(En septiembre se conmemora otro aniversario, por eso revivimos este artículo)
En el marco del 500 aniversario del acontecimiento, me preguntan respecto al impacto económico y social del “descubrimiento” del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa. A primera vista, parece que puede hablarse de varios impactos: el sufrido por las naciones indígenas del Istmo de Panamá y el Darién, y años más tarde por el propio imperio Inca; el impacto recibido por Europa a través de España; el impacto que tuvo el suceso para la conformación de la economía-mundo hasta el presente, es decir, el impacto para la humanidad como conjunto. Mientras que para las sociedades originarias de Abya Yala el impacto fue catastrófico para sus formas de vida, para Europa y el mundo constituyó el inicio de un nuevo tipo de sociedad: el capitalismo.
El historiador panameño Omar Jaén Suárez [1] afirma que el “descubrimiento del Mar del Sur” por Balboa, concatenado al previo descubrimiento de América por Colón y a la posterior circunnavegación del mundo por Magallanes – El Cano, a la que agregamos la circunnavegación de África por los portugueses, constituyen la inauguración de una nueva época para la humanidad: el inicio de la “historia universal”. La conquista del Pacífico por los europeos da paso a la integración económica, social, política y cultural del mundo. A lo largo de los siglos siguientes esa integración se ha hecho cada vez más estrecha hasta llegar al mundo “globalizado” del presente.
Hasta ahí estamos en acuerdo con don Omar Jaén S. Pero la pregunta es: ¿Cómo fue y cuál es el carácter de este proceso de integración o construcción de esta “historia universal” en la que todos los pueblos del mundo hemos quedado relacionados unos con otros? En responder a esta pregunta fallan los cultores de la historia oficial, porque implica ver la realidad a la cara y llamarla por su nombre. Para ocultar el drama terrible de estos acontecimientos se buscan eufemismos como “encuentro de dos mundos”, “contacto”, «descubrimiento», para no admitir la violencia de aquellos sucesos de los que nació el mundo polarizado, injusto y violento de hoy.
Inmanuel Wallerstein, el gran cientista social norteamericano ha dicho al respecto: “A finales del siglo XV y principios del XVI, nació lo que podríamos llamar una economía-mundo europea. No era un imperio, pero no obstante era espaciosa como un gran imperio y compartía con él algunas características. Pero era algo diferente y nuevo. Era un tipo de sistema social que el mundo en realidad no había conocido anteriormente, y que constituye el carácter distintivo del moderno sistema mundial. Es una entidad económica pero no política, al contrario de los imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado. De hecho, precisamente comprende dentro de sus límites (es difícil hablar de fronteras) imperios, ciudades-Estado, y las emergentes “naciones-Estado”. Es un sistema “mundial”, no porque incluya la totalidad del mundo, sino porque es mayor que cualquier unidad política jurídicamente definida. Y es una “economía-mundo” debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico”[2].
Ese “sistema-mundo” que emergió gracias a acontecimientos como el «descubrimiento» de Balboa, no es otro que el sistema capitalista internacional. Capitalismo que, por entonces, se encontraba en sus fases iniciales, caracterizadas por el mercantilismo y por lo que Carlos Marx (basado en Adam Smith) llamó la “acumulación originaria”: “una acumulación que no es el resultado, sino el punto de partida del régimen capitalista de producción”.[3] Y agrega: “Esta acumulación originaria viene a desempeñar en economía política el mismo papel que desempeña en teología el pecado original”.
La acumulación originaria no es otra cosa que un proceso violento mediante el cual la nueva clase capitalista expropió a los productores precapitalistas de sus formas de vida, de su riqueza, de lo cual nace a la larga la nueva clase social de desposeídos modernos: los trabajadores asalariados. El citado capítulo del Capital se concentra en cómo se produjo ese proceso de despojo en Inglaterra, pero se trata de un proceso mundial, dentro del cual la conquista de América fue parte medular de ese pecado original del que nació el sistema capitalista.
“El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista… La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica”.[4]
Hemos podido observar cómo en Panamá, en el marco de los actos oficiales, historiadores oficiosos se incomodan cada vez que alguien trae a cuento los crímenes de Balboa contra la población aborigen del Istmo de Panamá. La historia oficial sólo quiere quedarse en la anécdota, en las cualidades interesantes de la personalidad de Balboa (fue un hombre que encarnó esa época a la perfección), en el mito fundacional de la “nación panameña” que representó el “avistamiento” del Mar del Sur, y nuestra “vocación transitista” al servicio del comercio mundial (“pro mundi beneficio”, reza el escudo nacional).
Volviendo al ejemplo de Marx sobre el “pecado original”, esa incomodidad de nuestros historiadores es semejante a la que sienten los creyentes cristianos al ser cuestionados sobre la creación, o los economistas cuando se les cuestiona el supuesto de que el origen de la riqueza de unos es el trabajo duro, y la pobreza de otros es la vagancia y la pereza. Al crear un mito idílico sobre la Conquista (“encuentro”) de paso se oculta la marca de nacimiento del sistema capitalista y se soslayan las injusticias, saqueos y explotaciones del presente. Volviendo a Marx: “Si el dinero, según Augier, ‘nace con manchas naturales de sangre en un carrillo’, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”.[5]
Es que la economía-mundo capitalista es un sistema que “incluye una desigualdad jerárquica de distribución basada en la concentración de ciertos tipos de producción (producción relativamente monopolizada, y por lo tanto, de alta rentabilidad), en ciertas zonas limitadas” que “pasan a ser sedes de la mayor acumulación de capital… que permite un reforzamiento de las estructuras estatales, que a su vez buscan garantizar la supervivencia de los monopolios”, Wallerstein.[6]
Lejos del cuento del “encuentro”, la creación del nuevos sistema-mundo capitalista se basó en relaciones desiguales (jerárquicas) países de centro que someten y saquean las economías de países de periferia; y a lo interno de ambos, una sociedad polarizada en dos clases fundamentales, capitalistas que extraen plusvalía de una moderna clase de desposeídos: los asalariados. Para mantener a todos los oprimidos y explotados del mundo divididos (como enseñara el emperador Julio César), la promoción de la discriminación y los prejuicios culturales, nacionales, raciales y de género. Ese es el mundo que se inició en la «era de los descubrimientos» del siglo XV y XVI y se mantiene a inicios del siglo XXI.
Todo lo cual lleva a Inmanuel Wallerstein a la importante conclusión de que: “Mi propia lectura de los pasados 500 años me lleva a dudar que nuestro propio sistema mundo moderno sea una instancia de progreso moral sustancial, y a creer que es más probablemente una instancia de regresión moral«.[7]
Siendo más específicos, me preguntan por el impacto para Panamá, o sea, para la sociedad que hoy habita ese istmo. Y mi cabeza mezcla la respuesta tentativa con otro debate paralelo, para partir por la pregunta guía: ¿Tiene algo que ver la conquista del Istmo de Panamá por Balboa con la pobreza de los pueblos indígenas en el siglo XXI? ¿O, como pretenden algunos ellos son pobres por no aceptar la «modernidad», con sus minas e hidroeléctricas, por empecinarse en defender sus formas de vida, sus comarcas, en fin «por querer ser indios»?
Las investigaciones de los antropólogos Richard Cooke y Luis A. Sánchez,[8] muestran la existencia de cuatro grandes cacicazgos y múltiples comunidades tribales en el Istmo de Panamá prehispánico, que se encontraban en las fases iniciales de la diferenciación social, o sea, el surgimiento de clases sociales contrapuestas y formas de explotación del trabajo. No hay mucha claridad si existían relaciones tributarias entre ellas, pero la guerra, el saqueo y la esclavitud esporádica, existían y eran habituales antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, ni la antropología moderna, ni los viejos cronistas, ni las tradiciones orales, dan cuenta de una vida cargada de miserias. Por el contrario, grandes plantaciones de maíz, yuca, calabazas, y otros cultivos, llenaban las orillas de los ríos y, si bien había pocos animales domésticos, la caza era abundante (desde el ciervo de cola blanca a todo tipo de aves), para no mencionar la pesca. Ni infierno, ni paraíso.
El infierno, con su carga de pobreza, miserias y genocidio llegó con los galeones españoles, vino de Europa. En un lapso menor a 20 años, entre 1501, fecha de la llegada de Rodrigo de Bastidas a la costa caribeña del Istmo de Panamá, y 1519, cuando se funda la ciudad de Panamá, en la costa del Pacífico, se produjo la destrucción de la sociedad indígena que habitaba el centro y el oriente del istmo, entre la península de Azuero y el Darién. Fue una verdadera hecatombe que liquidó demográficamente a la cultura “cueva”, como la han denominado los antropólogos. A mediados del siglo XVI casi no quedaban vestigios de su sociedad, ni de su modo de producción agrícola, ni de su lengua, ni, por supuesto, sus habitantes. La mayor parte de la barbarie cometida por los conquistadores que el padre Bartolomé De Las Casas describiera en detalle, se produjo en el Istmo de Panamá.
La población de los cacicazgos existentes entre Azuero y Darién, antes de la llegada de los conquistadores españoles, aún es tema de debate. Las estimaciones más conservadoras señalan una población de entre 150 y 250 mil habitantes. Buena parte de ellos perecieron en las cacerías humanas montadas por los conquistadores, a las que llamaban “cabalgadas”, las cuales empezaron bajo la dirección del propio Vasco Núñez de Balboa, desde Santa María La Antigua, pero se hicieron más feroces con Gaspar de Espinosa, a fines de 1515, siguiendo órdenes de Pedrarias Dávila. Castillero señala que en este período se arrasó con los cacicazgos, desde Darién (Comogre y Pocorosa), hasta Trota en Veraguas. Cita a los cronistas en el sentido de que, aparte de los muertos en los asaltos, se trajeron cautivas hasta 40.000 personas para los lavaderos de oro en Darién.[9]
El sistema capitalista dependiente panameño ha asignado a nuestros indígenas un papel en el sistema económico: mano de obra barata del campo. La etnia más pobre según las estadísticas nacionales es la de los Ngäbe-Buglé, la cual, casualmente es la más integrada al mercado nacional como peones de las fincas bananeras, recolectores de café y macheteros de la zafra del azúcar. Los indígenas están en situación de pobreza, no por falta, sino por un exceso de capitalismo, que les despoja de sus tierras, les explota económicamente y les discrimina racial y culturalmente. La «conquista» no cesó con Balboa, ella se recrea cada día.
Ese sistema que polariza la riqueza en manos de una élite blanca y la miseria en una mayoría indígena, se inició junto con la gesta de Balboa. De ahí que la clase dominante panameña beneficiaria de este capitalismo transitista se sienta identificada con el conquistador y le haga homenajes y monumentos. Como diría la antropóloga Ana E. Porras, de ahí también las clases explotadas no se vean identificadas con Balboa, y prefieran hacerlo con los también héroes mitológicos indígenas que resistieron la ocupación española: Quibián y Urracá.
Identidades polarizadas para una sociedad polarizada. La oligarquía financiera panameña vive el «boom» inmobiliario de estos años creyendo que se encuentran en el «paraíso», pero los trabajadores que cada madrugada luchan para tomar un metrobús en la «24», para llegar a un empleo en que la pagan un salario de miseria, que no alcanza para las necesidades básicas, si no le roban en la calle, vive la misma experiencia en el mismo país de Balboa como un «infierno». Dos caras de la misma moneda, una con la efigie de Balboa, otra con la de Urracá. Dilema que no se resolverá mientras exista el sistema explotador impuesto por los europeos al mundo: el capitalismo.
Notas:
[1] Jaén Suárez, Omar. Vasco Núñez de Balboa y la integración de la historia universal. Versión electrónica. Panamá, 2013.
[2] Wallerstein, Inmanuel. El Moderno Sistema Mundial I. Citado por Wikipedia: es.wikipedia.org/wiki/Inmanuel_Wallerstein.
[3] Marx, Carlos. El Capital. Tomo I. Capítulo XXIV. Cuarta Reimpresión. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1983. Pág. 654.
[4] Ibidem, Págs. 688 y 689.
[5] Ibid., pág. 697.
[6] Wallerstein, I. El capitalismo histórico. Siglo XXI Editores. México, 1998.
[7] Wallerstein, I. El futuro de la civilización capitalista. Editorial Icaria. Barcelona, 1997.
[8] Cooke, Richard y Sánchez Herrera, Luis Alberto. Panamá Prehispánico. En: Historia General de Panamá. Volumen I, Tomo I. Comité Nacional del Centenario. Panamá, 2004.
[9] Castillero, Alfredo. Conquista, Evangelización y Resistencia. Instituto Nacional de Cultura. Colección Ricardo Miró. Premio Ensayo 1994. Panamá, 1995. Págs. 37-53.