La actual presión que Estados Unidos está ejerciendo sobre Venezuela sin duda se inscribe en el intento del actual gobierno estadounidense de recuperar su hegemonía en el continente. De hecho, el último documento de Estrategia de Seguridad Nacional publicado por el Departamento de Estado de Estados Unidos declara abiertamente en la página número 16 que: “Después de años de abandono, Estados Unidos reafirmará y hará cumplir la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadounidense en el Hemisferio Occidental, y para proteger nuestra patria y nuestro acceso a geografías clave en toda la región. Negaremos a los competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro Hemisferio”. Estas palabras deben entenderse como un llamado al intervencionismo más puro y al comienzo de una serie de invasiones sobre toda América Central y del Sur para que Estados Unidos recupere el control de la región, expulse a potencias extranjeras que tienen intereses económicos en la zona (principalmente China) y restablezca su base de poder en una serie de conflictos futuros.
Ahora bien, desde principios de este año, tras su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump, junto con el Secretario de Estado Marco Rubio, comenzaron una campaña agresiva en contra de todos los gobiernos de América Latina que veían como un obstáculo para la hegemonía estadounidense. Trump comenzó una campaña en contra del presidente colombiano Gustavo Petro, muy cercano al Partido Demócrata y al caucus progresista de Bernie Sanders, por su acercamiento a Venezuela y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Esta campaña se plasmó en la imposición de aduanas a los productos provenientes de Colombia, el deterioro de las relaciones entre los dos países, la inclusión de Petro en la lista Clinton de narcotráfico, la retirada del pasaporte estadounidense a los principales colaboradores del gobierno del presidente colombiano y la absolución de Álvaro Uribe, principal aliado de los neoconservadores estadounidenses. Todas estas acciones van dirigidas a impulsar un cambio de régimen en Colombia con tal de consolidar la posición de Estados Unidos en el Hemisferio Occidental. A estas acciones se suman la destitución de Dilma Boluarte en el Perú debido a su cercanía con China y la intervención de Estados Unidos en Honduras. Finalmente, vale la pena aclarar que la posición del presidente Gustavo Petro ante la ofensiva estadounidense ha sido caracterizada por una enorme ambigüedad, marcada por un enfrentamiento abierto, un intento de reforzar las relaciones con Venezuela, pero también felicitando a María Corina Machado como premio nobel de paz, denunciando la falta de democracia de Venezuela y llamando a Nicolas Maduro Moros a abandonar el poder y permitir una transición democrática ante una ofensiva imperialista.
Por su parte, Venezuela ha comenzado una movilización general intentando prepararse para el inminente ataque de Estados Unidos. Las autoridades venezolanas han sido declaradas abiertamente por Estados Unidos como parte de una red de “narcoterrorista” que siembra el caos en todo el Hemisferio. Estados Unidos ha decidido restablecer su hegemonía sobre América Latina recurriendo una vez más a la amenaza del terrorismo, pero, esta vez, en lugar de agitar el fantasma del islam radical y su amenaza para los países de la OTAN, Europa y Norteamérica, ha designado como principal amenaza a los carteles de las drogas que operan en toda la región. En lugar de hablar del islamofascismo terrorista, ahora se habla de un narcoterrorismo que domina países como México, con el cual Estados Unidos comparte frontera, Colombia y Perú y que tiene su centro de operación en Venezuela, cuya cúpula política haría parte del Cartel de los Soles, una red terrorista y narcotraficante que mueve la economía sumergida de todo el Hemisferio. En definitiva, Estados Unidos esta usando la misma retórica que ha estado usando desde hace dos décadas para justificar sus invasiones en el Medio Oriente, pero ahora que se ha alejado de está región, sumida en el caos más absoluto, ahora planea lanzarse a una serie de intervenciones en su Hemisferio intentando redibujar el mapa a su antojo.
La ofensiva militar de Estados Unidos contra Venezuela, que viene acompañada de una acumulación creciente de fuerzas en las fronteras de ese país, van de la mano de una ofensiva diplomática bastante fuerte: pequeños países del Caribe como Trinidad y Tobago, Granada y Dominica han aceptado las solicitudes de Estados Unidos para instalar bases militares y radares. Todos estos países, por cierto, limitan con Venezuela. También Estados Unidos y Guyana han reforzado sus relaciones militares y acaban de firmar un acuerdo de defensa y armamento. Guyana es otro país que limita con Venezuela y las tensiones entre estos dos países han aumentado en los últimos dos años debido a que Venezuela reclama como territorio propio la Guyana Esequibo, donde el gobierno venezolano ha intentado celebrar una serie de referendos para anexarse este territorio. A esto se suman las bases militares colombianas, las cuales desde hace mucho tiempo se usan para desestabilizar a Venezuela. Este reforzamiento del cerco militar a Venezuela y el traslado de tanto equipo militar tan cerca de sus fronteras demuestra que la intención de Estados Unidos de intervenir en este país es real y que la movilización de tantos recursos diplomáticos y militares no es una prueba de fuerza, sino que da claras señales de que se producirá una intervención.
Sin embargo, la actual intención de Estados Unidos no es llevar a cabo una ocupación militar prolongada de Venezuela. Las últimas ocupaciones militares de los Estados Unidos en Medio Oriente, como lo dejaron claro Irak y Afganistán, fueron un fracaso consumado. En Irak, la retirada del ejército estadounidense llevó a prácticamente el desmoronamiento del Estado iraquí y el auge de ISIS que llenó el vacío de poder dejado por Estados Unidos. En Afganistán se repitió la misma historia, donde los Talibán volvieron al poder una vez Estados Unidos se retiró. Es por eso que muchos analistas suponen que Estados Unidos se limitará a lanzar operaciones especiales y bombardeos sobre la infraestructura venezolana, llevando a cabo ataques selectivos que busquen eliminar a los actuales dirigentes venezolanos y crear una situación de inestabilidad que permita a la diáspora venezolana, leal a Occidente y hace poco coronada en Oslo como alternativa al poder chavista (Edmundo Gonzales y María Corina Machado), asumir las riendas del Estado. No obstante, la destrucción de la actual élite política venezolana podría abrir una caja de pandora que desestabilice toda la región: Venezuela es un país lleno de equipo militar y numerosas fuerzas políticas paralelas como guerrillas colombianas (ELN, FARC) que operan en su territorio, milicias bolivarianas leales al actual gobierno venezolano, bandas criminales que operan en la economía sumergida, etc. La destrucción del Estado venezolano por parte de Estados Unidos simplemente dinamitará el país y activará todas estas fuerzas centrifugas que operan en ese territorio, provocando un colapso y una posible guerra civil que dure décadas, parecido a los casos de Siria y Libia. Estados Unidos no está dispuesto a llevar una ocupación a largo plazo de Venezuela poniendo a sus tropas sobre el terreno, lo que posiblemente causará que no sean los partidarios leales a Occidente quienes tomen el poder, sino que varios grupos armados se disputen el dominio de sus respectivos territorios. Por otro lado, Colombia y Brasil serán los países que cargarán con la mayor parte del costo de la intervención estadounidense en Venezuela. Trump también ha amenazado que esta operación sobre Venezuela se extenderá a Colombia y que después de encargarse de Maduro irá por Petro.
Cual será el resultado de la posible intervención de Estados Unidos en Venezuela es un misterio, pero sin duda las diferentes posibilidades resultan aterradoras.
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