Sabiendo que “izquierda” es un
término demasiado amplio, impreciso incluso, permítasenos usar aquí para dar a
entender las fuerzas políticas y/o sociales que bregan por un cambio respecto
al sistema capitalista. Entra allí, por tanto, un muy extendido abanico de
opciones y alternativas, desde grupos alzados en armas hasta partidos políticos
que se pliegan a la institucionalidad vigente, desde movimientos sociales más o
menos sistematizados o espontáneos hasta grupos académico-intelectuales. La
característica común que une a toda esa amorfa masa es el deseo de transformar
el modelo socio-económico vigente, aunque haya profundas diferencias en la
forma de buscarlo.
América Latina no es pobre.
Por el contrario, como sub-continente es uno de los lugares con mayor riqueza
natural del planeta. Inconmensurables tierras fértiles, agua dulce al por
mayor, enormes selvas tropicales, petróleo (ahí están las mayores reservas
mundiales), gas y vastos recursos minerales (en cuenta los principales
yacimientos de materiales cada vez más necesarios para las industrias de punta),
litorales marítimos plagados de vida, energía hidroeléctrica en cantidades
fabulosas, todo ello la convierten en un “paraíso”. Pero curiosamente, pese a
esa riqueza, las diferencias entre quienes más poseen y los más desposeídos son
de las más grandes del mundo (se diría un “infierno”). Conviven ahí magnates
extravagantes con riquezas incalculables junto a poblaciones terriblemente
empobrecidas. Junto a barrios ultramodernos en las principales urbes hay
poblaciones viviendo en situaciones de Siglo XIX en áreas rurales, o apiñadas
en tugurios urbanos de inusitada pobreza y violencia. Regímenes militares en
prácticamente todas sus naciones durante el pasado siglo hicieron de
Latinoamérica una tierra de represión marcada a sangre y fuego. Las frágiles
democracias existentes actualmente, con apenas unas décadas de existencia, no
logran -ni lo pretenden, en realidad, más allá de pomposas declaraciones-
terminar con las desmesuradas asimetrías económico-sociales reinantes.
Producto de una furiosa y
sangrienta represión vivida en las últimas décadas del siglo XX y de un
bombardeo ideológico-cultural inmisericorde, dado a través de medios masivos de
comunicación y las actuales redes sociales, el discurso dominante que se ha
impuesto con fuerza apabullante es de derecha, conservador, entronizando el
libre mercado, denostando todo lo estatal, criminalizando la protesta social al
par que estimulando un grosero individualismo casi hedonista, logrando de ese
modo reemplazar en la ideología del día a día cualquier intento de cambio. La
invasión de sectas neopentecostales completa el cuadro, anestesiando la
protesta y las cabezas.
Las políticas neoliberales
impuestas desde hace al menos 40 años desde los centros imperiales, acatadas
mansamente por los gobiernos nacionales, fueron reconfigurando el paisaje
político-económico y social. De esa cuenta, los grandes capitales crecieron en
forma exponencial, mientras las grandes mayorías populares ahondaron su
empobrecimiento. Las políticas sociales que impulsaban los Estados hacia
mediados del siglo XX fueron siendo barridas, y hoy día, en todos los países,
las estructuras estatales son precarias, brindando muy deficitariamente, o no
brindando, los servicios básicos a sus poblaciones.
Las grandes mayorías
trabajadoras (urbanas, rurales, amas de casa) están más desprotegidas que
nunca. Los derechos laborales están conculcados en forma bochornosa, y las
prácticas de explotación alcanzan niveles no vistos antes. El movimiento
sindical combativo de otrora está casi extinguido; sobrevivieron solamente
sindicatos burocratizados y plegados a las patronales, los que no constituyen
focos reales de reivindicación y/o mejoramiento de las condiciones laborales,
más allá de ocasionales declaraciones formales.
En el medio de esa marea de
retroceso del campo popular, con un ataque enorme de los capitales (nacionales
y, fundamentalmente, internacionales) sobre la masa trabajadora y los pueblos
en general, las izquierdas, en tanto elemento fundamental de lucha
antisistémica, no encuentra los caminos. La gran mayoría de movimientos armados
se han desmovilizado, y los que aún continúan, no se ven como verdadero
elemento transformador, pues el contexto se los impide. Las iniciativas
políticas en el ruedo de las democracias parlamentarias burguesas no alcanzan a
constituirse en verdaderos desafíos sistémicos. Las veces que la izquierda
logró ganar el Poder Ejecutivo en los distintos países, no pudieron pasar de
administrar el neoliberalismo vigente con un poco más de sentido social, pero
sin lograr transformar de raíz el sistema capitalista.
En el inicio del siglo, en muy
buena medida alentada por la Revolución Bolivariana en Venezuela encabezada por
Hugo Chávez, los mandatarios de varios países de la región (Argentina, Brasil,
Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay, El Salvador, Honduras) comenzaron
tímidamente a desarrollar políticas que, sin superar el capitalismo,
presentaron un carácter más moderado, con cierta preocupación por los sectores
históricamente postergados. En todos ellos, llegados a las casas de gobierno
por elecciones dentro del marco de la institucionalidad capitalista y no por
procesos de revolución popular, no se tocaron los resortes básicos del sistema:
propiedad privada de los medios de producción, reforma agraria, nuevo Estado
socialista, ideología revolucionaria desmontando la anterior cultura, reemplazo
de las antiguas fuerzas armadas por milicias populares y un nuevo ejército
plegado a las dirigencias de izquierda. En síntesis: se asistió a procesos
asistenciales que no modificaron de cuajo las estructuras vigentes.
Luego de un período de
crecimiento y cierto esplendor económico (ligado en parte al fabuloso despegue
económico de la República Popular China, principal comprador de las materias
primas latinoamericanas), la relativa prosperidad no pudo mantenerse, y
lentamente (no sin la intervención de Estados Unidos y la presión interminable
de las propias oligarquías nacionales) esos gobiernos de corte social-popular
fueron cayendo. En el caso de Bolivia, y en cierta forma también en Honduras, a
través de cruentos golpes militares al mejor estilo de los que se conocieron
durante todo el siglo XX, siempre de la mano de los ejércitos, que siguen
siendo fuerzas de ocupación, preparados en la Doctrina de Seguridad Nacional
impulsada por la Casa Blanca (aunque ahora se nombre de otra manera, con
pretendido énfasis en la defensa de derechos humanos).
Al día de hoy solo Cuba se
mantiene en un proyecto claramente socialista, sin retroceder ni hacer
concesiones, pese al bloqueo y a los interminables problemas heredados. Los
elementos capitalistas que puedan darse hoy en la isla (que, definitivamente,
se dan a un nivel de micro-empresa) no alcanzan a torcer el rumbo socialista
del Estado. Pueblo, gobierno y fuerzas armadas siguen ese derrotero,
resistiendo los embates del capitalismo global.
Otros países que pueden nombrarse
socialistas, presentan innumerables cuestionamientos a ese ideario. Nicaragua,
con un discurso pretendidamente anti-imperialista, presenta un populismo
asistencial centrado en la figura de un aprendiz de dictador rodeado de una
nueva burguesía ascendente que nada tiene de revolucionaria. México (con Andrés
Manuel Pérez Obrador en la presidencia) y Argentina (con un nuevo planteo
peronista), con gobiernos llegados a través del voto popular (en buena medida
“voto castigo” a los terribles planes neoliberales que pauperizaron en forma
creciente a las ya paupérrimas mayorías), abren esperanzas, las cuales no pasan
de administraciones no tan marcadamente antipopulares, pero que no cuestionan
en absoluto la primacía del capital y del papel hegemónico de Estados Unidos en
la región (“capitalismo serio”, pudo decir la actual vicepresidenta del país
sudamericano).
El caso de la República
Bolivariana de Venezuela merece una mención aparte. Habiendo surgido allí un
primer grito anticapitalista con la figura carismática de Hugo Chávez, lo
novedoso de ese movimiento (se volvía a hablar de “socialismo” y
“antiimperialismo” luego de décadas de silencio) abrió enormes expectativas en
las fuerzas de izquierda, no solo latinoamericanas, sino a nivel mundial.
Seguramente porque la caída del campo popular en todo el planeta -luego de la
desintegración del bloque socialista europeo y la adopción por parte de China
de mecanismos de mercado- fue tan dura que un discurso que ponía de nuevo en el
tapete un ideario caído en el olvido, permitía volver a soñar, a tener
esperanzas. De todos modos, desde el inicio de ese proceso se vio que lo que se
vivía en Venezuela no era una revolución socialista; era, en todo caso, una
mejor y más equitativa repartición de la renta petrolera, pero que no tocaba
los fundamentos de la empresa privada. Muerto Chávez (o asesinado por el
imperialismo), la burocracia que siguió dirigiendo el proceso mostró que en su ADN
constitutivo no había “revolución socialista”. Sumando a ello la brutal
agresión de Washington, la situación actual del país caribeño es sumamente
compleja. Las fuerzas de izquierda del continente no pueden dejar de defender
el proceso emancipatorio venezolano, pero queda la pregunta -con sabor amargo-
de hasta qué punto eso es un auténtico proceso emancipatorio. Obviamente, hay
que seguir defendiendo la autodeterminación de Venezuela y condenando
enérgicamente la intromisión imperialista (de Estados Unidos o de cualquier
potencia que intente saquear los recursos del país). De todos modos, no puede
dejarse de considerar que estos “socialismos sin socialismo” dan pie a la
derecha para mostrar la ineficacia de estos planteos (la situación de Venezuela
es mostrada como la patencia de lo imposible del socialismo).
El Movimiento Zapatista, una
opción de izquierda centralizada en el sureño estado mexicano de Chiapas, no
pudo constituirse en un modelo de autogestión popular replicable en todo el
país o en otros contextos fuera de México, y si bien en sus territorios se
mueve con una lógica anticapitalista, está absolutamente condicionado por el
contexto nacional e internacional, no pasando de ser una interesante
experiencia, pero sin posibilidad real de profundizarse y construir una
alternativa socialista autónoma (como Cuba, por ejemplo).
Las principales protestas
antisistémicas provienen de movimientos sociales en sentido amplio: campesinos,
movimientos de pueblos originarios, desocupados urbanos, estudiantes, amas de
casa. En muchos de ellos no hay una clara agenda socialista, con proyecto
sistemático de construcción de un modelo superador del capital privado. De
todos modos, las movilidad político-social que van teniendo estas iniciativas
abre nuevas esperanzas. En los comités populares de base, en esas experiencias
de democracia real, participativa, de espontáneo carácter solidario y
comunitario, puede encontrarse el verdadero camino para la transformación
social. Las recientes protestas (puebladas) que se dieron en distintos países
latinoamericanos son una fuente para estudiar y sacar conclusiones: ¿por qué
esas rebeliones populares no pudieron constituirse en verdaderos procesos
revolucionarios?
Las fuerzas políticas de
izquierda que podríamos llamar “formales” o “sistemáticas” (fuerzas políticas,
bloques legislativos, partidos comunistas herederos de la dinámica de la Guerra
Fría con un referente en la Unión Soviética) no están de momento a la altura de
esas protestas espontáneas. Si bien pueden tener cercanía con las masas en
protesta, aún no se constituyen en vanguardias que puedan liderar ese
descontento enfocando la lucha anticapitalista. Podrán serlo en un mediano
plazo, pero todo indica que no lo son de momento. Tema importante a trabajar,
por tanto.
Ese desfasaje habla de la
historia reciente (Guerra Fría, contienda ideológica donde el ganador
claramente fue el campo capitalista), de las terribles represiones a que se vieron
sometidos los pueblos en lucha (las montañas de cadáveres y los ríos de sangre
no se olvidan: la “pedagogía del terror” sigue presente), de la
desideologización promovida (desideologización de contenidos de izquierda), del
continuo bombardeo ideológico-cultural al que se somete a las poblaciones. Todo
lo cual hace que cunda un sentimiento de miedo/desconfianza con los planteos de
izquierda en las mayorías populares, manipuladas hasta el hartazgo con mensajes
conservadores, de derecha, en muchos casos religiosos, adormecedores.
Las izquierdas (digámoslo en
primera persona plural, porque si no, pareciera que altaneramente quien lo pone
en tercera persona queda al margen de la autocrítica) NO ENCONTRAMOS de momento
los caminos para seguir adelante la lucha. Lo cual no significa que la lucha
haya terminado. Estamos, en todo caso, en un período de resistencia y
reformulación. Las causas que motivaron que haya una opción de izquierda (es
decir: un planteamiento anticapitalista) no desaparecieron. En ese sentido, no
es posible que desaparezca la izquierda, aunque hoy día esté algo desorientada,
cooptada por el discurso “políticamente correcto” de la llamada cooperación
internacional y enredada en ese raro engendro que son las ONG’s. ¿Qué queda por
hacer entonces? ¡No perder las esperanzas y seguir aportando granitos de arena!