Tras más de diez horas de retraso de la ceremonia, Arévalo ingresó al Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias, donde se desarrolló la ceremonia de investidura, al son del concierto para violín y orquesta «La Primavera», del compositor italiano Antonio Vivaldi. Durante su campaña prometió la llegada de una «nueva primavera», como la que protagonizó el Gobierno de su padre, Juan José Arévalo entre 1946 y 1951.
La asunción de la dupla Arévalo-Herrera no es vista con la sosegada esperanza de un gobierno mejor, sino con la convicción generalizada de que ha iniciado una nueva era en Guatemala, sentimiento que corre el riesgo de la desilusión precoz ante la ferocidad con la que los derrotados del llamado Pacto de Corruptos que buscarán obstaculizar y deponer a la dupla Arévalo-Herrera por vías judiciales y legislativas.
«Es gracias a los jóvenes de Guatemala, que no perdieron la esperanza, que hoy puedo hablarles en este podio», proclamó el académico y líder político, quien agradeció a los pueblos indígenas por defender la democracia de Guatemala.
«El pueblo de Guatemala ha demostrado su sabiduría, e instituciones como la Corte de Constitucionalidad y el Tribunal Supremo Electoral han protegido el deseo soberano de los guatemaltecos de vivir en democracia», dijo en su primer discurso el presidente.
Arévalo recibió la banda presidencial de manos del presidente del Congreso, Samuel Pérez Álvarez, elegido también en el cargo este domingo, debido a que el mandatario saliente, Alejandro Giammattei, se ausentó de la ceremonia argumentando que debía entregar su puesto a más tardar antes de la medianoche del domingo y por ello envió al Congreso los símbolos institucionales por medio de su secretaria.
El nuevo presidente dijo que marcaron un hito para demostrar que hoy la democracia de Guatemala tiene la fortaleza necesaria para resistir y señaló que, con voluntad se puede transformar el panorama político del país. “Representa un paso firme hacia un futuro donde la participación ciudadana y el cambio positivo prevalezcan”, señaló Arévalo, quien instó a trabajar en unidad.
“Este momento no solo representa un logro personal, sino un paso firme hacia un futuro donde la participación ciudadana y el cambio positivo prevalezcan. Este honor es el fruto de la confianza esperanzada y sincera que millones de guatemaltecos han depositado en nuestro proyecto colectivo. Refleja la fe que las amplias mayorías de nuestro país tienen en nuestra capacidad para superar desafíos y avanzar hacia un futuro más prometedor”, señalóel nuevo mandatario.
El presidente agradeció a las naciones hermanas “por la solidaridad” y a “aquellos que les han acompañado en defensa de las instituciones democráticas y la preservación del estado de Derecho”. “El apoyo internacional ha servido de mucho para sustentar la democracia. Durante los últimos meses nos hemos enfrentado a complejas tensiones que llevaron a creer que estábamos destinados a un retroceso autoritario”, aseveró.
“Nunca más el autoritarismo, nunca más a la violencia o la arbitrariedad para mantener agendas particulares. Nunca más se doblegarán las instituciones ante la corrupción y la impunidad”, aseguró. “Nos enfrentamos a nuevos modelos autoritarios, de cooptación de instituciones, que buscan traicionar los principios de cada una. Esta es la lucha que estamos enfrentando en Guatemala y en otras partes de Centroamérica y el mundo. Se enfrentan nuevas y viejas batallas de autoritarismo”, expuso.
“Me enorgullece afirmar que el pueblo de Guatemala está ofreciendo a la comunidad mundial un ejemplo de convicción y resiliencia democrática”, manifestó.“Abracemos nuestras diferencias y reconozcamos que estas aportan a nuestra sociedad. Es hora de unidad, diálogo y paz. Es una oportunidad de acabar con décadas de abandono histórico. Retomar acuerdos de paz, que una clase política egoísta destruyó”, enfatizó.
“Nuestra propuesta de gobierno en una fórmula sencilla. No puede haber democracia sin justicia social, y ésta no puede prevalecer sin la democracia. A pesar de su simplicidad esta fórmula notoriamente ausente en la administración gubernamental en gran parte de nuestra historia”, detalló.
Y aseguró que “el Estado asumirá su rol histórico de generar desarrollo en aspectos esenciales como la electricidad, el saneamiento ambiental, la educación y la generación de esto creará miles de nuevos empleos en todo el territorio nacional”.
Arévalo y Pérez Álvarez son dos de los fundadores del Movimiento Semilla, el partido nacido de las manifestaciones contra la corrupción registradas en el país centroamericano durante 2015 y que culminaron con la caída del gobierno de Otto Pérez Molina, actualmente en prisión.
Un largo camino
Desde que obtuvo el segundo puesto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Arévalo y el Movimiento Semilla fueron perseguidos por el Ministerio Público y por los magistrados del Tribunal Supremo Electoral, con el objetivo de revertir su victoria en las urnas.
La toma de posesión estaba programada para la tarde del domingo, pero se atrasó más de 10 horas y varios jefes de Estado, entre ellos el rey de España, Felipe VI, y el presidente de Chile, Gabriel Boric, dejaron el país sin poder presenciar la ceremonia.
Las maniobras dilatorias del llamado pacto de corruptos en el Congreso saliente, provocó un retraso que desencadenó protestas en las calles y una declaración conjunta de jefes de Estado y altas autoridades de otros países presentes para el acto de inauguración, y luego de meses de una ofensiva judicial atribuida a su promesa de combatir a los corruptos de la élite político-económica de esta nación centroamericana.
Con la mano izquierda sobre la Constitución y con la derecha levantada, Arévalo juró como presidente Guatemala a las 0:20 horas de hoy para el periodo 2024-2028, lo que fue seguido por una nutrida ovación, y acto seguido hizo lo propio Karin Larisa Herrera como vicepresidenta.
Llegaron a Guatemala más de 60 delegaciones internacionales, entre ellas, la de Colombia, con el presidente Gustavo Petro; de Chile, con Gabriel Boric; de Costa Rica, con Rodrigo Chaves, y de México, con la canciller Alicia Bárcena a la cabeza, así como representantes de Estados Unidos, la Organización de Naciones Unidas y la Unión Europea.
Tras ásperos debates, la planilla encabezada por Samuel Pérez, de Semilla, ganó por 92 votos la presidencia del Legislativo, a lo que siguió una cascada de impugnaciones de los congresistas del llamado Pacto de corruptos. El resultado fue celebrado al grito de sí se pudo en el Teatro Nacional, donde ya estaba Arévalo listo para la ceremonia de juramentación, y miles en las calles festejaron igualmente.
El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, leyó ante la prensa una declaración conjunta de jefes de Estado, cancilleres y altos funcionarios de otros gobiernos que acudieron a la investidura: Hacemos un llamado al Congreso de la República a cumplir con su mandato constitucional de entregar el poder como exige la Constitución en el día de hoy al presidente electo, Bernardo Arévalo, y a la vicepresidenta electa, Karin Herrera, dijo Almagro.
El retraso del Congreso enardeció las protestas en los exteriores del recinto, adonde se trasladaron grupos de campesinos que fueron a la capital para acompañar la toma de posesión y defender la democracia.
Los manifestantes, que denunciaron un intento de golpe de Estado, se abrieron paso a empujones entre la barrera policial para acercarse al Congreso, y forcejearon con decenas de policías que mantenían dos cercos en la parte trasera del Palacio Legislativo, en el centro histórico de la ciudad de Guatemala.
Finalmente, el pacto de corruptos tuvo que rendirse a la evidencia de que el nuevo mandatario es arropado por cientos de miles de ciudadanos, dispuestos a encarar la violencia y las intimidaciones con tal de defender lo que hace un año parecía impensable: el arribo a la presidencia de un personaje y un proyecto sin vínculos con las mafias que han saqueado Guatemala, y cuenta con la autoridad moral para emprender la lucha contra la impunidad.
La tarea no será fácil. Arévalo recibe un país desgarrado por el más lacerante racismo, donde la mayoría indígena se encuentra excluida de la educación, del gobierno, de los medios de comunicación, de los puestos directivos; relegada a la agricultura de supervivencia, al comercio informal, a oficios y trabajos mal remunerados y al servicio doméstico de mestizos y blancos.
Durante las multitudinarias manifestaciones contra los intentos de subvertir las elecciones pudo verse una clara imagen del abismo que separa al puñado de privilegiados del resto de sus compatriotas: los habitantes de los barrios más exclusivos apostaron guardias armados sobre los muros de los fraccionamientos por el temor de que sus hogares fueran invadidos por las chusmas.
La meta de las nuevas autoridades es dotar al país de una auténtica democracia, saldar la deuda histórica con los pueblos indígenas y sentar las bases para el desarrollo económico de la nación, en un contexto de violencia criminal, fanatismo religioso, debilidad de un aparato estatal reducido a ser brazo represor por los gobiernos neoliberales, un sector industrial débil y monopólico, la concentración extrema de la riqueza y recursos naturales devastados o entregados al capital financiero.
*Periodista venezolana, analista de temas de Centroamérica y el Caribe, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)