El Plan Barbarrosa, elaborado por el alto mando alemán para en cerca de tres meses ocupar Rusia Soviética hasta los Urales, se implementó el 22 de junio de 1941, a las 4 en punto de la madrugada, pero su primer gran fracaso se dio cuando la Wehrmacht, las Fuerzas Armadas de la Alemania Nazi, no […]
El Plan Barbarrosa, elaborado por el alto mando alemán para en cerca de tres meses ocupar Rusia Soviética hasta los Urales, se implementó el 22 de junio de 1941, a las 4 en punto de la madrugada, pero su primer gran fracaso se dio cuando la Wehrmacht, las Fuerzas Armadas de la Alemania Nazi, no pudieron desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja de Moscú, tal cual lo habían planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, para luego marchar al frente de batalla. Sobre la Batalla de Moscú, el General Douglas MacArthur escribió: «En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia».
A finales de abril de 1941, la dirección política y militar de la Alemania Nazi estableció el domingo 22 de junio de ese mismo año como la fecha definitiva para el ataque a la URSS. El alto mando alemán estaba tan seguros del éxito del Plan Barbarrosa que, para después de su cumplimiento, planificaba la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas esperaban encontrarse con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y los EE.UU., con lo que lograrían el dominio del mundo. El Plan Barbarrosa tenía las mismas características que tan buenos resultados le habían dado a Hitler en el resto de Europa. Fue elaborado cuando Alemania, país altamente desarrollado, ocupaba casi todo el continente europeo.
En la madrugada del 22 de junio de 1941, un ejército jamás visto por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.
El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque pese a no ocultar para nada la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuían en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: «¡Camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas, miembros de nuestras fuerzas armadas! ¡A ustedes me dirijo, amigos míos!… Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones… Junto con el Ejército Rojo, el pueblo entero se levanta en defensa de su amada patria… Esta guerra no será una guerra cualquiera entre dos ejércitos enemigos. Esta guerra será la lucha de todo el pueblo soviético contra las tropas germano-fascistas. El propósito de la guerra popular consistirá no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán. En esta guerra el pueblo soviético tendrá sus mejores aliados en las naciones de Europa y América, incluido el pueblo alemán, esclavizado por sus cabecillas… Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello… Toda la fortaleza de nuestro pueblo se empleará para aplastar al enemigo. ¡Adelante! ¡Hacia la Victoria!».
El discurso de Stalin dio inicio a una conflagración conocida como la Gran Guerra Patria, desarrollada en el frente soviético-alemán, donde se libraron las más importantes y decisivas batallas que significaron el viraje radical de la Segunda Guerra Mundial y que resquebrajaron la espina dorsal de la Werhmacht, que sólo había conocido victorias cuando de manera arrolladora marchó a lo largo de Europa continental, apoderándose de sus riquezas y esclavizando a sus habitantes. De las 783 divisiones alemanas derrotadas durante esta guerra, 607 lo fueron en este frente, donde también fueron abatidos 77.000 aviones y destruidos 48.000 tanques y 167.000 cañones, así como 2.500 navíos de guerra, lo que significó el mayor y completo descalabro de la Alemania Nazi. El 75% del potencial militar de la Werhmacht, fue destrozado en la entrañas de la Unión Soviética, el más heroico país forjado por la especie humana.
En las primeras operaciones de la Gran Guerra Patria, el Ejército Soviético experimentó la amargura de las derrotas y sobre la URSS se extendió una amenaza mortal. Los éxitos de las tropas hitlerianas obedecían a las ventajas que sobre la Unión Soviética poseía la Alemania Nazi: Era dueña de casi toda Europa, cerca de 6.500 centros industriales europeos trabajaban para la Wehrmacht y en sus fábricas laboraban 3’100.000 obreros extranjeros especializados, lo que la convertía en la más fuerte potencia imperialista del mundo; la economía de Alemania poseía dos veces y media más recursos que la Unión Soviética y su producción se encontraba dirigida fundamentalmente hacia la industria de guerra. Se necesitó del colosal esfuerzo del pueblo soviético para, sin desmoralizarse ante tan dura prueba, revertir la situación y lograr una victoria, que se dio hace setenta años.
En la consecución de esta victoria, que permitió vislumbrar la futura derrota de la Alemania Nazi, fue muy importante la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada de todas las batallas libradas en el transcurso de la historia del hombre. Luego de la Batalla de Kursk y de liberar a numerosos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron en Berlín y el 1 de mayo de 1945 izaron la bandera su país en el Reichstag, el parlamento alemán. Una semana después, el 9 de mayo, las últimas tropas alemanas se rindieron en Praga ante el General Kóniev. Gracias al heroico sacrificio de todos los hombres libres, la humanidad se salvó de vivir bajo el Tercer Reich, sistema político que Hitler había planificado para mil años.
El 9 de Mayo de 1945, después de 1418 jornadas de denodados combates, terminó una contienda en la que fallecieron cerca de 60 millones de seres humanos, de los que 27 eran soviéticos. La mayor parte de ellos fueron muertos como consecuencia de la salvaje represión ejercida por la tropas ocupantes contra la población civil. La historia no conoce la destrucción, la barbarie y la bestialidad de la que hicieron gala los nazis en la tierra soviética, donde aniquilaron el fruto del trabajo de muchas generaciones.
El reconocido periodista inglés de la BBC, Alexander Werth, escribe: «En efecto, precisamente los rusos llevaron el fardo más pesado en la guerra contra la Alemania Nazi, precisamente gracias a esto quedaron con vida millones de norteamericanos e ingleses». Edward Stettinus, Secretario de Estado de EE.UU. durante la II Guerra Mundial, reconoce que el pueblo norteamericano debería recordar que en 1942 estaba al borde de la catástrofe. Si la Unión Soviética no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña. Habrían estado en condiciones de apoderarse de África y, en tal caso, crear una plaza de armas en América Latina.
Estos son algunos de los hechos que los modernos falsificadores de la historia odian recordar: La guerra dejó en la Unión Soviética 60 millones de mutilados, destruyó 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas. Los nazis trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de reses, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral. La perdida total de la Unión Soviética fue de unos 3 billones de dólares (un 3 seguido de doce ceros); algo de lo que, en mi opinión, la URSS jamás se recuperó y que, a la postre, generó la causas para su autodestrucción.
En ocasiones, se exagera sobre la ayuda norteamericana a la URSS. Lo cierto es que las entregas de los aliados mediante la Ley de Préstamos y Arriendos equivalió al 4% de la producción de la Unión Soviética. La mayor parte de la mencionada ayuda llegó después de las batallas de Stalingrado y Kursk, que significaron un viraje radical en la Segunda Guerra Mundial. Del total de 46.700 millones de dólares que los EE.UU. suministraron a sus aliados, a la URSS le correspondió 10.800 millones de dólares, menos de la cuarta parte de ese total.
De todo lo dicho, se concluye que la más importante lección para las presentes y futuras generaciones es que las guerras hay que combatirlas antes de que estallen.
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