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Un artículo de George Soros traducido y críticamente comentado por Miguel Candel

Extractos de «Una asociación con China para evitar una guerra mundial»

Fuentes: New York Review of Books

Nota edición: Se trata de una traducción, críticamente comentada, de algunos extractos del texto de Soros realizada por el gramsciano y emérito profesor y helenista de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Miguel Candel.

La cooperación internacional está en declive, tanto en la esfera política como en la financiera. Las Naciones Unidas han fracasado en la solución de todos los conflictos importantes ocurridos tras el final de la guerra fría. (…) En todos los ámbitos, el nacional, el religioso, el económico, etc., los intereses particulares predominan sobre los generales. Esa tendencia ha llegado a un punto en que, en lugar de orden mundial, hemos de hablar de desorden mundial.

En la esfera política, los conflictos locales se enconan y multiplican. Tomados uno por uno, esos conflictos podrían quizá resolverse, pero tienden a interconectarse y los perdedores en un conflicto tienden a convertirse en los provocadores de otros. Por ejemplo, la crisis siria se agravó cuando la Rusia de Putin y el gobierno iraní acudieron al rescate de Bashar al-Assad [1], cada uno por sus propios motivos, Arabia Saudí proporcionó la financiación inicial para el Estado Islámico y el Irán instigó la revuelta de los Hutis en Yemen como represalia contra Arabia Saudí. Bibi Netayahu trató de volver el Congreso de los Estados Unidos contra el tratado nuclear con el Irán. Hay demasiados conflictos a la vez como para que la opinión pública internacional pueda ejercer una influencia positiva [2].

En la esfera económica, las instituciones derivadas del acuerdo de Bretton Woods -el FMI y el Banco Mundial- han perdido su posición hegemónica. Lideradas por China, está emergiendo un conjunto de instituciones paralelas. ¿Entrarán en conflicto o llegarán a cooperar las segundas con las primeras? Dado que la esfera financiera y la política están también interconectadas, el curso futuro de la historia dependerá en gran medida de cómo China aborda su transición económica, de un crecimiento basado en la inversión y la exportación, a una mayor dependencia de la demanda interior, y de cómo los Estados Unidos reaccionan ante ello. Una asociación entre los Estados Unidos y China podría impedir la evolución en forma de dos bloques de poder susceptibles de verse arrastrados a un conflicto militar.

(…) En 1997, un grupo de neoconservadores sostuvo que los Estados Unidos debían emplear su supremacía militar para imponer sus intereses nacionales y crearon un grupo de reflexión llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, con el fin de «fomentar el liderazgo mundial de los Estados Unidos». Pero se trató de un planteamiento falso: la fuerza militar no puede utilizarse para gobernar el mundo [3]. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, los neoconservadores convencieron al presidente George W. Bush [4] para atacar al Iraq con dudosos motivos que a la postre resultaron falsos, y los Estados Unidos perdieron su supremacía. El Proyecto para el Nuevo Siglo Americano duró aproximadamente lo mismo que el Reich de los Mil Años de Hitler: unos diez años.

En la vertiente financiera, por el contrario, existió un claro consenso ―el llamado Consenso de Washington― sobre el papel de los Estados Unidos en el mundo. Dicho consenso se hizo dominante en el decenio de 1980 bajo el liderazgo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Tenía un fuerte apoyo ideológico de los fundamentalistas del mercado, así como un presunto fundamento científico en la hipótesis de los mercados eficientes y en la teoría de la elección racional; y fue eficazmente administrado por el Fondo Monetario Internacional. El Consenso fue un compromiso mucho más sutil entre la gobernabilidad internacional y los intereses nacionales que la concepción neocon de que el poderío militar es lo más importante.

(…) El Consenso de Washington promovió el libre comercio y la globalización de los mercados financieros. A finales del decenio de 1990, los fundamentalistas del mercado trataron incluso de modificar los artículos del acuerdo del FMI a fin de imponer la convertibilidad de las cuentas de capital y el libre cambio de divisas. Dicho intento fracasó, pero al permitir que el capital financiero se moviera libremente de un sitio a otro el Consenso de Washington permitió también que el capital se sustrajera a la fiscalidad y a las reglamentaciones, lo que constituyó un triunfo de los fundamentalistas del mercado.

Desgraciadamente, los fundamentos científicos de este planteamiento demostraron estar mal concebidos. Los mercados financieros no regulados son intrínsecamente inestables: en lugar de un equilibrio general que asegure la asignación óptima de los recursos, producen crisis financieras [5]. Esto se puso dramáticamente en evidencia con el crac de 2008. Causalmente, 2008 marcó tanto el final de la supremacía política de los Estados Unidos como la muerte del Consenso de Washington. Fue también el comienzo de un proceso de desintegración financiera y política que se manifestó primeramente en el microcosmos de la Unión Europea, pero que luego se extendió al resto del mundo.

(…) El crac de 2008 fue también indirectamente responsable de la crisis del euro. El euro era una moneda incompleta: tenía un banco central común pero carecía de una hacienda común [6]. Los arquitectos del euro eran conscientes de este defecto, pero creyeron que, cuando apareciera el problema, la voluntad política correría a resolverlo. Al fin y al cabo, así es como se ha construido la Unión Europea: dando un paso tras otro, en el bien entendido de que era insuficiente, pero que, cuando surgiera la necesidad, conduciría a dar nuevos pasos.

Por desgracia, las condiciones políticas cambiaron entre 1999, cuando se aprobó el euro, y 2008, cuando surgió la necesidad de nuevas medidas. Alemania, bajo el liderazgo de Helmut Kohl, dirigió el proceso de la integración europea para facilitar la reunificación de Alemania. Pero la reunificación resultó muy cara y la población alemana se volvió poco dispuesta a asumir nuevos costes. Cuando tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008 los ministros europeos de finanzas declararon que no se podía permitir que cayera ninguna institución financiera importante para el sistema, la canciller Angela Merkel, como política en sintonía con la opinión pública dominante, insistió en que la responsabilidad incumbía a cada país por separado, no a la Unión Europea colectivamente. Esto descartó la posibilidad de una hacienda común precisamente cuando era necesaria. Así empezó la crisis del euro. Las crisis de países individuales como Grecia, Italia o Irlanda no son sino variantes de la crisis del euro.

En consecuencia, la crisis financiera se ha transformado en una serie de crisis políticas. Las diferencias entre países acreedores y países deudores han transformado la Unión Europea, de asociación voluntaria de iguales, en una relación entre acreedores, como Alemania, y deudores, como Grecia, relación que ni es voluntaria ni de igualdad y provoca cada vez más tensiones políticas.

(…) Puesto que las potencias occidentales son el principal sostén del orden mundial vigente [7], el declive de su influencia ha creado un vacío de poder en la gobernabilidad internacional. Potencias regionales con aspiraciones y actores no estatales dispuestos a utilizar la fuerza militar se han apresurado a llenar ese vacío. Los conflictos armados han proliferado y se han extendido desde Oriente Medio a otras partes de Asia, África e incluso Europa.

Al anexionarse Crimea y establecer enclaves separatistas en Ucrania, la Rusia de Putin ha desafiado el orden mundial vigente [8], que depende del apoyo de las potencias occidentales, y los valores y principios sobre los que se fundó la UE [9]. Ni el público europeo ni el norteamericano es plenamente consciente de la gravedad del desafío. El presidente Vladímir Putin quiere desestabilizar Ucrania precipitando un colapso financiero y político por el que puede negar toda responsabilidad evitando ocupar una parte de Ucrania oriental que, en tal caso, dependería del apoyo económico de Rusia [10]. Ha demostrado su preferencia convirtiendo por dos veces una victoria militar asegurada en un alto el fuego que amenaza con desestabilizar toda Ucrania [11].

(…) China tiene más en común con Rusia que con los Estados Unidos. Tanto Rusia como China se consideran víctimas de la aspiración norteamericana al dominio del mundo [12]. Desde el punto de vista de los Estados Unidos hay muchas cosas criticables en el comportamiento de China. No hay una judicatura independiente y las empresas multinacionales son con frecuencia perjudicadas y sustituidas por empresas nacionales objeto de favoritismo [13]. Y hay conflictos con los Estados Unidos y otras naciones en el Mar de la China Meridional [14] (…)

Aun reconociendo plenamente estas dificultades, el gobierno de los Estados Unidos debería, no obstante, hacer un sincero esfuerzo por forjar una asociación estratégica con China.

(…) La perspectiva de una asociación estratégica entre los Estados Unidos y China movilizaría en ambas partes a todas las fuerzas políticas a favor de la cooperación internacional.

Si un intento sincero fracasa, los Estados Unidos estarían plenamente justificados para establecer con los vecinos de China una asociación lo bastante fuerte como para que una alianza sino-rusa [15] no se atreviera a desafiarla mediante la fuerza militar. Esto sería claramente peor que una asociación estratégica entre los Estados Unidos y China. Una asociación con vecinos de China nos devolvería a la guerra fría, pero sería preferible a una tercera guerra mundial.

Anotaciones de Miguel Candel

[1] Por supuesto, el conflicto se habría «resuelto» ya sin la mencionada intervención: con el derrocamiento del gobierno sirio y la correspondiente masacre de sus partidarios, al estilo del Estado Islámico… (N. del t., como todas las notas que siguen)

[2] Y la prensa se dedica a pasar del uno al otro sin dejar que nos hagamos una idea suficiente de cómo evolucionan y qué intereses hay detrás de cada uno de ellos.

[3] Para gobernarlo no, desde luego. Pero para desgobernarlo en beneficio propio, parece que sí.

[4] No tuvieron que esforzarse mucho para lograrlo…

[5] Esto lo dice uno de los financieros de más éxito en el mundo. Pero parece que «lumbreras» como Xavier Sala i Martín (seguramente muy ocupado en elegir su próxima chaqueta de colores chillones… y en elaborar la política económica de la futura Cataluña independiente) no se han enterado de la película.

[6] Curiosamente, habla del euro en pasado. ¿Por qué será?

[7] Esto es casi una tautología: el orden mundial vigente es el impuesto por las potencias dominantes, es decir, las «occidentales» (¿Y el Japón? Bueno, el Japón, visto desde América, está más a occidente todavía…)

[8] Ya salió el malo de la película, que, como todo el mundo sabe, desenfundó primero sin que nadie le provocara…

[9] Y en los que, como él mismo acaba de reconocer unas líneas más arriba, Alemania y sus adláteres se vienen ciscando desde 2008…

[10] Es decir, si Rusia hubiera ocupado el Donbass, Putin sería malvado; al no ocuparlo, es perverso. El gobierno actual de Ucrania, en cambio, unos angelitos sin responsabilidad ninguna en el asunto

[11] O sea, que su perfidia llega al extremo de no querer ganar la guerra contra Ucrania para mejor desestabilizarla. Hitler habría firmado que lo «desestabilizaran» así cuando el ejército rojo avanzaba por Polonia rumbo a Berlín …

[12] Y, claro, están equivocadas. ¿O no?

[13] Otros países, en cambio, actúan más noblemente: en lugar de discriminar a empresas extranjeras en su territorio, se dedican a eliminarlas en el territorio del que proceden, como ha hecho Alemania con España gracias a la reconversión industrial obedientemente llevada a cabo, sobre todo, por los gobiernos de Felipe González, en pago por la ayuda financiera de la Fundación Friedrich Ebert al PSOE.

[14] Y ¿qué pintan los EE.UU. en un mar que está junto a China, a varios miles de km de la costa norteamericana más cercana?

[15] Eso es lo que infunde miedo en «Occidente»: una alianza estratégica entre Rusia y China. Para evitarla no se les ocurre otra cosa que repetir la jugada de Nixon-Kissinger: un acuerdo con China para aislar totalmente a Rusia: divide et impera. No es probable que les salga bien esta vez: nunca segundas partes… Sobre todo porque de momento, tal como sigue explicando el artículo, lo que se está discutiendo en el legislativo estadounidense es un proyecto de alianza con los vecinos de China en contra de ésta. O sea que no parece que los Estados Unidos le hagan ascos a la tercera guerra mundial como último recurso para mantener su hegemonía. Lo que demuestra, a posteriori, que las razones de la guerra fría no eran tanto ideológicas como geoestratégicas.

Fuente original del artículo de Soros: http://www.nybooks.com/articles/archives/2015/jul/09/partnership-china-avoid-world-war/