Cuando el Presidente Barack Obama dijo la semana pasada que él no pudo apretar un botón para restaurar al Presidente Manuel Zelaya al cargo por lo cual fue elegido, solo hubieron dos interpretaciones. O el Presidente de los Estados Unidos no estuvo dispuesto a implementar la resolución sobre Honduras de la Organización de Estados Americanos […]
Cuando el Presidente Barack Obama dijo la semana pasada que él no pudo apretar un botón para restaurar al Presidente Manuel Zelaya al cargo por lo cual fue elegido, solo hubieron dos interpretaciones.
O el Presidente de los Estados Unidos no estuvo dispuesto a implementar la resolución sobre Honduras de la Organización de Estados Americanos que en su momento el gobierno de Barack Obama apoyó. O, y absurdamente, el Presidente Obama alegó que su gobierno no pudiera implementar aquella resolución. El Presidente Obama usó un sofisma derechista cuando argumentó que los críticos que siempre condenaron a Estados Unidos por sus intervenciones ahora llaman precisamente por una intervención.
Pero el Presidente Manuel Zelaya y otras personas que critican el papel histórico de los gobiernos estadounidenses en la región no están exigiendo una intervención. Lo que esperan es que el gobierno de Estados Unidos cumpliera con sus obligaciones de acuerdo con las resoluciones de la OEA y de las Naciones Unidas para restituir inmediatamente a Manuel Zelaya como el Presidente legítimo de Honduras. Hay que recordar que es Estados Unidos que, durante décadas, ha entrenado a los militares hondureños en la Escuela de las Américas para desaparecer a las personas, para torturar, para reprimir las poblaciones civiles de la región.
Son las transnacionales de Estados Unidos que se han beneficiado durante décadas de un sistema de concesiones tributarias de parte del gobierno de honduras totalmente favorable a ellas para así acumular indebidas ganancias multimillonarias año tras año. Es Estados Unidos que ha equipado el ejército hondureño para asesinar, desaparecer y encarcelar a la heroica resistencia popular hondureña. Es Estados Unidos que ha intervenido constantemente en las políticas de los gobiernos de Honduras en contra de los intereses de la mayoría empobrecida. Y ahora Barack Obama, oportunista e hipócrita consumado, se mofa de que él no pueda apretar algún botón para apoyar a Manuel Zelaya.
Honduras – la diplomacia en la balanza
Puede ser que Obama no tenga las ganas de levantar un dedo para apretar ese mentado botón, pero otros dedos, miles, sí saben apretar un gatillo. Barack Obama y Hillary Clinton han empeorado las cosas de una manera deliberada por medio de su doble-discurso y sus cínicas tácticas dilatorias con el compinche perenne del imperio, Presidente Oscar Arias de Costa Rica. El rechazo por ellos de las medidas adecuadas para acabar con el golpe ha forzado al Presidente Manuel Zelaya y al movimiento popular en Honduras a adoptar las tácticas de una guerra de desgaste que se intensifica inexorablemente.
La estrategia del Presidente Zelaya ha sido de agotar todas las opciones diplomáticas mientras se esperan algunos resultados de la presión sobre el régimen golpista por medio de la resistencia no violenta del movimiento popular en Honduras. La ruta diplomática ya se ha agotado. El precio de aquella estrategia ha sido docenas de personas asesinadas, veintenas de personas desaparecidas, cientos de personas heridas y miles de personas detenidas. Los detalles completos de las violaciones masivas de derechos humanos fundamentales cometidas por el régimen golpista solo saldrá en las semanas y meses que vienen. Es algo estudiosamente ignorado por la maquinaria propagandística imperial de los medios corporativos internacionales, y también por muchos medios supuestamente alternativos.
La confianza inoportuna en la diplomacia y la ausencia de medidas suficientemente consecuentes contra el régimen golpista han conducido a un empate. El gobierno de Estados Unidos y sus aliados urgen al Presidente Manuel Zelaya a firmar el acuerdo confeccionado por ellos y Oscar Arias, un acuerdo que favorece burdamente a los golpistas. Ahora toca al Presidente Manuel Zelaya a dilatar. El y su equipo probablemente van a hacer lo posible para prolongar las negociaciones sobre un eventual acuerdo que se traban en varios puntos claves. Primero, el régimen golpista no acepta la restitución de Manuel Zelaya a la presidencia e insiste que cualquier gobierno interino incluye ministros impuestos por ellos para la defensa y la seguridad interna del país.
En segunda lugar, por su parte, la oposición popular en Honduras jamás aceptará la propuesta de impunidad para los golpistas y los verdugos militares quienes, a estas alturas, han cometido crímenes imperdonables. En tercer lugar es más que claro que Manuel Zelaya ya no es en una posición determinante con respecto al veto del acuerdo Arias de una asamblea constituyente nacional. Aquella demanda legítima y categórica del pueblo hondureño ya no depende de la voluntad del Presidente Manuel Zelaya.
En Honduras – una nueva fase
En los próximos días Manuel Zelaya y su equipo estarán negociando y dialogando a sabiendas de que en Honduras las cosas probablemente cambiarán dramáticamente si el régimen golpista siga intransigente. Para mañana, el martes once de agosto, cientos de miles de manifestantes pacíficas van a haber llegado en las dos ciudades más importantes de Honduras, Tegucigalpa, el capital, y San Pedro Sula, el centro industrial. Si el ejército y la policía intentan de nuevo de reprimir estas manifestaciones de apoyo masivo para el Presidente Manuel Zelaya, será imposible descartar un cambio repentino en las tácticas de la oposición popular.
Honduras es un país muy pequeño. Se sabe muy bien quienes son los principales golpistas. También se sabe que el asesor de seguridad de Roberto Micheletti, Billy Joya, y sus siniestros cómplices, cuentan con una lista de muerte que incluye más de cien dirigentes populares. En aquellas circunstancias no es posible evitar la violencia armada. Los dirigentes del movimiento popular en Honduras no van a esperar a brazos cruzados mientras los escuadrones de la muerte del régimen golpista los asesinen e intimiden a sus familias bajo la vista complaciente del gobierno de Estados Unidos.
Muchos de los golpistas principales – por ejemplo, Carlos Facussé, Jorge Canahuati, Rafael Ferrari, Ricardo Maduro, el banquero Jorge Bueso Arias – están muy conscientes de esta realidad. Algunos ya han trasladado sus familias a Miami. Los oligarcas plutócratas que organizaron el golpe confían en el poder de sus grandes sobornos. Ellos compraron al alto mando militar con millones de dólares – una cifra mencionada es de US$11 millones – para asegurar el golpe. Con el conflicto a las puertas de una nueva fase, los oligarcas y su retaguardia estadounidense y regional podrían ver su inversión sometida a una prueba dura y sangrienta.