras están estimadas aplicando diferentes metodologías, indicadores, definiciones; algunos trabajos toman como base de la pobreza los ingresos por persona, mientras que otros parten del hogar. Unas veces el umbral a medir es el de la pobreza severa, mientras que en otros es la pobreza moderada.
No es fácil definir la pobreza, y por ende se hace más difícil evaluarla: el malestar que una situación de pobreza causa a la persona que la sufre es imposible cuantificarla directamente y bastante menos compararla con la de otra persona en situación parecida. Pero si algo que tiene la pobreza es ser tan rica en denominaciones, entre otras razones por la persistencia de las situaciones tan variadas que puede atravesar una persona pobre, alguien que escapa a las normas sociales y culturales ordinarias y que nos molesta por ser diferente
A lo largo de una vida nos acompañan muchos aspectos de la pobreza tradicional, es decir derivada de la precariedad económica , indigencia , miseria, o de la pobreza cultural como el analfabetismo y la ignorancia o por la pobreza ecológica referente a la calidad del hábitat, pobreza rural, urbana, pobreza absoluta/relativa, pobreza subjetiva -es decir la incapacidad de comunicar y entender-, pobreza psicológica- como el abandono, la pasividad.
O la pobreza persistente que conduce al desarraigo y subsistencia en base a la mendicidad, delincuencia, prostitución y también la nueva pobreza ligada a la falta de aptitudes para responder a los cambios introducidos por las nuevas tecnologías.
Si bien la paradoja de las diferentes denominaciones son en sí mismas evidencias, ninguna intenta adentrarse en el análisis de las causas de la pobreza, aspecto que tendría que ser fundamental a la hora de pensar los planes para la erradicación de la pobreza. La pobreza existe, no es un concepto neutro que se ofrezca, sin mayores consecuencias, a la especulación, constituye una realidad inapelable, ligada a los efectos muchas veces devastadores de la violencia.
Por eso surge del análisis los límites que el propio progresismo se impone al no querer cambiar las estructuras capitalistas. ¿Hasta cuándo se puede reducir la pobreza?, ¿qué guarismo da por bueno el sistema y nos permite llevar la indigencia hasta cierto punto?
Esos números (que son seres humanos) tienen un punto y luego tendrán un efecto rebote. Las nuevas tecnologías, el nuevo mundo del trabajo que se está configurando entre la inteligencia artificial y la robotización, devienen en nuevas lógicas de segmentación, gentificación y mayor desigualdad.
Hace algunos años, un miembro ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud señaló que «La pobreza es la manifestación de unas estructuras sociales de dominación, explotación, y exclusión» y que «los conceptos de pobreza y desigualdad están inseparablemente ligados».
En efecto la explotación (individuos- mercancía) sustentadores con poca o ninguna cualificación profesional, empleo precario o sumergido, son los más idóneos para percibir salarios más bajos o mínimos. Además, la percepción de estos ingresos es frecuentemente irregular por ser lo más vulnerables a quedarse en el desempleo ante los vaivenes de la coyuntura económica.
Las condiciones de estos sustentadores los predisponen a la pobreza permanente ya que la capacidad real y posible de ganar una renta es limitada, por lo que pocas veces los salarios ganados alcanzan el nivel de ingresos de la definición aritmética, establecida por los estándares de vida.
La pobreza se debe analizar desde una óptica de la justicia, la erradicación de mercancía/marginación y por extensión la pobreza, que atenaza a las personas, no tolera otro planteamiento que no sea de carácter estructural, pero esto implica un rechazo al sistema capitalista como base de organización social y política.
Esto compromete a pensar y organizar una sociedad diferente, organizada en función de las necesidades de todos sus miembros, y no donde el objetivo motor sea el beneficio para unos pocos. Una sociedad que tenga por principio el «todo de todos, y el bienestar para todos y no capitalista donde todo/todos somos mercancía/marginados».
Claro que este tipo de planteamientos exige ser de los que piensan que todo lo grande que se ha hecho en el mundo ha sido porque existían sueños y utopías que un día dejaron de serlo. La utopía que algún día creyó la izquierda uruguaya, hoy navega a ciegas, o más grave aún, ésta claudicó arrastrando a su paso la ilusión… pero por encima de todo la justicia.
Se trocaron sueños, por grado inversor, banderas por la inflación en rango meta, justicia social por políticas sociales atomizadas y yuxtapuestas, el horizonte por la administración.
Claro que frente a estos argumentos, que sugieren analizar, razonar, exponer o confirmar ideas, nos surge agazapado un (no) argumento tan imparable como nocivo para la retórica… «hay países que están peores.»
Eduardo Camín es periodista y miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU en Ginebra. Nicolás Centurión es estudiante de licenciatura de Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Analistas asociados al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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