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Ingratitud, mentira y ruindad

Fuentes: Rebelión

Hace cerca de tres cuartos de siglo se produjo una serie de acontecimientos militares que cambiaron la historia del mundo. Se dieron luego de que Alemania Nazi, hasta ese momento triunfadora de la Segunda Guerra Mundial, fuera derrotada en el Frente Oriental mediante las victorias soviéticas en Moscú, Stalingrado, Kursk, Bielorusia, Leningrado y Polonia; también […]

Hace cerca de tres cuartos de siglo se produjo una serie de acontecimientos militares que cambiaron la historia del mundo. Se dieron luego de que Alemania Nazi, hasta ese momento triunfadora de la Segunda Guerra Mundial, fuera derrotada en el Frente Oriental mediante las victorias soviéticas en Moscú, Stalingrado, Kursk, Bielorusia, Leningrado y Polonia; también hubo el Desembarco en Normandía de las fuerzas anglo estadounidenses y la liberación por el Ejército Rojo de Auschwitz, Chelmno, Treblinka, Sobibor, Majdanek, Belzec, campos de concentración situados en territorio polaco ocupado por Alemania, lo que salvó la vida de numerosos reclusos. Según la sobreviviente Batcheva Dagan, «vivíamos con la amenaza de que cualquier instante fuera el último».

El nazismo explotó el trabajo de los prisioneros, pocos de los cuales sobrevivieron a la brutalidad infernal de los campos de concentración, hoy convertidos en museos para recordar el Holocausto, la peor tragedia de la humanidad. Al liberar los campos de exterminio, el Ejército Rojo cerró uno de los capítulo más sanguinarios de la historia del hombre, la eliminación física de judíos, gitanos, rusos y demás grupos humanos considerados de raza inferior por Hitler; también, de comunistas, de prisioneros de guerra y, en general, de todos los enemigos del nazismo.

La ONU proclamó el 27 de enero «Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto», porque en esta fecha, en 1945, se liberó Auschwitz, el mayor centro de exterminio instituido por el nazismo, donde fueron encerradas cerca de un millón trescientas mil personas, de las que murieron un millón cien mil, judías, la inmensa mayoría. El Ministro de Exteriores de Israel, al agradecer al Presidente Putin, expresó: «Sabemos quiénes fueron los libertadores».

Esta liberación es sagrada en la memoria de Rusia, porque para conseguirla se inmolaron 27 millones de sus hijos y 60 millones quedaron mutilados. Los nazis destruyeron 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas y trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de reses, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral. La perdida total de la Unión Soviética fue de unos 3 billones de dólares, una pérdida de más del 30% de sus riquezas. Gracias a ese sacrificio, la humanidad se libró de la noche eterna del dominio imperial con que Hitler soñó para mil años.

Pero hay mentirosos que hoy equiparan la Unión Soviética con la Alemania Nazi y, a partir de ahí, algunos ruines acusan a la URSS de haber causado la Segunda Guerra Mundial por haber firmado el pacto Ribbentrop-Mólotov. Todos ocultan que la Unión Soviética fue la última potencia que firmó el tratado de no agresión con Alemania.

El presidente polaco, Andrzej Duda, culpa a la URSS de haber colaborado con los nazis en la guerra contra su país y calla que por liberar Polonia la URSS pagó el alto precio de cerca de setecientos mil de sus soldados. Su acusación, que es respaldada por el Parlamento Europeo, pese a que los Juicios de Núremberg, conjunto de procesos jurisdiccionales realizados por las naciones aliadas vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, sostienen lo contrario, que Alemania Nazi fue la única culpable de haber iniciado dicha guerra, lo que es una sentencia superior.

Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, también declaró en Polonia que la URSS fue responsable del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Se refirió a la liberación de Auschwitz, pero no mencionó al Ejército Rojo, en su lugar habló del Primer Frente Ucraniano, nombrado así por el sector geográfico donde operaba y compuesto por varias etnias de la Unión Soviética. ¿Ignorancia o mala fe? En ambos casos no merece el alto puesto que actualmente ocupa este comediante profesional.

Lo que realmente pasó es que como resultado de la Gran Crisis, que afectó al mundo en 1929 como ningún otro fenómeno económico, se inició la feroz lucha por el nuevo reparto colonial del mundo. Alemania atacó a Austria y Checoslovaquia; Italia, a Etiopía y Japón, a China. De esta manera, Alemania e Italia, que no tenían colonias, rivalizaban con Francia e Inglaterra, que sí las tenían. Para ello, Alemania, Italia y Japón abandonaron la Liga de Naciones, conformaron el bando beligerante del Eje y firmaron el Pacto Anticomintern. Tal como analiza Stalin, se podía dividir al mundo en potencias imperialistas agresoras y potencias imperialistas agredidas.

Las potencias agredidas cedían y cedían posiciones, pese a que eran económica y militarmente mucho más fuertes que las agresoras. La razón de esta extraña conducta era darle aire a la agresión hasta que se transforme en un conflicto mundial. Incitaban a las naciones del Eje a atacar a la URSS con la esperanza de que la guerra agotase mutuamente a ambos bandos. Entonces les ofrecerían sus soluciones y les dictarían sus condiciones. Los países beligerantes, cuyas fortalezas se encontrarían destruidas como consecuencia de un largo batallar entre ellos, no tendrían más opción que aceptarlas. Una forma fácil y barata de conseguir sus fines.

Este juego peligroso terminaría muy mal para los que propugnaban el anticomunismo como política de Estado. Es que Londres y París, ofuscados por el odio acérrimo al comunismo, no podían y no querían ver el peligro que el nazi-fascismo representaba para ellos mismos. Inmediatamente después de que en Münich, Inglaterra y Francia entregaran Checoslovaquia a Alemania, Hitler exigió a Polonia la devolución del Corredor Polaco, la concesión de facultades extraterritoriales para construir líneas férreas y autopistas por territorio polaco y la entrega del puerto de Dánzig. Después, Alemania anuló el pacto de no agresión con Polonia, renunció al convenio naval anglo-alemán y posteriormente comenzó a reclamar las colonias que luego de la Primera Guerra Mundial le fueron arrebatadas por Francia e Inglaterra.

El 23 de julio de 1939, Molótov, Ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, con el propósito de lograr un acuerdo que impidiera la agresión alemana a Polonia, propuso a Gran Bretaña y Francia el envío de una comisión militar. Sin el mínimo apresuramiento, diecinueve días después, la misión arribó a Moscú; estaba encabezada por personajes que no tenían ni las atribuciones ni los poderes para discutir nada ni firmar ningún convenio militar concreto.

La delegación nunca contestó a la inquietud fundamental de Moscú: para poder enfrentarse con Alemania, las tropas soviéticas tenían que pasar por el territorio polaco o el rumano, lo que Inglaterra y Francia jamás gestionaron; sin esta condición para Moscú se hacía imposible una alianza militar con Londres y París.

El 23 de agosto, Voroshilov, Ministro de Defensa de la URSS, advirtió a la comisión: «Nosotros no podemos esperar que Alemania derrote a Polonia, para que después se lance contra nosotros. Necesitamos un trampolín desde el cual atacar los alemanes, sin él no podemos ayudarlos a ustedes». Ante el comprometedor silencio de los delegados añadió: «No hemos hecho nada en once días. El año pasado, al encontrase Checoslovaquia al borde del abismo, el Ejército Rojo estuvo listo para atacar, pero no obtuvimos una sola señal de ustedes. Ahora, los gobiernos de Francia e Inglaterra han prolongado inútilmente y durante demasiado tiempo estas conversaciones. Por ello no se debe excluir otros acontecimientos de índole político». Poco después se iniciaron las negociaciones, criticadas por los que desconocen o pretenden desconocer el preámbulo anterior, que condujeron a la firma del Pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania.

Las críticas al pacto Ribbentrop-Mólotov tienen la finalidad de absolver a los verdaderos culpables del estallido de la guerra. Posteriormente, cuando EEUU, la URSS y Gran Bretaña conformaron la coalición antinazi, muchos políticos relevantes de Occidente valoraron de manera positiva la firma del mismo. Sumner Welles, que en 1944 era Secretario de Estado de EEUU, escribe: «Desde el punto de vista práctico, cabe la posibilidad de lograr ventajas que -dos años más tarde, al producirse la agresión alemana, desde hacía mucho tiempo esperada-, tuvieron mucha importancia para la Unión Soviética».

Gandhi dijo: «Una mentira no se convierte en verdad porque todo el mundo crea en ella». Por eso la ruindad, hija de la mentira, está condenada a desaparecer, enterrada por los que no son ingratos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.