Me permito tomarme las palabras y el tiempo para escribir esto y reflexionar sobre los comentarios surgidos ante la noticia que ha dado el oficialismo, la dictadura en El Salvador. No me detengo en cómo debemos llamarlo, la manera correcta de llamarle, esta situación es una calamidad que se lanza y que ha habitado entre nosotros. De entrada, pareciera que la mayoría de los comentarios denunciantes serían contestatarios, en contra de la acción tomada por la dictadura, pero también son comentarios policiales, punitivos contra el pueblo salvadoreño, alegando su pasividad y desinterés ante el panorama que se asoma.
Pero, me resulta que el verdadero problema es la ceguera con la cual el activismo suele actuar, encima de una moral sostenida por el aparato institucional al que muchxs se han acogido y que los lleva a universalizar su experiencia y actitud, con tal ejercicio es obvio que mirarán de forma distorsionada la realidad que pretenden liberar, reconocen y apuntan a la pasividad del resto, causante de los males que incluso ellxs vivirán; me pregunto ¿a qué están llamando pasividad y desinterés? Porque pareciera que estamos cayendo en una confusión, la respuesta del pueblo que ha crecido en esta tierra con la única verdad de “estar jodidx”, frase que nos decimos ante las perdidas, los desastres, ante las crisis a las que el sistema nos conduce, no es para nada pasiva, y el no detenerse y querer comprender este modo de afrontar la vida es porque trasladan a cabalidad los parámetros institucionales de logros y retos, recomendaciones y obstáculos, la estructura institucional de evaluación sobre la sociedad. El activismo acá está profundamente occidentalizado cuando apunta al futuro, al liderazgo, a la movilización obediente, invocan la ternura y pasión por la colectividad, pero son punitivos, desmemoriados y decididos a olvidar el presente por las promesas del futuro democrático que ha continuado su ruta hacia el fascismo.
Toda decisión proviene de un proceso; Bukele no apareció de la nada, la democracia salvadoreña no se ha debilitado recientemente, nació frágil y criolla, sistemáticamente servil y no con el pueblo. Para que Bukele llegase al poder con el respaldo popular que tuvo es porque la democracia venía frágil; el régimen de excepción es un nombre más para una situación siempre presente en la que las zonas marginales se han encontrado, de extrema vigilancia, pero ahora se ha masificado, aumentando los cuerpos atemorizados, los cuerpos agredidos dentro de las cárceles, cercando militarmente comunidades y resulta noticia internacional cuando EE.UU. aparece, ¿desde cuándo se están cometiendo ecocidios en El Salvador? En la zona oriente del país desde un tiempo se vienen despojando de sus tierras a comunidades, arrasando con flora y fauna local, pero estas situaciones no tienen la misma cobertura que el anunciado ecocidio al Espino y esto es así porque depende el cuerpo bajo la mira, frente al lente y afectado para convocar la tendencia y llamar a la acto, en todas estas acciones siempre va quedando en segundo plano la realidad cotidiana de las personas desprotegidas, la flora y fauna erradicada, los esfuerzos comunitarios no-institucionales, no-occidentalizados. Así, olvidamos al palestino, sudanés, congoleño, haitiano, latino, por dirigir nuestra atención a lo que el artista mainstream, Trump, Netanhayu o Bukele dicen o sus medios exponen.
El pueblo reniega de ser acusado de pasivo, ya que son sus acciones las que activamente sostiene la vida y es una respuesta desatinada sentenciar el derecho a sentir temor, miedo, ignorar, acaso olvidan que los conocimientos se ven acompañados de poder y que acceder al conocimiento es nefastamente algo restrictivo, no contemplan que el miedo y la ignorancia, la indiferencia habitan la posibilidad para transformar y dialogar, motivar una transformación. El no escucharnos en pluralidad les ha condenado a no entender que la idea de seguridad occidental, efectivamente vendida, es razón suficiente para aceptar la crueldad cotidiana, pero, también la poca esperanza que se tiene en que el Estado atienda su responsabilidad, quizás si nos abriéramos a la pluralidad de ideas que tenemos, si realmente nos escucháramos, sabríamos que todxs anhelamos mundos distintos desde las heridas que la historia y el presente nos recuerdan y abren. Así que si, estamos sangrando y si, El Salvador está en su propio luto siendo este el momento de recordar los mitos que nos narran el nacimiento de un mundo a partir del cuerpo muerto de un dios, haríamos nuestra la capacidad de transformación, lo que podemos cambiar y construir.
El cuerpo moribundo de este dios es la materia en la cual habita la posibilidad de construir otro mundo palpable en la medida que no olvidemos nuestro presente, que nuestra vida es sostenida en colectivo y será necesario romper con las ideas que nos distancian, el futuro y progreso que nos son inalcanzables, debemos romper con toda lógica, moral o sistema que ha prolongado el sufrimiento en el que nos encontramos. Nada es para siempre, ni los horrores, ni las dictaduras, ni el miedo, por lo tanto, el preguntarnos por lo que vendrá debe recordar la pluralidad del presente, porque cuando esto termine ¿hacia dónde iremos?
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