En una entrevista con representantes de medios informativos alemanes, el presidente Vicente Fox dejó asentada, una vez más, su capacidad para negar la realidad y para crear panoramas idílicos sin más sustento que el deseo: en sus palabras, el grave conflicto poselectoral en que se encuentra sumido el país y que fue provocado, en primer […]
En una entrevista con representantes de medios informativos alemanes, el presidente Vicente Fox dejó asentada, una vez más, su capacidad para negar la realidad y para crear panoramas idílicos sin más sustento que el deseo: en sus palabras, el grave conflicto poselectoral en que se encuentra sumido el país y que fue provocado, en primer lugar, por el empeño de su gobierno en intervenir de manera indebida en el proceso se reduce «a una calle del país», en referencia a los plantones colocados por el movimiento de resistencia civil en la calle Madero, avenida Juárez y el Paseo de la Reforma desde el Zócalo capitalino hasta la fuente de Petróleos, en tanto que «el resto del país se mantiene en calma». Al minimizar así la exigencia civil de un recuento total de los sufragios emitidos el 2 de julio pasado, y contados en forma más que dudosa por el Instituto Federal Electoral (IFE), el titular del Ejecutivo federal se priva a sí mismo de todo margen de maniobra para participar en una solución al impasse institucional y social, porque para buscar tal solución es obligado admitir cosa que Fox no hace la existencia del problema.
Pero a una negación improcedente y de seguro contraproducente, el mandatario agregó un atropello institucional inadmisible: al afirmar que en los comicios «hubo un ganador claro, el señor Felipe Calderón», Fox usurpa las atribuciones exclusivas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), única instancia constitucionalmente facultada para declarar ganador a un candidato. Por añadidura, con semejante falta de contención, el todavía presidente confirma, por enésima ocasión, la desembozada parcialidad con que su gobierno se ha venido desempeñando a todo lo largo del proceso electoral, e incluso desde antes, cuando funcionarios y colaboradores suyos de primer nivel se involucraron en el complot mediático y jurídico ahora demostrado para impedir que el nombre de Andrés Manuel López Obrador apareciera en las boletas el 2 de julio.
Lejos de contribuir a moderar los ánimos en esta peligrosa coyuntura, las palabras presidenciales tienen el efecto de exacerbarlos y de ahondar las tensiones que adquieren ya la forma de una fractura nacional y que trascienden el mero ámbito de los procesos de renovación de autoridades, para convertirse en una confrontación abierta entre dos proyectos de país: el del propio Fox, su antecesor Carlos Salinas y los capitales trasnacionales, por un lado, y el que encabeza el candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos, por el otro.
El aserto de que «el resto del país se mantiene en calma» resulta particularmente inadecuado en momentos en que el conflicto oaxaqueño por no mencionar otros se recrudece hasta el punto en que el acorralado gobierno local no tiene más iniciativas políticas que enviar a matones a disparar contra los integrantes de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca, como ocurrió anteayer y como volvió a ocurrir ayer, cuando tales pistoleros asesinaron por la espalda a un ingeniero civil frente a las instalaciones de la radiodifusora La Ley 710, y agredieron con armas de fuego a un grupo de reporteros que circulaba en las inmediaciones del Instituto Estatal Electoral. El mero enunciado de esa «calma» constituye una irresponsabilidad y un agravio.
En 2000 Vicente Fox fue elegido para que gobernara durante seis años. Aunque hasta ahora lo ha hecho sólo en raras ocasiones, es procedente la exigencia de que, así sea en los últimos días de su mandato, empiece a comportarse como presidente y que se abstenga de formular declaraciones que, en vez de propiciar un clima favorable para superar la grave crisis política que vive el país, la agravan de manera palpable.