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Puerto Rico

Hostos, la biografía interminable

Fuentes: Rebelión

En los últimos años de su vida, Eugenio María de Hostos (Puerto Rico, 1839-1903) llevaba a rastras el peso de una sombra que casi no podía soportar.

Se halló un día de esos vagando por una calle solitaria de la zona histórica de la ciudad de Santo Domingo como quien busca posada, pues tenía que encontrar una casa para alquilar. Había quedado a la intemperie: la casa que habitaba con la familia había sido quemada por una turba ciega. A su mente llegaba el eco de lo que fue el último día de un bien intencionado: “Libre ya de enfermedad, próximo a la muerte”. Evocaba los últimos días de don Quijote, cuando vio derrotados los esfuerzos de su vida. Sin embargo, había forjado toda su vida un carácter de acero.

La tragedia deshacía continuamente los esfuerzos. Borraba tras su paso las huellas de sus esfuerzos. Como Prometeo, le había robado el fuego a los dioses y un monstruo le comía las entrañas. Como Sísifo, debió cargar y subir cada día el peso de una roca que volvía a caer. Y, sin embargo, más de un siglo después, aún despierta el año cada once de enero con esta exhortación que le hace al país el día de su natalicio: “Ni mares, ni sirtes, ni ventisqueros, ni caos, ni torbellinos os arredren: más allá de la tempestad está la calma…” La calma que aún no llega.

En “Los días de su madrugada. Hostos, la Biografía” (Editorial Patria, 2023) hemos intentado construir como un holograma lo que fue la vida de Eugenio María de Hostos de este adelantado y maestro de José Martí, amigo del presidente peruano Manuel Pardo, de del chileno José Lastarria, del argentino Bartolomé Mitre, de los dominicanos Gregorio Luperón y Máximo Gómez, de cubanos como Vicente Aguilera, compañero de armas de Ramón Emeterio Betances. Su vida no fue un llano sereno sino un territorio abrupto y escarpado. Ni siquiera en sus días plácidos alcanzó un sostenido sosiego verdadero. Sus oasis de amor fueron estrellas fugaces, hasta que llegó Belinda, la compañera de su vida. Del mismo modo, los días de aula del maestro sufrieron percances y grandes dificultades. El biógrafo de Hostos se encuentra con numerosas contrariedades dadas las peripecias singulares que atizaron su vivir en todas sus edades y grandes eventos. De igual manera carecen de plena claridad y transparencia las luces de su pensamiento.

Considérese respecto a biografiar a Hostos las siguientes situaciones. La parte que corresponde al mundo de la infancia en Mayagüez carecía de información amplia y concreta. El problema de sus estudios en Bilbao y luego Madrid, si no oscuro, había sufrido de especulaciones infundadas. Las conflictivas y dolorosas circunstancias familiares que rodearon su época española carecían de adecuado perfil. La manera cómo surgió, y la naturaleza real de sus introspecciones y sondeos del Diario, adolecían de demasiados acasos. La aparentemente insólita irrupción de La peregrinación de Bayoán, seguía siendo una clave enigmática de su pasado y su futuro. También la manera, el por qué y el cómo se insertó en la lucha política española. Tampoco su ruptura en 1869 con el gobierno “republicano” español. O las razones de sus dificultades con los dirigentes del exilio cubano del decenio 1868-1878. Los varios intentos fallidos de sus experiencias amorosas. El hombre de carne y hueso. Las numerosas propuestas y batallas de su periplo suramericano. El significado complejo de su matrimonio y el carácter de su vida como esposo y como padre. Las vicisitudes de sus proyectos pedagógicos en la República Dominicana (1878-1888), y luego en Chile (1889-1998). Su conflictiva relación con los gobiernos despóticos de ambos países. El inesperado reinicio de la guerra en Cuba. La manera cómo Hostos se insertó en los proyectos del Partido Revolucionario Cubano desde 1895. La anticipada intervención del imperialismo norteamericano en 1898. Las dificultades, zancadillas e impedimentos de sus iniciativas por parte de la clase política puertorriqueña tras la ocupación estadounidense. La reinserción, entre el aplauso y el encono, de sus nuevos proyectos educativos en la República Dominicana. Sus intentos por forjar una patria que no existía en Puerto Rico y de construir en la República Dominicana una patria nueva. Su ambición eviterna por fraguar una Confederación de las Antillas capaz de contener las fuerzas de expansión de los Estadsos Unidos. El ceñudo deslizamiento hacia la muerte. Todo esto es solo una parte de los abigarrados desbrozos que tiene que realizar su biógrafo y que hemos procurado hacer en nuestra biografía.

Otra de las dificultades de su biografía era la de reconstruir con hilo y al dedillo la manera y el paso a paso de cómo se construyeron o manifestaron sus ideas, y también, la necesidad ineludible, y no menos dificultosa de reseñar sus obras fundamentales. Hablamos no solo de sus discursos importantes, sino de los ensayos escritos y publicados en serie sobre muy diversos temas, como su crítica de Hamlet, los ensayos sobre la educación de la mujer, el recuadro de su obra pedagógica, la Sociología, el Tratado de Moral, las lecciones de Derecho, entre otras cosas.

Como educador, Hostos es de manera indudable una figura que se encumbra en toda la vastedad de los pueblos de América. Es perentorio afirmarlo, no sólo en cuanto las ideas que enseñó en el aula, pues, además, escribió los tratados doctrinarios de cada una de ellas, incluyendo, no solo la filosofía y ciencia Moral, la Sociología, sino la Matemática, la Lingüística, la Historia europea o asiática, el Derecho Constitucional y el Derecho Penal, la Geografía física o humana, entre otras. También desarrolló prontuarios, modeló programas, dirigió escuelas, impulsó proyectos extracurriculares, definió los métodos y principios pedagógicos minuciosamente. Y particularizó todo esto para dominicanos, para chilenos, para la infancia, para la juventud y las carreras profesionales. Desarrolló programas para la educación de la mujer, para los obreros, y sobre materias agrícolas.

Pero, además del Maestro, Hostos antes fue un Libertador más allá de las doctrinas. En España conspiró y propagandizó la lucha contra la Monarquía a favor de la República, una democracia radical, y en defensa de la libertad de las Antillas; en Nueva York conspiró, organizó y dirigió esfuerzos revolucionarios, tanto para la recaudación de fondos como para la compra de armas, para persuadir cooperaciones y compromisos, para propagandizar e incentivar ideas y arengar voluntades, para definir tácticas y estrategias, para definir la ruta a seguir en el día a día y en la construcción de la libertad que sigue a la conquista de la independencia. En la América del sur propagandizó la cooperación de los diferentes países, creó instituciones útiles a la defensa de la revolución cubana, y cooperó en solidaridad con las luchas justas de los pueblos de cada país. Así lo hizo en Cartagena, en Lima, en Chile, en Argentina y en Venezuela donde pudo observar que la colonia había sobrevivido a la independencia y que se pisoteaba la democracia. Propuso la navegación de los grandes ríos del continente, la construcción del tren trasandino, la construcción de un Mercado Común latinoamericano, la educación científica de la mujer respecto a la cual sostuvo la igualdad absoluta de derechos. Su misión en todos los órdenes no se limitó a formular teorías utópicas sino a convertir utopías en agendas de trabajo para transformar el mundo.

En Puerto Rico, en 1898, en el momento justo de la invasión de Estados Unidos, Hostos también organizó, propagandizó, creó instituciones que pudieran levantar el poder civil, la voluntad del país en defensa de lo suyo. Abogó, como nadie lo hizo antes, ante el Congreso, ante el mismo presidente McKinley, y ante la opinión pública estadounidense, en favor de la soberanía inalienable del pueblo de Puerto Rico, armado del Derecho Constitucional y del Derecho Internacional. Lo antes enumerado y descrito es solo una parte de lo que fue la obra de su vida. Desde su visita a Panamá, en ruta a Lima, sostuvo la necesidad de asegurar la neutralidad del futuro canal para contener el hambre desmedida y criminal de los poderes imperialistas.

Partiendo de la realidad americana, buscó formas novedosas para instrumentar modos reivindicadores para el “cuarto estado”, la clase obrera y campesina.

La vastedad de la obra de Hostos tiene tal envergadura que no bastan los brazos al abrazo, pues además del cuerpo, hay epifanías que lo apadrinan y hurgan el porvenir. Tal como dice Juan Ramón Jiménez, sobre sí mismo, cabría oírle decir a Hostos: “No soy presente solo, sino fuga raudal de cabo a fin”. Eso, si fin tuviera, porque la vida de Hostos no se detiene con su muerte. Su agenda contempló que la libertad es una práctica que es necesaria poner en marcha cada día, interminablemente. Es necesario enmarcar su vida más allá del marco perentorio del calendario de sus días para colocarlo en el marco del propósito de vida que acuñó con estas luminosas palabras: “El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue el día”, un día que se mueve como el horizonte y nunca se alcanza.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.