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José Pepe Mujica no para

Fuentes: Rebelión

Se ha propuesto desmarcarse de todo lo serio, respetuoso y edificante que se mueve desde hace años en torno a los derechos humanos. Y el desmarque viene por el peor de los caminos: su peripecia, su merecido prestigio, el afecto como contrapartida a la crueldad ejercida por sus verdugos, todo reducido a la nada. El […]

Se ha propuesto desmarcarse de todo lo serio, respetuoso y edificante que se mueve desde hace años en torno a los derechos humanos. Y el desmarque viene por el peor de los caminos: su peripecia, su merecido prestigio, el afecto como contrapartida a la crueldad ejercida por sus verdugos, todo reducido a la nada.

El terrorismo de estado, una estrategia de largo aliento implementada por los sectores dominantes, persiguió dos objetivos, además de su perpetuidad en el poder, ampliamente cumplidos: destruir, en el más amplio sentido del termino, la flor y nata del movimiento popular edificado durante décadas en el Uruguay y, concomitantemente, sembrar un miedo atroz en las generaciones que se sucedieron al golpe de estado.

El mensaje fue claro, prístino: ¡Acá se vive de una sola manera, de la manera en que decimos nosotros!. ¡De lo contrario, todo el mundo sabe a que atenerse!. Largas condenas a prisión, tortura en masa, asesinatos, desaparición forzada y un largo etcétera, era la imagen inequívoca que se presentaba (¡y se presenta!) a cualquier hijo de vecino, asociada al reclamo y los sueños de mayor justicia social.

Tan es así que, uno de los políticos más despreciables y viles de la historia Uruguaya, Enrique Tarigo, apeló en forma ininterrumpida al miedo de los ciudadanos cuando tocaba resolver la oprobiosa ley de impunidad. Si tiempo atrás, le hacía saber a sus conciudadanos que poseía un arma en el cajón de su despacho, destinada a la defensa de las instituciones y cuya ultima bala estaba reservada para él, a la hora de mantener erguida la frente opto por promover la incertidumbre, sumándose al chantaje de los golpistas. Tarigo se presentaba, después de su bravuconada, de cuerpo entero: ¡un sujeto funcional y de inclaudicable lealtad al estatu quo!.

¡Tiranos temblad!, reza una frase del himno de la República Oriental del Uruguay. Cantada, gritada con emoción en los años de la dictadura, perseguía (¡y persigue!) con este sencillo acto, el rescate del erosionado coraje cívico. La sociedad civil, heterogénea, diversa, pone de manifiesto su convicción de defender hasta las ultimas consecuencias la libertad, frente al atropello de los tiranos.

Los tiranos, en el Uruguay, tuvieron un brazo ejecutor: las fuerzas armadas. Reconstruir la memoria, dando paso a la justicia en aquello que correspondiere, implica desconstruir la imagen de las fuerzas armadas. Privarlas del «halo» de temor que les acompaña. Exponerlas a la luz de la verdad y la justicia, responsable y crudamente, es un objetivo de la mayor importancia para las instituciones democráticas. Confundir esto con estimular el sentimiento de venganza, es algo que solo pueden propalar los cómplices y los imbéciles.

Estos especímenes, han trabajado sin desmayo, desde que se reconquisto el raquítico y endeble estado de derecho en el Uruguay. Frente a tanto oprobio, frente a la cobardía y el cálculo político menor, a veces sometidos a una espantosa soledad, soportando la indiferencia cruel de sectores que convirtieron en divisa vivir (¡sobrevivir!) a cualquier precio, se levanta la fe y el espíritu inquebrantable de las Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos y las diferentes organizaciones vinculadas al insoslayable reclamo de verdad y justicia. Representan, sin dudas, lo mejor de la sociedad uruguaya. Se han batido, desde el llano, con enormes poderes y reclamado por el destino de los suyos (¡que son los nuestros!) y por la sociedad toda.

José Pepe Mujica sabe que esto es verdad. No puede, no tiene derecho a menoscabar tanto heroísmo.

Valencia, España.