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Uruguay

Ilógica del relámpago

Fuentes: La Diaria

Relámpago, tal es el significado en castellano de aratirí, palabra guaraní escogida como denominación jurídica en Uruguay por la empresa transnacional minera del Grupo Zamín Ferrous. Irrumpió en la realidad uruguaya con la velocidad que su nombre sugiere. En brevísimo tiempo, la sociedad dio cuenta de que posee como bien común, formaciones rocosas ricas en […]

Relámpago, tal es el significado en castellano de aratirí, palabra guaraní escogida como denominación jurídica en Uruguay por la empresa transnacional minera del Grupo Zamín Ferrous. Irrumpió en la realidad uruguaya con la velocidad que su nombre sugiere. En brevísimo tiempo, la sociedad dio cuenta de que posee como bien común, formaciones rocosas ricas en hierro que en las actuales relaciones de precios hacen factible su explotación.

Pero en tanto nos asumíamos como portadores de ese bien, eventualmente útil y conveniente para nuestro bienestar, nos informaban con la misma celeridad que su destino era salir en enormes barcazas, en forma de roca molida para convertirse en acero y volverse útil en otras tierras. Y entre la recorrida del campo, el movimiento de ganado y otros menesteres un grupo de paisanos, caían en que aquel pago, otrora ganadero por excelencia, se incorporaría repentinamente a la dinámica de las maquinas, los camiones y las dinamitas.

Cortando camino rumbo al este, con la misma velocidad, fuimos a saber que un ducto atravesaría un tercio del Uruguay para llevar aquella «molienda no agrícola» a su destino de salida por la costa rochense, dando razón de ser a un puerto de aguas profundas. Cayeron allí los pobladores de la costa, en que aquella zona también participaría de esta polvareda y que les tocaría apechugar, tal como están haciendo con el puerto de La Paloma.

Y este relámpago, potentísimo, sentenció como un rayo que no había mucho margen para andar con rodeos: o estabas a favor de la minería o estabas en contra; o estabas a favor del desarrollo productivo y la creación de puestos de trabajo o estabas a favor del medio ambiente. El pensamiento dicotómico, poco aporta para analizar el desafío que nos impuso la noticia de que somos portadores de este bien común.

Vaz Ferreira ya nos advertía en su Lógica Viva, que uno de los errores más comunes del pensamiento consiste en las falsas oposiciones, una de las falacias más habituales que plantea como contradictorio aquello que no lo es. Y es que poco sentido tiene pensar en forma dicotómica respecto de la explotación minera cuando adquirimos plena consciencia del valor de uso social que tienen los minerales para enorme cantidad de artefactos, herramientas e infraestructura que claramente aportan a la humanidad. No es preciso optar por si queremos ser o no un país minero. La minería existe en Uruguay desde muchísimo tiempo atrás, centrada fundamentalmente en la explotación de áridos para la construcción y calizas (en menor importancia el oro de Minas de Corrales)

Pero el dilema más empobrecedor y por cierto poco original que instaló este relámpago es el de trabajo vs. ambiente; desarrollo vs. conservación. Es empobrecedor porque nos obliga a poner la mirada exclusivamente sobre dos elementos y a tomar posturas frecuentemente esquemáticas. Nadie pone en duda que al hombre lo hace su relación contradictoria con la naturaleza desde hace ya mucho tiempo. Su empeño ha estado en dominarla para mejorar las condiciones en que vive y goza de su pasaje en la tierra. No se trata entonces de negar este factor de disturbio, sino de analizar hasta qué punto la afección de la naturaleza no produce un daño en el propio entorno en que vivimos ; hasta qué punto estas alteraciones para nuevos usos obedecen a necesidades de las mayorías o son disfrutados por los menos; hasta qué punto el patrón civilizatorio hegemónico, centrado en el consumo, nos impone estas alteraciones sin «darnos» mayor felicidad a cambio y; hasta que punto, el antropocentrismo no provoca tal ceguera de poder sobre los ecosistemas que vamos eliminando su riqueza y su potencial aporte para diversos usos.

Es casualmente otro de los problemas del pensamiento que Vaz Ferreira apuntaba, que implica llevar una aseveración hasta un punto en la que deja de ser cierta. En este caso, llevar la defensa del ambiente al extremo de su ridiculización conservacionista, virginista que ve como un problema moral el uso de ciertos bienes comunes. Pero este extremo no viene dado por las mayorías que resisten los mega-emprendimientos, sino fundamentalmente por el discurso por parte de la empresa interesada y los actores políticos que la defienden, empeñándose en resaltar los beneficios económicos y en menospreciarlos efectos ambientales. Algunos actores sociales, ONG’s entre ellos, enfatizan los problemas ambientales, los separan del aceitado conjunto de relaciones sociales de los que son parte y colaboran en realzar este dilema que pareciera forzarnos a escoger entre economía y ambiente.

Es poco original por varias razones, pero diremos que se recurre al dilema trabajo vs. ambiente ante cada emprendimiento de envergadura y tiene como efecto, a nuestro entender buscado, el de dividir en bandos opuestos la opinión de la gente y en particular de los sectores organizados de la sociedad. La expresión más terrible de la imposición de este dilema es apelar a la solidaridad con aquellos que no tienen trabajo y lo adquirirán a partir de una inversión. Es una modalidad perversa de debatir que anula la posibilidad de pensar estratégicamente, de cuestionar las bases desiguales sobre las que está organizada nuestra sociedad y la capacidad de crear alternativas socio-económicas superiores a las que nos pro(im)pone el mercado mundial.

Ciertamente al avalar (o rechazar) un proyecto de estas características estamos optando por un tipo de economía y una modalidad de relacionamiento con la naturaleza. Pero parece razonable sostener que no es preciso elegir entre ambos, que es posible generar condiciones de organización económica que mejore el vivir de la sociedad sin ocasionar perjuicios en el entorno en el que por convicción o determinación nos tocó nacer.

Pero esta tarea se hace más difícil cuando tenemos que tomar o dejar lo que el mercado nos ofrece como proyecto, cuando tenemos que asumir como nuestras las escalas industriales que construyen, las tasas de extracción que desean, la propiedad sobre el conocimiento y la tecnología que les conviene, los tiempos que nos imponen. Es muy difícil, sobre todo, cuando no participamos de estas decisiones.

Pasado ya el fogonazo que nos encandiló, abrimos este corto ciclo de reflexión sobre bienes comunes en el Revienta caballos, advirtiendo la necesidad de quebrar los falsos dilemas instalados en el imaginario social, que han opacado la profundización en varios nudos problemáticos del emprendimiento particular de Aratirí.

Ramón Gutiérrez es integrante del Colectivo Minga, la Asociación Barrial de Consumo y la Revista de agronomía social Suma Sarnagaña

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.